domingo, 31 de mayo de 2015

“No puedo escribir sin un lector. Es precisamente como un beso: no puede hacerlo solo”. - John Cheever

27 de mayo de 1912- Estados Unidos

Besándonos con John Cheever (I)
en los Talleres de Narrativa de PERRAS NEGRAS


Cheever tuvo la hábil sensibilidad de desnudar las miserias ocultas de una franja social caracterizada por aparentar opulencia, sofisticación y superación personal.
Paulatinamente despoja de toda falsa apariencia a los personajes, y nos permite ver las miserias que albergan y el desmedido esfuerzo por dar una imagen que aunque falsa, es la que precisan proyectar para ganarse la admiración, aprobación y el respeto de quienes componen su comunidad.


Cheever me gustó mucho. Después de ver a dos autores complicados fue un descanso. Sus cuentos son muy visuales. Muestra verdades muy interesantes. Creo que más que una crítica a la sociedad de su momento, me parece que habla de temas que son inherentes a la naturaleza humana.  Como puede ser la hipocresía de criticar a los demás y no ver los errores u horrores propios, como es el caso de la Radio Monstruosa. Frente a la desgracia, hay personas que no pueden soportarla y en sus mentes la niegan hasta el punto de creerse una realidad diferente como sucede en El Nadador. Sin duda muy recomendable su lectura.


Los personajes de Cheever lo tienen todo y no tienen nada. Esconde sus miserias tras un sueño irreal, y mientras, deja al desnudo la realidad de una sociedad, efímera, fugaz, falsa, frágil y con los valores trastocados. “Tanto tienes, tanto vales, o hacé la tuya” le trasmitieron al autor. Él intenta el despegue, aunque la sociedad imbuida de esos falsos valores, hace lo imposible por no dejarlo y aun parece lograrlo.


Con este autor aprendí que no solo los pobres tienen algo que denunciar acerca de la sociedad en que vivimos. Los de clase acomodada, aunque vivan en una esfera de cristal también tienen sus “trapos sucios”. Por favor, que se repitan autores como éste.


Sus historias, plantean conflictos existencialistas de una clase y su decadencia, sus morosidades y sus miserias al descubierto.
Más allá del hilo de la historia, usa pequeños elementos distractores, que a la vez van dando tono peculiar al relato.
Narra recurriendo a muchos elementos y situaciones  a modo de representaciones simbólicas.
En el Nadador la travesía es mucho más que eso, es una historia fantástica en capítulos, es en síntesis una recopilación de su propia vida, ocultada inconscientemente.
Es un excelente autor, maneja los tiempos y las interacciones de personajes magistralmente.



Me parece un escritor instigador por el manejo de los procesos psíquicos de los personajes.  Y lo hace envolviendo al lector en hechos aparentemente banales que desembocarán en una epifanía con profundo insight psicológico, junto a una ácida crítica social de determinados sectores de la sociedad norteamericana.  Por los cuentos que leí estos serían, clase media y clase media alta.
Me llama la atención en su estilo, el ritmo especial que imprime a la prosa.  Con un desarrollo inicial lento donde cosas aparentemente sin importancia suceden, que lleva a preguntarnos qué será lo que quiere decirnos con ello.  En el correr  de la historia las escenas van ganado velocidad.  Empezamos a sentir que algo importante podrá suceder, y al final,  aparece la epifanía.
En fin, me agrada porque además de poseer un estilo bien definido que mantiene a lo largo de su obra, es un autor con gran sensibilidad y compromiso social que consigue plasmar en sus historias de forma magistral.


En las narraciones de Cheever, el “lugar” se torna “espacio”, o sea, ámbito promotor de la situación dramática, porque es lugar poblado por personajes que provocan y sufren conflictos intrínsecamente vinculados con las connotaciones de ese contexto.
Por otra parte, el autor se muestra también como un lector sagaz de sus antecesores -remotos o cercanos- pues aplica con tino estrategias reveladoras de esas lecturas. Ocurre así en La Radio Monstruosa, con “los diálogos telescópicos” que Flaubert había afanosamente urdido en Madame Bovary. Ni qué decir de El Nadador, esa recreación contemporánea de la tragedia griega, una de sus pasiones  inocultables.
Entonces, ¿quién puede evitar la tentación de leer toda su obra?

Daniela Rostkier - Jorge Borlido - Rosa Cestaro - Francisco Castillo - Sonia Presa -  Andrea  Alves - Ana Milán


jueves, 28 de mayo de 2015

"El hombre es tierra que anda"- Atahualpa Yupanki

¡Cuánta razón lo asistía! Bien lo sabemos l@s uruguay@s de las últimas décadas. Pero hoy el motivo de seguir las huellas de "esta tierra que anda"está teñido de alegría, de sano orgullo, de esperanza.

Cada dos años, convocado por el Foro de Narración Oral del Gran Teatro de La Habana y el Proyecto NarrArte, se realiza el festival de narración oral "Primavera de Cuentos", en La Habana, Cuba.
En esta ocasión, el encuentro fue del 16 al 22 de marzo de 2015, con los auspicios del Centro de Teatro, del Gran Teatro de La Habana y de otras prestigiosas instituciones y entidades culturales de la Capital.
Primavera de Cuentos es un festival no lucrativo que promueve como línea artística principal la participación de narradores que cuenten, fundamentalmente, haciendo uso de sus recursos expresivos propios: la palabra, la voz y los gestos, en una fuerte apelación al imaginario y en intensa relación con el público, como esencia del arte de la palabra viva.
Como siempre, la programación artística estuvo dirigida tanto al público infantil como a los jóvenes y los adultos.

A Tabaré Caputi, integrante de nuestro Centro, le fue concedido este año el distinguido honor de participar de ese Festival.

A su regreso, nos deleitó con abundantes comentarios sobre su experiencia en el bastión cultural admirable que es la tierra cubana y nos aportó el material que compartimos.








A su paso por Méjico, fue invitado por "Nuestra Voz Radio", una radio alternativa y plural, dedicada a producir y difundir contenidos que impulsen y fortalezcan el diálogo entre la sociedad.
http://www.nuestravozradio.org
Participó en el programa Palabras al Poder, que invita a autores de narrativa y poesía para darlos a conocer y difundir su obra.
Podemos ver y escuchar las entrevistas a través de los siguientes links:

https://www.youtube.com/watch?v=qoPbC4rKInQ
https://www.youtube.com/watch?v=rRubQQ7sbUs
https://www.youtube.com/watch?v=547hUCoB6MQ
https://www.youtube.com/watch?v=yZeIv_0hFbE


El sábado 30, tendremos el placer de compartir su compañía y su arte en la Celebración del Día del Libro.



lunes, 25 de mayo de 2015

"Barrerlo todo y seguir viviendo"- Mercedes Carranza

24 de mayo de 1945- Colombia
Licenciada universitaria, periodista, escritora.

UNA ROSA PARA DYLAN THOMAS


“Murió tan extraña y trágicamente
como había vivido, preso de un caos
de palabras y pasiones sin freno... no
consiguió ser grande, pero fracasó
genialmente....”
D.T.

Se dice: “no quiero salvarme”
y sus palabras tienen la insolencia
del que decide que todo está perdido.
Como guiado por una certeza deslumbrante
camina sin eludir su abismo;
de nada le sirven ya los engaños
para sobrevivir una o dos mañana más:
conocer otro cuerpo entre las sábanas destendidas
y derretirse pálido sobre él
o reencontrarse con las palabras
y hacerlas decir para mentirse
o ser el otro por el tiempo que dura
la lucidez del alcohol en la sangre.
En la oscuridad apretada de su corazón
allí donde todo llega ya sin piel, voz, ni fecha
decide jugar a ser su propio héroe:
nada tocará sus pasiones y sus sueños;
no envejecerá entre cuatro paredes
dócil a las prohibiciones y a los ritos.
Ni el poder ni el dinero ni la gloria
merecen un instante de la inocencia que lo consume;
no cortará la cuerda que lleva atada al cuello.
Le bastó la dosis exacta de alcohol
para morir como mueren los grandes:
por un sueño que sólo ellos se atreven a soñar.


viernes, 22 de mayo de 2015

Para compartir una pasión





"Su celeste sombra"

Muchas veces me viene a la cabeza
la oscura cualidad que me da el Amor
y me tengo lástima y así me digo:

¡Ay de mí!, ¿les pasa esto a otros?;
porque tan hábilmente me asalta el amor
que la vida casi me abandona:
sólo un hilo de espíritu deja medio vivo,
uno que sólo por ti vive y razona.

Luego me esfuerzo, yo deseo salvarme,
y casi muerto, sin ningún valor,
vengo a verte, creyendo así curarme:

y cuando alzo los ojos para observarte
en mi corazón se inicia un terremoto
que suspende en mi alma todos los latidos.


De: La Vida Nueva


Dante Alighieri

Beatriz Portinari




















jueves, 21 de mayo de 2015

"La burocracia es un mecanismo gigante operado por pigmeos"- Honoré De Balzac


“Si me posees, lo poseerás todo.
Pero tu vida me pertenecerá.
Dios lo ha querido así.
Desea, y se realizarán tus deseos.
Pero acomoda tus aspiraciones a tu vida.
Aquí está encerrada.
A cada anhelo, menguaré como tus días.
¿Me quieres? ¡Tómame!
Dios te oirá.
¡Así sea!

Aquí -agregó en voz vibrante, mostrando la piel de zapa-, en este pedazo de piel, se encuentran reunidos el «poder» y el «querer». En él están resumidas vuestras ideas sociales, vuestras desmedidas ambiciones, vuestras intemperancias,  vuestras alegrías que matan, vuestros dolores que alargan la vida, porque quizá el  mal no sea más que un violento placer. ¿Quién será capaz de determinar el punto en que la voluptuosidad se convierte en mal, y el en que el mal continúa siendo voluptuosidad? ¿No acarician la vista los más vivos fulgores de! mundo ideal, al paso que siempre la hieren las más suaves tinieblas del mundo físico? ¿No se  deriva de saber la palabra sabiduría? ¿Y en qué consiste la locura, sino en el exceso de un querer o de un poder?”



De: Piel de zapa






















Me arriesgaría incluso a decir que ya podemos vislumbrar en la novela de Balzac <L’Envers de l’histoire contemporaine> los primeros signos del sujeto en el “discurso del capitalismo”: un sujeto exhausto que busca con su “curiosidad” su pequeño trozo de saber, sólo para producir un excedente de “consuelo” que en última instancia sirve al amo “escondido”.

De: NODVS-Balzac, Lacan y el discurso del capitalismo- Howard Rouse




miércoles, 20 de mayo de 2015

"La sangre pisoteada de cientos de estudiantes, hombres, mujeres, niños, soldados y ancianos se ha secado en la tierra de Tlatelolco." - Elena Poniatowska


19 de mayo de 1932- Francia
Periodista, escritora y activista
 nacionalizada mejicana.
"Que 43 jóvenes sean asesinados en esa forma, 
no solo asesinados, fueron quemados en un 
basurero, como basura, como si fueran mierda, 
es una gran vergüenza, personalmente para mí 
y también para el país", dijo Poniatowska 
en un encuentro con periodistas, 
acerca de los estudiantes de Iguala.
"Yo estaba persuadida de que no habría 
otra masacre. Claro, que hay un país (en el que) 
es muy fácil, porque la muerte siempre anda 
muy cerca por la cantidad de armas"

ESTADO DE SITIO


Camino por las grandes avenidas, las anchas superficies negras, las banquetas en las que caben todos y nadie me ve, nadie voltea, nadie me mira, ni uno solo de ellos. Ninguno da la menor señal de reconocimiento. Insisto. Ámenme. Ayúdenme. Sí, todos. Ustedes. Los veo. Trato de imantarlos; nada los retiene, su mirada resbala encima de mí, me borra, soy invisible. Sus ojos evitan detenerse en algo, en cualquier cosa, y yo los miro a todos tan intensamente, los estampo en mi alma, en mi frente; sus rostros me horadan, me acompañan; los pienso, los recreo, los acaricio. Nosotras las mujeres atesoramos los rostros; de hecho, en un momento dado, la vida se convierte en un solo rostro al que podemos tocar con los labios. Ámenme, véanme, aquí estoy. Alerto todas las fuerzas de la vida; quiero traspasar los vidrios de la ventanilla, decir: “Señor, señora, soy yo”, pero nadie, nadie vuelve la cabeza, soy tan lisa como esta pared de enfrente. Debería gritarles: “Su sociedad sin mí sería incompleta, nadie camina como yo, nadie tiene mi risa, mi manera de fruncir la nariz al sonreír, jamás verán a una mujer acodarse en la mesa como lo hago, nadie esconde su rostro dentro de su hombro…señores, señoras, niños, perros, gatos, pobladores del mundo entero, créanme, es la verdad, les hago falta.”
Me gustaría pensar que me oyen pero sé que no es cierto. Nadie me espera. Sin embargo, todos los días tercamente emprendo el camino, salgo a las anchas avenidas, a ese gran desierto íntimo tan parecido al que tengo adentro. Necesito tocarlo, ver con los ojos lo que he perdido, necesito mirar esta negra extensión de chapopote, necesito ver mi muerte.

De noche vienes, México, Grijalbo, 1979.

En: http://narrativabreve.com

En el Silencio, ese perro fiel que aúlla por las calles de mi búsqueda...



Soledad de la reja sola


Soledad de la reja sola
pena negra del crepúsculo.
Soledad de aldaba,
de cerrojo, de candado.
Pena azul de las madrugadas.
Soledad de campo
y ciudad lejos.
Pena blanca de la alborada.


Ana Amorós

Maestra. Detenida por las Fuerzas Conjuntas en 1972.
Actualmente asiste al Taller Literario del Prof. Lauro Marauda  y anteriormente concurrió a la Casa de la Cultura con el profesor  Walter Ortiz y Ayala.
Participó en un libro colectivo “Pájaros en el espejo” con el Taller de Marauda y también ha publicado en forma individual.







sábado, 16 de mayo de 2015

"Yo, señor, soy de Montevideo”- Carlos Maggi

5 de agosto de 1922- 15 de mayo de 2015
Escritor, periodista, historiador uruguayo.

SEGURO CONTRA ROBO


—No es por el valor de tus malditos guantes —dije, tirando los paquetes que rodaron sobre el tapizado— me fastidia la falta de cuidado, la pérdida de los bienes por que sí.
—No se perdieron —observó Isabel— fueron robados. Los dejé aquí. Estoy segura. Fui la primera en decirlo.
—Espléndido! En vez de perderlos por descuido los dejaste por descuido sobre el asiento del auto, mientras hacíamos las compras. ¡Qué cuidadosa! —y antes de que pudiera ensayar un solo razonamiento, completé el ataque. —Además fuiste tú la que me convenciste de no cerrar con llave. No lo vas a negar, ahora. Hace semanas que voy dejando el auto abierto por los lugares más expuestos, por las peores calles, como ofreciéndole un caramelo a los ladrones. Ese es el resultado de tu filosofía.
—Y señalé con el índice hacia abajo, como Jehová, hacia el lugar del asiento delantero donde debían estar los guantes y no estaban.
—No grites, querido —musitó ella— la gente nos mi...
—Es lógico. Todo el mundo se asoma a ver la cara de los estúpidos que se dejan atropellar por un ómnibus o robar en la puerta de un supermercado.
Entramos al coche y antes de arrancar, cuando hice girar la llave del seguro que traba la dirección, Isabel me cubrió la mano con la suya y me dijo, con ternura:
—Sacrifiqué mis guantes para hacerte ganar más de trescientos mil pesos.
La miré y vi en sus ojos la luz de la inteligencia.
—Si hubieras cerrado la puerta del auto con llave, cl ladrón no habría podido entrar y hubieras gastado inútilmente los mil pesos que te costó la traba de la di­rección. Si yo no hubiera dejado los guantes para que él los robara, nunca hubieras sabido que hubo un ladrón que quiso robar el auto y no pudo. No es tan difícil de entender, Fabián. Me quedé sin guantes, pero tú multiplicaste por trescientos lo invertido en ese seguro contra robo. ¿No te parece buen negocio? Piensa, querido: conservamos el Fiat, valoramos la traba de la dirección y todavía nos salvamos de tener que mandar a arreglar la portezuela. No fue forzada porque la dejaste sin llave, como yo te dije. ¿Esos beneficios no compensan la pérdida de un viejo par de guantes?
Desde ese día, dejo un billete de diez pesos colgando del espejo retrovisor y van siete veces que me lo roban. Con solo setenta pesos llevo ganados unos dos millones ciento siete mil pesos (calculando el auto a nada más que trescientos mil, la traba por su costo original, mil, y sin contar el ahorro en reparaciones de la puerta, que jamás sufre porque queda abierta).

De: CUENTOS DE HUMORAMOR

En: Revista Raíces




















"Al principio intentaba aprender a escribir. Con tal propósito leí cuanto cayó en mis manos."

“Me apasionaban las grandes concepciones de la literatura universal, 
las repasaba en mi memoria y 
las comparaba con mis propios trabajos. 
Le aseguro que un ejercicio semejante 
vuelve a cualquier escritor muy modesto. 
Le ayuda a situar las dimensiones 
de su propio talento y de su capacidad”.

La cuerda

A los tres días de haberse instalado en el campo, él regresó del pueblo andando, con una cesta de provisiones y un rollo de cuerda de veintidós metros. Ella, secándose las manos en su delantal verde, salió a su encuentro. Tenía el pelo revuelto y la nariz escarlata por el sol; él le dijo que su aspecto ya era el de una campesina de toda la vida. A él se le pegaba al cuerpo la camisa de franela gris y tenía los pesados zapatos llenos de polvo. Ella le aseguró que parecía el personaje rural de una representación teatral.


¿Se había acordado del café? Ella había estado esperando durante todo el día el café. Habían olvidado comprarlo al hacer su encargo a la tienda el primer día.

¡Caramba, no, no lo había comprado! ¡Dios, tendría que volver!

Sí, si en ello le fuera la vida, sin duda regresaría, pero pensó que tenía todo lo demás. Ella le recordó que eso se debía únicamente a que él no bebía café. De lo contrario, lo hubiese recordado. Imaginaos que se quedase sin cigarrillos. Entonces ella vio la cuerda. ¿Para qué era? Pues bien, él pensaba que podía servir para tender ropa o algo. Y, naturalmente, ella le preguntó si creía que iban a poner una lavandería. Ya tenían una de quince metros colgada ante sus ojos. ¿De verdad que no se había dado cuenta? Para ella, afeaba el paisaje.

El comentó que una cuerda podía servir para un montón de cosas. Ella quiso saber para qué, que le diera un ejemplo. Él lo consideró unos segundos, pero no se le ocurrió nada. Podían esperar y ver, ¿no? Se necesita toda clase de chismes raros allí en el campo. Ella dijo que sí, que así era, pero que creía que justo en aquel momento, cuando cada centavo era valioso, parecía tonto comprar más cuerda. Eso era todo. No quería decir nada más. Al principio no había comprendido por qué él creía que era necesaria.

¡Ya está bien, diablos! La había comprado porque quería y basta. Ella pensó que esa era una razón suficiente y no podía entender por qué él no lo había dicho desde el principio. Indudablemente, serían útiles veintidós metros de cuerda. Aunque no le venía ninguna a la cabeza en ese momento, había cientos de utilidades. Desde luego. Como él había dicho, en el campo esas cosas siempre son necesarias.

Pero se sentía un tanto decepcionada con lo del café y, ¡oh, mira, mira, mira los huevos! ¡Oh, no, están todos rotos! ¿Qué les había puesto encima? ¿No sabía que no hay que poner peso alguno sobre los huevos? Chafar, quién los había chafado, quería saber él. ¡Qué tontería! Él, sencillamente, los había llevado en la cesta junto con las otras cosas. Si se habían roto, era culpa del hombre de la tienda. Aquel hombre debía saber mejor que nadie que no había que poner cosas pesadas encima de los huevos.

Ella creía que había sido la cuerda. Era lo más pesado del paquete. Lo había visto claramente cuando él llegaba de la tienda y la cuerda destacaba como un enorme envoltorio encima de todo. Él deseaba que el mundo entero diese fe de que eso no era cierto. Había cargado con la cuerda en una mano y con la cesta en la otra, ¿y de qué le servía a ella tener ojos si no era capaz de sacarles más provecho?

En cualquier caso, ella señaló que al menos una cosa estaba clara: no habría huevos para el desayuno. Y tendrían que hacer un revuelto para la cena. Era una verdadera desgracia. Había pensado hacer filetes para la cena. No había hielo, la carne no se podía guardar. Él quiso saber por qué ella no podía terminar de romper los huevos en un tazón y colocarlos en un lugar fresco.

¡Lugar fresco! Si era capaz de encontrarle uno, ella estaría encantada de ponerlos allí. Bien, entonces, a él le parecía perfectamente posible cocinar la carne al mismo tiempo que los huevos y luego calentarla al día siguiente. La idea sencillamente la escandalizó. Carne recalentada cuando podían muy bien comerla recién hecha. Sucedáneos, sobras e improvisaciones, ¡hasta con la carne! Él le frotó un poco la espalda. En realidad, no era tan importante, ¿no, querida? A veces, cuando estaban de buen humor, él le frotaba la espalda y ella se arqueaba y ronroneaba. Esa vez siseó y estuvo a punto de arañarlo. Él se disponía a decir que seguramente se podrían arreglar de alguna manera cuando ella se volvió y dijo que si le decía que se podrían arreglar de alguna manera, no dudaría en darle una bofetada.

Él se tragó esas palabras al rojo vivo y su cara ardió. Levantó la cuerda para colocarla en el estante más alto. Ella no quería tenerla en el estante más alto, donde colocaban frascos y latas; decididamente, no quería que estuviese ocupado por tantos metros de cuerda. Había soportado todo el desorden que era capaz de soportar en el piso de la ciudad; al menos, ahí había espacio y se proponía tener las cosas en orden.

Bien, en ese caso, él quería saber qué estaban haciendo el martillo y los clavos allí. Y por qué los había puesto allí cuando sabía muy bien que él necesitaba aquel martillo y aquellos clavos arriba para fijar los marcos de las ventanas. Ella no hacía más que retrasarlo todo y duplicar el trabajo con su insensata costumbre de cambiar las cosas de lugar y esconderlas.

Estaba segura de no haberle oído bien y, si hubiese tenido alguna razón para creer que él iba a fijar los marcos de las ventanas aquel verano, habría dejado el martillo y los clavos exactamente donde él los había puesto: en medio del suelo del dormitorio, para poder pisarlos bien en la oscuridad. Y ahora, si él no se llevaba aquello de allí, lo arrojaría todo al pozo.

¡Oh, de acuerdo, de acuerdo!… ¿Podría ponerlo en el armario? Desde luego que no, había escobas y fregonas y recogedores, ¿y por qué no podía encontrar un lugar para la cuerda fuera de su cocina? ¿No se había parado a pensar que había siete habitaciones dejadas de la mano de Dios en la casa y sólo una cocina?

Él quiso saber qué tenía que ver. ¿Y comprendía ella que estaba haciendo el ridículo? ¿Y por quién le tomaba? ¿Por un idiota de tres años? El problema era que ella necesitaba de alguien más débil para acosarlo y oprimirlo. Justo en aquel momento él deseaba desesperadamente tener un par de niños sobre los que ella pudiera descargarse. Quizá así conseguiría algún descanso.

Ante ese comentario, a ella se le mudó el rostro. Le recordó que había olvidado el café y comprado un inútil trozo de cuerda. Y cuando ella consideraba todas las cosas que en realidad necesitaban para que aquel sitio fuese siquiera decentemente adecuado para vivir bien, se echaba a llorar, eso era todo. Se la veía tan desamparada, tan perdida y desesperada, que él no podía creer que un simple trozo de cuerda fuera el causante de todo el jaleo. ¿Qué era lo que ocurría, por el amor de Dios?

Oh, ¿le haría él el favor de callarse y salir y quedarse fuera, si podía, durante cinco minutos? Claro, así lo haría. Si ella lo deseaba se quedaría fuera indefinidamente. Dios, sí, no había nada que él desease más que marcharse y no volver nunca. Ella no entendería en su vida qué le retenía entonces. Era una oportunidad estupenda. Ahí estaba ella, clavada, lejos de cualquier ferrocarril, con una casa medio vacía entre las manos, ni un centavo en el bolsillo y todo por hacer en el mundo; parecía el momento elegido por Dios para que él escapara de allí. Estaba sorprendida de que no se hubiera quedado en la ciudad, como de costumbre, hasta que ella hubiese salido y, después de que ella hubiera terminado con todo el trabajo, llegara él para hacer como que ponía las cosas en orden. Era su truco habitual.

Él tenía la impresión de que las cosas estaban yendo demasiado lejos. Saliéndose un tanto de madre, si a ella no le importaba que lo dijera así. ¿Por qué demonios se había quedado en la ciudad el verano anterior? Para hacer media docena de trabajos extras y conseguir el dinero que le había enviado. De eso se trataba. Ella sabía perfectamente que no podían haberlo hecho de otra manera. Aquella vez había estado de acuerdo con él. Y esa había sido la única ocasión en que le había dejado hacer las cosas por sí misma.

Oh, él podría contárselo a su bisabuela. Ella tenía cierta idea de lo que le había retenido en la ciudad. Mucho más que una idea, si él quería saberlo. ¿De modo que ella iba a remover otra vez todo aquello? Pues bien, podía pensar lo que quisiera. Estaba cansado de dar explicaciones. Quizá hubiese parecido ridículo, pero sencillamente había mordido el anzuelo y ¿qué más podía hacer? Era imposible creer que ella fuese a tomárselo en serio. Sí, sí, sabía qué pasaba con un hombre: si se le dejaba libre un minuto, con toda seguridad alguna mujer lo raptaría. ¡Y, naturalmente, él no podía herir sus sentimientos negándose!

Pues bien, ¿qué la enojaba? ¿Olvidaba que le había dicho que aquellas dos semanas sola en el campo habían sido las más felices en cuatro años? ¿Y cuánto tiempo llevaban casados cuando lo dijo? ¡De acuerdo, calla! Si creía que aquello no había sido un golpe bajo…

Ella no había querido decir que estuviese contenta porque él se encontrara lejos. Había querido decir que se había sentido feliz poniendo la maldita casa bonita y en condiciones para él. Eso era lo que había querido decir ¡y ahora, mira! Sacando a relucir algo que ella había dicho hacía un año, únicamente para justificarse por haber olvidado el café y roto los huevos y comprado un condenado trozo de cuerda que no podían permitirse comprar. En realidad pensó que ya era hora de abandonar el tema y que sólo quería dos cosas en el mundo. Quería que él sacara esa cuerda de debajo de sus pies y volviera al pueblo y consiguiera café y, si era capaz de recordarlo, trajera un estropajo de aluminio para las sartenes y dos barras más para cortinas y, si hubiese en el pueblo, guantes de goma, pues tenía las manos en carne viva, y una botella de leche de magnesia de la farmacia.

Él contempló el atardecer azul oscuro abrasador sobre las laderas de las colinas, se enjugó la frente, suspiró profundamente y dijo que, si ella fuese capaz de esperar tan sólo un minuto por alguna cosa, él volvería. Había dicho eso, ¿no?, justo en el momento en que se dieron cuenta de que lo había olvidado.

Oh, sí, de acuerdo… vete. Ella iba a limpiar las ventanas. ¡El campo era tan hermoso! Dudaba de que tuvieran un momento para disfrutarlo. Él se refería a marcharse, pero ni siquiera se atrevía a insinuarlo pues ella, una melancólica incurable, no creería que volvería al cabo de unos días. ¿No recordaba nada agradable de los otros veranos? ¿No se habían divertido siempre de alguna manera? Ella no tenía tiempo para hablar de eso, y ¿le haría el favor de no dejar esa cuerda por ahí para que tropezara? Él la cogió, pues se había deslizado de la mesa, y salió con ella bajo el brazo.

¿Se marchaba justo entonces? Seguramente. Eso pensó ella. A veces tenía la impresión de que él intuía cuál era el momento perfecto para dejarla en la estacada. Quería que sacaran los colchones al sol, pero si se disponían a hacerlo, al menos tendrían para tres horas. Él debía de haberle oído decir por la mañana que tenía la intención de airearlos. De modo que, por supuesto, se marchaba y le dejaba todo el trabajo. Dedujo que él creía que el ejercicio le haría bien.

Bueno, él tan sólo iba a buscar su café. Una caminata de seis kilómetros por un kilo de café era algo ridículo, pero él estaba perfectamente dispuesto a hacerlo. La adicción la estaba destrozando, pero si ella quería destruir su vida, no había nada que él pudiera hacer al respecto. Si creía que era el café lo que la estaba destrozando, ella le felicitaba; debía de tener una conciencia condenadamente tranquila.

Con la conciencia tranquila o no, él no veía por qué los colchones no podían esperar hasta el día siguiente. Y de todos modos, por el amor de Dios, ¿vivían en la casa o iban a permitir que la casa los llevara a la muerte? Ella palideció al oír eso y su rostro se puso lívido en torno a la boca. Su actitud parecía intimidatoria, y le recordó que el cuidado de la casa no era más obligación de uno que de otro; ella tenía otras cosas que hacer y a ese ritmo, ¿cuándo creía que iba a encontrar tiempo para hacerlas?

¿Iba a empezar de nuevo? Sabía tan bien como él que su trabajo proporcionaba ingresos regulares mientras que el de ella era sólo ocasional. Si dependieran de lo que ella hacía… ¡y ya era hora de que lo comprendiera con toda claridad de una vez por todas!

Definitivamente, ese no era el problema. La cuestión era si, cuando ambos estuvieran trabajando a la vez, habría o no división del trabajo doméstico. Ella simplemente quería saberlo, pues tenía que hacer sus planes. Pues bien, él creía que todo estaba arreglado. Era un hecho que él iba a ayudar. ¿No lo había hecho siempre, durante los veranos?

¿Lo había hecho? Oh, ¡lo había hecho! ¿Y cuándo y dónde y haciendo qué? ¡Dios, qué broma tan divertida!

Hasta tal punto era divertida la broma que el rostro de ella se tornó ligeramente púrpura y estalló en una carcajada. Rió tanto que tuvo que sentarse y al final un torrente de lágrimas brotó de sus ojos y rodó hacia las alzadas comisuras de sus labios. Él se precipitó hacia ella, la obligó a ponerse en pie y trató de echarle agua en la cabeza. El cucharón colgaba de un clavo por una cuerda y al tirar él la rompió. Entonces trató de sacar agua con una mano mientras luchaba con la otra. Así que dejó de intentarlo y, en su lugar, la sacudió.

Ella, haciendo un gran esfuerzo, se soltó de sus manos, gritándole que cogiera su cuerda y se fuera al infierno. Sencillamente lo había abandonado; y corrió. Él oyó sus zapatillas de tacón haciendo ruido y tropezando en las escaleras.

Salió, rodeó la casa y se internó en el sendero; de pronto se dio cuenta de que tenía una ampolla en el talón y de que sentía arder la camisa. Las cosas estallan tan repentinamente que no se sabe cuándo han comenzado. Se ponía hecha una furia por nada. Era terrible, maldición, ni una pizca de sensatez. Cuando estaba así daba lo mismo hablar con un colador que con esa mujer. ¡Que le condenasen si tenía que pasar toda su vida dándole la razón! Y bien, ¿qué iba a hacer? Devolvería la cuerda y la cambiaría por otra cosa. Las cosas se acumulaban, las cosas eran gigantescas y no se podían mover, ni seleccionar, ni eliminar. Están por ahí y se pudren. La devolvería. Diablos, ¿por qué? Él la quería. Al fin y al cabo, ¿qué era? Un trozo de cuerda. Imaginad a alguien que se preocupe más por un trozo de cuerda que por los sentimientos de un hombre. ¿Qué derecho tenía ella a protestar por eso? Recordó todas las cosas inútiles, sin sentido, que compraba para sí misma. ¿Por qué? Porque quería, ¡por eso! Se detuvo y eligió una piedra grande junto al camino. Cuando regresara, pondría la cuerda detrás de ella en la caja de herramientas. Ya había oído hablar de la cuerdecita bastante para el resto de su vida.

Cuando regresó, ella estaba apoyada en el buzón, a un lado del camino, esperando. Era bastante tarde; el olor a filete asado le llegó, flotando en el aire fresco. La cara de la mujer era joven, tersa y de buen color. Su rebelde y gracioso cabello negro estaba revuelto. Le saludó con un gesto desde lejos y él se apresuró. Ella gritó que la cena estaba lista y esperando, ¿tenía hambre?

Ya lo creo que tenía hambre. Ahí estaba el café. Lo alzó para que lo viese. Ella miró su otra mano. ¿Qué era lo que tenía allí? Bueno, era otra vez la cuerda. Él se detuvo de golpe. Tenía el propósito de cambiarla, pero había olvidado hacerlo. Ella quiso saber por qué había de cambiarla, si tanto deseaba tenerla. ¿No era ahora agradable el aire y bueno el estar allí?

Ella caminó junto a él sujetándose con una mano en su cinturón de cuero. Tironeaba y le empujaba un poco al andar y se apoyaba en su cuerpo. Él la rodeó con su brazo libre y le dio una palmadita en el estómago. Intercambiaron cautelosas sonrisas. ¡Café, café para los tortolitos! Él se sintió como si le trajera un hermoso regalo.

Era un amor, creía la mujer con toda firmeza, y de haber tenido su café por la mañana no se hubiese comportado de modo tan sorprendente… Había un chotacabras, imagínate, totalmente fuera de estación, que se posaba en el manzano silvestre y llamaba solo a los demás. Tal vez su hembra lo hubiese abrumado. Tal vez. Tenía la esperanza de oírlo una vez más, amaba los chotacabras… Él sabía cómo era ella, ¿no?

Claro, él sabía cómo era ella.



15 de mayo de 1890- Texas, Estados Unidos.





lunes, 11 de mayo de 2015

Benito Pérez Galdós: un avanzado en prácticas educativas.

10 de mayo de 1843- España

Son bien conocidas las ideas liberales de Galdós, no en vano siempre defendió una visión racionalista del mundo, lejos de la superstición y el oscurantismo. Esto le llevó a enfrentarse con los sectores conservadores de su época; esta confrontación se repite en muchas de sus novelas y, especialmente, en Doña Perfecta, donde Pepe Rey, tal como hemos visto, representa esos valores progresistas. En El amigo Manso (1882) se aborda esa confrontación en el terreno de la educación. Las ideas científicas y filosóficas krausistas chocan con la enseñanza religiosa y metodológicamente atrasada que está vigente en la segunda mitad del siglo XIX. Galdós, a través del personaje de Máximo Manso, propone una enseñanza que se adapte a la idiosincrasia del alumno y no a la inversa. El maestro debe guiar el pensamiento del estudiante, hacer que éste se interese por la materia, mostrándole de forma amena aquello que se le pretende inculcar. De esta forma se le pueden hacer comprender sus razonamientos y los defectos en que éstos puedan incurrir, siendo su corrección más fácil.

(...)

Estas prácticas pedagógicas chocan con las de la época; ya que lo que primaba era la enseñanza memorística y el conocimiento teórico, sin tener en cuenta aspectos más prácticos. No se fomentaba la creatividad del alumno, se le introducía en una masa árida de conocimientos que hacía que éste perdiese el interés y el deseo de estudiar, siendo la figura del profesor muy distante y deshumanizada. Galdós intenta recuperar las ideas ilustradas de autosuficiencia de la razón sin necesidad de recurrir a la fe y a la autoridad de los maestros, tal como sucedía tradicionalmente. Para ello cada persona debe ejercitar su pensamiento de acuerdo con sus intereses, fomentando el uso de la razón y no sólo de la memoria. Para conseguir estos objetivos es necesario recuperar la figura del profesor, hacerla más cercana y humana; éste debe ser un amigo que sepa ganarse la confianza del alumno para poder guiarlo sin que se le pierda el respecto, pero nunca infundiendo miedo ni antipatía. La amistad facilita una mejor transmisión de conocimientos; debe fomentarse en todo momento para que las lecciones entren no sólo por la cabeza, sino también por el corazón. De esta forma, sutilmente, se van introduciendo en la mente del alumno las ideas, sin necesitar esfuerzos complementarios.

De: Aspectos narrativos y literarios de las novelas de Galdós
© Roberto Augusto Míguez 2003-2009
En:  http://www.ucm.es/info/especulo/numero23/galdosna.html


- I -
Yo no existo

Yo no existo... Y por si algún desconfiado o terco o maliciosillo no creyese lo que tan llanamente digo, o exigiese algo de juramento para creerlo, juro y perjuro que no existo; y al mismo tiempo protesto contra toda inclinación o tendencia a suponerme investido de los inequívocos atributos de la existencia real. Declaro que ni siquiera soy el retrato de alguien, y prometo que si alguno de estos profundizadores del día se mete a buscar semejanzas entre mi yo sin carne ni hueso y cualquier individuo susceptible de ser sometido a un ensayo de vivisección, he de salir a la defensa de mis fueros de mito, probando con testigos, traídos de donde me convenga, que no soy, ni he sido, ni seré nunca nadie.
Soy (diciéndolo en lenguaje oscuro para que lo entiendan mejor), una condenación artística, diabólica hechura del pensamiento humano (ximia Dei), el cual, si coge entre sus dedos algo de estilo, se pone a imitar con él las obras que con la materia ha hecho Dios en el mundo físico; soy un ejemplar nuevo de estas falsificaciones del hombre que desde que el mundo es mundo andan por ahí vendidas en tabla por aquellos que yo llamo holgazanes, faltando a todo deber filial, y que el bondadoso vulgo denomina artistas, poetas o cosa así. Quimera soy, sueño de sueño y sombra de sombra, sospecha de una posibilidad; y recreándome en mi no ser, viendo transcurrir tontamente el tiempo infinito, cuyo fastidio, por serlo tan grande, llega a convertirse en entretenimiento, me pregunto si el no ser nadie equivale a ser todos, y si mi falta de atributos personales equivale a la posesión de los atributos del ser. Cosa es esta que no he logrado poner en claro todavía, ni quiera Dios que la ponga, para que no se desvanezca la ilusión de orgullo que siempre mitiga el frío aburrimiento de estos espacios de la idea. Aquí, señores, donde mora todo lo que no existe, hay también vanidades, ¡pasmaos!, ¡hay clases, y cada intriga...! Tenemos antagonismos tradicionales, privilegios, rebeldías, sopa boba y pronunciamientos. Muchas entidades que aquí estamos, podríamos decir, si viviéramos, que vivimos de milagro.
Y a escape me salgo de estos laberintos y me meto por la clara senda del lenguaje común para explicar por qué motivo no teniendo voz hablo, y no teniendo manos trazo estas líneas, que llegarán, si hay cristiano que las lea, a componer un libro. Vedme con apariencia humana. Es que alguien me evoca, y por no sé qué sutiles artes me pone como un forro corporal y hace de mí un remedo o máscara de persona viviente, con todas las trazas y movimientos de ella. El que me saca de mis casillas y me lleva a estos malos andares es un amigo...
Orden, orden en la narración. Tengo yo un amigo que ha incurrido por sus pecados, que deben de ser tantos en número como las arenas de la mar, en la pena infamante de escribir novelas, así como otros cumplen, leyéndolas, la condena o maldición divina. Este tal vino a mí hace pocos días, hablome de sus trabajos, y como me dijera que había escrito ya treinta volúmenes, le tuve tanta lástima que no pude mostrarme insensible a sus acaloradas instancias. Reincidente en el feo delito de escribir, me pedía mi complicidad para añadir un volumen a los treinta desafueros consabidos. Díjome aquel buen presidiario, aquel inocente empedernido, que estaba encariñado con la idea de perpetrar un detenido crimen novelesco sobre el gran asunto de la educación; que había premeditado su plan; pero que faltándole datos para llevarlo adelante con la presteza mañosa que pone en todas sus fechorías, había pensado aplazar esta obra para acometerla con brío cuando estuvieran en su mano las armas, herramientas, escalas, ganzúas, troqueles y demás preciosos objetos pertinentes al caso; que entre tanto, no gustando de estar mano sobre mano, quería emprender un trabajillo de poco aliento, y que sabedor de que yo poseía un agradable y fácil asunto, venía a comprármelo, ofreciéndome por él cuatro docenas de géneros literarios, pagaderas en cuatro plazos; una fanega de ideas pasadas, admirablemente puestas en lechos y que servían para todo, diez azumbres de licor sentimental, encabezado para resistir bien la exportación, y por último una gran partida de frases y fórmulas, hechas a molde y bien recortaditas, con más de una redoma de mucílago para pegotes, acopladuras, compaginazgos, empalmes y armazones. No me pareció mal trato, y acepté.

(...)