sábado, 29 de junio de 2013

Un polímata controvertido: Jean Jacques Rousseau

28 de junio de 1712 -  Ginebra



Como seres en penumbra que somos, habrá quienes enfaticen nuestras sombras y quienes 
subrayen nuestras luces.

En este caso, nuestra intención primordial es estimular la evocación de una individualidad que aportó mucho, y en diversos campos, al acervo universal. 
Conectarlo con la filosofía, la política, la pedagogía, la literatura, no resultará ardua labor para nadie; tal vez, en cambio, sus vínculos con la música o con la botánica nos demanden alguna pequeña investigación.



Una de sus obras literarias más reconocidas fue Julia o la nueva Eloísa, un real best-seller de aquellos tiempos. Se trata de una novela epistolar; un fragmento de la carta XXIII, escrita por el personaje Saint-Preux a su amada Julia, dice así:

“Mientras recorría con arrobamiento estos lugares tan poco conocidos y tan dignos de ser admirados, ¿qué hacía usted entre tanto, mi adorada Julia? ¿Acaso su amigo la olvidaba? ¡Mi Julia, olvidada! ¿No me olvidaría yo antes de mí mismo? ¿Podría estar ni un instante solo, yo, que vivo por usted? Nunca pude comprobar, mejor que ahora, con qué instinto sitúo en diferentes lugares nuestra existencia, según mi estado de ánimo.
Cuando estoy triste me refugio en usted, busco el consuelo en los lugares en donde usted está: eso sentí al dejarla. Cuando estoy contento, no puedo disfrutar  solo, y para compartir mi alegría la llamo para que venga aquí, adonde yo estoy. Eso me ha ocurrido en todas estas caminatas, en las que, a pesar de la variedad de objetos que me incitaban a reflexionar constantemente,  usted siempre estaba conmigo. No daba un paso que no diéramos juntos, no admiraba un paisaje sin apresurarme a mostrárselo. Todos los árboles que encontraba le prestaban su sombra, todos los prados, su reposo. Sentado  a su lado, le ayudaba a recorrer su mirada por el paisaje, o arrodillado ante usted contemplaba en sus ojos, la más digna mirada de un hombre sensible. ¿Encontraba un paso difícil? La veía franquearlo con la ligereza de un cervatillo que salta hacia su madre.
¿Había que atravesar un torrente? Me atrevía a estrechar entre mis brazos tan dulce carga, y cruzaba el torrente despacio, con deleite, lamentando ya la llegada a la orilla. Todo me hacía recordarla en esta apacible estancia; el atractivo encanto de la naturaleza, la inalterable pureza del aire, las costumbres sencillas de los habitantes y su equilibrada y segura sabiduría; el amable pudor del sexo y sus inocentes gracias, todo lo que estimulaba agradablemente mis ojos y mi corazón, me recordaba a la que mis ojos y mi corazón no dejan de buscar.
¡Oh, Julia adorada!, me decía con ternura, ¡por qué no podríamos pasar juntos unos días, en estos ignotos lugares, felices con nuestra dicha y lejos de la mirada de los hombres! ¡No podría trasladar toda mi alma a la tuya, y ser también, para ti, todo el universo! ¡Belleza adorada!, gozarías entonces del homenaje que mereces. ¡Delicias del amor!, entonces nuestros corazones las degustarían sin cesar. Una larga y dulce embriaguez nos dejaría ignorar el paso del tiempo, y cuando al fin la edad hubiese calmado nuestros primeros ardores, la costumbre de pensar y de sentir juntos dejaría paso a una no más tierna amistad. Todos los buenos sentimientos, alimentados en la juventud con el amor, llenarían un día el inmenso vacío; en el seno de este pueblo feliz, y siguiendo su ejemplo, cumpliríamos con todos los deberes que nos exige la humanidad: nos uniríamos siempre para hacer el bien, y no moriríamos sin haber vivido.
El correo llega; tengo que terminar la carta y correr a recibir la suya. ¡Cómo me late el corazón hasta que llegue ese momento! ¡Ay!, era feliz en mis quimeras: mi felicidad huye con ellas; ¿qué será de mí, en realidad?”...

El fragmento elegido ha sido un pretexto, en verdad,
para comentar que esta obra es
uno de los recuerdos más emotivos 
de mi vida de estudiante; no por su valor intrínseco 
sino porque la conocí a través de la voz y 
el abordaje de Mario Delgado Robaina,
mi profesor de Literatura en Bachillerato de Derecho.
Eran tiempos angustiosos en el país y
en el Instituto Nocturno Nº 1, adonde yo concurría.
Frecuentemente se podían escuchar
las suelas de las botas de los soldados, 
escaleras arriba, rumbo a nuestros salones.
Pero nuestro Profesor, con esa magia sencilla
de los docentes enamorados de su vocación, 
lograba que sólo escucháramos 
los reclamos del amante a su adorada Julia...
Y hasta el más aguerrido dejaba resbalar
alguna lagrimilla avergonzada.








































El dormitorio de una de las casas en que vivió Rousseau


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