domingo, 15 de septiembre de 2013

“Hay tanta gente que escribe para lucirse... Yo empecé así y fracasé hasta el día en que olvidé esas pretensiones" - Adolfo Bioy Casares

15 de setiembre de 1914 - Argentina


Margarita o el poder de la farmacopea



No recuerdo por qué mi hijo me reprochó en cierta ocasión:

-A vos todo te sale bien.

El muchacho vivía en casa, con su mujer y cuatro niños, el mayor de once años, la menor, Margarita, de dos. Porque las palabras aquellas traslucían resentimiento, quedé preocupado. De vez en cuando conversaba del asunto con mi nuera. Le decía:

-No me negarás que en todo triunfo hay algo repelente.

-El triunfo es el resultado natural de un trabajo bien hecho -contestaba.

-Siempre lleva mezclada alguna vanidad, alguna vulgaridad.

-No el triunfo -me interrumpía- sino el deseo de triunfar. Condenar el triunfo me parece un exceso de romanticismo, conveniente sin duda para los chambones.

A pesar de su inteligencia, mi nuera no lograba convencerme. En busca de culpas examiné retrospectivamente mi vida, que ha transcurrido entre libros de química y en un laboratorio de productos farmacéuticos. Mis triunfos, si los hubo, son quizá auténticos, pero no espectaculares. En lo que podría llamarse mi carrera de honores, he llegado a jefe de laboratorio. Tengo casa propia y un buen pasar. Es verdad que algunas fórmulas mías originaron bálsamos, pomadas y tinturas que exhiben los anaqueles de todas las farmacias de nuestro vasto país y que según afirman por ahí alivian a no pocos enfermos. Yo me he permitido dudar, porque la relación entre el específico y la enfermedad me parece bastante misteriosa. Sin embargo, cuando entreví la fórmula de mi tónico Hierro Plus, tuve la ansiedad y la certeza del triunfo y empecé a botaratear jactanciosamente, a decir que en farmacopea y en medicina, óiganme bien, como lo atestiguan las páginas de "Caras y Caretas", la gente consumía infinidad de tónicos y reconstituyentes, hasta que un día llegaron las vitaminas y barrieron con ellos, como si fueran embelecos. El resultado está a la vista. Se desacreditaron las vitaminas, lo que era inevitable, y en vano recurre el mundo hoy a la farmacia para mitigar su debilidad y su cansancio.

Cuesta creerlo, pero mi nuera se preocupaba por la inapetencia de su hija menor. En efecto, la pobre Margarita, de pelo dorado y ojos azules, lánguida, pálida, juiciosa, parecía una estampa del siglo XIX, la típica niña que según una tradición o superstición está destinada a reunirse muy temprano con los ángeles.

Mi nunca negada habilidad de cocinero de remedios, acuciada por el ansia de ver restablecida a la nieta, funcionó rápidamente e inventé el tónico ya mencionado. Su eficacia es prodigiosa. Cuatro cucharadas diarias bastaron para transformar, en pocas semanas, a Margarita, que ahora reboza de buen color, ha crecido, se ha ensanchado y manifiesta una voracidad satisfactoria, casi diría inquietante. Con determinación y firmeza busca la comida y, si alguien se la niega, arremete con enojo. Hoy por la mañana, a la hora del desayuno, en el comedor de diario, me esperaba un espectáculo que no olvidaré así nomás. En el centro de la mesa estaba sentada la niña, con una medialuna en cada mano. Creí notar en sus mejillas de muñeca rubia una coloración demasiado roja. Estaba embadurnada de dulce y de sangre. Los restos de la familia reposaban unos contra otros con las cabezas juntas, en un rincón del cuarto. Mi hijo, todavía con vida, encontró fuerzas para pronunciar sus últimas palabras.

-Margarita no tiene la culpa.


Las dijo en ese tono de reproche que habitualmente empleaba conmigo.

De: CiudadSEVA

Con su esposa, la escritora Silvina Ocampo.

POSTRIMERÍAS


Cuando entró en el edificio, buscó las escaleras, para subir. Encontrarlas era difícil. Preguntaba por ellas, y algunos le contestaban: “No hay.” Otros le daban la espalda. Acababa siempre por encontrarlas y por subir otro piso. La circunstancia de que muchas veces las escaleras fueran endebles, arduas y estrechas, aumentaba su fe. En un piso había una ciudad, con plazas y calles bien trazadas. Nevaba, caía la noche. Algunas casas -eran todas de tamaño reducido- estaban iluminadas vivamen­te. Por las ventanas veía a hombres y mujeres de dos pies de estatura. No podía quedarse entre esos enanos. Descubrió una amplia escalinata de piedra, que lo llevó a otro piso. Éste era un antecomedor, donde mozos, con chaqueta blanca y modales pésimos, limpiaban juegos de té. Sin volverse, le dijeron que había más pisos y que podía subir. Llegó a una terraza con vastos parques crepusculares, hermosos, pero un poco tristes. Una mujer, con vestido de terciopelo rojo, lo miró espantada y huyó por el enorme paisaje, meciéndose la cabellera, gimiendo. Él entendió que cuantos vivían allí estaban locos. Pudo subir otro piso. En una arquitectura propia del interior de un buque, en la que abundaban maderas y hierros pintados de blanco, halló una escalera de caracol. Subió por ella a un altillo donde estaban los peroles que daban el agua caliente a los pisos de abajo. Dijo: “Sobre el fuego está el cielo” y, seguro de su destino, se agarró de un caño, para subir más. El caño se dobló; hubo un escape de vapor, que le rozó el brazo. Esto lo disuadió de seguir subiendo. Pensó: “En el cielo me quemaré.” Se preguntó a cuál de los horribles pisos inferiores debería descender. En todos él se había sentido fuera de lugar. Esto no probaba que no fuese la morada que le correspondía, porque justamente el infierno es un sitio donde uno se cree fuera de lugar.

Guirnalda con amores (1959)

La invención y la trama. Una antología, México, FCE, 1988, págs. 547-548

De: NarrativaBreve.com

Muy amigo de J.L.Borges,
crearon juntos varias obras. 





"Escribir es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos" - Alejandra Pizarnik

En nuestra anterior Entrada, presentábamos una breve referencia al libro "Angelina: las huellas que dejó Angola", de Angelina Vunge.

La obra es un testimonio del valor terapéutico de la escritura.
Si bien la autora atravesó un complejo y activo proceso para superar las abusivas experiencias de las que fue objeto desde su niñez, es indudable que, otorgarles un cuerpo verbal, le permitió reorganizar su mundo interior. Liberarse de esa sustancia viscosa, inasible e incomprensible a través de la palabra permite objetivizar lo ocurrido, desprenderlo, tratarlo como "distinto a mí", descargarme, comandar mi vida.

Muchos/as son los/as escritores/as que han refrendado con sus declaraciones ese valor catártico.

Por ejemplo, ha dicho Isabel Allende con respecto a cómo vivió el período posterior al fallecimiento de su hija: "Entonces me acordé de que soy periodista y si me dan un tema y tiempo para investigar, puedo escribir sobre casi cualquier cosa. (Bueno, no sobre deporte o política.) Elegí un tema tan alejado del dolor como fue posible y terminé escribiendo Afrodita, una divagación sobre la lujuria y la gula, los únicos pecados mortales que valen la pena. La investigación para este libro, realizada principalmente en las tiendas de pornografía de Castro, el barrio gay de San Francisco, me sacó de la depresión y me hizo regresar al cuerpo. El primer síntoma fue un sueño erótico. Soñé que ponía a Antonio Banderas desnudo en una tortilla mexicana, lo untaba con guacamole y salsa, lo enrollaba, y me lo comía. La terapia de escribir sobre la comida y el amor funcionó y poco después de publicar Afrodita, empecé una novela sobre la fiebre del oro de California, llamada Hija de la Fortuna. Es la historia de Eliza Sommers, una joven huérfana criada por una familia británica en el puerto chileno de Valparaíso a mediados del siglo diecinueve. A los dieciséis años, Eliza sigue a su amante a California, a donde él ha ido a buscar fortuna en la fiebre del oro. Pensé que estaba escribiendo una historia de amor, pero en realidad esta novela es sobre la libertad, un tema recurrente en mi vida. Al igual que Eliza Sommers, yo decidí a una edad temprana que iba a encontrar mi propio camino. Eso me hizo feminista en un momento y en un lugar, donde el feminismo era equivalente a estar poseído por el demonio".

Por su parte, la española Soledad Puértolas declaró: "Las alegrías de la vida te desbordan. El dolor y la pérdida te superan y  hunden. El tedio y la monotonía pueden resultar aniquiladores. Cuando escribo, estoy fuera de esa realidad. He entrado en otra donde sí es posible buscar un sentido, incluso vislumbrarlo. La soledad, que tantas veces se ha hecho insoportable, se hace ligera y deseable. El estado perfecto. Hay metas, humanidad, sentidos. Hasta cabe la risa, el gran regalo. En la vida, el dolor ahoga y la risa es efímera. En el texto, se produce una transformación que la inteligencia no puede explicar. Nos sumergimos en el dolor sin llegar a morir, conquistamos la distancia. Observamos, podemos emocionarnos,  escoger, aventurarnos. La incertidumbre de la narración resulta más segura que las certezas de la vida. La palabra se hace enteramente nuestra".

Nuestro admirado Ruben D´Alba se inició en la narrativa para mitigar el dolor de la pérdida de su hijo, con tal intensidad y grado de perfección que sólo su propio fallecimiento pudo detener.

Monótono resultaría continuar mencionando casos (Poe, Kafka, Pizarnik,...). En definitiva, todos/as sabemos que, en la actualidad, una de las prescripciones habituales de psicólogos, psiquiatras y médicos en general, consiste en recomendar a su paciente que escriba, ya sea en casa o integrado a un taller literario. 

Como siempre es interesante escuchar una voz autorizada, entendimos que el siguiente artículo se torna instrumento más que apto para situarnos con mayor precisión en el tema y por ello, con gusto, los invitamos a acompañarnos en su lectura: 










© relaciones
Revista al tema del hombre
relacion@chasque.apc.org


Serie: Alternativas (XVIII)

El pensamiento autobiográfico - Escribir, escribir-se

Pablo Silva

¿Escribir ayuda? ¿Se puede sanar o prevenir enfermedades con sólo escribir la vida de uno? Según Michel Foucault, la introspección autobiográfica representa una de las terapias más antiguas de la cultura occidental y marca el nacimiento del individualismo en nuestra civilización. Contrariamente a lo que puede parecer, el cultivo literario del sí mismo dista mucho de una actitud egoísta: se trata de una manera de explicarnos –y de expresar– para qué estamos en el mundo, o lo que es lo mismo, cuál es nuestra relación con los otros.

Esta terapia insólita y secreta conoció su apogeo en el s.XIX y principios del XX, con el auge de la escritura privada a través de los diarios íntimos y del género epistolar, pero en la actualidad experimenta un poderoso renacer en los países anglosajones, donde se crean clubes de biógrafos y autobiógrafos que ya figuran en internet, y se convocan a concursos sobre testimonios de vida y relatos de no ficción, de anécdotas, viajes, costumbres y de cartas sobre los temas más variados, ya se extiende al resto de Occidente. A todo esto se agrega el uso masivo del correo electrónico, que ha hecho que la gente se comunique a través de la escritura como nunca antes había ocurrido.

En una sociedad cada vez más desintegrada, las personas buscan escribir su vida como manera de escribirse, de integrarse de algún modo a un presente desconcertante y caótico. Y para ello el movimiento natural es comenzar yendo hacia atrás, a la narración del relato de la infancia o la adolescencia.

No escapa a esto nuestro país, donde la proliferación de talleres literarios, junto con la multiplicación de ediciones de autor y el aumento sistemático de participantes en los concursos, habla de una sed de narrar –y de narrarse– que tiene muchos puntos de contacto con el resurgir europeo de la escritura autobiográfica. Si a esto se le suma que muchos de estos nuevos escritores superan la "edad mediana" y que publican por única vez, sin interesarse en hacer una carrera literaria y muchas veces luego de jubilarse, resulta claro que estamos frente al mismo impulso vital.

Tampoco es casual que Duccio Demetrio, el autor de Escribirse. La autobiografía como curación de uno mismo, sea italiano, pedagogo y especialista en la tercera edad: la necesidad de escribirse se expande por países sajones y no sajones. Demetrio es Profesor de Educación de Adultos en el Departamento de Pedagogía de la Universidad de Milán, especialista en formación permanente, los cambios de la edad madura y los procesos de aprendizaje y autor de media docena de libros de pedagogía.

Pero ¿qué es lo que la gente busca y encuentra en este manejo, explosivo en términos de cantidad, de la pluma?

No uno, sino muchos

Todo el mundo ha experimentado en algún momento de su vida el impulso autobiográfico. Con mayor o menor fuerza aparece en esos recuerdos, en ocasiones nimios, que asaltan de improviso y sin causa aparente –recuerdos de cosas que a veces creíamos olvidadas para siempre. Pero por sobre todo se manifiesta en la necesidad que se siente de contarlos, de narrárselos a la primera persona que se tiene cerca. Tras meditarlos un poco, pueden llegar a dar una nueva perspectiva de parte de nuestro pasado. Pero incluso cuando no aportan nada nuevo, el simple acto de evocarlos y contarlos proporciona una gran satisfacción.

Este hecho universal es el punto de partida utilizado por Duccio Demetrio para desarrollar la idea de que escribir textos autobiográficos puede ser una terapia eficaz y barata.

El primer efecto de un ejercicio autobiográfico hecho en serio es el descubrimiento, sorpresivo al principio, aliviante después, de que son muchas las voces que habitan nuestro interior. "Cada uno de nosotros" anunciaba Rodó en Motivos de Proteo "es sucesivamente, no uno, sino muchos". Y este dato, cuántos yos hemos sido a lo largo del tiempo, ha sido descrito hasta el hartazgo por muchísimos artistas, sobre todo escritores.

"Como cuerpo, cada hombre es uno; como alma, jamás" afirmaba Herman Hesse mientras que el español Ramón Gómez de la Serna redoblaba la apuesta y escribía aquello de que "hay que cambiar de alma tantas veces como el cuerpo cambia de cuerpo". Es prudente detenerse en este tópico y recordar que, según se enseñaba en el liceo, cada siete años cambiamos totalmente de células. Pero los ejemplos serían innumerables: casi no hay escritor que no hable de las variaciones que experimenta su ego a lo largo del tiempo.

Esta diversidad y multiformidad del yo fue tempranamente definida por uno de los mayores y más lúcidos autobiógrafos de Occidente: Michel de Montaigne. En sus Ensayos afirma que "todas las contradicciones se dan en mí alguna vez y de alguna forma. (soy) vergonzoso, insolente; casto, lujurioso; charlatán, taciturno; duro, delicado; (...) Nada puedo decir de mí de forma total, entera y sólida... (porque) existe tanta diferencia entre uno y uno mismo como entre uno y los demás".

Desde experiencias disímiles en tiempo y lugar, todos estos artistas cuestionaron el mito de la unidad del yo, ese imperativo de coherencia que la organización social y el estado de la civilización imponen al individuo.

Para Duccio Demetrio, la depresión grave (coronarias, asma, alergias, cáncer y un amplio etcétera) tienen su origen en los llamados "males de la civilización": el aumento de las responsabilidades familiares y profesionales, la vida en las grandes urbes, el desarrollo de las comunicaciones –que vuelve a la gente ubicua– hace imposible para cada vez mayor número de personas la coherencia, la continuidad de los vínculos y la fidelidad a un único proyecto.

Esta y no otra sería la explicación de este "boom autobiográfico": cuanto mayor es la necesidad de distribuirnos (de pertenecer y trabajar para y con muchos), mayor es la de reencontrarnos.

Al repensar lo vivido y plasmarlo en la escritura, la persona experimenta algo que cualquier escritor conoce: crea otro yo. Lo ve actuar, equivocarse, amar. Y descubre, como autor de sí mismo, que no está del todo seguro de haber vivido todo lo sucedido; la información que posee no es firme, completa o confiable. Entonces siente la necesidad de llenar los huecos y surge, de forma natural y en el lugar menos pensado, la ficción.

Existe, afirma Demetrio, una parcial explicación científica para esta sorpresa: la pérdida progresiva de neuronas impone la tendencia al olvido y obliga a una actividad compensatoria de ese vacío gradual.

Pero ello no explica de manera satisfactoria la ancestral necesidad humana de ficcionar.

El pasado absuelve

Como se ha dicho, el pasado cura (ver recuadro); sobre todo cuando la persona tiene la satisfacción de ver sus múltiples yos integrados en un relato coherente. En el sentido sintáctico, claro, y no en el de la coherencia de la vida cotidiana.

Según el autor, la tarea de ordenar y tejer este archipiélago de yos requiere de un espacio y un tiempo de introspección, y lo que es mejor, de la creación de un yo "tejedor", textual; un narrador que una las diferentes identidades sin asumir el rol de juez punitivo que suele vestir nuestro yo cotidiano.

Para ello, es imprescindible una "tregua autobiográfica", un momento de absoluta sinceridad en el que no se busque la absolución ni se reprochen transgresiones o denegamientos de ideales adultos.

El escritor de sus vivencias revela su propia incompletud y también aprende a amar sus éxitos, sean relativos o escasos, porque la madurez se manifiesta como una conversación última entre la conciencia de los propios límites y la fantasía de su superación.

En su Libro del desasosiego, Fernando Pessoa asegura que "mi alma es una orquesta oculta", y agrega: "yo, verdaderamente yo, soy el centro que no existe en esto sino mediante una geometría del abismo; soy la nada en torno a la cual gira este movimiento, sin que ese centro exista sino por lo que todo el círculo contiene". La autobiografía es, por eso, un viaje formativo y no un ajuste de cuentas.

La vejez empieza cuando ese sentimiento de ser muchos comienza a desaparecer. "Debo ser viejo" decía el personaje de Ramón y Cajal en una serie sobre su vida de Televisión Española, "ya no tengo contradicciones".

Mantenerlas todo el tiempo que sea posible es una de las metas de la autobiografía.

Escritores anónimos

Demetrio afirma que son necesarios tres momentos antes de la escritura: la introspección (básicamente la retrospección, el tiempo de mirar hacia el pasado); la interpretación de ese texto lejano y que todavía no tiene traducción al lenguaje actual; y la creación de sucesos y personajes que hagan verosímil y coherente el relato.

Estos tres momentos (introspección, interpretación y creación) son propios de toda producción literaria y son los mismos que experimenta el escritor "de carrera". La diferencia radica en que el autobiógrafo –o escritor amateur– no necesita ni le preocupa vender su propia obra: su interés se centra en sí mismo. Y aquí una aclaración importante: así como la persona que saca fotos a su familia no se considera, ni es considerado, "fotógrafo profesional" ni "artista de la fotografía" –y sin embargo utiliza toda la técnica y el instrumental para esos fines– , así, del mismo modo, el escritor amateur no pretende sino una expresión personal para satisfacción propia, sin aspirar a la trascendencia pública y comercial propia del escritor "de carrera" o profesional.

Esta distinción hecha por Demetrio no es tan clara en países como el nuestro, con un mercado editorial en retracción, donde a excepción de un par de casos, los escritores profesionales se ganan la vida en empleos que nada tienen que ver con la literatura. Este hecho los iguala a la condición de amateur y se convierte en fuente de frecuentes y poco claras discusiones frente a la presunta aparición de escritores nuevos sin ambición literaria, que no pasan de la crónica de costumbres, evocaciones humorísticas o la recreación de una época, un barrio o un pueblo del Interior, y que pueblan, cada vez con mayor presencia, talleres, concursos literarios y hasta editoriales.

No deja de ser irónico que esta pretendida "avalancha" se dé en un país donde la publicación de memorias o autobiografía de alto vuelo sea casi inexistente. Pero también hay que decir que probablemente este fenómeno no sea nuevo, aunque sí lo sean sus dimensiones: ya en 1939, en Marcha, en su columna "La piedra en el charco", Onetti alertaba contra los escritores de fin de semana, burgueses de profesión liberal que, en sus ratos de ocio, destilaban una literatura provinciana y sin sangre.

El escritor amateur descrito por Demetrio produce e integra su texto al universo familiar como se integran las fotos a los álbumes familiares. Aunque no renuncia a dedicarse a una "carrera literaria" –ése es un paso que no todos tienen porqué dar– tiene claro que en esta etapa el fin es recrear su vida personal.

A través de un sinnúmero de elementos (fotos, papeles, sitios, colores, libros, olores, etc) inicia el viaje de evocar, repensar y rememorar las acciones y decisiones pasadas para acceder a un presente distinto, renovado ("tengo la necesidad de fundarme en una historia que pueda sentir mía" confiesa Pessoa).

Sin dudas lo que se persigue al cabo de esta búsqueda es el resultado más feliz del trabajo: la realización de un texto, porque, en palabras del Demetrio, "el texto se opone al tiempo: es el antitiempo". Constituye la distancia desde donde se puede, si no ver, al menos intuir el bosque. O sea, captar los borrosos confines de la personalidad y aceptarlos: llegar a ese momento que alude Pessoa en el que "la vacuidad de sentirse vivo alcanza la consistencia de una cosa positiva".

El descubrimiento de la multiplicidad se complementa así con la búsqueda de una unidad superior, la persona que somos y que no acabamos de conocer del todo.

Los fundadores

Para Duccio Demetrios son tres las cumbres del género autobiográfico: Michel de Montaigne (1533-1592), San Agustín (354-430) y Jean Jacques Rousseau (1712-1778). Al contar sus vidas, los tres establecieron a posteriori nexos que explican el sentido (o el sinsentido) de sus existencias.

En sus Confesiones, San Agustín descubre detrás de sus acciones y decisiones un programa, un Autor; Rousseau halla una cadena de relaciones sociales y económicas mientras que Montaigne, en cambio, exhibe, tanto en su estilo literario como en sus reflexiones, la falta de un sentido final para su vida (lo que, por otra parte, lo exime de la necesidad, tan pronunciada en San Agustín y Rousseau, de justificarse).

Esa diferencia marca también la intención de las tres escrituras y de los destinatarios que ellas prefiguran: mientras el obispo de Cartago escribe para arrepentirse y orienta su relato a una entidad superior, Rousseau se justifica y excusa ante la sociedad civil. Por el contrario Montaigne escribe por el sólo gusto de relatarse y se dirige a sí mismo.

Todo estos relatos, tan diferentes entre ellos, se construyen sobre dos deseos contradictorios: el deseo de establecer una trama y la necesidad de conversar.

Así, tanto la autobiografía que sigue una trama ajustada como aquella que se escribe sin historia (o donde la trama es un fondo o eco sobre el que vagabundea el pensamiento) buscan por vías opuestas dibujar el archipiélago de yos conservados y perdidos y que se desprenden de la aceptación de todo lo que le ha sucedido al biografiado.

Se puede definir la autobiografía del escritor amateur como un método para hablar de uno mismo, aunque sea sólo con uno mismo. Al contar su vida, da cuenta no sólo del pasado sino que explica el presente, cómo y porqué ha llegado hasta aquí. Y a partir de este hallazgo puede entusiasmarse con el futuro.

Por ello, Demetrio afirma que "la vía autobiográfica no es una versión agustiniana, oriental o new age de una mística del ser, sino que es la propuesta de la cultura occidental más auténtica y próxima a nosotros".

Al menos no deja de ser un particular enfoque de cómo el arte cambia la vida.

Escribirse. La autobiografía como curación de uno mismo.
Duccio Demetrio, Editorial Paidós, España 1999.

¿Escribir es terapéutico? Si alcanzó a leerlo en Italia, el presente cable internacional habrá complacido a Duccio Demetrio.

"La Revista de la Asociación Médica Americana informó que los pacientes con asma o artritis reumatoidea mostraron una mejoría significativa en su estado físico cuando se les pidió que redactaran algún acontecimiento estresante de sus vidas. Los investigadores de la Universidad Estatal de Dakota del Norte y de la Universidad del Estado de Nueva York en StonyBrookre unieron a 48 pacientes con asma y artritis y durante tres días consecutivos les hicieron escribir durante veinte minutos sobre experiencias extremas que los hubieran afectado. A modo comparativo, otro grupo de pacientes con asma y artritis escribió sobre los planes que tenía para el día. Los resultados de este ejercicio, aparentemente inocuo, fueron sorprendentes. Después de cuatro meses, 47% de los pacientes que habían descrito algún hecho difícil de su vida mostraron una mejoría en su estado, comparado con 24% del grupo de control. La función pulmonar de los pacientes asmáticos mejoró 19% mientras que los pacientes con artritis redujeron 28% la severidad de sus síntomas. Sobre los resultados, Joshua Smith, del Depto. de Psicología de la Universidad Estatal de Dakota del Norte, afirmó que a pesr de que parece difícil creer que una breve tarea de redacción pueda tener impacto significativo sobre la salud, el estudio reitera en una muestra de enfermos crónicos lo que una abundante literatura cuenta respecto a las personas sanas. No obstante, a pesar de las mejoras clínicas, a los investigadores les fue imposible especificar con exactitud la razón por la cual el ejercicio de escritura resultó ser una experiencia tan intensa. Los expertos opinan que el hecho de tener que escribir sobre vivencias personales difíciles fue lo que obligó a los pacientes a considerarlas desde una perspectiva y a manejarlas con mucha más eficacia."

(Coply News Service, para semanario Búsqueda, 2/11/00)


 

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“La hierba seca incendiará la hierba húmeda” - Proverbio africano



De: Montevideo COMM

SE PRESENTÓ EL LIBRO "ANGELINA. LAS HUELLAS QUE DEJÓ ANGOLA" DE ANGELINA VUNGE
Vivir para contarla

23.08.2013

La presentación de este libro se realizó en Fundación FUCAC y contó con la participación de las autoras y de Juan Raúl Ferreira, presidente de la Institución Nacional de DDHH.

"En Angola había vivido grandes desgracias, terribles experiencias para mi vida. Además del abuso sexual, había crecido en esa eterna guerra que me había diezmado vecinos y familiares. Debí abandonar las tierras que amaba por causa de la guerra, también a mis amigos", relata en el libro Angelina, una mujer angoleña que llegó a vivir a Uruguay y relata su crónica de vida.

"Cuando me di cuenta de que yo quería más, que mi vida era mucho más que lo que parecía depararme el destino, dije que no. No quería para mí casarme a los 14 años, tener un hijo tras otro, y luego morirme a los 33, agotada de trabajo y sufrimiento Tanto horror inclinó mi cabeza hacia una idea: algún día voy a irme de este país", cuenta.

Angelina Vunge y la Profa. Andrea Blanqué.




En Canal 12- Esta boca es mía- podrán observar el video de la entrevista que Victoria Rodríguez y panelistas le realizaron oportunamente, reveladora por cierto del proceso de crecimiento de esta mujer que ha tenido que ganar, palmo a palmo, el reconocimiento de sus derechos, legitimación aún no instalada en la conciencia pública universal.














                                


¡A leerlo! 
Si escribir es una acción terapéutica,
leer también nos cura.
Y su autora, bien merece ese tributo.