sábado, 4 de octubre de 2014

"Mi vida, más que la vida de cualquiera que haya conocido, ha transcurrido en medio de la soledad y la errancia" -Thomas Wolfe

3 de octubre de 1900- Estados Unidos
Escritor y periodista.

Sólo los muertos conocen Brooklyn


No hay un solo mortal que se conozca Brooklyn de punta a punta porque a un tipo, le llevaría la vida entera poder andar por esta ciudad de m. . .

Así que como le digo, estoy esperando que llegue el tren cuando lo veo al tipo éste grande parado ahí, es lo primero que veo. Bueno, tiene una cara fiera, sabe, y se nota que ha tomado bastante, pero todavía aguanta: habla claro y camina bastante derecho. Entonces, este tipo grande se acerca al tipo bajito que está parado ahí y dice: “¿Cómo se va hasta la Avenida Dieciocho y la calle Sesenta y Siete?”, le dice.

—¡Uy, Dios! ¡Me embromó, jefe! —le dice el bajito—. Yo no hace mucho que estoy acá —dice-—. ¿Por dónde queda? ¿Más o menos por el barrio Flatbush?

—No, —dice el tipo grande—. Está por el Bensonhurst. Pero nunca anduve por ahí. ¿Cómo se llega?

—¡Dios! —dice el bajito, rascándose la cabeza, sabe, se veía que el bajito no conocía el camino—. Me embromó, jefe. Nunca lo sentí nombrar. ¿Alguno de ustedes sabe dónde queda? —me dice.

—Seguro —le digo— queda en el Bensonhurst. Se toma el expreso de la Cuarta Avenida, se baja en calle Noventa y Nueve, ahí agarra el local costero, se baja en la Avenida Dieciocho y la Sesenta y Tres y de ahí camina cuatro cuadras, Eso es todo lo que tiene que hacer —le digo.

—¡Nooo! —se mete a decir un vivo que yo no había visto antes—. ¿De qué hablás ? —dice. Era muy vivo, ¿sabe?— ¡Ese tipo está loco! Ahora le voy a decir lo que tiene que hacer —le dice al tipo alto—. Se toma la línea del West End en la Treinta y Tres —le dice. Se baja en New Utrecht y la Avenida Dieciséis —dice—. Camina dos cuadras más y cuatro para arriba —dice— y llega justito— Un tipo vivísimo, ¿sabe?

—¿ Ah, sí? —le digo. ¿Y quién se lo dijo? —me dio rabia que se hiciera tanto el vivo, ¿Cuánto hace que vive acá? —le digo.

—Toda mi vida —me dice—. Nací en Willianisburgh —dice—. Y sobre esta ciudad le puedo decir unas cuántas cositas que seguro usted no escuchó antes —dice.

—¿Ah, sí? —le digo.

Y él dice: Sí.

—¡Ah, bueno! ¡Así que usted me puede decir cosas sobre esta ciudad que nadie ha escuchado jamás! Claro, a lo mejor las sueña de noche —le digo—, antes de dormirse, como quien recorta muñequitos de papel, o esas cosas.

—¿Ah, sí? —me dice-. Vos sos muy vivo, ¿no?

—Ah, no sé —le digo. La cabeza todavía no me la usaron para la estatua de Lincoln —le digo—. Pero soy lo bastante vivo para saber cuándo hablo con un mentiroso.

—¿Si? —dice—. un vivo, ¿eh? Sos tan piola que cualquiera de estos días alguno te va a arruinar la cara —dice—. De vivo que sos.

Bueno, llegó mi tren, que si no ahí mismo le doy una trompada, pero cuando vi que el tren llegaba le dije nada más que: “¡Chau, pesado! Siento mucho pero no me puedo quedar para ocuparme de vos. Espero encontrarte pronto, en el cementerio, espero”. Y entonces agarro y le digo al tipo alto, que se había quedado ahí todo el tiempo. “Venga conmigo”, le digo. Entonces cuando se sube al tren le digo, “¿A qué lugar de Bensonhurst va?”, “¿Qué dirección busca?”, le digo. Sabe, pensé que si me decía la dirección a lo mejor le podía ayudar a encontrarla.

—No —me dice—, no busco ninguna dirección, No conozco a nadie en el barrio.

—¿Y entonces para qué va? —le digo.

—Ah —dice el tipo—, voy a ver el lugar. Me gusta el nombre, me gusta como suena, Bonsonhoist, ¿sabe? así que pensé en ir y mirar un poco.

—¿Qué está tratando de enchufarme? —le digo—. ¿Me está cargando? —Sabe, pensé que se quería hacer el vivo conmigo.

—No —me dice—, le estoy diciendo la verdad. Me gusta salir a conocer lugares con nombres lindos, como ése. Me gusta salir y conocer toda clase de lugares —dice.

—¿Y cómo sabe que existe ese lugar —le digo— si no estuvo antes?

Ah, —dice—. Tengo un mapa.

—¿Un mapa? —le digo.

—Seguro —dice—. Tengo un mapa donde están todos estos lugares. Lo traigo cada vez que vengo por acá.

Y, ¡dios mío! al mismo tiempo se lo saca del bolsillo. Lo tiene ahí, es la pura verdad, un gran mapa de toda la ciudad de m... con todos los caminos marcados. Sabe, Nueva York Este y Flatbush, Bensonhurst, Brooklyn del Sur, las Lomas, Bay Ridge, Greenport, todos los cochinos lugares, ¿no los tiene ahí mismito en el mapa?

—¿Ha estado en alguno de estos lugares? —le digo.

—Claro, en la mayoría —dice—. Anoche justo estuve en Red Hook.

—¡Uy, Dios! ¡Red Hook! —le digo—. ¿Y qué fue a hacer?

—Oh, —dice —no mucho. Caminar un poco. Fui a un par de sitios a tomar una copa, pero casi todo el tiempo anduve caminando por ahí.

—¿Y nada más que caminar? —le digo

—Claro —dice—, mirando cosas, ¿sabe?

—¿Adónde fue? —le pregunto.

—Ah, —dice— no sé el nombre de los lugares pero puedo encontrarlos en el mapa. Una vez anduve caminando por unos campos enormes donde no había ni una casa —dice—, pero a lo lejos se veían los barcos, con las luces prendidas. Estaban cargando. Entonces atravesé todo el campo, y llegué donde están los barcos.

—Seguro —le digo—. Ya sé donde estuvo. Usted estuvo en Erie Basin.

—Sí —dice—. Creo que se llamaba así. Había de esos grandes elevadores y grúas y estaban cargando los barcos y vi unos barcos en muelle seco, todos iluminados, así que me atravesé el campo para llegar hasta allí, —dice.

—¿Y entonces qué hizo? —le digo.

—Ah —dice— nada. Después de un rato me volví otra vez a campo traviesa y fui a un par de lugares a tomar una copa.

—¿Y no pasó nada cuando estaba allí? —le digo.

—No —dice—. Casi nada. Un par de borrachos en uno de los lugares empezaron a pelear, pero los sacaron afuera a los empujones —dice— y entonces uno de los tipos empezó a querer volver, pero el patrón saca su bate de baseball de abajo del mostrador y entonces el tipo se va.

—¡Mi dios! —digo—. ¡Red Hook!

—¡Seguro! —dice—. Fue justo ahí.

—Bueno, no vuelva otra vez —le digo—. No se meta más ahí.

—¿Por qué? —dice—. ¿Qué tiene de malo?

—Y —le digo— es un buen lugar para estar lejos, un buen lugar para no ir nunca.

—¿Por qué? ¿Por qué es malo?

¡Dios santo! Qué se puede hacer con un tipo tan bruto como ése! Me avivé que no servía para nada hablarle de nada, no iba a entender lo que le decía, así que le dije: “No, nada. Que puede perderse, nada y más”.

—¿Perderme? —me dice—. No, cómo me voy a perder, tengo el mapa.¡Un mapa! ¡Red Hook! ¡Dios mío!

Y entonces el tipo empieza a hacerme un montón de preguntas idiotas: qué tamaño tiene Brooklyn y si yo sé cómo llegar a todas partes y cuánto tiempo le llevaría a un tipo conocerla toda.

—¡Oiga! —le digo—. Sáquese esa idea de la cabeza ya mismo —le digo—. Nunca va a poder conocer todo Brooklyn. Ni en cien años —le digo—. Yo he vivido acá toda mi vida y ni siquiera sé lo que hay que conocer, así que cómo quiere conocer usted la ciudad —le digo—, si ni siquiera vive acá?

—Sí —me dice— pero yo tengo un mapa para poder encontrar el camino.

—¡Qué mapa ni mapa —le digo—, cómo va a conocer Brooklyn con un mapa!

—¿Sabe nadar? —me dice así no más. ¡Dios mío! Entonces, sabe, me, di cuenta de que el tipo estaba un poco chiflado. Había tomado mucho, claro, pero tenía esa mirada de loco que no me gustaba nada—. ¿Sabe nadar? —me dice.

—Seguro —le digo—. ¿Usted no?

—No —me dice—. Una brazada o dos. Nunca aprendí bien.

—Bueno, es fácil —le digo—. No necesita más que un poco de confianza. Yo sabe cómo aprendí, mi hermano mayor me tiró del muelle un día, vestido y todo. Yo tenía ocho años. “Nadá” me dijo. “Vas a tener que nadar o ahogarte” Y créamelo, ¡nadé! Cuando no hay más remedio que hacerlo, se hace. Lo único que se necesita es confianza. Y una vez que usted aprende —le digo— no tiene que preocuparse de nada. No se olvida nunca. Es algo que se le queda para toda la vida,

—¿Usted nada bien? —me dice.

—Como un pez —le contesto—. En el agua soy igual que un pez. Aprendí a nadar en los muelles con todos los otros chicos.

—¿Y qué haría si viera un hombre ahogándose? —me dice el tipo.

—¿Qué haría? Bueno, me tiro y lo saco —le digo—. Eso es lo que haría.

—¿Vio alguna vez ahogarse a un hombre? —me dice.

—Seguro —le digo—. Vi a dos. Las dos veces en Coney Island. Se alejaron mucho y ninguno de los dos sabía nadar. Se ahogaron antes de que nadie tuviera tiempo de llegar.

—¿Qué pasa con la gente cuando se ahoga acá? —dice.

—¿Acá dónde? —le digo.

—Acá en Brooklyn.

—No entiendo qué quiere decir —le digo—. Nunca oí que nadie se ahogara acá en Brooklyn, no sé, a menos que quiera decir en una pileta de natación. No se puede ahogar en Brooklyn —le digo— Tiene que ahogarse en otra parte. en el mar, donde haya agua.

—Ahogarse —dice el tipo mirando el mapa—. Ahogarse—. ¡Dios mío! Me di cuenta de que era una especie de tarado, tenía esa mirada de loco cuando te miraba y uno no sabía con qué se iba a descolgar. Así que cuando llegamos a una estación que no era mi parada, me bajé lo mismo y esperé el otro tren.

—¡Bueno, hasta la vista, jefe! —le digo—. Tómeselo con calma!

—Ahogarse —dice el tipo, mirando el mapa—. Ahogarse.

¡Dios mío!, pensé mil veces en el tipo desde entonces y me pregunto qué le habrá pasado cuando fue a conocer Bensonhurst porque le gustaba el nombre. ¡Caminar por Red Hook de noche solo, mirando su mapa! ¿Cuánta gente vi ahogarse en Brooklyn? ¡Cuánto tiempo tardaría un tipo con un buen mapa en conocer todo lo que hay que conocer en Brooklyn!

¡Dios mío! ¡Qué tarado era! De todos modos me pregunto cómo le habrá ido. A lo mejor le dieron un golpe en la cabeza o todavía está viajando en el subte, en medio de la noche con su mapita! ¡Pobre tipo! ¡Diga, uno se muere de risa cuando piensa en tipos como ése! A lo mejor ya se avivó que no va a vivir bastante como para conocer todo Brooklyn. Un tipo necesitaría toda la vida para conocer Brooklyn de punta a punta. Y ni así la conocería usted toda.

De: http://archivo.lavoz.com.ar




De la mano de Gerardo Diego: Matilde Camus

1919-2012- España
Poeta.
Alumna de Gerardo Diego.

Yo soy de la Montaña


Yo soy de la Montaña vertebrada
llena de húmedos pulsos de rocío,
de campos soñadores,
de arroyos cantarines y de ríos;
de casonas hidalgas
y de ruido de albarca en los caminos.

Yo soy de esta vestida tierra herbosa
donde el sol nos envuelve con cariño,
donde la bruma besa nuestros rostros
y las playas se aroman con sus pinos.

Soy de estas costas, duras y norteñas,
donde se encrespa el mar embravecido,
donde hay temblor de algas
bajo espumas de armiño.

Yo soy de la ladera más hermosa
de nuestro litoral santanderino.
Aquí la primavera es voz mojada
rompiéndose en fulgores y estallidos.


De: http://superbeto69.blogspot.com


Santander, tierra de Gerardo y Matilde.


“Como un guante famélico el día se me escapa de los dedos”.- Gerardo Diego

3 de octubre de 1896- España
Poeta y propulsor de
la Generación del 27.

Mujer de ausencia


Mujer de ausencia,
escultura de música en el tiempo.
Cuando modelo el busto
faltan los pies y el rostro se deshizo.
Ni el retrato me fija con su química
el momento justo.
Es un silencio muerto
en la infinita melodía.
Mujer de ausencia, estatua
de sal que se disuelve, y la tortura
de forma sin materia.



Quisiera ser convexo...


Quisiera ser convexo
para tu mano cóncava.
Y como un tronco hueco
para acogerte en mi regazo
y darte sombra y sueño.
Suave y horizontal e interminable
para la huella alterna y presurosa
de tu pie izquierdo
y de tu pie derecho.
Ser de todas las formas
como agua siempre a gusto en cualquier vaso
siempre abrazándote por dentro.
Y también como vaso
para abrazar por fuera al mismo tiempo.
Como el agua hecha vaso
tu confín - dentro y fuera - siempre exacto.



Una a una desmonté las piezas de tu alma...


Una a una desmonté las piezas de tu alma.
Vi cómo era por dentro:
sus suaves coyunturas,
la resistencia esbelta de sus trazos.
Te aprendí palmo a palmo.
Pero perdí el secreto
de componerte.
Sé de tu alma menos que tú misma,
y el juguete difícil
es ya insoluble enigma.


De: amediavoz.com