sábado, 21 de septiembre de 2013

Una metáfora del fascismo siempre latente: El Señor de las Moscas




William Golding
19 de setiembre de 1911 - Inglaterra

Jack fue el primero en hacerse oír. No tenía la caracola y, por tanto, rompía las reglas, pero a nadie le importó.
- ¿Y qué hay de esa fiera?
Algo raro le ocurría a Percival. Bostezó y se tambaleó de tal modo que Jack le agarró por los brazos y le sacudió.
- ¿Dónde vive la fiera?
El cuerpo de Percival se escurría inerme.
- Tiene que ser una fiera muy lista - dijo Piggy en guasa - si puede esconderse en esta isla.
- Jack ha estado por todas partes...
- ¿Dónde podría vivir una fiera?
- ¿Qué fiera ni que ocho cuartos? Percival masculló algo y la asamblea volvió a reír.
Ralph se inclinó.
- ¿Qué dice?
Jack escuchó la respuesta de Percival y después le soltó. El niño, al verse libre y rodeado de la confortable presencia de otros seres humanos, se dejó caer sobre la  tupida hierba y se durmió:
Jack se aclaró la garganta y les comunicó tranquilamente:
- Dice que la fiera sale del mar.
Se desvaneció la última risa. Ralph, a quien veían como una forma negra y encorvada frente a la laguna, se volvió sin querer. Toda la asamblea siguió la dirección de su mirada; contemplaron la vasta superficie de agua y la alta mar detrás, la misteriosa  extensión añil de infinitas posibilidades; escucharon en silencio los murmullos y el  susurro del arrecife.
Habló Maurice, en un tono tan alto que se sobresaltaron.
- Papá me ha dicho que todavía no se conocen todos los animales que viven en el mar.
Comenzó de nuevo la polémica. Ralph ofreció la centellante caracola a Maurice, quien la recibió obedientemente. La reunión se apaciguó.
- Quiero decir que lo que nos ha dicho Jack, que uno tiene miedo porque la gente siempre tiene miedo, es verdad. Pero eso de que sólo hay cerdos en esta isla supongo que será cierto, pero nadie puede saberlo, no lo puede saber del todo. Quiero decir que no se puede estar seguro - Maurice tomó aliento -. Papá dice que hay cosas, esas cosas que echan tinta, los calamares, que miden cien tos de metros y se comen ballenas enteras.
De nuevo guardó silencio y rió alegremente.
- Yo no creo que exista esa fiera, claro que no. Como dice Piggy, la vida es una cosa científica, pero no se puede estar seguro de nada, ¿verdad? Quiero decir, no de) todo.
Alguien gritó:
- ¡Un calamar no puede salir del agua!
- ¡Sí que puede!
- ¡No puede!
Pronto se llenó la plataforma de sombras que discutían y se agitaban. Ralph, que aún permanecía sentado, temió que todo aquello fuese el comienzo de la locura. Miedo y fieras... pero no se reconocía que lo esencial era la hoguera, y cuando uno trataba de aclarar las cosas la discusión se desgarraba hacia un asunto nuevo y desagradable.
Logró ver algo blanco en la oscuridad, cerca de él. Le arrebató la caracola a Maurice y sopló con todas sus fuerzas. La asamblea, sobresaltada, quedó en silencio. Simón estaba a su lado, extendiendo las manos hacia la caracola. Sentía una arriesgada necesidad de hablar, pero hablar ante una asamblea le resultaba algo aterrador.
- Quizá - dijo con vacilación -, quizá haya una fiera. La asamblea lanzó un grito terrible y Ralph se levantó asombrado.
- ¿Tú, Simón? ¿Tú crees en eso?
- No lo sé - dijo Simón. Los latidos del corazón le ahogaban -. Pero... Estalló la tormenta.
- ¡Siéntate!
- ¡Cállate la boca!
- ¡Coge la caracola!
- ¡Que te den por...!
- ¡Cállate! Ralph gritó:
- ¡Escuchadle! ¡Tiene la caracola!
- Lo que quiero decir es que... a lo mejor somos nosotros.
- ¡Narices!
Era Piggy, a quien el asombro le había hecho olvidarse de todo decoro. Simón prosiguió:
- Puede que seamos algo...
A pesar de su esfuerzo por expresar la debilidad fundamental de la humanidad, Simón no encontraba palabras. De pronto, se sintió inspirado.
- ¿Cuál es la cosa más sucia que hay?
Como respuesta, Jack dejó caer en el turbado silencio que siguió una palabra tan vulgar como expresiva. La sensación de alivio que todos sintieron fue como un paroxismo.
Los pequeños, que se habían vuelto a sentar en el columpio, se cayeron de nuevo, sin importarles. Los cazadores gritaban divertidos.
El vano esfuerzo de Simón se desplomó sobre él en ruinas; las risas le herían como golpes crueles y, acobardado e indefenso, regresó a su asiento.
Por fin reinó de nuevo el silencio.
Alguien habló fuera de turno.
- A lo mejor quiere decir que es algún fantasma.
Ralph alzó la caracola y escudriñó en la penumbra..El lugar más alumbrado era la pálida  playa. ¿Estarían los peques con ellos? Sí, no había duda, se habían acurrucado en el centro, sobre la hierba, formando un apretado nudo de cuerpos. Una ráfaga de aire sacudió las palmeras, cuyo murmullo se agigantó ahora en la oscuridad y el silencio. Dos troncos grises rozaron uno contra otro, con un agorero crujido que nadie había percibido durante el día.
Piggy le quitó la caracola. Su voz parecía indignada.
- ¡Nunca he creído en fantasmas..., nunca! También Jack se había levantado, absolutamente furioso.
- ¿Qué nos importa lo que tú creas? ¡Gordo!
- ¡Tengo la caracola!
Se oyó el ruido de una breve escaramuza y la caracola cruzó de un lado a otro.
- ¡Devuélveme la caracola!
Ralph se interpuso y recibió un golpe en el pecho. Logró recuperar la caracola, sin saber cómo, y se sentó sin aliento.
- Ya hemos hablado bastante de fantasmas. Debíamos haber dejado todo esto para la mañana.
Una voz apagada y anónima le interrumpió.
- A lo mejor la fiera es eso..., un fantasma. La asamblea se sintió como sacudida por un fuerte viento.
- Estáis hablando todos fuera de turno - dijo Ralph -, y no se puede tener una asamblea como es debido si no se guardan las reglas.
Calló una vez más. Su cuidadoso programa para aquella asamblea se había venido a tierra.
- ¿Qué puedo deciros? Hice mal en convocar una asamblea a estas horas. Pero  podemos votar sobre eso; sobre los fantasmas, quiero decir. Y después nos vamos todos a los refugios, porque estamos cansados. No... ¿eres tú, Jack?... espera un momento. Os voy a decir aquí y ahora que no creo en fantasmas. Por lo menos eso me parece. Pero no
me gusta pensar en ellos. Digo ahora, en la oscuridad. Bueno, pero íbamos a arreglar las cosas.
Alzó la caracola.
- Y supongo que una de esas cosas que hay que arreglar es saber si existen fantasmas o no...
Se paró un momento a pensar y después formuló la pregunta:
- ¿Quién cree que pueden existir fantasmas?
Hubo un largo silencio y aparente inmovilidad. Después, Ralph contó en la penumbra las manos que se habían alzado. Dijo con sequedad:
- Ya.
El mundo, aquel mundo comprensible y racional, se escapaba sin sentir. Antes se podía distinguir una cosa de otra, pero ahora... y, además, el barco se había ido.
Alguien le arrebató la caracola de las manos y la voz de Piggy chilló.
- ¡Yo no voté por ningún fantasma! Se volvió hacia la asamblea.
- ¡Ya podéis acordaros de eso! Le oyeron patalear.
- ¿Qué es lo que somos? ¿Personas? ¿O animales? ¿O salvajes? ¿Que van a pensar
de nosotros los mayores? Corriendo por ahí..., cazando cerdos..., dejando que se apague la hoguera..., ¡y ahora!
Una sombra tempestuosa se le enfrentó.
- ¡Cállate ya, gordo asqueroso!
Hubo un momento de lucha y la caracola brilló en movimiento.
Ralph saltó de su asiento.
- ¡Jack! ¡Jack! ¡Tú no tienes la caracola! Déjale hablar.
El rostro de Jack flotaba junto al suyo.
- ¡Y tú también te callas! ¿Quién te has creído que eres? Ahí sentado... diciéndole a la gente lo que tiene que hacer. No sabes cazar, ni cantar.
- Soy el jefe. Me eligieron.
- ¿Y que más da que te elijan o no? No haces más que dar órdenes estúpidas...
- Piggy tiene la caracola.
- ¡Eso es, dale la razón a Piggy, como siempre!
- ¡Jack!
La voz de Jack sonó con amarga mímica:
- ¡Jack! ¡Jack!
- ¡Las reglas! - gritó Ralph - ¡Estás rompiendo las reglas!
- ¿Y qué importa?
Ralph apeló a su propio buen juicio.
- ¡Las reglas son lo único que tenemos! Jack le rebatía a gritos.
- ¡Al cuerno las reglas! ¡Somos fuertes..., cazamos! ¡Si hay una fiera, iremos por ella!
¡La cercaremos, y con un golpe, y otro, y otro...!
Con un alarido frenético saltó hacia la pálida arena. Al instante se llenó la plataforma de ruido y animación, de brincos, gritos y risas. La asamblea se dispersó; todos salieron corriendo en alocada desbandada desde las palmeras en dirección a la playa y después a lo largo de ella, hasta perderse en la oscuridad de la noche. Ralph, sintiendo la caracola junto a su mejilla, se la quitó a Piggy.
- ¿Qué van a decir las personas mayores? - exclamó Piggy de nuevo -. ¡Mira esos!
De la playa llegaba el ruido de una fingida cacería, de risas histéricas y de auténtico terror.
- Que suene la caracola, Ralph. Piggy se encontraba tan cerca que Ralph pudo ver el
destello de su único cristal
- Tenemos que cuidar del fuego, ¿es que no se dan cuenta? Ahora tienes que ponerte
duro. Oblígales a hacer lo que les mandas.
Ralph respondió con el indeciso tono de quien está aprendiéndose un teorema.
- Si toco la caracola y no vuelven, entonces sí que se acabó todo. Ya no habrá hoguera. Seremos igual que los animales. No nos rescatarán jamás.
- Si no llamas vamos a ser como animales de todos modos, y muy pronto. No puedo ver lo que hacen, pero les oigo.
Las dispersas figuras se habían reunido de nuevo en la arena y formaban una masa compacta y negra en continuo movimiento. Canturreaban algo, pero los pequeños, cansados ya, se iban alejando con pasos torpes y llorando a viva voz. Ralph se llevó la caracola a los labios, pero en seguida bajó el brazo.
- Lo malo es que... ¿Existen los fantasmas, Piggy? ¿O los monstruos?
- Pues claro que no.
- ¿Por qué estás tan seguro?
- Porque si no las cosas no tendrían sentido. Las casas, y las calles, y... la tele..., nada de eso funcionaría.
Los muchachos se habían alejado bailando y cantando, y las palabras de su cántico se perdían con ellos en la lejanía.
- ¡Pero suponte que no tengan sentido! ¡Que no tengan sentido aquí en la isla!
¡Suponte que hay cosas que nos están viendo y que esperan!
Ralph, sacudido por un temblor, se arrimó a Piggy y ambos se sobresaltaron al sentir el roce de sus cuerpos.
- ¡Deja de hablar así! Ya tenemos bastantes problemas, Ralph, y ya no aguanto más. Si hay fantasmas...
- Debería renunciar a ser jefe. Tú escúchales.
- ¡No, Ralph! ¡Por favor! Piggy apretó el brazo de Ralph.
- Si Jack fuese jefe no haríamos otra cosa que cazar, y no habría hoguera. Tendríamos que quedarnos aquí hasta la muerte.
Su voz se elevó en un chillido.
- ¿Quién está ahí sentado?
- Yo, Simón.
- Pues vaya un grupo que hacemos - dijo Ralph -. Tres ratones ciegos. Voy a renunciar.
- Si renuncias - dijo Piggy en un aterrado murmullo -, ¿qué me va a pasar a mí?
- Nada.
- Me odia. No sé por qué; pero si se le deja hacer lo que quiere... A ti no te pasaría
nada, te tiene respeto. Además, tú podrías defenderte.
- Tú tampoco te quedaste corto hace un momento en esa pelea.
- Yo tenía la caracola - dijo Piggy sencillamente -. Tenía derecho a hablar.
Simón se agitó en la oscuridad.
- Sigue de jefe.
- ¡Cállate, Simón! ¿Por qué no fuiste capaz de decirles que no había ningún monstruo?
- Le tengo miedo - dijo Piggy - y por eso le conozco. Si tienes miedo de alguien le odias, pero no puedes dejar de pensar en él. Te engañas diciéndote que de verdad no es
tan malo, pero luego, cuando vuelves a verle... es como el asma, no te deja respirar. Te voy a decir una cosa. A tí también te odia, Ralph.
- ¿A mí? ¿Por qué a mí?
- No lo sé. Le regañaste por lo de la hoguera; además, tú eres jefe y él no.
- ¡Pero él es... él es Jack Merridew!
- Me he pasado tanto tiempo en la cama que he podido pensar algo. Conozco a la gente. Y me conozco. Y a él también. A ti no te puede hacer daño, pero si te echas a un
lado, le hará daño al que tienes más cerca. Y ese soy yo.
- Piggy tiene razón, Ralph. Estáis tú y Jack. Tienes que seguir siendo jefe
- Cada uno se va por su lado y las cosas van fatal. En casa siempre había alguna persona mayor. Por favor, señor; por favor, señorita, y te daban una respuesta.  ¡Cómo me gustaría...!
- Me gustaría que estuviese aquí mi tía.
- Me gustaría que mi padre... ¡Bueno, esto es perder el tiempo!
- Hay que mantener vivo el fuego. La danza había terminado y los cazadores regresaban ahora a los refugios.
- Los mayores saben cómo son las cosas - dijo Piggy -. No tienen miedo de la oscuridad. Aquí se habrían reunido a tomar el té y hablar. Así ¡o habrían arreglado todo.
- No prenderían fuego a la isla. Ni perderían...
- Habrían construido un barco... Los tres muchachos, en la oscuridad, se esforzaban en vano por expresar la majestad de la edad adulta.
- No regañarían...
- Ni me romperían las gafas...
- Ni hablarían de fieras...
- Si pudieran mandarnos un mensaje - gritó Ralph desesperadamente -. Si pudieran mandarnos algo suyo..., una señal o algo.
Un gemido tenue salido de la oscuridad les heló la sangre y les arrojó a los unos en brazos de los otros. Entonces el gemido aumentó, remoto y espectral, hasta convertirse
en un balbuceo incomprensible. Percival Wemys Madison, de La Vicaría, en Hartcourt St. Anthony, tumbado en la espesa hierba, vivía unos momentos que ni el conjuro de su
nombre y dirección podía aliviar.

Fragmento de la novela





“Lo que aumenta el saber, aumenta el dolor, y por eso soy tan desgraciado." - Mika Walttari

19 de setiembre de 1908 - Finlandia
Célebre novelista de temas históricos






Sin duda, su obra más conocida y admirada fue ésta. 


Para escribirla, debió haberse informado profusamente acerca del marco histórico en el que el personaje central actuó. Seguramente disfrutó mucho durante esa investigación, ya que le fascinaban los mundos del pasado. Así fue convirtiéndose en un experto sobre culturas antiguas; El Etrusco, Marco el Romano, El senador de Roma, lo confirman.


Con la intención de alentarlos a leer la novela, les ofrecemos hoy un material que inevitablemente leyó Waltari al iniciar su trabajo de planificación de la novela; es más, tal vez fue el estímulo básico, la chispa generadora de su proyecto. 

Se trata del cuento más antiguo que registra la historia de la literatura escrita de la humanidad; data de un período que oscila entre el 1956 y el 1910 A.C.; su título es casi homónimo al de la novela:


El cuento de Sinhué


-Yo era un amigo que seguía a su señor y el que servía a la princesa en el harén del rey, a la gran favorita, a la esposa del rey Sesostris, en Jeneinsut, e hija del rey Amenemhet en Kanefru, Neferu, la muy honrada.

La muerte de Amenemhet I
En el año treinta, el día séptimo del tercer mes de la inundación, el dios ascendió a su horizonte, el rey del Alto y del Bajo Egipto, Sehetepibra. Se proyectó hacia el cielo, se unió con el disco solar y su divino cuerpo fue absorbido en el interior de Aquel que lo había creado. En el palacio reinó el silencio. Se llenaron de luto los corazones. Las dos grandes puertas quedaron cerradas, Los miembros de la corte se postraron con la cabeza inclinada sobre las rodillas. El pueblo lloraba amargamente.

La huida de Sinuhé
Su Majestad había enviado un ejército al país de los Temehu. Su hijo primogénito, el buen dios Sesostris, era jefe de la tropa. Había sido enviado a golpear a los países extranjeros y a castigar a aquellos que estaban entre los Tehenu. Ahora regresaba, trayendo consigo prisioneros de los Tehenu e incalculables rebaños de ganado.

Los amigos de la Corte enviaron al lado occidental para comunicar al hijo del rey lo que había sucedido en palacio. Los emisarios dieron con él por la noche, cuando se hallaba de camino. Sin dudarlo un instante, el halcón voló con su séquito sin avisar a su ejército.

Pero también se habían mandado mensajeros a los demás hijos del rey que le acompañaban en el ejército y se indicó a uno de ellos que no debía decir nada." Yo me encontraba cerca en ese momento y pude escuchar su voz mientras hablaba apartado de los demás. 

Mi corazón se llenó de perplejidad. Mis brazos desfallecieron y todos mis miembros se estremecieron. Me aparté y busqué donde esconderme. Me senté entre dos matorrales para poder apartarme de la vista de cualquiera que transitara por el camino."

Me dirigí hacia el sur pero no tenía intención de regresar a palacio, porque imaginaba que estallaría la guerra y que perdería la vida en los combates que sobrevendrían a continuación. Atravesé las aguas del Maaty, a poca distancia del lugar denominado del Sicomoro. Así llegué a la isla Sneferu y descansé aquel día en el campo. Temprano volví a emprender mi camino. Me encontré entonces con un hombre que estaba situado en mi camino. Me saludó con amabilidad aunque yo tenía miedo de él. Alrededor de la hora de la cena me acerqué a la ciudad de Negau. Crucé las aguas en una barca sin timón, valiéndome del viento de occidente que soplaba, y pasé a oriente de las canteras, a la región de la Señora de la Montaña Roja. Después dirigí mis pasos hacia el norte, hasta llegar a los muros del príncipe, que habían sido edificados para contener a los beduinos y aplastar a los que atraviesan las arenas. Allí me mantuve oculto en una espesura, por temor a que me descubriera el centinela de la muralla que estaba de guardia ese día.

Por la noche continué mi camino y, al rayar el alba, llegué a Petni y descansé en la isla de la Muy Negra. Me sucedió entonces que me asaltó una terrible sed de tal manera que me ahogaba y me ardía la garganta y dije:
-¡ÉEste es el sabor de la muerte!
Pero en ese momento mi corazón se animó y mis miembros recuperaron la fuerza porque oí los mugidos de un rebaño y vi acercarse a los beduinos. El jeque de los beduinos, que había estado en Egipto, me reconoció. Inmediatamente me dio agua, ordenó que cocieran leche para mí." Finalmente le acompañé a su tribu, donde me trataron bien.
Sinuhé traba amistad con el príncipe del Retenu superior

Así fui de región en región. Salí de Biblos y llegué a Kedemi donde residí durante medio año, Nenshi, el hijo de Amu el príncipe del Retenu superior, me dijo:

-Aquí estarás bien, porque oirás hablar en egipcio,

Esto lo dijo porque conocía mi valía y había oído hablar de mi talento. Le habían informado sobre mí algunos egipcios que vivían con él.

Entonces me dijo lo siguiente:

-¿Por qué has venido aquí? ¿Acaso ha pasado algo? ¿Ha sucedido algo en palacio ?

(Yo le contesté:)
-El rey Sehetep-ib-ra ha marchado hacia oriente y luego no se sabe lo que ha sucedido. -Y después añadí astutamente, ocultándole la verdad-: Cuando regresé de la expedición al país de Temehu, se me anunció la noticia y tembló mi corazón. El corazón, que se me salía del pecho me llevó por los caminos del desierto. Sin embargo, nadie había hablado de mí ni me había escupido. No oí ninguna murmuración ni tampoco mi nombre en boca del heraldo. No sé lo que me ha traído a este país. ¡Fue algo similar a un designio de Dios!
(Entonces él respondió:)
-¿Cómo podrá vivir el país de Egipto sin él, sin ese excelente dios, cuyo temor se extendía por los pueblos extranjeros igual que lo hace Sejmet en un año de peste?
-En verdad -le respondí-, su hijo ha entrado en el palacio y ha recogido la herencia de su padre. Es el dios sin rival al que no aventaja nadie, maestro de sabiduría, prudente en sus propósitos, justo en sus normas. Todos van y vienen siguiendo sus órdenes. Ya era él quien conquistaba territorios en el extranjero mientras su padre descansaba en palacio y comunicaba a su padre que se habían llevado a cabo las órdenes que de él había recibido.
Es el fuerte que brega con su brazo, campeón sin rival. Todos lw contemplan cuando ataca al enemigo, cuando ataca a los guerreros.
Quiebra el cuerno del toro enemigo y paraliza sus manos, y los enemigos son incapaces de mantener sus filas en orden frente a él. Hiela la valentía del enemigo y quebranta sus frentes, y nadie se atreve a acercársele. Es un rápido corredor cuando persigue al que huye; no existe salvación para los que vuelven la espalda ante él. Es el corazón firme que soporta los choques,  provoca la huida de los demás y nunca se retira.
Al ver cuántos son sus enemigos, su valor se duplica,
no deja que el desánimo desaliente su corazón. 
Ataca con entusiasmo a las tropas de oriente,
y su gozo está en capturar a los extranjeros.
Embraza el escudo y destroza al enemigo con los pies,
sin que necesite repetir el golpe para causar la muerte. 
Nadie es capaz de desviar su flecha,
ni puede nadie tensar su arco.
Los extranjeros despavoridos huyen ante él,
como frente al poder de la gran diosa.
En la lucha no se detiene,
y combate hasta que el adversario queda reducido a la nada.
Es muy querido, lleno de dulzura,
y ha ganado a muchos mediante el amor.
Su ciudad le ama más que a sí misma
y se goza más en él que en su mismo dios.
Cuando pasan desfilando, hombres y mujeres
le aclaman llenos de júbilo ahora que es rey.
Ha realizado conquistas incluso estando en el vientre de su madre,
la realeza le pertenece desde su nacimiento. 
Es el que ha logrado que sus súbditos se multiplicaran.
Es único, un don de Dios.


¡Qué enorme es el gozo del país gobernado por él!
Él es quien ensancha sus fronteras.
Conquistará las tierras del sur,
y despreciará las regiones del norte.
Ha sido creado para derrotar a los beduinos
y para aniquilar a los pueblos del desierto.
Envíale noticias. Consigue que te conozca.
No pronuncies el juramento que dice: « ¡Maldita sea Su Majestad!». No de ará de hacer el bien a los países que se le sometan.
Él me respondió:

-¡Bienaventurado Egipto, que es regido por un príncipe tan grande! Por lo que se refiere a ti, aquí te encuentras. Permanece a mi lado y me comportaré bien contigo.
Sinuhé vive entre los beduinos

Así me puso a la cabeza de sus hijos y me casó con su hija mayor y permitió que eligiera de entre sus territorios el más selecto, que poseía en la frontera con otro país vecino. Se trataba de una magnífica tierra llamada Yaa. Daba higos y vides. El vino era más abundante que el agita. Era rica en miel y producía mucho aceite de oliva. En sus árboles había frutos de todas las especies. También había avena y trigo y numerosísimos ganados. El príncipe también fue muy generoso al entregarme regalo y me convirtió en jefe de una de las mejores tribus de su país. Así dispuse de pan para comer diariamente, bebida fermentada, y vino para beber, y carne guisada y aves asadas, además de lo que se podía cazar en el páramo. Disponía de lo que me cazaban y además de aquello que me traían mis perros. Me daban muchos pasteles y leche en todo lo que se cocinaba.

Allí me quedé muchos años. Mis hijos se hicieron fuertes y cada uno de ellos llegó a gobernar una tribu. Los mensajeros que se dirigían al norte o al sur, hacia Egipto, se hospedaban en mi casa, porque yo practicaba la hospitalidad para con todo el inundo. Así daba de beber al que tenía sed, mostraba el camino al que se había extraviado y auxiliaba al que había sido robado.
Cuando los beduinos se enfrentaban impulsados por su dignidad con los príncipes del país yo era el que se ocupaba de dirigir sus acciones. El príncipe de Retenu decidió que fuera el general de su ejército durante varios años. Todos los países con los que me enfrenté perdieron sus pastos y sus pozos. Les arrebataba el ganado, capturaba a sus habitantes para convertirlos en esclavos, me llevaba sus provisiones y daba muerte a sus gentes gracias a mi brazo y a mi arco, a mis marchas y a mis planes bien ejecutados, Así me gané el corazón de mi príncipe, que me amó por mi valentía y, cuando vio la firmeza de mi brazo, me colocó a la cabeza de sus hijos.

El duelo
Por aquel entonces llegó un hombre fuerte procedente de Retenu que me desafió en mi tienda, Era un héroe sin igual que había vencido a todos los de Retenu. Afirmó que había venido para combatir conmigo. Instigado por su tribu tenía la intención de robarme y despojarme de mis rebaños, El príncipe discutió la situación conmigo y yo le dije:
-No le conozco. No soy uno de sus amigos para que pueda entrar y salir de su tienda. ¿Acaso en alguna ocasión he abierto su tienda o derribado su muro? Actúa así movido únicamente por la envidia, porque sabe que ejecuto aquello que me ordenas. Soy igual que el toro perdido que cae en medio de otro rebaño y entonces es acometido por el toro de ese rebaño, un buey cuernilargo le ataca. ¿Acaso puede ser querido un extranjero que se ha convertido en jefe? Tampoco lo sería un beduino en el delta. No se puede arar en el mar. Pero si él es un toro de pelea y gusta del combate, yo soy también un toro luchador y no me asusta tener que enfrentarme con él. Si su corazón desea combatir, que diga que eso es lo que desea. ¿Acaso dios ignora lo que ha determinado o, por el contrario, sabe lo que sucede?
Aquella noche preparé el arco, afilé las flechas, saqué el puñal y dispuse las armas. Por la mañana temprano todo Retenu acudió. Vino la mitad del país. Había juntado sus tribus B, 130 pensando en este combate. Entonces avanzó hacia mí, que le esperaba, porque me había situado cerca de él. Todos los corazones latían al verme. Las mujeres e incluso los hombres lanzaban suspiros. Todos los corazones sentían simpatía mí y decían:

-¿Hay otro valiente que pueda combatir contra él?

Apareció con un escudo, un hacha y un puñado de venablos, pero cuando comenzó a utilizar sus armas, sus flechas pasaron hasta la última por mi lado sin herirme. Entonces me atacó pero disparé contra él y mi flecha se clavó en su cuello. Dio un grito y cayó sobre su nariz. Entonces lo rematé con su propia hacha y lancé un grito de victoria sobre su espalda. A continuación todos los asiáticos lanzaron aullidos por mi victoria. Le di las gracias a Mont mientras los partidarios del vencido comenzaban a llorarlo. El príncipe Neneshi, hijo de Amu, me abrazó,
Y de esta manera me apoderé de los bienes y rebaños del vencido. Así le hice lo que él pensaba hacerme a mí. Cogí de todo lo que había en el interior de su tienda y saqueé su campamento. De esa forma me enriquecí, mis tesoros aumentaron y mis rebaños crecieron.

Y esta merced se la otorgó dios a aquel contra el que había estado irritado y al que había dejado vagar por tierra extranjera. Hoy su corazón está lleno de alegría:
En que huyó el fugitivo hubo un tiempo.
Hoy ya se sabe de mí en el palacio.
En que pasé hambre hubo un tiempo.
Ahora obsequio pan a mis vecinos.
Un hombre abandonó, desnudo, su país.
Ahora me visto con vestiduras de lino fino.
Huyó el hombre que no tenía nada.
Ahora tengo una muchedumbre de siervos.
Mi morada es hermosa y mis posesiones son inmensas
y en el palacio se acuerdan de mí.
¡Oh dios, quienquiera que sea que me predestinaste para aquella huida, ten misericordia y llévame de regreso a palacio! ¡Concédeme que pueda volver a contemplar el lugar donde está mi corazón! ¡Qué mayor gozo que el de poder reposar en Egipto, la tierra en que nací!. ¡Auxiliame! Se ha producido un evento feliz: el dios me ha otorgado su gracia. i Quizá me prepare un buen fin, aunque le haya ofendido! ¡Que el dios se apiade de aquel que se vio forzado a morar en tierra extranjera! Si el dios está aplacado, que escuche la plegaria de un exiliado y que devuelva esta mano que me ha hecho llevar una vida errante al lugar de donde la sacó.
¡Que me sea propicio el rey de Egipto, para vivir de su gracia, para realizar en su palacio los deseos de la reina y atender a las órdenes de sus hijos! ¡Ah, que mi cuerpo recupere la juventud, porque se ha hecho viejo y el mal lo ha alcanzado.

Los ojos me pesan, los brazos carecen de fuerza, los pies se resisten a obedecer mis órdenes, mi corazón ya está cansado y se acerca el día en que me conducirán a las ciudades de la eternidad. Quiero servir a la que es Señora y dueña de todo. ¡Ojalá mi señora quiera referirme lo que complace a sus hijos y otorgarme una eternidad superior a mí!

Se habló a Su Majestad, el rey del Alto y del Bajo Egipto, Jeperkara sobre la situación en que me encontraba y Su Majestad tuvo a bien enviarme regios presentes, como los que envía a los príncipes de otro país, para que su siervo se gozara. También me escribieron sus regios hijos que están en palacio.

El decreto del rey
Copia del decreto enviado a este humilde siervo en relación con su regreso a Egipto:
«Horus Repetidor de nacimientos las dos diosas, repetidoras de nacimientos; el señor del Alto y del Bajo Egipto, jeperkara, hijo de Ra, Amenemhet, que vive por siempre y eternamente.
»Orden del rey para su amigo Sinuhé. He aquí que se te cursa orden del rey para que sepas lo siguiente: has viajado por países extranjeros desde Kedem a Retenu Has pasado de uno a otro país conforme a los consejos de tu propio corazón. ¿Acaso has cometido alguna acción para temer que se te castigue? No has blasfemado de manera que hubiera que oponerse a tus palabras, ni tampoco has provocado oposición en las discusiones de los consejeros de manera que hubiera que actuar en contra de tus intenciones. Te has marchado únicamente por lo que tú has pensado, pero no porque yo tuviera algo contra ti en mi corazón. La reina, tu cielo, que vive en palacio, continúa allí y prospera y comparte el gobierno del país. En cuanto a sus hijos moran en la parte reservada del palacio, Te hartarás de riquezas, vivirás de los presentes que se te otorguen. Regresa a Egipto para que contemples el palacio en que creciste, para que beses la tierra ante las dos puertas y puedas reunirte con los amigos  Ya has comenzado a envejecer, has perdido tu fuerza viril. Piensa en el día del embalsamamiento, en citando serás conducido a la bienaventuranza eterna. Se te consagrará una noche con aceite de cedro y las manos de Tait te colocarán las bandas. Se formará una comitiva fúnebre el día de tu sepultura. Tu envoltura de momia será de oro con la cabeza de lapislázuli y, se colocara sobre ti un baldaquino cuando 
hayas sido situado en el sarcófago. Serás arrastrado por bueyes y precedido por cantores. Se real¡zarán las danzas de los Muu a la puerta de tu sepultura; se recitarán las invocaciones de sacrificio y se inmolarán víctimas cerca de tu estela. Las pilastras de tu tumba serán de piedra blanca en medio de las tumbas de los hijos del rey. No, no morirás en tierra extranjera, no te sepultarán asiáticos ni serás introducido dentro de una piel de carnero ni se te convertirá en un túmulo informes. Ya es muy tarde para que sigas llevando tina vida errante. Cuida, por lo tanto, de tu muerte y regresa.»

La respuesta de Sinuhé
Esta misiva me llegó cuando me encontraba en medio de mi tribu. Cuando me la leyeron, me eché sobre el vientre, toqué el polvo y Me lo lancé sobre los cabellos. Corrí gozoso por el campo mientras gritaba de alegría:

-¿Cómo puede ser que se conceda esta gracia a un siervo a quien el corazón llevó a marcharse a tierras extranjeras? ¡Qué deliciosa es la compasión que me libra de la muerte! Tu ka va a permitir que mi vida concluya en la corte.
Copia del acuse de recibo de esta misiva:
«El siervo del palacio, Sinuhé, dice: ¡En paz! Es maravilloso que Tu ka conozca la huida que llevó a cabo inconscientemente tu humilde siervo; oh, buen dios; oh, señor de los dos países; amado de Ra y ensalzado por Mont, señor de Tebas, Amón, señor de los tronos de los dos países, Sobek Ra, Horus, Hathor, Atom con sus nueve dioses, Soped, Nefer-bau, Semseru el Horus oriental, la Señora de Buto que se ha ceñido a tu cabeza, el consejo que está sobre las aguas Min-Horus, que mora en las regiones desiertas, Wereret, señora de Punt, Nut, Haroeris los dioses y señores de Egipto y de las islas del Gran Verde, ¡que todos ellos proporcionen vida a tu nariz, te recuerden en sus dones, te otorguen eternidad sin límites y tiempo perdurable sin fin!
»Que el pavor que provocas se extienda por las llanuras y los montes, ya que has dominado todo lo que el sol abarca en su carrera. Este ruego de este humilde siervo va dirigido a su señor, al que salva del Amenti. El señor de la sabiduría, que conoce a sus súbditos, se ha percatado en el secreto del palacio de que este humilde siervo temía hablar, porque era un tema delicado para tratarlo. Sin embargo, el gran dios imagen de Ra le ha proporcionado inteligencia para hablar contigo. Su Majestad es el Horus vencedor, y tus brazos son poderosos cuando se enfrentan con todos los países.
»Ahora ruego a Su Majestad que ordene que le traiga a Mek¡ de Kedemi, Jentiu-Iaush de Jentekeshu, y a Menus del país de los Feneju. Todos ellos son príncipes famosos que te, aman y se han engrandecido gracias a tu amor. No hace falta que mencione a Retenu, ya que es tan tuyo como lo son tus perros.

»La huida que tu siervo llevó a cabo no fue intencionada, Ni la había pensado ni la preparé. Ignoro lo que me sacó de donde me encontraba. Fue como un sueño, como si un hombre que está en el delta se encontrara de repente en Elefantina o un hombre que se halla en los pantanos se viera en Nubia. No tenía nada que temer. No me perseguían. No había oído nada malo que se relacionara conmigo, Mi nombre no estaba en la boca del heraldo. A pesar de esto, mi cuerpo tembló, mis pies sintieron impaciencia, mi corazón me condujo y el dios que me predestinó a la huida me impulsó. No he huido por contumacia, y el que conoce su país siente el temor porque Ra ha extendido el temor por ti en el país y el pavor en todas las regiones extranjeras. 

Tanto si me encuentro en palacio como si me hallo en este lugar, tú eres el que puede oscurecer este horizonte.69 El Sol sale en obediencia a tu orden, el agua del río es bebida cuando tú lo deseas y el aire del cielo es respirado cuando tú lo ordenas.

Este humilde siervo abandonará las funciones de visir que este humilde siervo ha desempeñado en este lugar.
»Lo que Su Majestad desee hará, porque vivimos gracias al aire que tú nos concedes. ¡Que Ra, Horus y Hator amen tu excelsa nariz, para que viva eternamente de acuerdo con el deseo de Mont, señor de Tebas!»

Sinuhé regresa a Egipto
Entonces vinieron a buscar a este humilde servidor. Aún permanecí un día en Yaa Entregué todos mis bienes a mis hijos Mi hijo mayor se quedó a cargo de mi tribu y recibió mi tribu y todas mis posesiones, mis siervos, todos mis ganados, mis frutos y todos mis árboles frutales.
Después este humilde siervo se dirigió hacia el sur y se detuvo en los cruces de Horus. El general que estaba a cargo de las fuerzas de la frontera envió a un mensajero a palacio para informar de mi llegada. Entonces Su Majestad envió a un diligente intendente de los campesinos de la casa del rey, seguido por barcos repletos de regalos regios para los beduinos que me habían acompañado y conducido hasta los cruces de Horus. Los presenté llamando a cada uno de ellos por su nombre.
Los sirvientes se pusieron a realizar su labor. Por mi parte, me puse en camino e icé las velas. Se amasó y filtró 14 en mi presencia hasta que llegué a la ciudad de Itu

Sinuhé en la corte
Cuando amaneció a la mañana siguiente, acudieron a llamarme. Diez hombres vinieron y diez hombres me llevaron a palacio. Toqué el suelo con la frente entre las esfinges. En la puerta me esperaban los hijos del rey. Por lo que se refiere a los Amigos que estaban ya introducidos en la sala hipóstila, me condujeron a la gran sala. Allí se encontraba Su Majestad, en el gran trono de oro colocado en un nicho. Me arrojé sobre mi vientre, perdiendo todo conocimiento en su presencia, aunque el dios me saludó con amabilidad. Sin embargo, yo era como el que es atrapado por la oscuridad de la noche que cae. Mi alma desfalleció, mi cuerpo tembló, mi corazón dejó de estar en mi pecho y no sabía si estaba vivo o muerto.

Entonces Su Majestad le dijo a uno de estos Amigos:
-Levántale para que pueda hablar. -Después Su Majestad añadió-: He aquí que has regresado después de haber recorrido los países extranjeros tras tu huida. La vejez se ha apoderado de ti y has alcanzado la ancianidad. No es cuestión de escasa importancia que tu cadáver sea sepultado y no lo entierren los extranjeros. No te agites, no te agites contra ti mismo. Hombre silencioso. No hablas aunque se pronuncia tu nombre."
Tuve miedo del castigo y repliqué como un hombre atemorizado:
-¿Qué me dice mi señor? Desearía responderle pero no puedo. Sobre mí pesa la mano de dios. Me invade un temor como el que me impulsó a la desdichada huida. Aquí me encuentro postrado ante ti. Mi vida es tuya. Obre Su Majestad a su arbitrio.


Se ordenó entonces aparecer a los hijos del rey, y Su Majestad le dijo a su real esposa:
-Mira. Sinuhé ha regresado convertido en un asiático, en un verdadero hijo de beduinos."'
La reina lanzó entonces un grito y los hijos del rey prorrumpieron en alaridos diciendo a Su Majestad:
-No puede ser él, no es cierto, oh rey, mi señor,
-Es cierto que se trata de él -repuso Su Majestad.
Habían traído sus collares, sus crótalos y sistros y se le hizo entrega de ellos a Su Majestad.
-Coloca tus manos sobre algo bello, rey eterno, ornamento de la Señora del Cielo. ¡Que la diosa de oro ponga vida en tu nariz y que la Señora de las estrellas te acompañe! ¡Que la corona del sur vaya corriendo río abajo, y la corona del norte, río arriba, y ambas estén unidas y se junten cuando lo ordene Su Majestad! ¡Que la serpiente ciña tu frente! ¡Que puesto que has salvado a tus súbditos del mal, Ra te sea propicio, oh señor de los dos países! ¡Alabanza a ti y a la Señora!. Arranca tu cuerno y saca tu flecha. Infunde aliento en el que no lo tiene y otórganos un hermoso presente festivo en la persona de este jefe, hijo de Mehyt, de este extranjero nacido en Egipto. Si emprendió la huida, fue porque te tenía miedo; si abandonó el país, se debió a que te temía. Pero el rostro que ha contemplado la faz de Su Majestad no palidece, y el ojo que te ha visto ya ha perdido el temor.
Entonces Su Majestad dijo:
-Que no tema ni se deje arrastrar por el pavor. Será un amigo entre los consejeros y lo situaré en medio de los cortesanos. Llevadlo al pabellón de la mañana para servirle.

Sinuhé espera la llegada de la muerte.

Cuando salí del pabellón, me estrecharon la mano los hijos del rey y nos fuimos a la doble gran puerta. Me instalaron en la casa de uno de los hijos del rey, repleta de grandiosas riquezas. Allí había una sala fresca e imágenes divinas del horizonte. Había también cosas preciosas que pertenecían al tesoro. En cada habitación había vestiduras de lino procedentes del guardarropa regio, así como mirra y aceite fino del rey y de los nobles a los que ama. Y todos los sirvientes atendían a su labor. Me quitaron años del cuerpo, me cortaron el pelo y me peinaron. Así fueron al desierto la suciedad y las ropas bastas del que camina por la arena. Me vestí con las ropas delicadas de lino y fui ungido con fino aceite, Dormí en una cama y abandoné la arena para los que viven en ella y el aceite de árbol a los que se frotan con él.
La casa de campo que me asignaron había estado en posesión de un Amigo. En su reconstrucción trabajaron muchos artesanos y todos sus árboles fueron plantados de nuevo. Diariamente, me traían la comida de palacio tres o cuatro veces, sin incluir la que generosamente me entregaban continuamente los hijos del rey.

Me erigieron una pirámide de piedra en medio de las pirámides. El maestro de los talladores de piedra para las pirámides dirigió la construcción en el terreno qué se le había reservado, el maestro de pintores la decoró, el escultor la esculpió y los mejores artesanos trabajaron en ella. El mobiliario más selecto del que se pone en las tumbas se tuvo buen cuidado de disponerlo en la mía. Me asignaron servidores del Ka. Se me aparejó un terreno funerario, que contaba con huertos y un jardín, frente a mi tumba, igual que se hace con un Amigo de primer rango. Mi estatua fue cubierta de oro, con un faldellín de oro fino. La encargó Su Majestad en persona. A ningún hombre corriente se le otorgaron favores semejantes. Y así permanecí en la gracia del rey hasta que llegó el día de mi fallecimiento.

                                                                                                                                  Anónimo




Museo del Louvre