2 de agosto de 1924- Estados Unidos Escritor. Activista por los derechos de afroamericanos y homosexuales. |
UNA LECCIÓN DE
HUMILDAD
Cierto día el Califa Harun Alraschid organizó un gran
banquete en el salón principal de palacio.
Las paredes y el cielo raso brillaban por el oro y las
piedras preciosas con las que estaban adornados. Y la gran mesa estaba decorada
con exóticas plantas y flores Allí estaban los hombres más nobles de toda
Persia y Arabia. También estaban presentes como invitados muchos hombres
sabios, poetas y músicos.
Después de un buen tiempo de transcurrida la fiesta, el
califa se dirigió al poeta y le dijo:
-Oh, príncipe hacedor de hermosos poemas, muéstranos tu
habilidad, describe en versos este alegre y glorioso banquete.
El poeta se puso de pie y empezó con estas palabras:
-¡Salud! Oh, califa, y gozad bajo el abrigo de vuestro
extraordinario palacio.
-Buena introducción -dijo Alraschid-. Pero permítenos
escuchar más de vuestro discurso. El poeta prosiguió:
-Y que en cada nuevo amanecer te llegue también una nueva
alegría. Que cada atardecer veas que todos tus deseos fueron realizados.
-¡Bien, bien! Sigue pues con tu poema.
El poeta se inclinó ligeramente en señal de agradecimiento
por tan deferentes palabras del califa y prosiguió:
-¡Pero cuando la hora de la muerte llegue, oh mi califa,
entonces, aprenderéis que todas las delicias de la vida no fueron más que
efímeros momentos, como una puesta de sol.
Los ojos del califa se llenaron de lágrimas, y la emoción
ahogó sus palabras. Cubrió su rostro con las manos y empezó a sollozar.
Luego uno de los oficiales que estaba sentado cerca del
poeta, alzó la voz:
-¡Alto! El califa quiso que lo alegraran con cosas
placenteras, y vos le estáis llenando la cabeza con cosas muy tristes.
-Dejad al poeta solo –dijo Raschid–. El ha sido capaz de ver
la ceguera que hay en mí y trata de hacer que yo abra los ojos.
De: http://narrativabreve.com
Querido hermano:
No sabes cuánto necesitaba oír de ti. Quise escribirte
muchas veces, pero imaginaba lo mucho que debo haberte herido y entonces no lo
hice. Pero ahora me siento como un hombre que ha tratado de salir de algún
agujero profundo, realmente profundo y podrido y que allá afuera veía el sol.
Necesito salir.
No puedo contarte mucho de cómo llegué aquí. Es decir, no sé
cómo contártelo. Pienso que sentía miedo de algo o intentaba escapar de algo y
sabes que nunca he tenido la cabeza muy sólida (sonrisa). Me alegra que mamá y
papá hayan muerto y no puedan ver lo que sucedió con su hijo y juro que de
saber lo que estaba haciendo jamás te habría lastimado así, a ti y a tanta
gente admirable que fue amable conmigo y creyó en mí.
No pienses que tuvo algo que ver con que fuera músico. Es
más que eso. O quizás menos que eso. Aquí, no puedo poner en orden las cosas en
la cabeza, y procuro no pensar qué ocurrirá conmigo cuando salga. A veces
pienso que voy a palmarla y nunca saldré de aquí y otras que de inmediato
volveré. Sin embargo, algo te digo: mejor me vuelo los sesos que pasar por lo
mismo otra vez. Pero eso lo dicen todos, según me informan. Si te aviso cuando
llego a Nueva York y me recibes, lo apreciaría mucho. Dale mi cariño a Isabel y
a los críos, y sentí mucho enterarme de lo de Gracie. Quisiera ser como mamá y
decir hágase la voluntad del Señor, pero no sé, me parece que los problemas son
lo único que jamás se termina y no sé qué se gana echándole la culpa al Señor.
Pero tal vez haga su poquito de bien si crees en eso.
Tu hermano
Sonny
De: Los blues de Sonny
En: http://www.materialdelectura.unam.mx
Fragmentos de NOTA INTRODUCTORIA
La literatura negra ha tenido variadas funciones en lo que
constituye el cuerpo de las letras estadounidenses. Sin embargo, preponderó
aquella del testimonio, desde las canciones iniciales hasta la narrativa
posterior. Testimonio en un sentido amplio: tanto la congoja íntima como la
exposición descarnada de una situación social inaceptable. De las canciones
bíblicas al blues y al jazz; de Paul Laurence Dunbar (1872-1906) a la poderosa,
aunque desigual, Native Son (1940) de Richard Wright (1908-1960). Y, siempre,
el peligro cuando no la realidad constante de anteponer la protesta a los
méritos literarios de lo escrito. Peligro, desde luego, necesario de arriesgar.
En esa línea se sitúa James Baldwin. Es decir, retoma las
inquietudes de Wright, de Chester Himes (1909), de Ralph Ellison (1914-1994) y
les agrega una voz nueva.
Acosado por sus fantasmas íntimos y, sobre todo, por la
presión social del medio norteamericano contra un hombre de color a la busca de
expresión, Baldwin se procura un terreno neutro en el extranjero. París fue la
ciudad elegida. Vinieron años de penuria, en los cuales se malganó la vida como
corresponsal de algunas publicaciones. Pero la estancia resultó productiva en
varios sentidos. Uno de ellos, que Baldwin descubre su norteamericanismo. Es
decir, al contacto de un ámbito que lo aliviaba de los hostigamientos raciales,
consigue la calma suficiente para meditar sobre su condición de hombre, y
termina diciendo que es norteamericano y en los Estados Unidos debe dar su
batalla. Otra consecuencia de importancia la expresó el propio Baldwin con
claridad: “Pero comencé a pensar en francés. Comencé a entender el inglés
mucho mejor que nunca antes; comencé a entender el inglés del cual procedía, el
idioma que produjo a Ray Charles o a Bessie Smith o que produjo a todos los
poetas que me produjeron. Comenzó una especie de reconciliación, que no hubiera
ocurrido si no me salgo del inglés”. Por tanto, el autoexilio fue una cura, de
la cual Baldwin surgió fortalecido, y muy capaz de enfrentarse al problema de
ser negro en los Estados Unidos.
Federico Patán -octubre de 1991
De: http://www.materialdelectura.unam.mx
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