sábado, 21 de junio de 2014

No sólo los cuerpos; también los libros fueron exterminados por los nazis. O sea, la otra carne.

Erich María Remarque
22 de junio de 1898, Alemania
Erich María Remarque se siente inmerso en el torbellino que zarandea a los espíritus alemanes. De ascendencia francesa (factor que más tarde le ayudaría a matizar con leves toques de ironía su quehacer literario), tiene dieciocho años en 1916. Impulsado por las prédicas guerreristas, marcha “disciplinadamente” a las fronteras, arrojado desde las aulas mismas. Allí sufre en carne propia los horrores de la llamada “Gran Guerra”. Herido en varias oportunidades en el frente occidental, no puede evitar que la mayoría de sus compañeros (de colegio y de campaña) queden exánimes en los campos de batallas o en las atormentadas salas de los hospitales. Remarque termina la contienda con un expediente inmaculado como combatiente y con el corazón lacerado por una toma de conciencia irreversible: “la inutilidad de la guerra”, mientras se encuentra rodeado por una generación destruida por el conflicto, “totalmente destruida, aunque se salvase de las granadas”.

Y comienza un largo periplo de “ocupaciones disímiles”: maestro de escuela, organista en un asilo, profesor de música, vendedor y corredor automovilístico (una de sus grandes pasiones, experiencia que más adelante lo animará a narrar el ambiente de los corredores de automóviles en una obra menor, dentro de su contexto general, El cielo no tiene referencias). Pero Remarque posee inquietudes culturales. Pronto se relaciona con los círculos artísticos de la República alemana, ejerciendo entre otras actividades, la de crítico teatral. Vive obsesionado por el recuerdo quemante de la guerra, mientras observa el inusitado espectáculo de la explosión cultural alemana: en 1919, Walter Gropius, Lyonel Friminger y Gerhard Marcks fundan en Weimar la Bauhaus, a la que se incorporan Wassily Kandinsky, Paul Klee y Oskar Schlemmer, convirtiéndola en el centro del arte moderno; en 1920, el “expresionismo” cinematográfico alumbra su obra cumbre, El gabinete del doctor Caligari.

En 1928, frisando la treintena, Remarque comienza a escribir sus memorias de la guerra en forma novelada. No se consideraba escritor, sino solamente un narrador de sus propias vivencias. Según sus propias palabras, comenzó a escribir Sin novedad en el frente, “para librarse de las pesadillas del recuerdo de la guerra, por la necesidad sicoanalítica de purificarse de su angustiosa experiencia de combatiente”.

Remarque, como tantos otros escritores al enfrentarse con su primera obra, la engaveta durante meses después de terminada. Algunos amigos que conocen la obra lo animan y Remarque la ofrece a la editorial Wossische Zeitung, que la publica inmediatamente.

Pero la novela iba a ser una bomba en el ambiente caldeado de odio, revanchismo y venganza que imperaba en la Alemania weimariana. ¿Cómo aceptar una novela pacifista en el altar del paroxismo belicoso? ¿Cómo pretender la aparente resignación cuando se arde en deseos de demostrar la validez de las ambiciones guerreristas prusianas? Todo era paradójico. Remarque escribía algo así como el epitafio de la guerra, mientras carteles explosivos inundaban los muros de las ciudades alemanas con palabras definitorias: “Cuando un pueblo pierde la esperanza, ha de vivir sin honor. Pero cuando un pueblo pierde la fe, debe desaparecer de la faz de la tierra”. Sobre un monumento a los caídos en la Primera Guerra Mundial, los estudiantes de la Universidad de Marburgo depositaban, en medio de tumultuosas manifestaciones, una corona donde se leían palabras que eran una especie de declaración de principios: “De los vencedores de mañana, a los que no fueron jamás vencidos”. Todo conspiraba contra la novela de Remarque. Se vivían tiempos difíciles. El filósofo Ernst Jünger y el líder guerrerista Ernest von Salomon tramaban contra los detentadores de la guerra: la exaltación de los valores militares, el combate, la sangre y la muerte, retumbaban en el espacio alemán.

Las voces de connotados pacifistas como Ludwig Renn y Henrich Heine se estrellaban contra los muros de una juventud fanática que, mientras hacía añicos simbólicamente la cultura, entonaba briosamente Horst Wessel Lied.
Remarque es considerado subversivo para los nazis. El mismo Goebbels, en persona, marchaba al frente de manifestantes que clamaban por la prohibición de Sin novedad en el frente. Adolfo Hitler, nombrado canciller del Reich en 1933, supo aprovechar la situación de emergencia en que se hallaba el país para obtener plenos poderes dictatoriales. Los partidos democráticos fueron cercenados y los extremistas hostigados con saña. Comenzaba la persecución y el aniquilamiento sistemático de los judíos.

Los intelectuales no genuflexos al “nuevo orden”, se ven obligados a emigrar. Remarque lo hace a la neutral Suiza. Allí recibe la noticia de que el Führer, personalmente, lo ha despojado de su ciudadanía alemana. En 1943, todavía viviendo el mundo las consecuencias de la desenfrenada política de expansión “nacionalsocialista”, Remarque adquiere la ciudadanía norteamericana. Ese mismo año, un golpe demoledor se une a su tragedia: Gisele, la hermana menor, es condenada a muerte por las autoridades nazis y ejecutada en “una fría mañana”.


Fragmentos de: http://www.palabranueva.net





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