Erich María Remarque 22 de junio de 1898, Alemania |
Erich María
Remarque se siente inmerso en el torbellino que zarandea a los espíritus
alemanes. De ascendencia francesa (factor que más tarde le ayudaría a matizar
con leves toques de ironía su quehacer literario), tiene dieciocho años en
1916. Impulsado por las prédicas guerreristas, marcha “disciplinadamente” a las
fronteras, arrojado desde las aulas mismas. Allí sufre en carne propia los
horrores de la llamada “Gran Guerra”. Herido en varias oportunidades en el
frente occidental, no puede evitar que la mayoría de sus compañeros (de colegio
y de campaña) queden exánimes en los campos de batallas o en las atormentadas
salas de los hospitales. Remarque termina la contienda con un expediente
inmaculado como combatiente y con el corazón lacerado por una toma de
conciencia irreversible: “la inutilidad de la guerra”, mientras se encuentra
rodeado por una generación destruida por el conflicto, “totalmente destruida, aunque
se salvase de las granadas”.
Y comienza un
largo periplo de “ocupaciones disímiles”: maestro de escuela, organista en un
asilo, profesor de música, vendedor y corredor automovilístico (una de sus
grandes pasiones, experiencia que más adelante lo animará a narrar el ambiente
de los corredores de automóviles en una obra menor, dentro de su contexto
general, El cielo no tiene referencias). Pero Remarque posee inquietudes
culturales. Pronto se relaciona con los círculos artísticos de la República
alemana, ejerciendo entre otras actividades, la de crítico teatral. Vive
obsesionado por el recuerdo quemante de la guerra, mientras observa el
inusitado espectáculo de la explosión cultural alemana: en 1919, Walter
Gropius, Lyonel Friminger y Gerhard Marcks fundan en Weimar la Bauhaus, a la
que se incorporan Wassily Kandinsky, Paul Klee y Oskar Schlemmer,
convirtiéndola en el centro del arte moderno; en 1920, el “expresionismo”
cinematográfico alumbra su obra cumbre, El gabinete del doctor Caligari.
En 1928, frisando
la treintena, Remarque comienza a escribir sus memorias de la guerra en forma
novelada. No se consideraba escritor, sino solamente un narrador de sus propias
vivencias. Según sus propias palabras, comenzó a escribir Sin novedad en el
frente, “para librarse de las pesadillas del recuerdo de la guerra, por la
necesidad sicoanalítica de purificarse de su angustiosa experiencia de
combatiente”.
Remarque, como
tantos otros escritores al enfrentarse con su primera obra, la engaveta durante
meses después de terminada. Algunos amigos que conocen la obra lo animan y
Remarque la ofrece a la editorial Wossische Zeitung, que la publica
inmediatamente.
Pero la novela iba
a ser una bomba en el ambiente caldeado de odio, revanchismo y venganza que
imperaba en la Alemania weimariana. ¿Cómo aceptar una novela pacifista en el
altar del paroxismo belicoso? ¿Cómo pretender la aparente resignación cuando se
arde en deseos de demostrar la validez de las ambiciones guerreristas
prusianas? Todo era paradójico. Remarque escribía algo así como el epitafio de
la guerra, mientras carteles explosivos inundaban los muros de las ciudades
alemanas con palabras definitorias: “Cuando un pueblo pierde la esperanza, ha
de vivir sin honor. Pero cuando un pueblo pierde la fe, debe desaparecer de la
faz de la tierra”. Sobre un monumento a los caídos en la Primera Guerra
Mundial, los estudiantes de la Universidad de Marburgo depositaban, en medio de
tumultuosas manifestaciones, una corona donde se leían palabras que eran una
especie de declaración de principios: “De los vencedores de mañana, a los que
no fueron jamás vencidos”. Todo conspiraba contra la novela de Remarque. Se
vivían tiempos difíciles. El filósofo Ernst Jünger y el líder guerrerista
Ernest von Salomon tramaban contra los detentadores de la guerra: la exaltación
de los valores militares, el combate, la sangre y la muerte, retumbaban en el
espacio alemán.
Las voces de
connotados pacifistas como Ludwig Renn y Henrich Heine se estrellaban contra
los muros de una juventud fanática que, mientras hacía añicos simbólicamente la
cultura, entonaba briosamente Horst Wessel Lied.
Remarque es
considerado subversivo para los nazis. El mismo Goebbels, en persona, marchaba
al frente de manifestantes que clamaban por la prohibición de Sin novedad en el
frente. Adolfo Hitler, nombrado canciller del Reich en 1933, supo aprovechar la
situación de emergencia en que se hallaba el país para obtener plenos poderes
dictatoriales. Los partidos democráticos fueron cercenados y los extremistas
hostigados con saña. Comenzaba la persecución y el aniquilamiento sistemático
de los judíos.
Los intelectuales
no genuflexos al “nuevo orden”, se ven obligados a emigrar. Remarque lo hace a
la neutral Suiza. Allí recibe la noticia de que el Führer, personalmente, lo ha
despojado de su ciudadanía alemana. En 1943, todavía viviendo el mundo las
consecuencias de la desenfrenada política de expansión “nacionalsocialista”,
Remarque adquiere la ciudadanía norteamericana. Ese mismo año, un golpe
demoledor se une a su tragedia: Gisele, la hermana menor, es condenada a muerte
por las autoridades nazis y ejecutada en “una fría mañana”.
Fragmentos de:
http://www.palabranueva.net
No hay comentarios:
Publicar un comentario