miércoles, 6 de agosto de 2014

“Nuestra memoria es un mundo más perfecto que el universo: le devuelve la vida a los que ya no la tienen”- Guy De Maupassant

5 de agosto de 1850- Francia

Guy de Maupassant: aspectos médicos de su creativa y desenfrenada vida
Rev. méd. Chile vol.140 no.4 Santiago abr. 2012

(FRAGMENTO)

La memoria inconsciente

En 1913 Proust publica "Por el camino de Swan" que contiene el famoso episodio en que el protagonista, al untar una magdalena en té, evoca la infancia ya perdida. Muchos la han considerado como la primera descripción literaria de la memoria inconsciente. Sin embargo, casi 30 años antes, Maupassant en "Enfermos y Médicos", escribe: "¡Singular misterio es el recuerdo! Uno va despistado por las calles, bajo el primer sol de mayo, y de repente, como si unas puertas durante mucho tiempo cerradas se abrieran en la memoria, cosas ya olvidadas regresan de nuevo a la mente. Pasan, seguidas por otras, nos hacen revivir horas pasadas, horas lejanas.¿Por qué esas vueltas bruscas hacia antaño? ¿Quién lo sabe? Un olor que flota, una sensación tan ligera que ni la hemos notado, pero que uno de nuestros órganos reconoció, un escalofrío, incluso un destello de sol que daña la retina, un ruido tal vez, un nada que nos rozó en una circunstancia en un tiempo lejano y que volvemos a encontrar, vale para hacernos volver a ver de repente un país, unas gentes, unos acontecimientos desaparecidos de nuestro pensamiento. ¿Por qué un soplo de aire cargado de olores, de hojas bajo los castaños de los Campos Elíseos, evoca de repente un camino, un enorme camino, a lo largo de una montaña, en Auvernia?"

El concepto es muy similar y está, pues ya aquí. Pero hay más. En "Magnetismo", como destaca Armand Lanoux, relata la historia de un hombre que sueña con una mujer a la que conoce, pero no desea y a la que posee en sueños. A la mañana siguiente ella se entrega a él y se convierten en amantes por dos años. ¿Cómo explicárselo, pregunta el mismo narrador? Y responde que "quizá por una visión de ella que yo no había destacado y que me vino esa tarde como uno de esos llamados misteriosos e inconscientes de la memoria que nos representan a menudo cosas dejadas de lado por nuestra consciencia que han pasado desapercibidas ante nuestra inteligencia".

Este texto data de 1882, mientras que "La interpretación de los sueños" de Freud, recién de 1900 por lo que nuevamente se trata de una notable intuición; sólo que en la segunda obra, como dice Lanoux, la palabra inconsciente se transforma, de adjetivo en sustantivo.


De: http://www.scielo.cl/scielo
















La felicidad


Era la hora del té, antes que trajeran las luces. La ciudad dominaba el mar; el sol, que acababa de ponerse, había dejado el cielo rosa a su paso, salpicado de polvo de oro; y el Mediterráneo, sin una arruga, sin un estremecimiento, todavía resplandeciente bajo el día agonizante, parecía una interminable plancha de metal pulimentado.

Lejos, a la derecha, las montañas escarpadas dibujaban su perfil negro sobre el púrpura pálido del poniente.

Se hablaba del amor, se discutía sobre este viejo tema, volviéndose a decir las cosas ya dichas tantas veces. La suave melancolía del crepúsculo hacía pesadas las palabras, produciendo un sentimiento de ternura en las almas, y aquella palabra, “amor”, constantemente pronunciada, tan pronto por la voz fuerte de un hombre como por una voz femenina de timbre ligero, parecía llenar el saloncito, en el que revoloteaba como un pájaro, pesando en su atmósfera como una aparición.

¿Se puede amar durante muchos años seguidos?

-Sí -decían algunos.

-No -aseguraban otros.

Distinguían los diversos casos, establecían diferencias, se citaban ejemplos; y todos, hombres y mujeres, estaban llenos de recuerdos que les volvían y turbaban, pero que no podían citar aunque los tenían a flor de labios, y parecían emocionados, hablaban de aquel tema vulgar y soberano, del acuerdo tierno y misterioso de dos seres, con una emoción honda y un interés ardiente.

De pronto, alguien, con la mirada fija en un punto lejano, exclamó:

-¡Miren allí! ¿Qué es aquello?

Sobre el mar, en el horizonte, surgía una masa gris, enorme y confusa.

Las mujeres se levantaron y contemplaron sin comprender aquel fenómeno sorprendente que jamás habían visto.

Alguien dijo:

-Es Córcega. Se la ve así dos o tres veces al año en ciertas condiciones atmosféricas excepcionales, cuando el aire, de una limpidez perfecta, no la oculta con esas brumas de vapor que siempre velan las lejanías.

Vagamente, se distinguían las crestas de las montañas, donde creyeron reconocer la nieve. Todos quedaron sorprendidos, turbados, casi asustados por aquella brusca aparición de una tierra, por aquel fantasma salido del mar. Así debieron de ser las extrañas visiones que tuvieron los navegantes que, como Colón, partieron a través de los océanos inexplorados.

Entonces, un anciano caballero, que aún no había hablado, dijo:

-En esa isla que se alza ante nosotros como para responder a lo que estábamos diciendo y despertar en mi memoria un curioso recuerdo, conocí un ejemplo admirable de un amor constante, inverosímilmente feliz. Se lo contaré. Hace cinco años hice un viaje a Córcega. Es una isla salvaje, más desconocida y lejana de nosotros que América, a pesar de que a veces se la vea desde las costas de Francia, como hoy. Imagínense un mundo todavía en el caos, un mar de montañas separadas por angostos barrancos por los que corren torrentes; no hay llanuras, sino inmensas olas de granito y gigantescas ondulaciones de tierra cubiertas de matorrales o de umbrosos bosques de castaños y pinos. Es un suelo virgen, inculto, desierto, aunque a veces se descubra un pueblo, que parece un amontonamiento de rocas en la cima de un monte. No hay cultivos, ni industrias, ni arte. Jamás se encuentra un trozo de madera tallada, un fragmento de piedra esculpida, ni hay huellas del gusto infantil o refinado de los antepasados por las cosas graciosas y bellas. Es esto precisamente lo que más choca en aquel soberbio y duro país: la indiferencia hereditaria por esa búsqueda de formas seductoras que se llama arte. Italia, donde cada palacio, lleno de obras maestras, es una obra maestra por sí mismo; donde el mármol, la madera, el bronce, el hierro, los metales y las piedras atestiguan el genio del hombre; donde los más pequeños objetos antiguos que se encuentran en las casas viejas revelan esa divina preocupación por la gracia, es para todos nosotros la patria sagrada a la que se ama porque nos muestra y nos prueba el esfuerzo, la grandeza, la potencia y el triunfo de la inteligencia creadora. Frente a ella, la ruda Córcega se ha conservado como en sus primeros días. El hombre vive allí en su tosca casa, indiferente a todo lo que no afecte a su propia existencia o a sus querellas de familia. Ha conservado los defectos y las cualidades de las razas incultas, violento, rencoroso, inconscientemente sanguinario, pero también hospitalario, generoso, leal, ingenuo, capaz de abrir sus puertas a los caminantes y de dar su fiel amistad a la menor muestra de simpatía. Hacía un mes que vagaba a través de esta isla magnífica, con la sensación de que estaba en los confines del mundo. No había ni posadas, ni tabernas, ni carreteras. Llegaba, por senderos de mulas, a esas aldeas que se sujetan en las laderas de las montañas y desde las que se dominan abismos tortuosos de cuyas profundidades sube por la noche el rumor continuo, la voz sorda y honda del torrente. Llamaba a las puertas de las casas, y pedía un refugio para la noche y algo de comer hasta el día siguiente. Me sentaba a la humilde mesa y dormía bajo un techo humilde; a la mañana siguiente, estrechaba la mano que me tendía el huésped, el cual me conducía hasta los límites del pueblo. Una noche, tras diez horas de camino, llegué a una casita aislada en el fondo de un pequeño valle que se abría al mar una legua más abajo. Las dos vertientes montañosas, cubiertas de matorrales, de rocas desmoronadas y de grandes árboles, cerraban como dos murallas sombrías aquel barranco lamentablemente triste. En torno a la choza, un viñedo y un pequeño huerto, y un poco más lejos, varios grandes castaños: lo suficiente, en fin, para vivir, y una fortuna para aquel país pobre. La mujer que me recibió era vieja, grave y limpia, excepcionalmente. El hombre, sentado en una silla de paja, se levantó para saludarme y se volvió a sentar sin decir una palabra. Su compañera me dijo:

-Perdónele, se ha quedado sordo. Tiene ya ochenta y dos años.

Me sorprendió que hablara el francés de Francia.

-¿Son ustedes de Córcega?

Ella me respondió:

-No. Somos del continente. Pero hace cincuenta años que vivimos aquí.

Una sensación de angustia y de espanto se apoderó de mí al pensar en aquellos cincuenta años transcurridos en un lugar tan sombrío, tan alejado de las ciudades donde vive la gente. Llegó un viejo pastor, y nos pusimos a comer el único plato de la cena: una sopa espesa en la que habían hervido todo junto: patatas, tocino y coles. Al acabar la breve comida, fui a sentarme ante la puerta, con el corazón sobrecogido por la melancolía del triste paisaje, oprimido por esa angustia que se apodera a veces de los viajeros ciertas noches tristes en ciertos lugares desolados. Parece como si todo, la existencia y el universo, estuviera a punto de acabar. Bruscamente se descubre la horrible miseria de la vida, el aislamiento de todos, la nada de todo y la negra soledad del corazón, que se mece y se engaña a sí mismo con sueños hasta la muerte. La vieja se acercó a mí y, con esa curiosidad que vive siempre en el fondo de las almas más resignadas, me preguntó:

-¿Viene usted de Francia, entonces?

-Sí, viajo por gusto.

-¿Será usted de París, quizá?

-No, soy de Nancy.

Me pareció que la agitaba una extraordinaria emoción. Ignoro cómo lo sentí. Ella repitió con voz lenta:

-¿Es usted de Nancy?

En la puerta apareció el hombre, con esa impasibilidad de los sordos.

-No importa. No oye nada -dijo ella. Luego, al cabo de unos segundos, añadió:

-Entonces, conocerá usted a mucha gente en Nancy.

-Sí, a casi todo el mundo.

-¿Conoce a la familia de Sainte-Allaize?

-Sí, muy bien. Eran amigos de mi padre.

-¿Cómo se llama usted?

Le dije mi nombre. Me miró fijamente, y luego, con esa voz de quien evoca sus recuerdos, me dijo:

-Sí, sí, me acuerdo. ¿Y los Brisemare? ¿Qué fue de ellos?

-Murieron todos.

-¡Ah! ¿Conocía a los Sirmont?

-Sí, el último es general.

Entonces, estremeciéndose de emoción y de angustia, por algún sentimiento confuso, poderoso y sagrado, por no sé qué deseo de confesar, de decirlo todo, de hablar de cosas que había tenido hasta aquel momento encerradas en el fondo de su corazón, y también de todas aquellas personas cuyo nombre agitaba su espíritu, me dijo:

-Sí, ya sé: Henri de Sirmont. Es mi hermano.

Alcé mis ojos hasta ella, sobrecogido de sorpresa. Y, de pronto, lo recordé todo. Tiempo atrás había sido un escándalo en la noble Lorena. Una muchacha, bella y rica, Suzanne de Sirmont, había sido raptada por un suboficial de húsares del regimiento que mandaba su padre. Era un guapo mozo, hijo de campesinos, pero que sabía llevar muy bien el dormán, aquel soldado que sedujo a la hija de su coronel. Se debió fijar en él y enamorarse, viendo desfilar los escuadrones. Pero ¿cómo le habló, cómo pudieron verse, comprenderse? ¿Cómo se atrevió ella a hacerle comprender que le amaba? No se pudo saber. Nada logró adivinarse, y nadie lo presentía. Una noche, cuando el soldado acababa de cumplir su servicio, desapareció con ella. Los buscaron, pero no lograron encontrarlos. Jamás se tuvo noticias de ella, y la consideraron como muerta. Y yo la volvía a encontrar de aquella forma, en aquel siniestro valle.

-Sí, sí, ahora me acuerdo -le dije, a mi vez-. Usted es la señorita Suzanne.

Ella dijo que sí con la cabeza. Caían lágrimas de sus ojos. Entonces, señalándome con una mirada al anciano inmóvil a la puerta de su casucha, me dijo:

-Es él.

Y me di cuenta de que lo seguía queriendo, de que lo veía aún con sus ojos de seducida. Le pregunté:

-¿Ha sido usted feliz, por lo menos?

Ella me respondió, con una voz que le salía dél corazón:

-Sí, muy feliz. Me ha hecho muy feliz. Jamás he lamentado nada.

La contemplé, triste, sorprendido, maravillado por el poder del amor. Aquella señorita rica se había marchado con aquel hombre, con aquel campesino. Se había transformado ella misma en campesina. Se había acostumbrado a su vida sin encantos, sin lujo, sin delicadeza de ninguna clase; se había doblegado a sus costumbres sencillas. Y todavía lo amaba. Se había transformado en una aldeana con gorro, con falda de paño. Comía en un plato de barro sobre una mesa de madera, sentada en una silla de paja, un guiso de coles y patatas con tocino. Se acostaba en un jergón junto a él. ¡Y nunca había pensado en nada, sino en él! No había echado de menos ni las joyas, ni las finas telas, ni las elegancias, ni la blandura de los asientos, ni la tibieza perfumada de las alcobas cubiertas de tapices, ni la suavidad de los colchones de pluma donde los cuerpos se hunden para el reposo. Nunca había necesitado más que a él; su presencia colmaba sus deseos. Había abandonado la vida de muy joven, y la sociedad, y a todos los que la habían criado y querido. Sola con él, se había ido a aquel barranco salvaje. Y él lo había sido todo en su vida, todo lo que se desea, todo lo que se sueña, todo lo que se espera sin cesar, todo lo que se ansía sin límites. Le había llenado de dicha la existencia. No habría podido ser más feliz. Y durante toda la noche, oyendo el ronquido sordo del viejo soldado tendido sobre su yacija junto a la mujer que lo había seguido hasta tan lejos, pensé en aquella extraña y sencilla aventura, en aquella felicidad tan completa, hecha de tan poco. Y me marché al amanecer, tras haber estrechado la mano a los dos ancianos esposos.

El narrador se calló.

Una mujer dijo:

-No demuestra nada. Esa mujer tenía un ideal demasiado fácil, necesidades demasiado primitivas y exigencias demasiado sencillas. Tenía que ser una necia.

Otra, lentamente, dijo:

-¿Y qué importa? Fue feliz.

Y lejos, al final del horizonte, Córcega se hundía en la noche, volvía a entrar lentamente en el mar, borrándose su gran sombra aparecida como para contar por sí misma la historia de los dos humildes amantes que se habían refugiado en su costa.



De: CiudadSeVa.com



sábado, 2 de agosto de 2014

“La creación más peligrosa de toda sociedad es el hombre que no tiene nada que perder”- James Baldwin

2 de agosto de 1924- Estados Unidos
Escritor.
Activista por los derechos de
afroamericanos y homosexuales.


UNA LECCIÓN DE HUMILDAD


Cierto día el Califa Harun Alraschid organizó un gran banquete en el salón principal de palacio.
Las paredes y el cielo raso brillaban por el oro y las piedras preciosas con las que estaban adornados. Y la gran mesa estaba decorada con exóticas plantas y flores Allí estaban los hombres más nobles de toda Persia y Arabia. También estaban presentes como invitados muchos hombres sabios, poetas y músicos.
Después de un buen tiempo de transcurrida la fiesta, el califa se dirigió al poeta y le dijo:
-Oh, príncipe hacedor de hermosos poemas, muéstranos tu habilidad, describe en versos este alegre y glorioso banquete.
El poeta se puso de pie y empezó con estas palabras:
-¡Salud! Oh, califa, y gozad bajo el abrigo de vuestro extraordinario palacio.
-Buena introducción -dijo Alraschid-. Pero permítenos escuchar más de vuestro discurso. El poeta prosiguió:
-Y que en cada nuevo amanecer te llegue también una nueva alegría. Que cada atardecer veas que todos tus deseos fueron realizados.
-¡Bien, bien! Sigue pues con tu poema.
El poeta se inclinó ligeramente en señal de agradecimiento por tan deferentes palabras del califa y prosiguió:
-¡Pero cuando la hora de la muerte llegue, oh mi califa, entonces, aprenderéis que todas las delicias de la vida no fueron más que efímeros momentos, como una puesta de sol.
Los ojos del califa se llenaron de lágrimas, y la emoción ahogó sus palabras. Cubrió su rostro con las manos y empezó a sollozar.
Luego uno de los oficiales que estaba sentado cerca del poeta, alzó la voz:
-¡Alto! El califa quiso que lo alegraran con cosas placenteras, y vos le estáis llenando la cabeza con cosas muy tristes.
-Dejad al poeta solo –dijo Raschid–. El ha sido capaz de ver la ceguera que hay en mí y trata de hacer que yo abra los ojos.

De: http://narrativabreve.com



Querido hermano:

No sabes cuánto necesitaba oír de ti. Quise escribirte muchas veces, pero imaginaba lo mucho que debo haberte herido y entonces no lo hice. Pero ahora me siento como un hombre que ha tratado de salir de algún agujero profundo, realmente profundo y podrido y que allá afuera veía el sol. Necesito salir.

No puedo contarte mucho de cómo llegué aquí. Es decir, no sé cómo contártelo. Pienso que sentía miedo de algo o intentaba escapar de algo y sabes que nunca he tenido la cabeza muy sólida (sonrisa). Me alegra que mamá y papá hayan muerto y no puedan ver lo que sucedió con su hijo y juro que de saber lo que estaba haciendo jamás te habría lastimado así, a ti y a tanta gente admirable que fue amable conmigo y creyó en mí.

No pienses que tuvo algo que ver con que fuera músico. Es más que eso. O quizás menos que eso. Aquí, no puedo poner en orden las cosas en la cabeza, y procuro no pensar qué ocurrirá conmigo cuando salga. A veces pienso que voy a palmarla y nunca saldré de aquí y otras que de inmediato volveré. Sin embargo, algo te digo: mejor me vuelo los sesos que pasar por lo mismo otra vez. Pero eso lo dicen todos, según me informan. Si te aviso cuando llego a Nueva York y me recibes, lo apreciaría mucho. Dale mi cariño a Isabel y a los críos, y sentí mucho enterarme de lo de Gracie. Quisiera ser como mamá y decir hágase la voluntad del Señor, pero no sé, me parece que los problemas son lo único que jamás se termina y no sé qué se gana echándole la culpa al Señor. Pero tal vez haga su poquito de bien si crees en eso.

Tu hermano
Sonny

De: Los blues de Sonny
En: http://www.materialdelectura.unam.mx





“El mito nos dice que América está llena de gente sonriente… la realidad es que el país está afincado por una horda deseperada, rapaz y dividida determinada a olvidar su pasado y hacer dinero. No hemos cambiado en este respecto, y se nota en nuestros rostros, nuestros hijos, por nuestra inefable soledad y por la espectacular fealdad y hostilidad de nuestras ciudades.”

Prólogo de James Baldwin a Nada Personal, donde el famoso fotógrafo Richard Avendon testimonia su desencanto sobre la sociedad norteamericana y sus mitos de bienestar e igualdad.














Fragmentos de NOTA INTRODUCTORIA

La literatura negra ha tenido variadas funciones en lo que constituye el cuerpo de las letras estadounidenses. Sin embargo, preponderó aquella del testimonio, desde las canciones iniciales hasta la narrativa posterior. Testimonio en un sentido amplio: tanto la congoja íntima como la exposición descarnada de una situación social inaceptable. De las canciones bíblicas al blues y al jazz; de Paul Laurence Dunbar (1872-1906) a la poderosa, aunque desigual, Native Son (1940) de Richard Wright (1908-1960). Y, siempre, el peligro cuando no la realidad constante de anteponer la protesta a los méritos literarios de lo escrito. Peligro, desde luego, necesario de arriesgar.

En esa línea se sitúa James Baldwin. Es decir, retoma las inquietudes de Wright, de Chester Himes (1909), de Ralph Ellison (1914-1994) y les agrega una voz nueva.

Acosado por sus fantasmas íntimos y, sobre todo, por la presión social del medio norteamericano contra un hombre de color a la busca de expresión, Baldwin se procura un terreno neutro en el extranjero. París fue la ciudad elegida. Vinieron años de penuria, en los cuales se malganó la vida como corresponsal de algunas publicaciones. Pero la estancia resultó productiva en varios sentidos. Uno de ellos, que Baldwin descubre su norteamericanismo. Es decir, al contacto de un ámbito que lo aliviaba de los hostigamientos raciales, consigue la calma suficiente para meditar sobre su condición de hombre, y termina diciendo que es norteamericano y en los Estados Unidos debe dar su batalla. Otra consecuencia de importancia la expresó el propio Baldwin con claridad: “Pero comen­cé a pensar en francés. Comencé a entender el inglés mucho mejor que nunca antes; comencé a entender el inglés del cual procedía, el idioma que produjo a Ray Charles o a Bessie Smith o que produjo a todos los poetas que me produjeron. Comenzó una especie de reconciliación, que no hubiera ocurrido si no me salgo del inglés”. Por tanto, el autoexilio fue una cura, de la cual Baldwin surgió fortalecido, y muy capaz de enfrentarse al problema de ser negro en los Estados Unidos. 

Federico Patán -octubre de 1991

De: http://www.materialdelectura.unam.mx


“No hay locura de los animales de este mundo que no quede infinitamente superada por la locura de los hombres” ―Herman Melville


Y ahora quisiera hablar un poco acerca de las ballenas.

Existen varias especies de ellas. La «ballena azul» es la mayor, no solamente de los animales del mar, sino también de los de la tierra, y llega a medir más de treinta metros de larga.

El rorcual es un poco más pequeño, apenas llega a los veinticuatro metros, y ambos tienen una aleta encima del lomo.

Luego están las ballenas propiamente dichas, que carecen de tal aleta, y de las cuales la mayor es la llamada ballena boreal, que vive en el océano Ártico y mide unos veinte metros.
La ballena tiene, pese a su descomunal tamaño, una garganta tan estrecha que por ella no cabría un pez de mediano grosor. Por eso, las ballenas no comen sino pequeños crustáceos y moluscos, así como ciertas algas. En lugar de dientes tienen una serie de láminas córneas, por lo cual tragan el alimento sin masticarlo. Las láminas córneas tienen forma de guadaña y son unas cuatrocientas, colocadas a ambos lados del paladar; sirven como colador para que escape el agua que han tragado junto a su alimento, el cual queda retenido en la lengua. La ballena puede permanecer sumergida hasta cuarenta minutos y entonces, al salir a la superficie, expele el agua que durante ese tiempo ha entrado en sus pulmones y lo hace en forma de surtidor, al que acompaña un fuerte resoplido.
Eso sí, mientras no le amenaza ningún peligro, permanece flotando en la superficie y hasta salta sobre ella, con la agilidad que nadie pensaría al ver su monstruoso tamaño. Hasta llega a salir por completo del agua.

Del cachalote, que es otra de las especies de ballena, se extrae un finísimo aceite.
El cachalote tiene una cabeza enorme, que puede llegar a ser hasta un tercio de la longitud total del animal. Gran parte de esta cabeza está llena de ese líquido graso.
El cachalote carece de barbas, pero posee en cambio dientes muy poderosos en la mandíbula inferior, y en la superior unas cavidades en las que encajan los dientes.
Éstos son de marfil y pueden tener hasta un centenar de ellos, que le sirven para devorar las presas, y éstas ya no son diminutas, sino pulpos, calamares y hasta tiburones pequeños y focas, pero sobre todo pulpos, los cuales, cuando son grandes, oponen muy fuerte resistencia, llegando a herir al cachalote con su córneo pico.
El cachalote se encuentra en casi todos los mares y generalmente viaja en
bandadas; no es raro verle hacer cabriolas y dar enormes saltos sobre las olas, por lo que es extraordinariamente difícil clavarle el arpón. Los balleneros que lo sabían hacer, eran raros, ya que el cachalote tiene la costumbre de brincar sobre las lanchas, a las cuales hunde y destruye con su enorme peso, sobre todo cuando esas barcas eran de madera.


Fragmento de Moby Dick

1º de agosto de 1819- Estados Unidos

jueves, 31 de julio de 2014

...” ¿se escogía ("quiero morir contigo") a la persona con la que uno iba a vivir toda la muerte...?”

Juntos, desde hace 5.000 años...

Cuál de los dos murió primero

callando ante la verdad de los cuerpos que dialogan

en esta antigua tragedia anterior a la tragedia antigua,

porque cómo se hace -avisen, habría que decírselo a todospara

morir juntos sin desclavarse,

interminable hazaña nupcial no repetida

porque desde entonces ya no supimos cómo.

Cuál pudo ver en el otro, espiándole por partes, la agonía,

en qué momento se truncó el arco que describe el deseo

antes de terminar con el vencedor besando agradecido la ingle en despedida

y quedarse así con la pierna detenida para siempre en el viaje a la

entrepierna

(lentitud de quienes adueñándose del gozo se adueñaron del tiempo)

por donde pasa el viento áspero de la península con sus toallas de arena

cada mañana después de cada noche de ese ensayo general de los actos del

acto.

(¿O fue un acto inacabado,

palabra que la muerte detuvo en la primera sílaba,

tantas veces repetida por nosotros hasta ahora y tartamuda,

creyendo cada vez que es una muerte pequeñita,

contentos como quienes bailan esas danzas

cuyo origen ritual han olvidado?)

Amaos por favor, seguid amándoos

vorazmente insatisfechos por los siglos de los siglos de los siglos,

no desateis la inicial inmemorial amarra

porque qué nos restaría de esta amorosa e insolente estatua,

ni cómo iríamos a comprobar que álguienes se amaron

si de pronto estos huesos polvo fueran,

deshaciéndose en la tardía sacudida del espasmo

cien siglos después de haber comenzado apenas a tocarse con los dedos los

labios

y nos quedáramos así sin pruebas

de que existió la eternidad un día.



Jorge Enrique Adoum (ecuatoriano- 1926/2009)

De: El amor desenterrado

En: http://circulodepoesia.com



“Un oprimido puede convertirse en opresor”- Primo Levi


31 de julio de 1919 - Italia
Escritor, químico.
Antifascista y sobreviviente del Holocausto.

El elefante


Cavad: encontraréis mi osamenta
absurda en este lugar lleno de nieve.
Me cansé de la marcha y la pesada carga;
echaba de menos el calor y la hierba.
Encontraréis monedas y armas púnicas
enterradas por avalanchas: ¡absurdo, absurdo!
El absurdo de mi historia y el absurdo de la Historia.
¿Qué me importaban a mí Cartago y Roma?
Ahora mi fino marfil, nuestro gozo y orgullo,
noble, curvo como una luna en cuarto creciente,
yace astillado entre los guijarros del río.
No fue hecho para perforar corazas
sino para sacar raíces y agradar a las hembras.
Nosotros solo luchamos por ellas,
sabiamente, sin derramar sangre.
¿Queréis oíd mi historia? Es breve.
El astuto hindú me capturó y me domesticó,
el egipcio me puso grilletes y me vendió,
el fenicio me cubrió con una armadura
y puso una torre sobre mi grupa.
Era absurdo que yo, una torre de carne,
invulnerable, suave y terrible,
forzado aquí entre estas montañas enemigas,
resbalara en vuestro hielo que jamás había visto.
Cuando uno de nosotros se despeña, no hay quien lo salve.
Un valiente cegado trató mucho tiempo
de encontrar mi corazón con la punta de su lanza.
Lívido en el ocaso, he lanzado a estos picos
mis inútiles berridos agónicos: «¡Absurdo, absurdo!»

23 de agosto de 1984


11 de febrero de 1946


Te buscaba en las estrellas
cuando las interrogaba en mi niñez.
Pregunté a las montañas por ti
pero me dieron soledad y breve paz
tan solo alguna vez.

Como no estabas allí, en los largos crepúsculos
consideré la blasfemia temeraria
de que el mundo era el error de Dios
y, yo mismo, un error en el mundo.

Y cuando estuve cara a cara con la muerte,
todo mi ser gritó que no,
que no había acabado todavía,
que aún quedaba mucho por hacer.

Porque tú estabas ahí ante mí
conmigo a tu lado, justo como hoy,
un hombre y una mujer bajo el sol.

Volví porque tú estabas.


La niña de Pompeya


Como la angustia ajena es también la nuestra,
otra vez vivimos la tuya, niña delgada,
aferrada en un espasmo a tu madre,
como si cuando el cielo del mediodía se tornó negro
hubieras querido volver a su seno.
Era inútil, porque el aire, envenenado,
se filtró hasta hallarte tras las ventanas cerradas
de tu casa tranquila, de gruesos muros,
alguna vez feliz con tu canto y tus tímidas risas.
Han pasado siglos, las cenizas se han petrificado
aprisionando esos delicados miembros para siempre.
Así has permanecido con nosotros, como un molde de yeso
retorcido, una agonía sin término, testigo terrible de lo mucho
que nuestra orgullosa estirpe importa a los dioses.
Nada queda de tu hermana lejana,
la muchacha holandesa aprisionada entre cuatro paredes
que escribió sobre su juventud sin futuro.
Sus cenizas calladas fueron esparcidas por el viento,
su corta vida encerrada de un portazo en un cuaderno arrugado.
Nada queda de la niña de la escuela de Hiroshima,
sombra impresa sobre un muro por la luz de mil soles,
víctima sacrificada en el altar del miedo.
Poderosos de la tierra, dueños de venenos nuevos,
tristes guardianes secretos del trueno final,
los tormentos que el cielo nos envía son suficientes.
Antes de que vuestro dedo apriete el botón, deteneos, y pensad.

20 de noviembre de 1978


Ladrones


Llegan de noche como hilos de niebla,
con frecuencia incluso en pleno día.
Inadvertidos, se introducen a través
de las hendiduras, de los huecos de las cerraduras,
sin ruidos. No dejan huellas
ni quebrados cerrojos, ni desórdenes.
Son los ladrones del tiempo,
líquidos y viscosos como sanguijuelas:
se beben tu tiempo y lo escupen
como si botaran inmundicia.
Nunca les has visto el rostro. ¿Tienen rostro?
Labios y lengua sí,
y dientes muy pequeños y afilados.
Chupan sin causar dolor dejando sólo una lívida cicatriz.


 De: http://www.ddooss.org



A partir de lo que Primo Levi llamó la “zona gris” en la que se mueven las víctimas y los verdugos, Arnoldo Kraus construye una meditación acerca de la necesidad de dar testimonio, de decirle no al olvido frente a los genocidios y las violaciones a los derechos humanos.


Primo Levi, superviviente del campo de concentración de Auschwitz, acuñó el término “zona gris” para referirse a la “larga cadena que une al verdugo y a la víctima”. En esa intersección, demarcada por el color gris, todo es posible: el verdugo puede convertirse en víctima, la víctima en verdugo y ambos en sus propias víctimas. Esa conversión no es mera retórica, es parte de la condición humana y reflejo del sitio que se ocupa cuando el mal toca a la puerta. Transformarse, o no, en verdugo es parte de un complejo intríngulis: hay que elegir entre las exigencias del grupo al cual pertenecen los verdugos o seguir el camino dictado por la conciencia y la educación. La bella frase, Eitam si omnes Ego nom (“Aunque los demás lo hagan y lo consientan, yo no”) no siempre prevalece.

El gris de Levi es un interludio entre lo blanco y lo negro. Su “zona gris” no es privativa de los Lager nazis: en todos los genocidios se funden odios y se entrelazan los eslabones de verdugos y víctimas convertidos en un santiamén en teselas. A diferencia del blanco y el negro, cuyas imágenes son sinónimo de totalidad, el gris nunca es la última palabra. El blanco y el negro no son colores intermedios; ni uno ni otro permiten la ambigüedad. Abarcan todo. Se es víctima (o verdugo) en lo blanco y se es verdugo (o víctima) en lo negro. El gris es un intermezzo que posibilita los vaivenes: una dosis de tinta lo convierte en negro, una dosis de gomas de borrar lo acerca al blanco.

En esa zona, explica Giorgio Agamben en su extraordinario libro, Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo Sacer III (Pre-Textos, 2009), “el oprimido se hace opresor y el verdugo aparece, a su vez, como víctima”. La “zona gris” de Levi es extrapolable, con algunos matices, a otros genocidios o a cualquier relación donde existan personas cuyas características las podrían convertir en víctimas o en ajusticiadores.

En ese vaivén, donde el lenguaje acabado del blanco y del negro choca con el lenguaje inacabado del gris, el bien y el mal se mezclan incesantemente y cuestionan.

(...)

Tzvetan Todorov, en su libro Memoria del mal, tentación del bien. Indagación sobre el siglo XX (Península, 2002), ofrece el siguiente argumento: “Mientras que los genocidios de mediados de siglo —se refiere al siglo XX—, desde el de Rusia hasta el de Camboya, se llevaban a cabo en nombre del futuro (el totalitarismo se proponía crear un hombre nuevo; era preciso, pues, eliminar a quienes no se prestaban al proyecto), las matanzas más recientes han sido perpetradas en nombre de un recuerdo del pasado”. Entre las matanzas “en nombre del futuro” y los genocidios en “nombre de un recuerdo del pasado”, la mayor certeza es la responsabilidad del presente.

Arnoldo Graus

De: http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/8210/kraus/82kraus02.html


Israel, la "zona gris" del presente.
Primo Levi, un visionario "inconveniente".



miércoles, 30 de julio de 2014

Horizontalidad en la cuna, en la pasión, en el conocimiento y en el féretro, porque todos ignoramos de dónde venimos y hacia dónde vamos.

Todos aprendemos de todos: un lema inapelable en nuestra Casa.


Por eso, hoy, Eduardo Varela -querido compañero de larga trayectoria en PERRAS NEGRAS, investigador enamorado de culturas originarias (si no son occidentales, mejor)- nos presenta a:

Joumana Haddad
6 de diciembre de 1970- Beirut
Poeta, periodista, traductora (domina siete lenguas),
artista y activista.

Geología del “yo”


Soy el 6 de diciembre de mil novecientos setenta;
soy la hora justo después del mediodía.
Los gritos de mi madre alumbrándome
y sus gritos alumbrándola.
Su útero soltándome para emerger por mí misma,
su sudor alcanzando mi potencialidad.
Soy los ojos de mi familia sobre mí,
las miradas del padre, del abuelo, de las tías.
Soy todas sus perspectivas posibles;
las cortinas corridas, y las paredes detrás de esas,
y soy la que no tiene nombre, ni mano, por lo que viene detrás.
Soy las expectativas sobre mí, los sueños malogrados,
los vacíos suspendidos como amuletos en torno a mi cuello.
Soy el abrigo rojo ceñido, que lloraba al llevarlo,
y todas las constricciones que aún me hacen llorar.
Soy las tablas de multiplicar que aún ahora no domino.
El dos que suma uno, siempre uno.
Y soy la teoría de las líneas curvas, nunca juntas.
Soy mi fe, de niña, en que la Tierra giraba en torno a mi corazón
y mi corazón, en torno a la Luna.
Soy la mentira de Papá Noel,
que aún hoy creo.
Soy la mentira de Dios,
que no creo más.
Soy la astronauta que soñaba ser algún día,
las arrugas de mi abuela que se suicidó;
mi frente apoyada en su regazo ausente.
Soy chantaje, mi vicio inaugural.
Soy guerra
y el cadáver del hombre que los combatientes arrastraron ante mí,
y su pierna intentando seguirlo.
Soy la adolescencia de mi pecho derecho,
la sabiduría del izquierdo,
el poder de ambos bajo una camiseta ajustada
y luego mi conciencia de su poder: el inicio de la caída.
Soy mi aburrimiento rápido, mi primer cigarrillo, mi atrasada obstinación,
las estaciones pasadas.
Y soy la nieta de la niña que fui;
su falta de mi rabia,
mis decepciones, mis triunfos,
mis laberintos, mis mentiras,
mis cicatrices y mis virajes erróneos.


De: http://akantilado.wordpress.com



El retorno de Lilith


Las bestias monteses se encontrarán con los gatos
cervales, y el peludo gritará a su compañero:
Lilith también tendrá allí asiento, y hallará para sí reposo.
Isaías 34:14


Yo soy Lilith, la diosa de dos noches que vuelve de su exilio.

Yo soy Lilith, la diosa de dos noches que vuelve de su exilio.

Soy Lilith, la mujer destino. Ningún macho escapa a mi suerte y ningún macho quisiera escapar.

Soy las dos lunas Lilith. La negra no está completa sino por la blanca, ya que mi pureza es la chispa del desenfreno y mi abstinencia, el inicio de lo posible. Soy la mujer-paraíso que cayó del paraíso, y soy la caída-paraíso.

Soy la virgen, rostro invisible de la desvergüenza, la madre-amante y la mujer-hombre. La noche, pues soy el día; la costa derecha, pues soy la izquierda; y el Sur, pues soy el Norte.

Soy la mujer festín y los convidados al festín. Me llaman la hechicera alada de la noche, la diosa de la tentación y del deseo. Me han nombrado patrona del placer gratuito y de la masturbación y liberada de la condición de madre para que sea el destino inmortal.

Soy Lilith, la de los blancos senos. Irresistible es mi encanto, pues mis cabellos son negros y largos y de miel son mis ojos. La leyenda cuenta que fui creada de la tierra para ser la primera mujer de Adán, pero no me sometí.

Soy Lilith que retorna del calabozo del olvido blanco, leona del señor y diosa de dos noches. Yo reúno aquello que no puede ser reunido en mi copa y lo bebo ya que soy la sacerdotisa y el templo. Agoto toda embriaguez para que no se piense que me puedo saciar. Me hago el amor y me reproduzco para crear un pueblo de mi linaje, ya que mato a mis amantes para dar paso a los que aún no me han conocido.

Soy Lilith, la mujer selva. No supe de espera deseable, pero sí de leones y de especies puras de monstruos. Fecundo todos mis flancos para fabricar el cuento. Reúno las voces en mis entrañas para que se complete el número de esclavos. Devoro mi cuerpo para que no se me diga famélica y bebo mi agua para nunca sufrir de sed. Mis trenzas son largas para el invierno y mis maletas no tienen cubierta. Nada me satisface ni me sacia y aquí estoy de regreso para ser la reina de los extraviados en el mundo.

Soy la guardiana del pozo y el reencuentro de los opuestos. Los besos sobre mi cuerpo son las heridas de aquellos que trataron. Desde la flauta de los muslos asciende mi canto, y desde mi canto la maldición se expande en agua sobre la tierra.

Soy Lilith, la leona seductora. La mano de cada sirviente, la ventana de cada virgen. El ángel de la caída y de la conciencia del sueño ligero. Hija de Dalila, de María Magdalena y de las siete hadas. No hay antídoto contra mi maldición. Por mi lujuria se elevan las montañas y se abren los ríos. Regreso para penetrar con mis flujos el velo del pudor y para limpiar las heridas de la falta con el aroma del desenfreno.

Desde la flauta de los muslos asciende mi canto
y por mi lujuria se abren los ríos.
¿Cómo podría no haber mareas
cada vez que entre mis labios verticales brilla una sonrisa?
Porque soy la primera y la última
La cortesana virgen
El codiciado temor
La adorada repudiada
Y la velada desnuda,
Porque soy la maldición de lo que antecede,
El pecado desapareció de los desiertos cuando abandoné a Adán.
Él se equivocó por completo, hizo añicos su perfección.
Lo hice descender a tierra, y para él alumbré la flor de la higuera.

Soy Lilith, el secreto de los dedos que insisten. Perforo el sendero, divulgo los sueños, destruyo ciudades de hombres con mi diluvio. No reúno dos de cada especie para mi arca. Más bien los transformo a todos para que el sexo se purifique de toda pureza.

Yo, versículo de la manzana, los libros me han escrito aunque ustedes no me hayan leído. El placer desenfrenado, la esposa rebelde, la realización de la lujuria que conduce a la ruina total. En la locura se entreabre mi vestimenta. Los que me escuchan merecen la muerte y los que no me escuchan morirán de despecho.

No soy remisa ni la yegua dócil,
soy el estremecimiento de la primera tentación.
No soy remisa ni la yegua dócil,
Soy el desvanecimiento del último pesar.

Yo, Lilith, el ángel desvergonzado. La primera yegua de Adán y la corruptora de Satán. El imaginario del sexo reprimido y su más alto grito. Tímida, pues soy la ninfa del volcán; celosa, pues la dulce obsesión del vicio. El primer paraíso no me pudo soportar. Y me arrojaron de él para que siembre la discordia sobre la tierra, para que dirija en los lechos los asuntos de los que a mí se someten.

Soy Lilith, el destino de los conocedores y la diosa de dos noches. La unión del sueño y de la vigilia. Yo, la poeta feto, perdiéndome gané mi vida. Regreso de mi exilio para ser la esposa de los siete días y las cenizas de mañana.

Yo la leona seductora regreso para cubrir de vergüenza a las sumisas y reinar sobre la tierra. Regreso para sanar la costilla de Adán y liberar a cada hombre de su Eva.

Yo soy Lilith
Y vuelvo de mi exilio
Para heredar la muerte de la madre que he criado.





Joumana Haddad: «En Líbano sólo sobrevivimos»

Profesión: poeta, traductora, periodista y escritora. Nació: en 1970, en Beirut (Líbano).
Por qué está aquí: acaba de publicar «Yo maté a Sherezade. Confesiones de una mujer árabe furiosa» (Debate).

30 de marzo de 2011. 04:00h Cecilia García.

–¿Por qué está furiosa?
–La furia es un sentimiento contrario a la resignación. Estoy furiosa y harta de los clichés sobre la mujer árabe, que algunos son ciertos, pero están incompletos. Es cierto que hay algunas que se sienten incapaces y son autoindulgentes. Se dicen: «Soy débil, no tengo poder, por lo que no puedo cambiar mi destino», pero hay otras como yo, furiosas, independientes y decididas a cambiar las cosas.

–¿Y no será que, ya sea en el mundo árabe, o en Occidente seguimos esperando a una dócil Sherezade?
–Sí, una mujer exótica, encantadora, que sabe contar historias, sensual, a las que se las trata con condescendencia... Pero, cuidado, también hay mujeres occidentales así.

–Incluso a algunas les gusta serlo. ..
–Sí, aunque saben que es pura sumisión, su vida está en manos de los hombres.

–Usted descubrió la literatura, y en especial la literatura erótica muy pronto...
–Sí, me sentía encadenada por mi país, que vivía una guerra absurda, y una familia que me dio una educación muy estricta. Leer «Lolita» y «Justine» fue como una explosión para mí. Encontré mi identidad más auténtica, me reencontré con mi cuerpo, mi sexualidad y mi independencia.

–¿Está eufórica por las revueltas en el mundo árabe?
–Sí que estoy contenta, y también observo los movimientos con mucha prudencia. Evidentemente, esas dictaduras eran horrorosas, pero no estoy segura de que lo que venga ahora sea mejor, sobre todo, para las mujeres.

–Pero ellas han estado presentes en las revueltas.
–Me temo que muchas han sido utilizadas por los hombres para estar ahí, pero no se han dado cuenta. Por ejemplo, en Egipto, donde las mujeres no están tomando ningún protagonismo en la Transición. No creo que los nuevos regímenes sean más sensibles a los derechos de las mujeres, porque consideran un lujo.

–¿Cómo valora la intervención en Libia?
–Creo que está movida por intereses económicos, no creo que empleen la misma fuerza en Siria o en Yemen, cuyos pueblos viven también en dictadura.

–Al menos, en el Líbano la situación no es tan crítica...
–Hemos vividos muchas pequeñas guerras, pero tengo la ilusión de vivir un día en un Líbano más libre donde no se discrimine a la mujer. En Líbano no vivimos, sobrevivimos.

De: http://www.larazon.es


A Eduardo, el agradecimiento de tod@s, y al/ la lector/a, la sugerencia de recorrer la Web para seguir leyendo a Joumana... Como ella sostiene: "La libertad empieza en la cabeza, y al madurar se expresa en tu discurso, en tu comportamiento"...