31 de julio de 1919 - Italia Escritor, químico. Antifascista y sobreviviente del Holocausto. |
El elefante
Cavad: encontraréis mi osamenta
absurda en este lugar lleno de nieve.
Me cansé de la marcha y la pesada carga;
echaba de menos el calor y la hierba.
Encontraréis monedas y armas púnicas
enterradas por avalanchas: ¡absurdo, absurdo!
El absurdo de mi historia y el absurdo de la Historia.
¿Qué me importaban a mí Cartago y Roma?
Ahora mi fino marfil, nuestro gozo y orgullo,
noble, curvo como una luna en cuarto creciente,
yace astillado entre los guijarros del río.
No fue hecho para perforar corazas
sino para sacar raíces y agradar a las hembras.
Nosotros solo luchamos por ellas,
sabiamente, sin derramar sangre.
¿Queréis oíd mi historia? Es breve.
El astuto hindú me capturó y me domesticó,
el egipcio me puso grilletes y me vendió,
el fenicio me cubrió con una armadura
y puso una torre sobre mi grupa.
Era absurdo que yo, una torre de carne,
invulnerable, suave y terrible,
forzado aquí entre estas montañas enemigas,
resbalara en vuestro hielo que jamás había visto.
Cuando uno de nosotros se despeña, no hay quien lo salve.
Un valiente cegado trató mucho tiempo
de encontrar mi corazón con la punta de su lanza.
Lívido en el ocaso, he lanzado a estos picos
mis inútiles berridos agónicos: «¡Absurdo, absurdo!»
23 de agosto de 1984
11 de febrero de 1946
Te buscaba en las estrellas
cuando las interrogaba en mi niñez.
Pregunté a las montañas por ti
pero me dieron soledad y breve paz
tan solo alguna vez.
Como no estabas allí, en los largos crepúsculos
consideré la blasfemia temeraria
de que el mundo era el error de Dios
y, yo mismo, un error en el mundo.
Y cuando estuve cara a cara con la muerte,
todo mi ser gritó que no,
que no había acabado todavía,
que aún quedaba mucho por hacer.
Porque tú estabas ahí ante mí
conmigo a tu lado, justo como hoy,
un hombre y una mujer bajo el sol.
Volví porque tú estabas.
La niña de Pompeya
Como la angustia ajena es también la nuestra,
otra vez vivimos la tuya, niña delgada,
aferrada en un espasmo a tu madre,
como si cuando el cielo del mediodía se tornó negro
hubieras querido volver a su seno.
Era inútil, porque el aire, envenenado,
se filtró hasta hallarte tras las ventanas cerradas
de tu casa tranquila, de gruesos muros,
alguna vez feliz con tu canto y tus tímidas risas.
Han pasado siglos, las cenizas se han petrificado
aprisionando esos delicados miembros para siempre.
Así has permanecido con nosotros, como un molde de yeso
retorcido, una agonía sin término, testigo terrible de lo
mucho
que nuestra orgullosa estirpe importa a los dioses.
Nada queda de tu hermana lejana,
la muchacha holandesa aprisionada entre cuatro paredes
que escribió sobre su juventud sin futuro.
Sus cenizas calladas fueron esparcidas por el viento,
su corta vida encerrada de un portazo en un cuaderno
arrugado.
Nada queda de la niña de la escuela de Hiroshima,
sombra impresa sobre un muro por la luz de mil soles,
víctima sacrificada en el altar del miedo.
Poderosos de la tierra, dueños de venenos nuevos,
tristes guardianes secretos del trueno final,
los tormentos que el cielo nos envía son suficientes.
Antes de que vuestro dedo apriete el botón, deteneos, y
pensad.
20 de noviembre de 1978
Ladrones
Llegan de noche como hilos de niebla,
con frecuencia incluso en pleno día.
Inadvertidos, se introducen a través
de las hendiduras, de los huecos de las cerraduras,
sin ruidos. No dejan huellas
ni quebrados cerrojos, ni desórdenes.
Son los ladrones del tiempo,
líquidos y viscosos como sanguijuelas:
se beben tu tiempo y lo escupen
como si botaran inmundicia.
Nunca les has visto el rostro. ¿Tienen rostro?
Labios y lengua sí,
y dientes muy pequeños y afilados.
Chupan sin causar dolor dejando sólo una lívida cicatriz.
De: http://www.ddooss.org
A partir de lo que Primo Levi llamó la “zona gris” en la que se mueven
las víctimas y los verdugos, Arnoldo Kraus construye una meditación acerca de
la necesidad de dar testimonio, de decirle no al olvido frente a los genocidios
y las violaciones a los derechos humanos.
Primo Levi, superviviente del
campo de concentración de Auschwitz, acuñó el término “zona gris” para
referirse a la “larga cadena que une al verdugo y a la víctima”. En esa
intersección, demarcada por el color gris, todo es posible: el verdugo puede
convertirse en víctima, la víctima en verdugo y ambos en sus propias víctimas.
Esa conversión no es mera retórica, es parte de la condición humana y reflejo
del sitio que se ocupa cuando el mal toca a la puerta. Transformarse, o no, en
verdugo es parte de un complejo intríngulis: hay que elegir entre las
exigencias del grupo al cual pertenecen los verdugos o seguir el camino dictado
por la conciencia y la educación. La bella frase, Eitam si omnes Ego nom
(“Aunque los demás lo hagan y lo consientan, yo no”) no siempre prevalece.
El gris de Levi es un interludio
entre lo blanco y lo negro. Su “zona gris” no es privativa de los Lager nazis:
en todos los genocidios se funden odios y se entrelazan los eslabones de
verdugos y víctimas convertidos en un santiamén en teselas. A diferencia del
blanco y el negro, cuyas imágenes son sinónimo de totalidad, el gris nunca es
la última palabra. El blanco y el negro no son colores intermedios; ni uno ni
otro permiten la ambigüedad. Abarcan todo. Se es víctima (o verdugo) en lo
blanco y se es verdugo (o víctima) en lo negro. El gris es un intermezzo que posibilita
los vaivenes: una dosis de tinta lo convierte en negro, una dosis de gomas de
borrar lo acerca al blanco.
En esa zona, explica Giorgio
Agamben en su extraordinario libro, Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el
testigo. Homo Sacer III (Pre-Textos, 2009), “el oprimido se hace opresor y el
verdugo aparece, a su vez, como víctima”. La “zona gris” de Levi es
extrapolable, con algunos matices, a otros genocidios o a cualquier relación
donde existan personas cuyas características las podrían convertir en víctimas
o en ajusticiadores.
En ese vaivén, donde el lenguaje
acabado del blanco y del negro choca con el lenguaje inacabado del gris, el
bien y el mal se mezclan incesantemente y cuestionan.
(...)
Tzvetan Todorov, en su libro
Memoria del mal, tentación del bien. Indagación sobre el siglo XX (Península,
2002), ofrece el siguiente argumento: “Mientras que los genocidios de mediados
de siglo —se refiere al siglo XX—, desde el de Rusia hasta el de Camboya, se
llevaban a cabo en nombre del futuro (el totalitarismo se proponía crear un
hombre nuevo; era preciso, pues, eliminar a quienes no se prestaban al
proyecto), las matanzas más recientes han sido perpetradas en nombre de un
recuerdo del pasado”. Entre las matanzas “en nombre del futuro” y los
genocidios en “nombre de un recuerdo del pasado”, la mayor certeza es la
responsabilidad del presente.
Arnoldo Graus
De: http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/8210/kraus/82kraus02.html
Israel, la "zona gris" del presente. Primo Levi, un visionario "inconveniente". |
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