Ya he calculado el costo de
crianza de un hijo de mendigo (entre los que incluyo a todos los cabañeros, a
los jornaleros y a cuatro quintos de los campesinos) en unos dos chelines por
año, harapos incluidos; y creo que ningún caballero se quejaría de pagar diez
chelines por el cuerpo de un buen niño gordo, del cual, como he dicho, sacará
cuatro fuentes de excelente carne nutritiva cuando sólo tenga a algún amigo o a
su propia familia a comer con él. De este modo, el hacendado aprenderá a ser un
buen terrateniente y se hará popular entre los arrendatarios; y la madre tendrá
ocho chelines de ganancia limpia y quedará en condiciones de trabajar hasta que
produzca otro niño.
Quienes sean más ahorrativos
(como debo confesar que requieren los tiempos) pueden desollar el cuerpo; con
la piel, artificiosamente preparada, se podrán hacer admirables guantes para
damas y botas de verano para caballeros elegantes.
En nuestra ciudad de Dublín, los
mataderos para este propósito pueden establecerse en sus zonas más
convenientes, y podemos estar seguros de que carniceros no faltarán; aunque más
bien recomiendo comprar los niños vivos y adobarlos mientras aún están tibios
del cuchillo, como hacemos para asar los cerdos.
Una persona muy respetable,
verdadera amante de su patria, cuyas virtudes estimo muchísimo, se entretuvo
últimamente en discurrir sobre este asunto con el fin de ofrecer un
refinamiento de mi plan. Se le ocurrió que, puesto que muchos caballeros de
este reino han terminado por exterminar sus ciervos, la demanda de carne de
venado podría ser bien satisfecha por los cuerpos de jóvenes mozos y doncellas,
no mayores de catorce años ni menores de doce; ya que son tantos los que están
a punto de morir de hambre en todo el país, por falta de trabajo y de ayuda; de
éstos dispondrían sus padres, si estuvieran vivos, o de lo contrario, sus
parientes más cercanos. Pero con la debida consideración a tan excelente amigo
y meritorio patriota, no puedo mostrarme de acuerdo con sus sentimientos;
porque en lo que concierne a los machos, mi conocido americano me aseguró, en
base a su frecuente experiencia, que la carne era generalmente correosa y
magra, como la de nuestros escolares por el continuo ejercicio, y su sabor
desagradable; y cebarlos no justificaría el gasto. En cuanto a la mujeres, creo
humildemente que constituiría una pérdida para el público, porque muy pronto
serían fecundas; y además, no es improbable que alguna gente escrupulosa fuera
capaz de censurar semejante práctica (aunque por cierto muy injustamente) como
un poco lindante con la crueldad; lo cual, confieso, ha sido siempre para mí la
objeción más firme contra cualquier proyecto, por bien intencionado que
estuviera.
Fragmento de: Una modesta
proposición, de Jonathan Swift
De: CiudadSeVa.com
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30 de noviembre de 1667- Irlanda |