28 de junio de 1712 - Ginebra |
Como seres en penumbra que somos, habrá quienes enfaticen nuestras sombras y quienes
subrayen nuestras luces.
En este caso, nuestra intención primordial es estimular la evocación de una individualidad que aportó mucho, y en diversos campos, al acervo universal.
Conectarlo con la filosofía, la política, la pedagogía, la literatura, no resultará ardua labor para nadie; tal vez, en cambio, sus vínculos con la música o con la botánica nos demanden alguna pequeña investigación.
Una de sus obras literarias más reconocidas fue Julia o la nueva Eloísa, un real best-seller de aquellos tiempos. Se trata de una novela epistolar; un fragmento de la carta XXIII, escrita por el personaje Saint-Preux a su amada Julia, dice así:
“Mientras recorría con arrobamiento estos lugares tan poco
conocidos y tan dignos de ser admirados, ¿qué hacía usted entre tanto,
mi adorada Julia? ¿Acaso su amigo la olvidaba? ¡Mi Julia, olvidada! ¿No
me olvidaría yo antes de mí mismo? ¿Podría estar ni un instante solo, yo,
que vivo por usted? Nunca pude comprobar, mejor que ahora, con qué
instinto sitúo en diferentes lugares nuestra existencia, según mi
estado de ánimo.
Cuando estoy triste me refugio en usted, busco el consuelo
en los lugares en donde usted está: eso sentí al dejarla. Cuando estoy contento,
no puedo disfrutar solo,
y para compartir mi alegría la llamo para que venga aquí, adonde yo estoy. Eso me ha ocurrido en todas estas
caminatas, en las que, a pesar de la variedad de objetos que me incitaban a reflexionar constantemente, usted siempre estaba conmigo. No daba un paso que no diéramos juntos, no admiraba un paisaje sin apresurarme a mostrárselo. Todos los árboles que encontraba le prestaban
su sombra, todos los prados, su reposo. Sentado a su lado, le ayudaba a recorrer su mirada por el paisaje, o arrodillado ante usted contemplaba
en sus ojos, la más digna mirada de un hombre sensible. ¿Encontraba un paso
difícil? La veía franquearlo con la ligereza de un cervatillo que salta
hacia su madre.
¿Había que atravesar un torrente? Me atrevía a estrechar
entre mis brazos tan dulce carga, y cruzaba el torrente despacio, con
deleite, lamentando ya la llegada a la orilla. Todo me hacía recordarla en esta
apacible estancia; el atractivo encanto de la naturaleza, la inalterable pureza
del aire, las costumbres sencillas de los habitantes y su equilibrada
y segura sabiduría; el amable pudor del sexo y sus inocentes gracias, todo lo
que estimulaba agradablemente mis ojos y mi corazón, me
recordaba a la que mis ojos y mi corazón no dejan de buscar.
¡Oh,
Julia adorada!, me decía con ternura, ¡por qué no podríamos pasar juntos unos
días, en estos ignotos lugares, felices con nuestra dicha y lejos de la mirada
de los hombres! ¡No podría trasladar toda mi alma a la tuya, y ser también,
para ti, todo el universo! ¡Belleza adorada!, gozarías entonces del homenaje
que mereces. ¡Delicias del amor!, entonces nuestros corazones las degustarían
sin cesar. Una larga y dulce embriaguez nos dejaría ignorar el paso del tiempo,
y cuando al fin la edad hubiese calmado nuestros primeros ardores, la costumbre
de pensar y de sentir juntos dejaría paso a una no más tierna amistad. Todos
los buenos sentimientos, alimentados en la juventud con el
amor, llenarían un día el inmenso vacío; en el seno de este pueblo feliz, y
siguiendo su ejemplo, cumpliríamos con todos los deberes que nos exige la
humanidad: nos uniríamos siempre para hacer el bien, y no moriríamos sin haber
vivido.
El
correo llega; tengo que terminar la carta y correr a recibir la suya. ¡Cómo me late
el corazón hasta que llegue ese momento! ¡Ay!, era feliz en mis quimeras: mi
felicidad huye con ellas; ¿qué será de mí, en realidad?”...
El dormitorio de una de las casas en que vivió Rousseau |
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