El 8 de marzo de
cada año se celebra el Día
Internacional de la Mujer.
Seguramente, a esta altura de los tiempos, debería
estar en conocimiento de tod@s el proceso que culminó en la aceptación de la
propuesta realizada en 1910, por Clara Zetkin,
para que en esa fecha se reconociera, universalmente, a la mujer trabajadora.
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Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo |
Los anales registran que, un 8 de marzo de 1857, un grupo de obreras textiles asumió la épica
responsabilidad de salir a las calles de Nueva York a protestar por las míseras
condiciones en las que trabajaban.
Posteriormente,
un 5 de marzo de 1908, Nueva
York volvió a ser el escenario de otra huelga: nuevamente, un grupo de mujeres se
atrevía a reclamar la igualdad salarial, la disminución de la jornada laboral a
diez horas y un tiempo para poder dar de mamar a sus hijos.
El 25 de marzo de
1911, un incendio en la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist de Nueva York
provocó la muerte a 146 y heridas graves
a 71, todas jóvenes trabajadoras inmigrantes. Una semana antes había efectuado
su proclama Clara Zetkin; el dueño de la fábrica manifestó su disconformidad a
través del terrible siniestro.
Esta sucesión es, en realidad, una ínfima muestra de
los horrores padecidos por las mujeres, mucho antes y mucho después de 1911, a
manos de un patriarcado insaciable.
Día a día y mes a mes, los asesinatos evitables de
mujeres uruguayas, realmente no generan ningún tipo de reacción efectiva en
quienes manejan los instrumentos hábiles para detener semejante sangría. Y no nos referimos a esas tímidas “pulseritas”,
tristes síntomas de la industria de la violencia, también siempre insatisfecha.
La vergüenza que nos provoca semejante indiferencia
es un acicate para alimentar un estado de alerta permanente en el ejercicio de
nuestra ciudadanía y muy especialmente en nuestra práctica docente diaria.
En cuanto al pasado, y aunque este aporte sea minúsculo, elegimos tributar homenaje a la primera poeta individualizada que consigna la Historia hasta ahora, y en ella, evocamos a todas las mujeres a las que se arrancó la voz por tan diversos y repugnantes motivos como sólo la ambición puede gestar
Su nombre: ENHEDUANNA.
Nacida en Ur hacia el año 2354 A.C. Hija del rey Sargón
de Akkad, fundador del primer gran imperio conocido. Su madre era una sumeria
del sur de Mesopotamia, tal vez una sacerdotisa. La princesa, con el tiempo, se
convirtió en la Suma Sacerdotisa de Nanna o Sin, el dios de la Luna, y de la
diosa Inanna, hecho que los sacerdotes varones rechazaron por cuanto perdían la
potestad de nombrar a las autoridades de la ciudad.
Vivía en un
templo cercano a lo que hoy es el Golfo Pérsico. Recientes excavaciones
demuestran que se trataba de una comunidad dedicada a actividades como la
panadería, carnicería y elaboración de cerveza.
Enheduanna dirigía la actividad agrícola en el
templo y la industria pesquera local.
Por entonces, Sumeria y Babilonia desarrollaban
exitosamente la astronomía y las matemáticas. Promovió la princesa la creación
de varios observatorios astronómicos y dirigió la elaboración de mapas de los
movimientos de cuerpos celestes, así como la realización de los primeros calendarios.
Al morir su padre, atravesó experiencias muy duras: rebeliones
por el poder, pérdida de sus hermanos varones asesinados, el terremoto que
destrozó la región, su expulsión del templo y de la ciudad.
El disco estaba en pedazos y hubo que realizar una
labor de reconstrucción importante, porque los mismos antiguos parecen haberlo
destruido intencionadamente.
Los temas de sus poemas son religiosos: himnos al
dios Nanna y a su templo de Ur, también a la diosa Inanna, más tarde conocida
como Ishtar, protectora de la dinastía de Akkad.
Gracias a Betty De Shong Meador, Daniel Foxvog y
Anne Kilmer, quienes trabajaron afanosamente en los textos, un fragmento muy
difundido actualmente es el siguiente:
Señora del Corazón
Más Grande
Señora
eres espléndida
(…)
TÚ, amante de los
poderes del paraíso
TÚ, sin igual en
la tierra
TÚ, exaltada por
tu cuenta
ni el paraíso ni
la tierra pueden frenar tu fama
(…)
Reina
Amante
Eres sublime
Eres venerable
Inanna
Eres sublime
Eres venerable
Mi señora,
He mostrado tu
grandeza resplandeciente
Restaura tu
corazón para mí
En el Capítulo III del Popol Vuh, libro sagrado de los mayas, se dice que la carne de la mujer fue creada de "espadaña".
La espadaña es una planta cuya materia es habitualmente empleada para la fabricación de esteras.
¿Qué significado tendrá esta adjudicación?
Es una interesante pregunta para compartir con los representantes del género masculino. Queda planteada.