jueves, 24 de agosto de 2017

“Cada poema un pájaro que huye del sitio señalado por la plaga”. - Álvaro Mutis

25 de agosto de 1923- Colombia
Acusado de fraude por la Standart Oil, la Esso colombiana, 
Mutis fue recluido 15 meses 
en la celda 52 de la crujía I del Penal de Lecumberri.

“Conozco México mejor porque estuve en Lecumberri” - Álvaro Mutis
Por: Elena Poniatowska

Si no hubieras estado en el Palacio Negro de Lecumberri, ¿habrías escrito siete novelas?
–Bueno, no sólo no habría escrito las siete novelas, sino ninguna otra cosa. En la cárcel tú llegas al final de la cuerda; todo lo que sucede en la cárcel es verdad absoluta. Ahí no tienes lugar especial, ni por tu posición social, ni por tu condición de escritor; pierdes todos tus privilegios, y eso es muy sano… Estás frente a la nada, no sabes qué va a ser de ti. Y para quien viene de un país extranjero, la única manera de conocer a fondo un país es una experiencia como ésa. Yo no me quejo para nada, aunque desde luego que no hubiera querido tener nunca esa vivencia.

–¿Antes de entrar a Lecumberri qué habías escrito?
–Había publicado Los elementos del desastre, Reseña de los hospitales de ultramar, La balanza y tenía mucho poema suelto que no había reunido. Pero es a partir de que empiezo a escribir La nieve del almirante –publicada en 1986– cuando se empezó a destilar, a reproducirse, una cantidad de material que se fue convirtiendo en las otras seis novelas. Me di cuenta de que esas novelas las podía hacer porque había vivido la experiencia de Lecumberri. Después de Lecumberri, también salieron publicados ocho libros de poesía: Los trabajos perdidos, Los emisarios, Crónica regia y alabanza del reino, Un homenaje, Siete nocturnos… Nunca quise volver a escribir sobre la experiencia de la cárcel, porque sentía que iba a mentir; tú sabes que la experiencia real, a medida que va pasando el tiempo, uno la va transfigurando (tuve la tentación de decir enriqueciendo, pero puede ser también empobreciendo). Jamás he vuelto a tocar el tema. Eso sí, puede que en algunas de las novelas haya un mundo de picaresca o que en el carácter, en la sicología o en la conducta de Maqroll, El Gaviero, haya material de alguien que ha conocido el submundo del hampa.

“Cuando encuentras un hombre que ha cometido varios homicidios brutales, conversas con él y te cuenta de sus hijos, tiene contigo detalles de afecto, se te abren los ojos del alma y te das cuenta de que estás con una persona que es como tú. Esa lección no hay con qué pagarla. No te digo que te haga mejor o que te haga más feliz, pero sí te enriquece. Una cosa que yo aprendí a partir de Lecumberri es que ningún hombre tiene el derecho de juzgar a nadie. Finalmente, todas las leyes, todos los códigos, todos los decretos, todos los reglamentos acaban siendo de una gran injusticia. Mira, te voy a contar una anécdota: estaba yo un día en una tienda departamental, aquí en México, y de pronto se me acerca un policía y me dice: ‘¡Quihubo, mi Mayor!’ Era un compañero mío de la crujía H, cuando yo fui ‘Mayor’ de la crujía. Era una fiera, listo como no te imaginas. Su especialidad era el robo en casas, (esos ladrones se llaman ‘zorreros’). Y le dije: ‘¿Y tú qué haces aquí?’ Me dijo: ‘Pues aquí trabajando’, ‘¿Cómo entraste?’ ‘Pues ahí con unos papeles, ya sabe usté”. Pensé yo: ‘Este hombre fue juzgado por robo y ahora el es el que atrapa al que roba’”.

–Y cuando te sucedió lo de Lecumberri, ¿tú pensaste en algún momento en que era irrevocable?
–Sí. Me cayó la justicia encima, me cambió la ley. Me sentí acorralado, cercado, pero pocas semanas después me fui dando cuenta, a medida que recibía cartas y visitas que no estaba solo.


 En: http://www.jornada.unam.mx


Soledad

En mitad de la selva, en la más oscura noche de los grandes árboles, rodeado del húmedo silencio esparcido por las vastas hojas del banano silvestre, conoció el Gaviero el miedo de sus miserias más secretas, el pavor de un gran vacío que le acechaba tras sus años llenos de historias y de paisajes. Toda la noche permaneció el Gaviero en dolorosa vigilia, esperando, temiendo el derrumbe de su ser, su naufragio en las girantes aguas de la demencia. De estas amargas horas de insomnio le quedó al Gaviero una secreta herida de la que manaba en ocasiones la tenue linfa de un miedo secreto e innombrable. La algarabía de las cacatúas que cruzaban en bandadas la rosada extensión del alba, lo devolvió al mundo de sus semejantes y tornó a poner en sus manos las usuales herramientas del hombre. Ni el amor, ni la desdicha, ni la esperanza, ni la ira volvieron a ser los mismos para él después de su aterradora vigilia en la mojada y nocturna soledad de la selva.

De: Biblioteca Digital Ciudad Seva







“Enseñar la Poesía como Felicidad Obligatoria”- Jorge Luis Borges


24 de agosto de 1899


Conferencia: ¿Qué es la Poesía?
Caricatura de Jaime Clara
en Arte & Caricaturas