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5 de agosto de 1922- 15 de mayo de 2015 Escritor, periodista, historiador uruguayo. |
SEGURO CONTRA ROBO
—No es por el valor de tus
malditos guantes —dije, tirando los paquetes que rodaron sobre el tapizado— me
fastidia la falta de cuidado, la pérdida de los bienes por que sí.
—No se perdieron —observó Isabel—
fueron robados. Los dejé aquí. Estoy segura. Fui la primera en decirlo.
—Espléndido! En vez de perderlos
por descuido los dejaste por descuido sobre el asiento del auto, mientras
hacíamos las compras. ¡Qué cuidadosa! —y antes de que pudiera ensayar un solo
razonamiento, completé el ataque. —Además fuiste tú la que me convenciste de no
cerrar con llave. No lo vas a negar, ahora. Hace semanas que voy dejando el
auto abierto por los lugares más expuestos, por las peores calles, como
ofreciéndole un caramelo a los ladrones. Ese es el resultado de tu filosofía.
—Y señalé con el índice hacia
abajo, como Jehová, hacia el lugar del asiento delantero donde debían estar los
guantes y no estaban.
—No grites, querido —musitó ella—
la gente nos mi...
—Es lógico. Todo el mundo se
asoma a ver la cara de los estúpidos que se dejan atropellar por un ómnibus o
robar en la puerta de un supermercado.
Entramos al coche y antes de
arrancar, cuando hice girar la llave del seguro que traba la dirección, Isabel
me cubrió la mano con la suya y me dijo, con ternura:
—Sacrifiqué mis guantes para
hacerte ganar más de trescientos mil pesos.
La miré y vi en sus ojos la luz
de la inteligencia.
—Si hubieras cerrado la puerta
del auto con llave, cl ladrón no habría podido entrar y hubieras gastado
inútilmente los mil pesos que te costó la traba de la dirección. Si yo no
hubiera dejado los guantes para que él los robara, nunca hubieras sabido que
hubo un ladrón que quiso robar el auto y no pudo. No es tan difícil de
entender, Fabián. Me quedé sin guantes, pero tú multiplicaste por trescientos
lo invertido en ese seguro contra robo. ¿No te parece buen negocio? Piensa,
querido: conservamos el Fiat, valoramos la traba de la dirección y todavía nos
salvamos de tener que mandar a arreglar la portezuela. No fue forzada porque la
dejaste sin llave, como yo te dije. ¿Esos beneficios no compensan la pérdida de
un viejo par de guantes?
Desde ese día, dejo un billete de
diez pesos colgando del espejo retrovisor y van siete veces que me lo roban.
Con solo setenta pesos llevo ganados unos dos millones ciento siete mil pesos
(calculando el auto a nada más que trescientos mil, la traba por su costo
original, mil, y sin contar el ahorro en reparaciones de la puerta, que jamás
sufre porque queda abierta).
De: CUENTOS DE HUMORAMOR
En: Revista Raíces
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