Me acerqué al árbol sin
tener mucha idea de qué hacer allí, me senté a sus pies, apoyé mi espalda en su
tronco y sentí el sostén de alguien que te ama.
Miré al firmamento y
rememoré toda su vida, desde el día en que nació hasta ese en que murió... una
vida breve…pero que me dejó tanto.
Fue en su memoria que
plantamos este árbol y hoy, diez años después, me encuentro bajo su sombra,
percibiendo su aroma y viendo la belleza de sus primeras flores.
Detrás de mí, el ruido...
el ruido ensordecedor de los autos que pasan corriendo, quién sabe detrás de
qué sueño.
Frente a mí, la rambla; son
su paz y profundidad que me inundan el alma.
Dentro de mí, tu recuerdo -inmenso,
intocable, maravilloso-entristeciendo y alegrando mi corazón a cada momento,
según sea la imagen evocada.
Cierro los ojos, respiro
hondo y veo tu sonrisa pícara y cómplice…
Con eso me quedo, con tu
sonrisa, la que ni el bullicio de la ciudad, ni el silencio del mar pueden
tocar... y me recuesto en el ibirapitá, que me hace sentir bien y segura,
porque es la única materialialidad que nos une, la que después de mí, seguirá
siendo testimonio de la fuerza del Milagro de la Vida.
María del
Pilar Ríos
Taller de Pasiones Literarias