miércoles, 7 de enero de 2015

“La biblioteca es un gran laberinto, signo del laberinto que es el mundo» - Umberto Eco









"Las Corrupciones" de Jesús Torbado


4 de enero de 1943- España
Escritor y periodista.



Jesús Torbado construyó su libro “Las Corrupciones” - premio Alfaguara en el 65 - sobre la teoría de que tres son los conceptos que primero se corrompen en el ser humano: la fe en Dios, la fe en los hombres y la fe en uno mismo.

Me acuerdo que este libro, escrito en París por un joven de 22 años, fue casi un libro de cabecera para los de mi generación, para aquella juventud idealista y a veces existencialista que leía a Marx, a Sartre, a Camus, a Faulkner y a Kafka y pasaba las tardes de los domingos en los cine-clubs de los Colegios Mayores viendo complicadas películas, algunas en versión original, de directores como Buñuel, Bergman, Visconti, Truffaut o Chabrol y que obligaban a exprimirse el intelecto para luego, al término de la proyección, poder exponer una parrafada brillante en los coloquios que seguían a la misma.

Todo estaba cambiando en aquellos años y sin embargo, parecía que nada cambiaba. Existía algo parecido al gatopardismo, la teoría del autor de “El gatopardo”, Tomasi di Lampedusa, cuando escribía que: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie", solo que nosotros percibíamos que la realidad existente era: "cambiemos algo para que nada cambie".

“Las Corrupciones” fue un libro que indicaba el cambio; el cambio que todos estábamos experimentando aunque no nos apercibiéramos de ello. Muchos de nuestros esquemas o creencias se estaban mutando y formábamos una generación que transmitía de unos a otros, en plan “Fahrenheit 451”, los modelos y los ideales para cambiar el mundo que nos rodeaba pero también, las decepciones que íbamos sufriendo durante el camino.

Evidentemente lo primero que se nos había corrompido era la fe en Dios, porque a Él no lo necesitábamos ya para iniciar nuestro nuevo modelo de vida; al contrario, era un freno para nuestro desarrollo del subconsciente.

La fe en los hombres, en algunos hombres, fue nuestro motor, el motor que impulsaría unos años después los grandes movimientos estudiantiles que agitarían las grandes ciudades de Europa (Paris, Praga, etc). En esos primeros momentos solo se nos había corrompido la fe en los hombres que marcaban los destinos políticos de nuestros países y la fe en nuestros padres. Con los años, la fe en los nuevos hombres elegidos se corrompió a la misma velocidad que se fueron corrompiendo estos.

La fe en nosotros mismos, la necesitábamos para continuar avanzando sobre el modelo de vida proyectado y para apoyar a los hombres que cambiarían el mundo. Con el tiempo descubrimos que nuestras posibilidades eran limitadas, unas veces por nosotros mismos y otras por los escollos colocados por los elegidos. La corrupción de la fe en nosotros mismos dio lugar al conocimiento de nuestro yo y a la búsqueda de nuestro rincón en el mundo en el que organizar el tiempo futuro de vivir.

Después, a lo largo de la vida, hemos ido perdiendo la fe en muchas más ideas aparte de las citadas. Desgraciadamente, la corrupción es una constante que asoma su desagradable rostro en todas las actividades del hombre.

Se corrompe el amor cuando falta el deseo o el dinero. Se corrompe el proyecto ambicioso por culpa del precio de la “mordida”. Se corrompe la ayuda solidaria por la ambición del intermediario corrupto. Se corrompen los políticos, sean de la ideología que sean, cuando el dinero llama a su puerta.

Ahora que tanto se habla de corrupción y nos desayunamos y nos acostamos con la palabra metida en el coco, la sociedad necesita un vendaval que se lleve por los aires, igual que a las hojas secas, a todos los mentirosos, chorizos, oportunistas y trapicheros que nos corrompen el alma. Que se los lleve el viento.



De: http://elpresley.blogspot.com