sábado, 26 de julio de 2014

«Un hombre de mi intensidad espiritual no come cadáveres» - George Bernard Shaw



Es considerado el autor teatral más significativo de la literatura británica posterior a Shakespeare. Fue un incisivo crítico social  y el mejor crítico teatral y musical de su generación.


Su pieza cómica Pigmalión (1913), que se presenta como una comedia divertida e ingeniosa, fue escrita como introducción didáctica a la fonética, pero en realidad trata del amor y contiene numerosos elementos de crítica social, como la explotación de un ser humano por parte de otro.  La obra obtuvo un éxito inmediato.

El mito-
Pigmalión, rey de Chipre, además de ser sacerdote y rey, era también un magnífico escultor. Su obra superaba en habilidad incluso a la de Dédalo, el célebre constructor del laberinto. Durante mucho tiempo, Pigmalión había buscado una esposa, cuya belleza correspondiera con su idea de la mujer perfecta. Al fin decidió que no se casaría, y dedicaría todo su tiempo y el amor que sentía dentro de sí a la creación de las más hermosas estatuas. Ofrecería después sus obras maestras a Afrodita. Era tal la fuerza del sentimiento y de la inspiración cuando trabajaba el mármol, que su mano parecía guiada por un poder mágico. La primera estatua fue la de una joven, a la que llamó Galatea, tan perfecta y tan hermosa, que Pigmalión se enamoró de ella perdidamente. Soñó que la estatua cobraba vida.

Ovidio poetizó así el mito en el libro X de las Metamorfosis: «Pigmalión se dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente, como la cera del monte Himeto se ablanda a los rayos del sol y se deja manejar con los dedos, tomando varias figuras y haciéndose más dócil y blanda con el manejo. Al verlo, Pigmalión se llena de un gran gozo mezclado de temor, creyendo que se engañaba. Volvió a tocar la estatua otra vez, y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los dedos.»
Pigmalión despertó: en lugar de la estatua se hallaba Afrodita en persona, que le dijo «Mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal».





























Henrik Pontoppidan

24 de julio de 1857- Dinamarca
Escritor, ingeniero, docente, periodista.

Premio Nobel 1917

El vuelo del águila


“Esta es la historia de la joven águila que unos niños encontraron cuando no era más que una cría de pico amarillo. La llevaron a la vieja granja del párroco, donde personas bondadosas la cuidaron, llegando a tomarle tanto cariño que más tarde no fueron capaces de separarse de ella. Como el patito feo del cuento, creció entre patos que graznaban, gallinas que cacareaban y ovejas que balaban, y tan bien fue amoldándose a este entorno que se hizo grande y hermosa, e incluso —como decía el párroco— estaba echando barriga […].

Así había vivido algunos años cuando el viejo párroco enfermó y murió y, en la confusión que se adueñó de la granja, se fueron olvidando de ocuparse del ave regia, Klaus, como buenamente se le había bautizado […].

Como tantas veces antes, había estado soñando, melancólico, encima de su cercado y, en un arranque de vago afán de libertad, extendió las alas al vuelo; pero en lugar de desplomarse sobre el empedrado como en otras ocasiones, se había remontado por los aires con tal ímpetu que, completamente aterrado, se había apresurado a encontrar dónde posarse.

Y ahora estaba allá arriba, encaramado al alto caballete, totalmente aturdido por lo que había sucedido. Nunca antes había visto el mundo desde una posición tan elevada. Emocionado, volvía la cabeza ora a un lado, ora al otro hasta que, irresistiblemente atraído por el azul del cielo y por las nubes que lo surcaban, extendió nuevamente las alas y se dejó elevar... primero probando cautelosamente, pronto más atrevido, más seguro… después de lo cual, al instante se remontó con un salvaje grito de júbilo trazando un gran arco en el firmamento. De repente sintió que era águila […].

Algo silba de repente en el aire por encima de él. Una hembra de águila de pecho blanco describe círculos bajo el ardiente cielo del crepúsculo. Durante unos momentos permanece con el cuello estirado reflexionando sobre esta insólita visión. Pero bruscamente acaba con toda su indecisión. Entre el poderoso fragor de sus alas extendidas levanta el vuelo y al instante está junto a ella. Y aquí empieza una salvaje persecución sierra adentro… Ella siempre delante y por encima, Klaus algo fatigado a la zaga, fondón y jadeante.

En seguida están entre las cumbres. Todavía brilla el sol en las cimas más altas, mientras, sobre las laderas, ellos surcan la neblina del crepúsculo. De abajo le llega el sombrío susurro de los extensos bosques y el estruendo de los torrentes en las profundas gargantas […]. Pero más alto, cada vez más alto asciende ella, más y más se aventura por encima de las arreboladas lomas, atrayente, seductora.
Han ido a parar a un interminable pedregal donde formidables peñascos yacen caóticamente amontonados unos sobre otros como despojos de una torre de Babel derruida. Entonces, inesperadamente, se despliega el panorama ante ellos. Por encima de las nubes a la deriva, emerge como una ensoñación el reino sobrenatural de las nieves perpetuas, no mancilladas por el paso de ningún ser vivo, morada sólo de las águilas y del inmenso silencio. En las alturas, el último fulgor del día parece dormitar sobre la nieve blanca. Por detrás aparece el cielo azul oscuro cuajado de serenas estrellas.

Despavorido, Klaus ha detenido su vuelo y se ha posado en una roca. Estremeciéndose por el frío y el hielo, se queda con los ojos fijos en este blanco paisaje espectral, en esas enormes estrellas que le hacen guiños desde lo alto a través de la oscuridad como malévolos ojos felinos.

Después de su irreflexivo vuelo, no llegó a la granja hasta la mañana siguiente. Durante algunos instantes sobrevoló el entrañable hogar que lo había visto crecer, como para convencerse de que todo continuaba como antes. Entonces descendió lentamente. Pero iba a suceder una desgracia. El mozo del establo, que lo había visto por casualidad y que aún no había tenido noticia de la desaparición de Klaus, había entrado precipitadamente a buscar su escopeta y se había apostado detrás de un tronco para disparar sobre el supuesto ladrón de gallinas tan pronto como hubiera descendido lo suficiente.

Sonó el disparo. Se vieron desperdigarse por el aire algunas plumas, y el cuerpo sin vida de Klaus se hundió como una piedra en el lodazal. Y es que, de nada sirve el haber nacido de un huevo de águila cuando se ha crecido en el corral de los patos”.


Pontoppidan, Henrik. (2011) (Cien del mundo). México: Conaculta.


De: http://www.conafe.gob.mx