Es otra casa más de la cuadra. No es muy cómoda:
apenas dos habitaciones bastante oscuras; las horas parecen detenidas acá.
En una
de ellas, ya en el atardecer, el hombre habla con su compañera.
- Alicia, ¡mirá el vestido que compré! Ni bien
lo vi en la vidriera me gustó para vos... Pero, ¿no lo querés tocar siquiera?
¿No vas a lucirlo para mí? ¡Otra vez enojada! ¿Acaso no sabés que vivo para
hacerte feliz? ... Tenés que entender que un hombre debe cuidar a su esposa,
protegerla como sea; ¡hay tantos peligros afuera! Yo no quiero que te suceda
algo malo... Vení, dame un beso... Caramba, por qué siempre te enojás. No te
falta nada, creo. Te quiero, lo sabés; más aún: te quiero sólo para mí, como yo
soy sólo para vos... ¡Por favor, no grites! ¡Me ponés nervioso! Dejá que te
abrace, que te bese. No me rechaces. ¡No grites más, Alicia; no grites!!!
La
noche cae, vertiginosa. Él también cae, y permanece inmóvil, mudo, con las
manos flojas, viendo cómo el agua del jarrón, hecho trizas, sigue mojando con
parsimonia el vestido nuevo.
Llaman
a la puerta.
Pero como
en una fotografía, la escena está congelada. Sólo el sonido del timbre vibra,
indiferente, en el pequeño dormitorio.
G. L
GRUPO ALAS
No hay comentarios:
Publicar un comentario