lunes, 23 de junio de 2014

"A buen entendedor, pocas palabras bastan", dice un refrán, muy oportuno si la intención es la de dedicar esta entrada a l@s Talleristas de Pasiones Literarias.


Es octubre o noviembre de 1980. Es otoño en California. Es jueves, entre las dos y las cuatro de la tarde. En un aula calurosa de la Universidad de Berkeley, Julio Cortázar dicta un curso de literatura de ocho clases. Sus alumnos estadounidenses y latinoamericanos colman, los lunes entre las nueve y media de la mañana y el mediodía, el escritorio en el que el autor recibe consultas, así que decide estar allí también los viernes.
Esos alumnos son los que lo escuchan decir: “Los quiero mucho y les doy las gracias” en su último encuentro. A través de ponencias que define “improvisadas”, les habla sobre su vida como escritor y sobre (su) literatura. Esas lecciones magistrales se publican ahora en Clases de Literatura (Alfaguara), que compila trece horas de diálogo, de eso que el autor de Rayuela no llama curso sino “un contacto”.

“He pasado por tres etapas bastante bien definidas: una primera etapa que llamaría estética (...), una segunda etapa que llamaría metafísica y una tercera etapa, que llega hasta el día de hoy, que podría llamar histórica”, sostuvo. Sobre el momento estético, dijo: “Lo literario era fundamentalmente leer los mejores libros a los cuales tuviéramos acceso y escribir con los ojos fijos en algunos casos en modelos ilustres y en otros en un ideal de perfección estilística profundamente refinada (...) la actividad literaria valía para nosotros por la literatura misma”. Jorge Luis Borges era el gran faro.

Pero los tiempos cambiaban: “Escribí un cuento muy largo, quizá el más largo que he escrito, ‘El perseguidor’ (...), tiene algo que se convertía en importante para mí: una presencia humana, un personaje de carne y hueso”, detalla Cortázar, y agrega: “Había salido de una órbita y estaba tratando de entrar en otra (...) entré en eso que con un poco de pedantería he calificado de etapa metafísica, es decir una autoindagación lenta, difícil y muy primaria (...) sobre el hombre”.

“Ser un escritor latinoamericano –así se autodefine Cortázar durante el curso– significaba fundamentalmente que había que ser un latinoamericano escritor: había que invertir los términos y la condición de latinoamericano (...) había que ponerla también en el trabajo literario”.

De: Instrucciones para escribir: un curso de Literatura dictado por Cortázar
En: http://www.clarin.com



sábado, 21 de junio de 2014

No sólo los cuerpos; también los libros fueron exterminados por los nazis. O sea, la otra carne.

Erich María Remarque
22 de junio de 1898, Alemania
Erich María Remarque se siente inmerso en el torbellino que zarandea a los espíritus alemanes. De ascendencia francesa (factor que más tarde le ayudaría a matizar con leves toques de ironía su quehacer literario), tiene dieciocho años en 1916. Impulsado por las prédicas guerreristas, marcha “disciplinadamente” a las fronteras, arrojado desde las aulas mismas. Allí sufre en carne propia los horrores de la llamada “Gran Guerra”. Herido en varias oportunidades en el frente occidental, no puede evitar que la mayoría de sus compañeros (de colegio y de campaña) queden exánimes en los campos de batallas o en las atormentadas salas de los hospitales. Remarque termina la contienda con un expediente inmaculado como combatiente y con el corazón lacerado por una toma de conciencia irreversible: “la inutilidad de la guerra”, mientras se encuentra rodeado por una generación destruida por el conflicto, “totalmente destruida, aunque se salvase de las granadas”.

Y comienza un largo periplo de “ocupaciones disímiles”: maestro de escuela, organista en un asilo, profesor de música, vendedor y corredor automovilístico (una de sus grandes pasiones, experiencia que más adelante lo animará a narrar el ambiente de los corredores de automóviles en una obra menor, dentro de su contexto general, El cielo no tiene referencias). Pero Remarque posee inquietudes culturales. Pronto se relaciona con los círculos artísticos de la República alemana, ejerciendo entre otras actividades, la de crítico teatral. Vive obsesionado por el recuerdo quemante de la guerra, mientras observa el inusitado espectáculo de la explosión cultural alemana: en 1919, Walter Gropius, Lyonel Friminger y Gerhard Marcks fundan en Weimar la Bauhaus, a la que se incorporan Wassily Kandinsky, Paul Klee y Oskar Schlemmer, convirtiéndola en el centro del arte moderno; en 1920, el “expresionismo” cinematográfico alumbra su obra cumbre, El gabinete del doctor Caligari.

En 1928, frisando la treintena, Remarque comienza a escribir sus memorias de la guerra en forma novelada. No se consideraba escritor, sino solamente un narrador de sus propias vivencias. Según sus propias palabras, comenzó a escribir Sin novedad en el frente, “para librarse de las pesadillas del recuerdo de la guerra, por la necesidad sicoanalítica de purificarse de su angustiosa experiencia de combatiente”.

Remarque, como tantos otros escritores al enfrentarse con su primera obra, la engaveta durante meses después de terminada. Algunos amigos que conocen la obra lo animan y Remarque la ofrece a la editorial Wossische Zeitung, que la publica inmediatamente.

Pero la novela iba a ser una bomba en el ambiente caldeado de odio, revanchismo y venganza que imperaba en la Alemania weimariana. ¿Cómo aceptar una novela pacifista en el altar del paroxismo belicoso? ¿Cómo pretender la aparente resignación cuando se arde en deseos de demostrar la validez de las ambiciones guerreristas prusianas? Todo era paradójico. Remarque escribía algo así como el epitafio de la guerra, mientras carteles explosivos inundaban los muros de las ciudades alemanas con palabras definitorias: “Cuando un pueblo pierde la esperanza, ha de vivir sin honor. Pero cuando un pueblo pierde la fe, debe desaparecer de la faz de la tierra”. Sobre un monumento a los caídos en la Primera Guerra Mundial, los estudiantes de la Universidad de Marburgo depositaban, en medio de tumultuosas manifestaciones, una corona donde se leían palabras que eran una especie de declaración de principios: “De los vencedores de mañana, a los que no fueron jamás vencidos”. Todo conspiraba contra la novela de Remarque. Se vivían tiempos difíciles. El filósofo Ernst Jünger y el líder guerrerista Ernest von Salomon tramaban contra los detentadores de la guerra: la exaltación de los valores militares, el combate, la sangre y la muerte, retumbaban en el espacio alemán.

Las voces de connotados pacifistas como Ludwig Renn y Henrich Heine se estrellaban contra los muros de una juventud fanática que, mientras hacía añicos simbólicamente la cultura, entonaba briosamente Horst Wessel Lied.
Remarque es considerado subversivo para los nazis. El mismo Goebbels, en persona, marchaba al frente de manifestantes que clamaban por la prohibición de Sin novedad en el frente. Adolfo Hitler, nombrado canciller del Reich en 1933, supo aprovechar la situación de emergencia en que se hallaba el país para obtener plenos poderes dictatoriales. Los partidos democráticos fueron cercenados y los extremistas hostigados con saña. Comenzaba la persecución y el aniquilamiento sistemático de los judíos.

Los intelectuales no genuflexos al “nuevo orden”, se ven obligados a emigrar. Remarque lo hace a la neutral Suiza. Allí recibe la noticia de que el Führer, personalmente, lo ha despojado de su ciudadanía alemana. En 1943, todavía viviendo el mundo las consecuencias de la desenfrenada política de expansión “nacionalsocialista”, Remarque adquiere la ciudadanía norteamericana. Ese mismo año, un golpe demoledor se une a su tragedia: Gisele, la hermana menor, es condenada a muerte por las autoridades nazis y ejecutada en “una fría mañana”.


Fragmentos de: http://www.palabranueva.net





Jean Paul Sartre

21 de junio de 1905- Francia
Escritor y filósofo.

Jean Paul Sartre: “Literatura y Arte”:

“Literatura y Compromiso”: 

Jean-Paul Sartre defendía un arte comprometido y definía a la literatura como el arte más adecuado para el compromiso, ya que con ella, el escritor puede dirigir al lector y, si describe una casa pobre, mostrar en ella el símbolo de las injusticias asociadas, provocar nuestra indignación. En cambio el pintor es mudo: el nos presenta una casa pobre, solo eso; uno puede ver en ella lo que quiera. Artes como la música o la pintura no pueden ejercer un poder concientizador sobre el sujeto, por lo tanto, no son apropiadas para el compromiso. Para Sartre, la poesía también, como las otras artes, es inadecuada a la tarea conscientizadora porque, aunque se sirva de las palabras, como la prosa, lo hace de otra forma. El prosista es aquel que se sirve de las palabras para alcanzar sus objetivos, el poeta, al contrario, sirve a las palabras. El factor utilitario de la prosa facilita el compromiso, pues la palabra posee una naturaleza transformadora, ya que revela el carácter de los individuos a si mismos y a los otros. Hablar y actuar; una cosa nombrada no es más enteramente la misma, pues perdió la inocencia. Los valores estéticos son importantes, pero “el arte por el arte” sirve apenas a los ideales burgueses, pues, en vez de transformar al sujeto a través de la concientización, lo mantiene alienado. Según Sartre, escribir es una acción de desnudamiento. No basta al escritor haber escrito ciertas cosas, es preciso haber elegido escribirlas de un determinado modo, exponiendo su mundo, con elementos estéticos. El hombre que escribe tiene la consciencia de revelar las cosas, los acontecimientos; de constituir el medio a través del cual los hechos se manifiestan y adquieren significado. Aun sabiendo que, como escritor, puede detectar la realidad, no puede producirla; sin su presencia, la realidad continuará existiendo. Al escribir, el escritor transfiere a la obra cierta realidad, volviéndose esencial a ella, que no existiría sin su acto creador. Uno de los principales motivos de la creación artística es ciertamente la necesidad de sentirnos esenciales en relación al mundo. Según Sartre, el escritor debe establecer un pacto con el lector para que la obra contribuya a la transformación del mundo, de la realidad. La libertad es el bien mayor del hombre, para alcanzarla y mantenerla, es necesario una conciencia despierta. El papel del artista es contribuir al despertar de la conciencia de las personas.


De: http://aquileana.wordpress.com



¡Cuántas tonterías! Es que se lee mucho más de prisa, mal, y que se juzga antes de haber comprendido. Por tanto, comencemos de nuevo. Esto no es divertido para nadie, ni para ustedes, ni para mí. Pero hay que dar en el clavo. Y como los críticos me condenan en nombre de la literatura, sin decir jamás qué entienden por eso, la mejor respuesta que cabe darles es examinar el arte de escribir, sin prejuicios. ¿Qué es escribir? ¿Por qué se escribe? ¿Para quién? En realidad, parece que nadie ha formulado nunca estas preguntas.

De: http://descontexto.blogspot.com








Françoise Quoirez, ícono de la rebeldía juvenil en los 50.

21 de junio de 1935, Francia
Escritora.







De: Buenos días, tristeza



“A nadie he querido como a él, y, de todos mis sentimientos de esa época, los que inspiraba mi padre eran los más estables, los más hondos, los que yo apreciaba más. Le conozco demasiado para hablar de él sin cierto reparo y me siento demasiado cerca de él. Sin embargo, para que su conducta parezca aceptable, he de hablar más de él que de los otros. No era un hombre vano ni un hombre egoísta. Era ligero, de una ligereza incurable. No puedo hablar de él como de un hombre incapaz de sentimientos profundos, como de un  irresponsable. En su amor por mí no había la menor ligereza, ni lo consideraba una simple costumbre de padre. Podía sufrir por mí más que por otro cualquiera. Y yo, recuerdo la desesperación que me entró la vez que él tuvo conmigo un gesto de indiferencia, y que su mirada se apartó de mí abandonándome. Nunca ponía sus pasiones antes que yo. Algunas noches, para llevarme a casa, había tenido que dejar perder lo que Webb llamaba “ocasiones magníficas”. Pero no puedo negar que, todo esto aparte, se entregaba al mejor placer, a la inconstancia y a la facilidad. No reflexionaba, o reflexionaba poco. Trataba de dar de todo una explicación fisiológica que le pareciera racional. “¿Te encuentras deshecha? Pues duerme más y bebe menos.” Cuando sentía el deseo violento de una mujer, nunca trataba de superarlo o de convertirlo en otro sentimiento más elevado. Era materialista, pero delicado, comprensivo y bueno.”


De: http://walkingaround-elisa.blogspot.com








jueves, 19 de junio de 2014

Salman Rushdie, el autor de la polémica novela "Los versos satánicos"

19 de junio de 1947- India


La obra de Salman Rushdie y la tolerancia (Fragmentos)

Entre los acontecimientos literarios de este año figura la nueva obra de Salman Rushdie ‘Joseph Anton’. Más que una novela es una narración sobre cómo uno de los escritores más brillantes de nuestros días vivió, y lo sigue haciendo, en constante amenaza de muerte desde la publicación de su novela ‘Versos satánicos’.

“El escritor es una persona que tiene el derecho de decir más que la gente corriente, es una función social en cierto modo, ampliar mediante las palabras los límites del mundo que nos rodea y conducir a uno más allá de las fronteras. No es Dios ni es profeta, sino una figura casi sagrada y, por lo tanto, sus libros no pueden ser prohibidos ni quemados. Los líderes religiosos deberían entender mejor que el resto de la gente que la palabra tiene poderes”.

En realidad, ‘Joseph Anton’ es también un libro sobre cómo un luchador por la tolerancia va perdiendo este mismo rasgo. Por supuesto, puede haber para él numerosas justificaciones: vivió varios años bajo el nombre de Joseph Anton bajo la guardia de la policía británica, que se hospedaba directamente en su domicilio. Cualquier día lo podían haber matado. Y sin embargo…

¿Contra qué estuvo luchando todos estos años? Según dijo el propio autor en una de sus entrevistas, “es una guerra, en la que en un bando se encuentran la intolerancia, el fanatismo y la violencia y en el otro, la libertad, la literatura y la imaginación”. Por otra parte en ‘Joseph Anton’ se puede ver cómo la mayor parte del tiempo él y su equipo, representado en gran medida por sus compañeros de oficio, estaba enfrentándose al Gobierno británico. Y a otros Gobiernos. El objetivo era que Rushdie pudiera intervenir ante sus lectores, viajar en aviones, etc. En otras palabras, llevar una vida normal.

Las autoridades, líneas aéreas y representantes de otros organismos partían de que los terroristas, buscando la muerte del escritor, acabarían explotando a un gran número de personas inocentes. Y eso estaba ocurriendo, porque hubo atentados contra sus editores y traductores…
¿La salida? Rushdie y su equipo consiguieron que las autoridades de ciertos países cambiaran su política exterior y presionaran a Irán para que la fatwa fuera levantada. Irán lo aceptó de manera oficial, de modo que sólo quedan los activistas que actúan por su cuenta.

El libro describe el enfrentamiento de Salman Rushdie con otro escritor británico, John le Carré, quien escribió en el diario The Guardian “ninguna sociedad gozaba del criterio absoluto de la libertad de palabra… a mí lo que me preocupaba es que ninguna joven de la editorial Penguin Books se quedara sin brazos al abrir algún paquete postal…”.

Dios le libre de replicar algo a un liberal que lucha por la libertad de la palabra. ¿No creerá, por supuesto, que estas palabras sobre las posibles víctimas entre el personal de la editorial le afectaran a Rushdie? ¿O qué sus principios se tambalearan? Nunca.
El mismo diario publicó su respuesta, contundente como un cañonazo. Y ahora sale el libro. Le Carré es un buen escritor, pero pierde todo su brillo delante de Rushdie.

Volviendo al arte de la tolerancia, lo único que se puede agregar es que no estaría mal aceptar por un momento que el rival de uno, esta persona tan distinta, tenga razón por lo menos en algo. Y también aguantar su postura, para poder ver en qué está en lo cierto. Porque a quien nos cae bien no lo tenemos que tolerar, este esfuerzo ha de hacerse por quienes nos resultan antipáticos.


De: http://sp.ria.ru/opinion_analysis





19 de junio de 1764


YO EL PROTECTOR / MEMORIAL PERSONAL 
DE PEPE ARTIGAS
HUGO GIOVANETTI VIOLA

UNO: LAS ALAS DEL INFIERNO


1 / ESTRELLAS

Lo único que me importó más que la felicidad de los pueblos fue la conversación conmigo mismo.

Aquella noche yo tenía cuatro años y no sé cómo atiné a engolfarme en la hamaca paraguaya de mi abuela Ignacia, la que me aportó sangre de Tupac Yupanqui.

Fue el primer baño de estrellas que me di en este infierno.

Dizque esa tarde me había pasado comiendo tierra del cantero y que Aurora Bendita me desembuchó cuatro albondigones cuando ya estaba a un punto de expirar.

Pero no era mi hora.

Y enseguida del Ángelus me le perdí a Pascasio y entonces se me ocurrió esconderme en el colgadero de la abuela.

Me acuerdo que encontré el poncho blanco y la perla barroca que ella vivía sobando y empezamos a lambetearla con los cuzcos, hasta que hubo virazón y les armé un entoldado de lana.

Los cuzcos siempre supieron sufrirme las picardías mejor que los cristianos.

Yo había escuchado a madre contar que Remigio Arnal se quedó ciego la noche del naufragio de Nuestra Señora de la Luz, cuando en casa terminaron atando hasta a las vacas porque volaba todo. Pero la gata se les remolineó en un repelús y mi tío tuvo que estirarse agarrado a las rejas como si fuera una piel de tigre para proteger a las crías y al amanecer le quedaron los ojos juídos de tanto pispar relámpagos.

Y los gatitos igual se murieron.

Ahora se me hace que fue Pérez Castellano el que le labró a padre dos sentencias que todavía me abrigan: Muerto cualquiera pelea y El mejor triunfo es una derrota santa.

José Nicolás y Martina cuentan que aquella noche la familia recorrió toda la plaza buscándome a los gritos mientras yo les acariciaba los hocicos a mis protegidos, sordo por la felicidad.

Y pensé que lo mejor que se puede tener en la vida son collares de estrellas.

Pensaba mucho, ya. Y cuando Ignacia vino a buscar el poncho y me encontró chupando la perla rara y se puso a llorar ya debo haber sentido que la familia nunca iba a comprenderme y nadie llevaba culpa.

Ninguno había abandonado a ninguno y se armó un tole-tole peor que en la fiesta del San Baltasar.

Al final Pérez Castellano y padre me sermonearon en la biblioteca y yo lo único que podía explicar era que estaba conversando conmigo mismo.

Los pueblos no son felices.

Pasaron casi cuarenta años antes de que volviera a manducar barro cuando se me hundió el bote al volver de Buenos Aires.

Y desde aquella noche sé que tuito es terrible y dulce como una hamaca engolfada en lo altísimo y llevo en llaga el desvelo de acariciarle la espalda a cualquier hijo pródigo que se acerque a mendigarme sobras para los chanchos.

La miseria de amor.


De: El Montevideano- Laboratorio de Arte.blogspot.com




miércoles, 18 de junio de 2014

Vanos discursos, señores legisladores y políticos, los suyos; el viento de Sauce ya los habrá desvanecido para el 19


José Gervasio Artigas,
nacido en Montevideo
el 19 de junio de 1764.

Casa solariega (remozada)
de la familia Artigas
en Sauce (departamento de Canelones)


Claro síntoma de la banalidad que se ha escurrido a todo nivel el de que nuestros representantes de todos los partidos hayan aunado "energías" para conmemorar, con olímpica soberbia,  el natalicio del héroe fundador de nuestra nacionalidad, dos días antes del único acontecimiento realmente sustentador en el devenir histórico del país. 

¿Acaso están tan ocupados que no pudieron aguardar unas pocas horas para huir -sin duda a Punta del Este o a las respectivas estancias o quién sabe adónde- de las responsabilidades que asumieron bajo la ilusa confianza de sus compatriotas? 

¿Acaso no cuentan con cinco recesos en el año, como para haber respetado el día 19 con la dignidad esperable?

Artigas está acostumbrado a las traiciones, señoras y señores. A las insignificantes y a las inolvidables. ¡Qué le hace una mancha más al tigre! 
Pero... ninguno de ustedes son tigres. Algunos se han convertido en mansos gatitos. Y, por lo tanto, esta mancha será muy visible para la mirada memoriosa de muchos y muchas artiguistas. ¡Ni con Jane podrán borrarla! 

Si todo vale, si cualquier día puede ser sustituido por otro, si también se han enseñoreado del Tiempo, la deducción es clara y muy cercana al acto eleccionario; quizás ya estén padeciendo los míticos efectos anunciados por los `pueblos originarios: la desmemoria fue un castigo a la soberbia; quizás no se han percatado de los 24.000 mil votos frenteamplistas en blanco, por no hacer referencia a las ostensibles ausencias en los demás partidos.

¡Que puedan continuar con la conciencia anestesiada, señores y señoras de la elite política! 

Un dato curioso sobre la Antigüedad



















Reconocer los caracteres no es leer, mucho menos en la Grecia Antigua, donde descifrar un sentido depende en gran medida de la lectura en alta voz, debido a las dificultades que entraña la lectura de la scriptio continua, rasgo característico de la escritura griega. Al no haber separaciones entre las palabras, ni signos de puntuación, la lectura cobraba sentido cuando se efectuaba en voz alta. Era al pronunciar las letras que se determinaba la inteligibilidad del texto.

Svenbro obtiene tres conclusiones. La primera tiene que ver con el carácter instrumental del lector o de la voz lectora (recuérdese el análisis de némein); la segunda presupone el carácter incompleto de la lectura, es decir la necesidad de sonorizar la palabra para descifrarla (recuérdese también el examen de epilégeszai); la tercera es consecuencia lógica de las dos anteriores: si la voz es mero instrumento gracias a la cual la escritura se realiza, entonces los destinatarios de lo escrito no son lectores, sino oyentes. Estos akoúontes, no leían nada, sino que escuchaban una lectura, del mismo modo que los transeúntes aclamados por Mnesitheos en su epitafio.

Ahora bien, ¿significa todo lo hasta aquí visto que en la Grecia Antigua sólo se leyó oralmente? ¿Es posible que en una cultura como aquella, con una extraordinaria valoración de lo sonoro, se hiciera necesario leer en otra voz que la alta? ¿No afirman al unísono los especialistas que la lectura en silencio es una creación de los monasterios de la Edad Media?

En 1968, Bernart Knox publicó un artículo que llamó la atención de los estudiosos del tema. ¿El título? Silent reading in Antiquity (La lectura silenciosa en la antigüedad). Se trataba de demostrar que algunos griegos habían leído en silencio, es decir, que la lectura en alta voz no fue exclusiva en la antigüedad griega. Y no sólo esto: según Knox, los poetas dramáticos habrían contado con un público que les leían en esta modalidad.

Knox cita dos textos. El primero de ellos es el Hipólito, de Eurípides, escrito probablemente alrededor del 428 a.C. En uno de sus  pasajes, Fedra sostiene una tablilla cuyo contenido intriga a Teseo que, ansioso por saber lo que podía contener rompe el sello. El coro inquieto interviene. Teseo exclama: “¡Ay! ¿Qué desgracia intolerable, indecible, vendrá a añadirse a la desgracia? ¡Infortunado de mí!”  El coro le pide que revele lo que ha leído. Teseo lo hará, pero a modo de síntesis de su lectura: no lee en voz alta, sino que resume el contenido. Mientras el coro cantaba, Teseo había leído en silencio.

 El segundo texto es Los caballeros (≈424 a. C), de Aristófanes. Nicias logra robarle un oráculo escrito a Paflagón. Demóstenes pide leer el texto a Nicias. Éste le sirve vino, mientras aquel da lectura a la tablilla. Cuando Nicias le pregunta por lo que lee, Demóstenes responde: “¡Lléname otra copa!”. Asombrado Nicias  le interroga creyendo que se trata de una lectura en voz alta: “¿De veras dice que te llene otra copa?”. La broma se repite y amplía en lo que sigue, hasta que por fin Demóstenes expresa: “aquí adentro se dice cómo va a perecer Paflagón”; y ofrece un resumen del contenido del oráculo. No lee en voz alta: ya lo había hecho en silencio. 

De este segundo pasaje Svenbro obtiene un valioso dato. La pregunta de Nicias a Demóstenes sugiere que en esa época la lectura en silencio era poco conocida, aunque se suponía que el público la conocía. Y si esto sucedía en Atenas, lugar de origen de los dos textos, ¿qué podía esperarse de su difusión en lugares como Esparta, donde la enseñanza se limitaba a lo estrictamente necesario?

 “Para el lector que leía poco y de manera esporádica- asevera Svenbro-  era probable que el desciframiento lento y a tientas de lo escrito no engendrara la necesidad de una interiorización de la voz, ya que la voz era precisamente el instrumento mediante el cual la secuencia gráfica era reconocida como lenguaje (…) Y si esa sonorización era un valor en sí, ¿por qué se iba a sentir la necesidad de abandonar la scripto continua, obstáculo técnico al desarrollo de la lectura silenciosa?”

En la introducción a su libro Historia de la lectura en el mundo occidental, Guglielmo Cavallo y Roger Chartier recuerdan otros dos ejemplos que muestran la coexistencia de la práctica de la lectura silenciosa. Ese es el caso de Las ranas, también de Aristófanes, donde Dionisio recuerda “cuando a bordo de la nave leía para mis adentros la Andrómeda”; y el del protagonista del Faón platónico que exclama: “en la soledad quiero leer este libro para mis adentros”.

Según Knox, una de las razones para el desarrollo de la lectura silenciosa puede haber sido el manejo de extraordinarias cantidades de texto. Este era el caso de profesionales como Herodoto, que en su labor de historiador debe de haber abandonado la práctica de la lectura en voz alta en aquel  siglo V a. C. En la segunda mitad del siglo IV a. C. los estudiosos de la literatura homérica debieron sentir la misma necesidad.









Lástima que sólo los miembros de la aristocracia tenían acceso a la educación y, por ende, a la lectura. Época por excelencia de privilegios; época de mitos, como el de la democracia ateniense.  

martes, 17 de junio de 2014

Con afecto, una invitación




Una "serie" para comprender la realidad actual.











El héroe de este libro es Der Mann ohne Verwandtschaften, el hombre sin vínculos, y particularmente sin vínculos tan fijos y es­tablecidos como solían ser las relaciones de parentesco en la época de Ulrich. Por no tener vínculos inquebrantables y establecidos pa­ra siempre, el héroe de este libro -el habitante de nuestra moderna sociedad líquida— y sus sucesores de hoy deben amarrar los lazos que prefieran usar como eslabón para ligarse con el resto del mun­do humano, basándose exclusivamente en su propio esfuerzo y con la ayuda de sus propias habilidades y de su propia persistencia. Sueltos, deben conectarse… Sin embargo, ninguna clase de cone­xión que pueda llenar el vacío dejado por los antiguos vínculos au­sentes tiene garantía de duración. De todos modos, esa conexión no debe estar bien anudada, para que sea posible desatarla rápida­mente cuando las condiciones cambien… algo que en la moderni­dad líquida seguramente ocurrirá una y otra vez.
Este libro procura desentrañar, registrar y entender esa extraña fragilidad de los vínculos humanos, el sentimiento de inseguridad que esa fragilidad inspira y los deseos conflictivos que ese sentimiento despierta, provocando el impulso de estrechar los lazos, pero manteniéndolos al mismo tiempo flojos para poder desanudarlos.
Al carecer de la visión aguda, la riqueza de la paleta y la sutileza de la pincelada de Musil —de hecho, cualquiera de esos exquisitos talentos que convirtieron a Der Mann ohne Eigenschaften en el re­trato definitivo del hombre moderno— tengo que limitarme a esbozar una carpeta llena de burdos bocetos fragmentarios en vez de pretender un retrato completo, y menos aún definitivo. Mi máxi­ma aspiración es lograr un identikit, un fotomontaje que puede contener tanto espacios vacíos como espacios llenos. E incluso esa composición final será una tarea inconclusa, que los lectores debe­rán completar.
El héroe principal de este libro son las relaciones humanas. Los protagonistas de este volumen son hombres y mujeres, nuestros contemporáneos, desesperados al sentirse fácilmente descartables y abandonados a sus propios recursos, siempre ávidos de la seguridad de la unión y de una mano servicial con la que puedan contar en los malos momentos, es decir, desesperados por “relacionarse”. Sin embargo, desconfían todo el tiempo del “estar relacionados”, y par­ticularmente de estar relacionados “para siempre”, por no hablar de “eternamente”, porque temen que ese estado pueda convertirse en una carga y ocasionar tensiones que no se sienten capaces ni deseo­sos de soportar, y que pueden limitar severamente la libertad que necesitan -sí, usted lo ha adivinado— para relacionarse…
En nuestro mundo de rampante “individualización”, las relacio­nes son una bendición a medias. Oscilan entre un dulce sueño y una pesadilla, y no hay manera de decir en qué momento uno se convierte en la otra. Casi todo el tiempo ambos avatares cohabitan, aunque en niveles diferentes de conciencia. En un entorno de vida moderno, las relaciones suelen ser, quizá, las encarnaciones más co­munes, intensas y profundas de la ambivalencia. Y por eso, podría­mos argumentar, ocupan por decreto el centro de atención de los individuos líquidos modernos, que las colocan en el primer lugar de sus proyectos de vida.
Las “relaciones” son ahora el tema del momento y, ostensible­mente, el único juego que vale la pena jugar, a pesar de sus notorios riesgos. Algunos sociólogos, acostumbrados a elaborar teorías a par­tir de las estadísticas de las encuestas y de convicciones de sentido común, como las que registran esas estadísticas, se apresuran a con­cluir que sus contemporáneos están dispuestos a la amistad, a esta­blecer vínculos, a la unión, a la comunidad. De hecho, sin embargo (como si se cumpliera la ley de Martin Heidegger, que afirma que las cosas se revelan a la conciencia solamente por medio de la frus­tración que causan, arruinándose, desapareciendo, comportándose de manera inesperada o traicionando su propia naturaleza), la aten­ción humana tiende a concentrarse actualmente en la satisfacción que se espera de las relaciones, precisamente porque no han resulta­do plena y verdaderamente satisfactorias; y si son satisfactorias, el precio de la satisfacción que producen suele considerarse excesivo e inaceptable.

 (...)

 

La naturaleza del amor implica —tal como lo observó Lucano dos milenios atrás y lo repitió Francis Bacon muchos siglos más tarde— ser un rehén del destino.

En el Simposio de Platón, Diótima de Mantinea le señaló a Sócra­tes, con el asentimiento absoluto de éste, que “el amor no se dirige a lo bello, como crees”, “sino a concebir y nacer en lo bello”. Amar es desear “concebir y procrear”, y por eso el amante “busca y se es­fuerza por encontrar la cosa bella en la cual pueda concebir”. En otras palabras, el amor no encuentra su sentido en el ansia de cosas ya hechas, completas y terminadas, sino en el impulso a participar en la construcción de esas cosas. El amor está muy cercano a la trascendencia; es tan sólo otro nombre del impulso creativo y, por lo tanto, está cargado de riesgos, ya que toda creación ignora siem­pre cuál será su producto final.

En todo amor hay por lo menos dos seres, y cada uno de ellos es la gran incógnita de la ecuación del otro. Eso es lo que hace que el amor parezca un capricho del destino, ese inquietante y miste­rioso futuro, imposible de prever, de prevenir o conjurar, de apre­surar o detener. Amar significa abrirle la puerta a ese destino, a la más sublime de las condiciones humanas en la que el miedo se funde con el gozo en una aleación indisoluble, cuyos elementos ya no pueden separarse. Abrirse a ese destino significa, en última ins­tancia, dar libertad al ser: esa libertad que está encarnada en el Otro, el compañero en el amor. Como lo expresa Erich Fromm:

“En el amor individual no se encuentra satisfacción [...] sin verdadera humildad, coraje, fe y disciplina”; y luego agrega inmediatamente, con tristeza, que en “una cultura en la que esas cualidades son raras, la conquista de la capacidad de amar será necesariamente un raro logro”.


Fragmentos de Amor Líquido, de Zygmunt Bauman.

En: www.taringa.net


Sociólogo, filósofo, ensayista.
Polonia, 1905.


“Gracias al arte, una y otra vez la muerte queda reducida a su verdadera dimensión: es el fin de la vida, pero no el límite de lo humano”.

“El arte surge de la conciencia y de la sensación de que la línea divisoria entre lo generativo y lo destructivo es evanescente”.