domingo, 28 de julio de 2013

El último acto

        Cuando salió del baño retiró los restos de comida de la vajilla y la amontonó  en la pileta de la cocina.  Pensó sacarse el delantal, maquillarse suavemente para disimular aquel moretón alrededor del ojo que se tornaba más violáceo a cada instante, y mudarse de ropa, algo sobrio por supuesto.  Pero cambió de idea y permaneció con esa prenda doméstica que le daba aires de matrona, mujer fiel, y sobre todo, aguantadora.  Llegado el momento inventaría una historia conveniente para justificar esa marca en el rostro.

         Atravesó la puerta de la cocina y fue hasta el rincón de las hierbas aromáticas.  Las conocía a la perfección, sus condiciones de cultivo, sus propiedades.  Observó con tristeza la jardinera  suspendida en el muro, a media altura por causa de los animales; ahora  lucía estéril: sus verdes y jugosas verduras habían sido arrancadas de cuajo.  Tanta dedicación, tanta expectativa, aplicadas a las semillas traídas de aquel remoto lugar; a esas diminutas plantitas fertilizadas y regadas con cariño las había visto brotar, echar raíces y crecer en lozanía.

         Él le había preguntado sobre esa consagración a una planta de aspecto tan sencillo, parecido al del berro; sonriendo con aire misterioso, ella le había respondido “Porque me gusta”.

         Volvió a la cocina.  De la loza encimada separó con cuidado la fuente y el plato donde hiciera la ensalada y él había comido;  los llevó al baño, tiró en el inodoro los restos de verdura,  lavó meticulosamente la loza, la secó y la guardó en el estante.  En seguida  llamó al servicio de urgencia. 



Sonia Presa Caggiani
TALLER DE PASIONES LITERARIAS


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