30 de junio de 1911 |
Década tras década, la
historia de su vida y la historia de su tiempo han caminado paralelas.
Estudiante en Vilna y París durante los años veinte y miembro de la vanguardia
literaria polaca en los treinta. Comprometido con la Resistencia de su país y
testigo en los años cuarenta de la destrucción del ghetto de Varsovia y de la
derrota que el Levantamiento infligió a los nazis, tras lo cual obtuvo el cargo
de agregado de la embajada de la República Popular en Washington. Luego de su
ruptura con el régimen en la década de los cincuenta, se convirtió en un
intelectual exiliado en Francia: su equivalente a los cuarenta días en el
desierto. En los sesenta, coincidiendo con el apogeo estival de sus poderes
poéticos, fue profesor de lenguas eslavas en la Universidad de California, en
Berkeley, un Salomón entre los muchachos de las flores. En los setenta, todavía
en plena vena creativa, su status cambió de escritor émigré a visionario de
talla mundial. En los ochenta, laureado con el premio Nobel, fue una fuerza
política y moral en la Polonia de Solidaridad. Y en los noventa, un prodigio de
incesante vitalidad imaginativa, una voz situada a medio camino entre los extremos
de Orfeo y Tiresias.
"Tal vez olvidamos con
demasiada facilidad", dijo Milosz en una entrevista, "la mutua
hostilidad de siglos entre, por un lado, la razón, la ciencia y la filosofía de
inspiración científica y, por otro, la poesía".
Al término de una conferencia
en su honor a la que asistí en Los Ángeles en 1998, dijo, cosa típica en él,
que si bien se habían discutido numerosos asuntos, no se había prestado
suficiente atención al sufrimiento humano. No obstante, en el interior de este
hombre que nos recordaba el sufrimiento, que había visto a los tanques borrar
países y pueblos europeos, y que había visto llegar las bolsas de cadáveres de
Vietnam en el momento candente de la cultura alucinógena de Haight Ashbury; en
el interior de este hombre, digo, sobrevivía el niño que había hecho la primera
comunión en la edad de la Inocencia; y a pesar de que el "fracaso
humano" era algo evidente para el adulto, ello jamás supondría una
negación de los raptos y momentos de trance de aquel niño.
Seamus Heaney
De: LetrasLibres
Cafetería
De aquella mesita
en la cafetería
Donde en los
mediodías de invierno brillaba un jardín de
escarcha,
He quedado yo solo.
Podría entrar allí,
si lo quisiera,
Y golpeando con los
dedos en un vacío helado
Evocar las sombras.
Con incredulidad
toco el mármol frío,
Con incredulidad
toco mi propia mano:
Esto - es y yo soy
en la historia que acontece,
Y ellos ya están
cerrados por los siglos de los siglos
En su última
palabra, en su última mirada.
Y lejanos como el
emperador Valentiniano,
Como los jefes de
los masagetas de quienes nada se sabe
Aunque apenas un
año, dos o tres años pasaron.
Puedo ser todavía
leñador en los bosques del norte lejano,
Puedo pronunciar un
discurso desde la tribuna o rodar una
película
Con métodos que
ellos desconocían.
Puedo experimentar
el sabor de frutas de las islas del
océano
Y tener mi
fotografía en el traje de la segunda mitad del
siglo.
Y ellos ya para
siempre como los bustos en chorreras y
fraques
Del monstruoso
Larousse.
Pero a veces,
cuando el resplandor crepuscular colorea los
techos de la calle pobre
Y fijo mi mirada en
el cielo, veo allí, entre las nubes,
La mesita
bamboleándose. El mesero da vueltas con la
bandeja
Y ellos me miran
soltando carcajadas.
Porque yo no sé
todavía cómo se muere por la mano cruel
del hombre.
Ellos saben, ellos
bien lo saben.
Un aire
Espejos en los que
vi el color de mi boca,
¿Quién anda por
ahí, quién de sí mismo se extraña de
nuevo?
Collar de piedras
de ágata, perdido y esparcido,
¿Qué hormiga te
visita en un crecido bosque?
Corchete arrancado
en la prisa amorosa,
¿En el fondo de
cuál gran río yaces?
Llanto mío, cuando
se alejaba de mí el amigo,
¿Por qué no puedo
recordarte?
Ayer eso fue y no
sé si lo fue.
Salí corriendo de
la escuela y regreso con el bastón,
encorvada y seca.
Hermanas mías de
los sepulcros romanos, quise ser la
única,
Pero me tapan, me
llevan por el mismo portón.
Prueba
Y experimentaste,
sin embargo, las llamas infernales.
Podrías hasta decir
cómo son: reales.
Acabadas con
garfios para desgarrar la carne,
Por pedazos, hasta
el hueso. Ibas por la calle
Y seguía la
tortura, el desangramiento, la azotaina.
Recuerdas luego no
dudas. Por cierto que existe el
Infierno.
La ventana
Miré por la ventana
al amanecer y vi un manzano joven,
transparente en la claridad.
Y cuando miré de
nuevo al amanecer había allí un
manzano grande cargado de frutas.
Muchos años
entonces han pasado seguramente pero no
recuerdo nada de lo que sucedió en el
sueño.
Pez
Entre gritos,
balbuceos extáticos, chillidos de trompetas,
golpes en cacerolas y tambores
La suma protesta
era guardar la medida.
Pero la simple voz
humana perdía su derecho
Y era como un abrir
del hocico del pez detrás de la pared
del acuario.
Acepté mi destino.
No obstante, era sólo un hombre,
Es decir, sufría
dirigiéndome hacia los seres parecidos a mí.
De: MATERIAL DE LECTURA-UNAM
Dedicatoria
Varsovia 1945
"Vosotros, a
quienes no pude salvar,
Escuchadme.
Intentad entender
estas simples palabras, ya que de otras me avergonzaría.
Os juro que en
ellas no hay hechicería.
Os hablo en
silencio como una nube, como un árbol.
Aquello que me
fortaleció a mí, para vosotros fue mortal.
Confundisteis el
adiós a una época, con el advenimiento de una nueva
-Odio confabulado
de belleza lírica.
Fuerza ciega de
forma completa.
He aquí un valle
polaco de ríos anémicos. Y un inmenso puente
Perdiéndose en la
niebla. He aquí una ciudad vencida,
Y el viento arroja
alaridos de gaviotas sobre vuestra tumba
Mientras os hablo.
¿Qué clase de
poesía es aquella que no salva
Naciones o pueblos?
Una conspiración de
mentiras oficiales.
Una tonadilla de
borrachos cuyas gargantas serán cortadas de inmediato,
Una conferencia
para señoritas.
He deseado la buena
poesía sin saberlo,
He descubierto, ya
tarde, su saludable objetivo.
En ella y sólo en
ella, encuentro salvación.
Se solía esparcir
millo o alpiste sobre las tumbas
Para alimentar a
los muertos que volvían disfrazados de pájaros.
Aquí os dejo este
libro, vosotros quienes alguna vez vivisteis
Para que nunca más
volváis. "
Versión de Rafael
Díaz Borbón
Elegía para N. N.
Si es demasiado
lejos para ti, dilo.
Habrías podido
correr sobre las pequeñas olas del Báltico,
atravesar el campo
de Dinamarca, la floresta de hayas,
virar hacia el
océano, y ya está, cerca,
el Labrador, blanco
en esta estación del año.
Tú, que soñabas una
isla solitaria,
si temes las
ciudades, el parpadeo de los fuegos sobre las autorrutas,
habrías podido
tomar el camino de los bosques sordos,
sobre torrentes
revueltos y azules, y rastros del ciervo y del reno,
hasta las Sierras,
hasta las minas de oro abandonadas.
El Río Sacramento
te habría llevado entonces,
por entre las
colinas recubiertas de encinas espinosas.
Todavía un bosque
de eucaliptos, y estarás en mi casa.
Es cierto, cuando
la manzanita florece,
y la bahía es azul
en las mañanas de primavera,
yo pienso a mi
pesar en la casa entre lagos
y en las redes
recogidas bajo el cielo Lituano.
La cabaña donde te
despojabas de tu traje antes del baño
se cambió para
siempre en un cristal abstracto.
Y en él está la oscura
miel de la tarde, junto al balcón,
y las pequeñas
lechuzas, graciosas, y el olor de los arneses.
Cómo podíamos vivir
entonces, yo no puedo decirlo.
Las costumbres, los
trajes, vibran imprecisos,
inconsistentes,
tensos hacia el final.
Es tal vez que
pensábamos en las cosas tal como son?
El saber de los
años fogosos ha enrojecido los caballos ante la forja,
y las pequeñas
columnas en el mercado de la aldea,
y los peldaños de
madera y la peluca de Mamá Fliegeltaub.
Mucho hemos
aprendido, tú bien lo sabes:
cómo nos es
quitado, cosa por cosa, todo aquello que no podía ser,
la gente, las
comarcas.
Y el corazón no
muere cuando uno creyó que debería,
pero sonreímos, el
té y el pan sobre la mesa.
Sólo el
remordimiento de no haber amado como se debe
esa pálida ceniza
de Sachsenhausen
con un amor
absoluto, que no está a la medida del hombre.
Tú te has
acostumbrado a nuevos inviernos, húmedos,
a la ciudad donde
la sangre del propietario alemán
fue raspada de los
muros, y a donde él jamás regresó.
Tampoco yo he
llevado más de lo que podía, ciudades y país.
No se puede entrar
dos veces en el mismo lago,
sobre hojas
descompuestas de abedul,
y quebrando una
estrecha estría de sol.
Tus faltas y las
mías, no fueron grandes faltas,
tus secretos y los
míos, no eran grandes secretos.
Cuando te anudan la
mandíbula con un pañuelo,
cuando te ponen una
cruz entre los dedos,
y a lo lejos un
perro ladra, brilla una estrella.
No, no es porque
estés tan lejos
que no has venido
el otro día, la otra noche.
De año en año
madura en nosotros y nos invadirá,
yo, como tú, lo he
comprendido: la indiferencia.
Berkeley, 1963
Versión de William
Ospina
Madurez tardía
Tarde, ya en el
umbral de mis noventa años
se abrió la puerta
en mí y entré
en la claridad de
la mañana.
Sentía cómo se
alejaban de mí, como naves,
una tras otra, mis
existencias anteriores con sus congojas.
Aparecían,
otorgados a mi buril,
países, ciudades,
jardines, bahías, para que los describiera
mejor que antaño.
No vivía separado
de la gente, el pesar y la piedad
nos unieron y dije:
olvidamos que todos somos
hijos del Rey.
Porque venimos de
allí donde aún no hay
división entre el
Sí y el No, no hay división entre el es,
el será y el ha
sido.
Somos infelices
porque hacemos uso de menos de
una centésima parte
del don que habíamos recibido
para nuestro largo
viaje.
Momentos de ayer y
de hace siglos: un corte de espada,
un maquillaje de
pestañas delante de un espejo de metal
bruñido, un disparo
mortal de mosquete, una colisión
de una carabela con
un arrecife, se mezclan en nosotros
y esperan su
cumplimiento.
Siempre he sabido
que seré obrero en la viña,
al igual que todos
mis contemporáneos,
conscientes de
ello, o inconscientes.
Versión de Elzbieta
Bortkiewicz
De: AMediaVoz.com
Con la poeta Wislawa Szymborska
De:
Fotografie © Mariusz Kubik
Prawa autorskie zastrzeżone
Autorzy: Foto: Mariusz Kubik
gu.us.edu.pl
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