miércoles, 6 de marzo de 2013

¡Oh, Inanna, restaura tu corazón para mí!”


El 8 de marzo de cada año se celebra el Día Internacional de la Mujer.
Seguramente, a esta altura de los tiempos, debería estar en conocimiento de tod@s el proceso que culminó en la aceptación de la propuesta realizada en 1910, por Clara Zetkin, para que en esa fecha se reconociera, universalmente, a la mujer trabajadora.


Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo

Los anales registran que, un 8 de marzo de 1857, un grupo de obreras textiles asumió la épica responsabilidad de salir a las calles de Nueva York a protestar por las míseras condiciones en las que trabajaban.
Posteriormente,  un 5 de marzo de 1908, Nueva York volvió a ser el escenario de otra huelga: nuevamente, un grupo de mujeres se atrevía a reclamar la igualdad salarial, la disminución de la jornada laboral a diez horas y un tiempo para poder dar de mamar a sus hijos.
El 25 de marzo de 1911, un incendio en la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist de Nueva York provocó la muerte a 146 y  heridas graves a 71, todas jóvenes trabajadoras inmigrantes. Una semana antes había efectuado su proclama Clara Zetkin; el dueño de la fábrica manifestó su disconformidad a través del terrible siniestro.









Esta sucesión es, en realidad, una ínfima muestra de los horrores padecidos por las mujeres, mucho antes y mucho después de 1911, a manos de un patriarcado insaciable.

Día a día y mes a mes, los asesinatos evitables de mujeres uruguayas, realmente no generan ningún tipo de reacción efectiva en quienes manejan los instrumentos hábiles para detener semejante  sangría. Y no nos referimos a esas tímidas “pulseritas”, tristes síntomas de la industria de la violencia, también siempre insatisfecha.
La vergüenza que nos provoca semejante indiferencia es un acicate para alimentar un estado de alerta permanente en el ejercicio de nuestra ciudadanía y muy especialmente en nuestra práctica docente diaria.







En cuanto al pasado, y aunque este aporte sea minúsculo, elegimos tributar homenaje a la primera poeta individualizada que consigna la Historia hasta ahora, y en ella, evocamos a todas las mujeres a las que se arrancó la voz por tan diversos y repugnantes motivos como sólo la ambición puede gestar


Su nombre: ENHEDUANNA.        

Nacida en Ur hacia el año 2354 A.C. Hija del rey Sargón de Akkad, fundador del primer gran imperio conocido. Su madre era una sumeria del sur de Mesopotamia, tal vez una sacerdotisa. La princesa, con el tiempo, se convirtió en la Suma Sacerdotisa de Nanna o Sin, el dios de la Luna, y de la diosa Inanna, hecho que los sacerdotes varones rechazaron por cuanto perdían la potestad de nombrar a las autoridades de la ciudad.
Vivía en  un templo cercano a lo que hoy es el Golfo Pérsico. Recientes excavaciones demuestran que se trataba de una comunidad dedicada a actividades como la panadería, carnicería y elaboración de cerveza.
Enheduanna dirigía la actividad agrícola en el templo y la industria pesquera local.

Por entonces, Sumeria y Babilonia desarrollaban exitosamente la astronomía y las matemáticas. Promovió la princesa la creación de varios observatorios astronómicos y dirigió la elaboración de mapas de los movimientos de cuerpos celestes, así como la realización de los primeros calendarios.

Al morir su padre, atravesó experiencias muy duras: rebeliones por el poder, pérdida de sus hermanos varones asesinados, el terremoto que destrozó la región, su expulsión del templo y de la ciudad.


      Con respecto a su actividad literaria, se conservan más de cuarenta poemas de su autoría, hallados en un disco de alabastro durante las excavaciones de 1927 en el templo de Ur, realizadas por la Universidad de Pennsylvania.
El disco estaba en pedazos y hubo que realizar una labor de reconstrucción importante, porque los mismos antiguos parecen haberlo destruido intencionadamente.              







Los temas de sus poemas son religiosos: himnos al dios Nanna y a su templo de Ur, también a la diosa Inanna, más tarde conocida como Ishtar, protectora de la dinastía de Akkad.

Gracias a Betty De Shong Meador, Daniel Foxvog y Anne Kilmer, quienes trabajaron afanosamente en los textos, un fragmento muy difundido actualmente es el siguiente:




Señora del Corazón Más Grande

Señora
eres espléndida
(…)
TÚ, amante de los poderes del paraíso
TÚ, sin igual en la tierra
TÚ, exaltada por tu cuenta
ni el paraíso ni la tierra pueden frenar tu fama
(…)
Reina
Amante
Eres sublime
Eres venerable
Inanna
Eres sublime
Eres venerable
Mi señora,
He mostrado tu grandeza resplandeciente
Restaura tu corazón para mí



En el Capítulo III del Popol Vuh, libro sagrado de los mayas, se dice que la carne de la mujer fue creada de "espadaña". 
La espadaña es una planta cuya materia es habitualmente empleada para la fabricación de esteras. 
¿Qué significado tendrá esta adjudicación? 
Es una interesante pregunta para compartir con los representantes del género masculino. Queda planteada.