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12 de julio de 1904- Chile |
LA POESÍA
...Cuánta obra de arte... Ya no caben en el mundo... Hay que
colgarlas fuera de las habitaciones...
Cuánto libro... Cuánto librito... Quién es capaz de leerlos?
... Si fueran comestibles... Si en una ola de gran apetito los hiciéramos
ensalada, los picáramos, los aliñáramos... Ya no se puede más... Nos tienen
hasta la coronilla... Se ahoga el mundo en la marea...
Reverdy me decía: "Avisé al correo que no me los
mandara. No podía abrirlos. No tenía sitio. Trepaban por los muros, temí una
catástrofe, se desplomarían sobre mi cabeza"...
Todos conocen a Eliot... Antes de ser pintor, de dirigir
teatros, de escribir luminosas críticas, leía mis versos... Yo me sentía
halagado... Nadie los comprendía mejor... Hasta que un día comenzó a leerme los
suyos y yo, egoísticamente, corrí protestando: "No me los lea, no me los
lea"... Me encerré en el baño, pero Eliot, a través de la puerta, me los
leía... Me sentí muy triste...
El poeta Frazer, de Escocia, estaba presente... Me increpó:
"Por qué tratas así a Eliot?"... Le respondí: "No quiero perder
mi lector. Lo he cultivado. Ha conocido hasta las arrugas de mi poesía... Tiene
tanto talento... Puede hacer cuadros... Puede escribir ensayos... Pero quiero
guardar este lector, conservarlo, regarlo como planta exótica... Tú me comprendes,
Frazer"... Porque la verdad, si esto sigue, los poetas publicarán sólo
para otros poetas... Cada uno sacará su plaquette y la meterá en el bolsillo
del otro... su poema... y lo dejará en el plato del otro... Quevedo lo dejó un
día bajo la servilleta de un rey... eso sí valía la pena... O a pleno sol, la
poesía en una plaza... O que los libros se desgasten, se despedacen en los
dedos de la humana multitud... Pero esta publicación de poeta a poeta no me
tienta, no me provoca, no me incita sino a emboscarme en la naturaleza, frente
a una roca y a una ola, lejos de las editoriales, del papel impreso...
La poesía ha perdido su vínculo con el lejano lector...
Tiene que recobrarlo... Tiene que caminar en la oscuridad y encontrarse con el
corazón del hombre, con los ojos de la mujer, con los desconocidos de las
calles, de los que a cierta hora crepuscular, o en plena noche estrellada,
necesitan aunque sea no más que un solo verso... Esa visita a lo imprevisto
vale todo lo andado, todo lo leído, todo lo aprendido... Hay que perderse entre
los que no conocemos para que de pronto recojan lo nuestro de la calle, de la
arena, de las hojas caídas mil años en el mismo bosque... y tomen tiernamente
ese objeto que hicimos nosotros... Sólo entonces seremos verdaderamente
poetas... En ese objeto vivirá la poesía...
De: Confieso que he vivido
