jueves, 20 de marzo de 2014

“Nuestra sociedad es masculina, y hasta que no entre en ella la mujer no será humana” - Henrik Ibsen
















(Fragmento)



(HELMER entra en su despacho. La doncella introduce a la SEÑORA LINDE, en traje de viaje, y cierra la puerta tras ella.)

SEÑORA LINDE. Buenos días, Nora.
NORA. (Indecisa.) Buenos días.
SEÑORA LINDE. Por lo visto, no me reconoces.
NORA. No..., no sé... ¡Ah!, sí, me parece... (De pronto, exclama:) ¡Cristina! ¿Eres tú?
SEÑORA LINDE. Sí, yo soy.
NORA. ¡Cristina! ¡Y yo que no te he reconocido! Pero ¡quién diría que...! (Más bajo.) ¡Cómo has cambiado!
SEÑORA LINDE. Sí, seguramente. Hace nueve años largos...
NORA. ¿Es posible que haga tanto tiempo que no nos vemos? Sí, en efecto. ¡Ah! no puedes figurarte qué felices han sido estos ocho años últimos. ¿Conque ya estás aquí, en la ciudad? ¿Como has emprendido un viaje tan largo en pleno invierno? Has sido muy valiente.
SEÑORA LINDE. Ya ves; acabo de llegar esta mañana en el vapor.
NORA. Para festejar las Navidades, naturalmente. ¡Qué bien! ¡Cuánto vamos a divertirnos! Pero quítate el abrigo. ¡Ajajá! Ahora nos sentaremos aquí, con comodidad, al lado de la estufa. No; mejor es que te sientes en el sillón. Yo me siento en la mecedora. (Cogiéndole las manos.) ¿Ves? Ya tienes tu cara de antes; era sólo en el primer momento... De todos modos, estás algo más pálida, Cristina... y quizá un poco más delgada.
SEÑORA LINDE. Y muchísimo más vieja, Nora.
NORA. Acaso un poco más madura..., un poquito, no mucho. (Se para, repentinamente seria.) ¡Qué distraída soy! ¡Sentada aquí, cotorreando! Mi buena Cristina, ¿puedes perdonarme?

SEÑORA LINDE. ¿Qué quieres decir, Nora?
NORA. (Bajando la voz.) ¡Pobre Cristina! Te has quedado viuda, ¿no?
SEÑORA LINDE. Sí, hace ya tres años.
NORA. Lo sabía; lo leí en los periódicos. ¡Ay, Cristina! tienes que creerme: pensé muchas veces escribirte; pero lo fui dejando de un día para otro, y por añadidura, siempre había algo que lo impedía.
SEÑORA LINDE. Lo comprendo perfectamente.
NORA. Sí, Cristina, me he portado muy mal. ¡Pobrecita! ¡Cuánto habrás sufrido!... ¿No te ha dejado nada para vivir?
SEÑORA LINDE. No.
NORA. ¿Y no tienes hijos?
SEÑORA LINDE. No.
NORA. Así, pues, ¿nada?
SEÑORA LINDE. Ni siquiera una pena..., ni una nostalgia.
NORA. (Mirándola, incrédula.) Pero Cristina, ¿cómo es posible?
SEÑORA LINDE. (Sonríe tristemente mientras le acaricia el cabello.) Son cosas que ocurren a veces, Nora.
NORA. ¡Tan sola! Debe de ser horriblemente triste para ti. Yo tengo tres niños encantadores. Por el momento no puedes verlos; han salido con la niñera. Vamos, cuéntamelo todo.
SEÑORA LINDE. No, no; primero, tú.
NORA. No; te toca empezar a ti. Hoy no quiero ser egoísta; sólo quiero pensar en tus asuntos. Únicamente voy a decirte una cosa. ¿Te has enterado de la fortuna que nos ha sobrevenido estos días?
SEÑORA LINDE. No. ¿Qué es?
NORA. ¡Imagínate! ¡A mi marido le han nombrado director del Banco de Acciones!
SEÑORA LINDE. ¿A tu marido? ¡Qué suerte!
NORA. ¡Sí, grandísima! ¡Es tan insegura la posición de un abogado!... Sobre todo cuando no quiere ocuparse más que de asuntos lícitos... Y como es lógico, así ha hecho Torvaldo, en lo cual me hallo de completo acuerdo. No puedes figurarte lo contentos que estamos. Para Año Nuevo tomará posesión, y percibirá un buen sueldo, con muchos beneficios. Por fin podremos cambiar del todo esta manera de vivir... enteramente a nuestro gusto. ¡Oh, Cristina, cuan feliz me siento! Es algo maravilloso eso de poseer mucho dinero y verse libre de preocupaciones, ¿verdad?
SEÑORA LINDE. Sí; al menos, debe de ser una tranquilidad poseer lo necesario.
NORA. No, no sólo lo necesario, sino dinero en abundancia.
SEÑORA LINDE. (Sonríe.) ¡Nora, Nora! ¿Todavía no tienes sentido común? En el colegio eras una malgastadora.
NORA. (Sonríe a su vez.) Sí, eso dice aún Torvaldo. (Amenazando con el dedo.) Pero "Nora, Nora" no es tan loca como suponéis. Además, no hemos tenido mucho que derrochar, realmente. Los dos nos hemos visto obligados a .trabajar.
SEÑORA LINDE. ¿También tú'?
NORA. Sí; nada, pequeñeces: bordar, hacer ganchillo... (Sin darle importancia.) ¡Qué sé yo!... No ignorarás que Torvaldo salió del ministerio cuando nos casamos. Tenía pocas esperanzas de ascenso, y como había de ganar más que antes... Pero el primer año se abrumó de trabajo. Debía buscarse toda clase de quehaceres, según comprenderás, y trabajaba día y noche. Pero no pudo resistirlo y cayó gravemente enfermo. Los médicos declararon indispensable que se marchara al Mediodía.
SEÑORA LINDE. Es cierto. Estuvisteis un año en Italia...
NORA. Sí, y no creas que fue nada fácil marcharnos. Justamente acababa de nacer Ivar... Pero había que partir. Fue un viaje encantador, y gracias a él, Torvaldo salvó la vida. Eso sí, costó dinero en grande.
SEÑORA LINDE. Ya lo presumo.
NORA. Unas cuatro mil ochocientas coronas. Bastante, ¿eh?
SEÑORA LINDE. Sí; pero, en casos como ése, es toda una chiripa poseerlo.
NORA. Porque nos lo dio papá.
SEÑORA LINDE.
¡Ah!, sí. Fue poco antes de morir, si mal no recuerdo.
NORA. Sí, Cristina, exactamente. ¡Y pensar que se me hizo imposible ir a cuidarle! Estaba esperando de un día a otro que naciera Ivar, y también debía preocuparme de mi pobre Torvaldo moribundo. ¡Padre querido! No volví a verle, Cristina. Es lo más penoso que hube de pasar desde que me casé.
SEÑORA LINDE. Ya sé que le tenías mucho cariño. ¿De modo que os marchasteis a Italia?
NORA. Sí; contábamos con el dinero, y los médicos nos apremiaban. Nos marchamos un mes después.
SEÑORA LINDE. ¿Y volvió tu marido radicalmente curado?
NORA. Radicalmente.
SEÑORA LINDE. Luego ¿ese médico...?
NORA. ¿Cómo dices?
SEÑORA LINDE. Me ha parecido oír a la doncella que ese señor que entraba conmigo era un doctor...
NORA. ¡Ah, sí! Es el doctor Rank; pero no viene como médico. Es nuestro mejor amigo, y nos hace, cuando menos, una visita al día. No, Torvaldo no se ha sentido enfermo desde entonces. Los niños también están muy sanos, igual que yo. (Se levanta de repente, palmeteando.) ¡Dios mío! ¡Cristina, es una delicia vivir y ser feliz!... Pero ¡qué torpeza!... No hago más que hablar de mis cosas. (Se sienta en un taburete junto a CRISTINA, acodándose en sus propias rodillas.) ¡No te enfades conmigo!... Dime, ¿es verdad que no querías a tu esposo? Pues ¿por qué te casaste con él?
SEÑORA LINDE. En aquel tiempo aún vivía mi madre; pero estaba enferma e inválida. Para colmo, debía yo sostener a mis dos hermanitos. Por tanto, no juzgué oportuno rechazar la oferta.
NORA. Puede que tuvieses razón. ¿Luego era rico?
SEÑORA LINDE. Sí, creo que gozaba de buena posición. Pero sus negocios eran inseguros, ¿sabes? Cuando murió, se vino todo abajo y no quedó nada.
NORA. ¿Y qué hiciste?
SEÑORA LINDE. Hube de ingeniarme con una tiendecita, con un modesto colegio y con lo que pude encontrar. Los tres últimos años han sido para mí como un largo día de trabajo sin tregua. Pero se acabó todo, Nora. Mi pobre madre no me necesita ya, y los chicos, tampoco; tienen sus empleos y pueden mantenerse por sí mismos muy bien.
NORA. ¡Qué alivio debes de sentir!
SEÑORA LINDE. No, Nora; lo que siento es un vacío inmenso. ¡No tener nadie a quien consagrarse!... (Se levanta, intranquila.) Por eso no podía aguantar al cabo en aquel rincón. Aquí debe de ser más fácil encontrar en qué ocuparse y distraer los pensamientos. Si me cupiera la fortuna de conseguir un empleo; en una oficina, por ejemplo...
NORA. Pero, Cristina, ¡es tan fatigoso., y. tú pareces ya tan cansada! Sería mejor para ti que fueses a un balneario.
SEÑORA LINDE. (Acercándose a la ventana.) Yo no tengo ningún padre que me pague los gastos, Nora.
NORA. (Se levanta.) ¡Mujer, no lo tomes a mal!
SEÑORA LINDE. (Vuelve hacia ella.) No, Nora, todo lo contrario. Eres tú la que no debe enfadarse conmigo. Lo peor de una situación como la mía es que se torna una tan "agria... No se tiene a nadie por quien trabajar, y sin embargo, se ve una obligada a valerse de todos. Hay que vivir, y eso nos hace egoístas... No querrás creerme, pero cuando me has contado vuestro cambio de posición, me alegraba más por mí que por ti.
NORA. ¡Cómo!... ¡Ah!, sí... comprendo; querrás decir que quizá Torvaldo pueda hacer algo por ti.
SEÑORA LINDE. Sí, eso he pensado.
NORA. Y lo hará. Déjalo en mis manos. ¡Ya verás qué bien voy a prepararlo! Buscaré algo agradable para predisponerle. ¡Tengo tantas ganas de serte útil!
SEÑORA LINDE. Eres muy buena al tomarte ese interés por mí, Nora. Doblemente buena, pues desconoces los sinsabores y las amarguras de la vida.
NORA. ¿Yo?... ¿Que no conozco...?
SEÑORA LINDE. (Sonriendo.) Sí, mujer... Bordar un poco y labores por el estilo... Eres una niña, Nora.
NORA. (Con un gesto de orgullo lastimado.) No debías decirlo en ese tono de superioridad.
SEÑORA LINDE. ¿Por qué?
NORA. Eres lo mismo que los demás. Todos estáis convencidos de que no valgo para nada serio...
SEÑORA LINDE. ¡Vamos, mujer!
NORA. ...de que no he pasado por dificultades en este mundo.
SEÑORA LINDE.
Querida Nora, acabas de contarme todos tus contratiempos...
NORA. ¡Bah!..., eso son pequeñeces. (Baja la voz.) No te he contado lo principal.
SEÑORA LINDE. ¿Lo principal?... ¿Qué quieres decir?
NORA. Me crees demasiado insignificante, Cristina, y no debieras hacerlo. Te sientes orgullosa de haber trabajado tanto por tu madre.
SEÑORA LINDE. Yo no creo insignificante a nadie. Pero, eso sí, lo confieso..., me siento orgullosa y satisfecha de haber conseguido que fuesen tranquilos, hasta cierto punto, los últimos días de mi madre.
NORA. Y también te sientes orgullosa pensando en lo que has hecho por tus hermanos.
SEÑORA LINDE. Creo que estoy en mi derecho.
NORA. Lo mismo creo yo. Pues ahora, Cristina, voy a decirte algo. Yo también tengo de qué sentirme orgullosa y satisfecha.
SEÑORA LINDE. No lo dudo. Pero ¿de qué se trata?
NORA. Habla más bajo, no te vaya a oír Torvaldo. Por nada del mundo conviene que él... No debe saberlo nadie más que tú.
SEÑORA LINDE. Pero, criatura, ¿qué es ello?
NORA. Acércate aquí. (Le hace sentarse a su lado, en el sofá.) Pues verás... También tengo de qué estar orgullosa y satisfecha. Fui yo quien salvé la vida a Torvaldo.
SEÑORA LINDE. ¿Tú?... ¿Que tú le salvaste...?
NORA. Ya te he contado lo del viaje a Italia. Torvaldo no viviría si no hubiera ido allá...
SEÑORA LINDE.
Sí, porque tu padre te dio el dinero necesario...
NORA. (Sonriendo.) Sí, eso es lo que creen Torvaldo y todo el mundo; pero...
SEÑORA LINDE. Pero... ¿qué?
NORA. Papá no nos dio nada. Fui yo la que busqué el dinero.
SEÑORA LINDE. ¿Tú? ¿Una suma tan grande?
NORA. Cuatro mil ochocientas coronas. ¿Qué te parece?
SEÑORA LINDE. ¿Y cómo te las arreglaste? ¿Te tocó la lotería?
NORA. (Desdeñosamente.) ¡La lotería! (Hace un gesto despectivo.) De ser así, ¿qué mérito habría tenido?
SEÑORA LINDE. En ese caso, ¿de dónde las sacaste?
NORA. (Canturrea y sonríe enigmáticamente.) ¡Ah!... ¡Trala... lalá!
SEÑORA LINDE. No creo que lo consiguieras prestado.
NORA. ¡Ah! ¿No?... ¿Y por qué no?
SEÑORA LINDE. Porque una mujer casada no puede pedir prestado sin el consentimiento de su marido.
NORA. (Con un ademán de orgullo.) ¡Ah! ¿Y cuando se es una mujer casada que tiene algún sentido de los negocios..., una mujer que sabe administrarse con un poco de inteligencia?...
SEÑORA LINDE. Nora, no me explico lo que quieres decir...
NORA. Ni es menester. Nadie afirma que haya pedido el dinero prestado. Lo he podido adquirir de otra manera. (Dejándose caer en el sofá.) He podido recibirlo de algún admirador. Teniendo un aspecto tan atractivo como el mío...
SEÑORA LINDE. ¡Eres una loca!
NORA. Ya no puedes negar que sientes una curiosidad enorme, Cristina.
SEÑORA LINDE. Óyeme, Nora: ¿no habrás obrado irreflexivamente?
NORA. (Irguiéndose.) ¿Es irreflexivo salvar una la vida de su marido?
SEÑORA LINDE. Lo que estimo irreflexivo es hacerlo sin que lo supiera él...
NORA. Pero si lo que importaba era que no supiese nada. ¡Vamos!, ¿no comprendes?... No debía enterarse de la gravedad de su estado. Fue a mí a quien vinieron los médicos diciéndome que peligraba su vida, y que solamente una estancia en el Mediodía podría salvarle. ¡No creas que al principio no intenté hablarle con diplomacia! Le hice ver lo delicioso que sería para mí viajar por el extranjero, ni más ni menos que tantas otras mujeres; con súplicas y lloros, le dije que debía tener en cuenta las circunstancias en que me encontraba, que había de ser comprensivo y ceder... Entonces fue cuando insinué que podía pedir un préstamo. Pero al oírme casi se enfadó, Cristina. Me replicó que era una insensata, y que su deber de esposo le dictaba no someterse a mis caprichos, como él los llamaba. "Bueno, bueno—pensé—; de todos modos, hay que salvarte." Y a la postre busqué otra salida...
SEÑORA LINDE. ¿Y por tu padre no se enteró tu marido de que el dinero no procedía de él?
NORA. No, nunca. Papá murió por aquellas mismas fechas. Yo había pensado hacerle cómplice en el asunto y rogarle que no revelara nada. Pero ¡estaba tan enfermo!... Por desgracia, no hubo necesidad.
SEÑORA LINDE. ¿Y después?... ¿Nunca te has confiado a tu marido?
NORA. ¡No lo quiera Dios! ¿Cómo se te ocurre tal idea? ¡A él, tan severo para estas cosas! Por lo demás, a Torvaldo, con su amor propio de hombre, se le haría muy penoso y humillante saber que me debía algo. Se habrían echado a perder todas nuestras relaciones, y la felicidad de nuestro hogar terminaría para siempre.
SEÑORA LINDE. ¿No piensas decírselo jamás?
NORA. (Pensativa, inicia una sonrisa.) Sí, acaso alguna vez..., después de muchos años, cuando no sea yo tan bonita como ahora. ¡No te rías! Quiero decir que cuando ya no guste tanto a Torvaldo, cuando ya no se divierta viéndome bailar y disfrazarme y declamar... Entonces sería bueno tener un cable al que asirme... (Interrumpiéndose.) ¡Bah, qué tonterías! Ese día no llegará nunca. Vamos a ver, Cristina, ¿qué opinas de mi gran secreto? ¿No entiendes que yo también sirvo para algo?... Puedes creer que el asunto me ha ocasionado serias preocupaciones. No ha sido nada fácil para mí cumplir mi compromiso a tiempo. Porque te advierto que en este mundo de los negocios hay lo que se llaman vencimientos y lo que se llama amortización. ¡Y todo eso es tan difícil de solucionar! De manera que he tenido que ahorrar un poco de aquí y otro poco de allí..., de donde he podido, ¿sabes? Del dinero de la casa no podía economizar mucho, porque Torvaldo tenía que comer bien. Tampoco podía dejar que los niños fuesen mal vestidos, porque todo lo que me daba para ellos me parecía intangible, como cosa suya. ¡Angelitos míos!
SEÑORA LINDE. ¡Pobre Nora! Por ende, tus necesidades personales han debido de pagar las consecuencias.
NORA. Efectivamente. Era algo que me correspondía. Cada vez que Torvaldo me daba dinero para mi adorno, sólo gastaba la mitad. Siempre compraba de lo más barato y corriente. Era una ventaja que todo me sentara a maravilla; de modo que Torvaldo no ha notado nada. Pero muchas veces se me hacía demasiado cuesta arriba, Cristina. ¡Es tan agradable ir bien vestida! ¿Verdad?
SEÑORA LINDE. ¡Y tanto!
NORA. Asimismo he tenido otras fuentes de ingresos. El invierno pasado pude encontrar un trabajo de copias. Me encerraba y escribía todas las noches hasta muy tarde. ¡Oh!, con frecuencia me sentía muy cansada. A pesar de todo, era un placer trabajar y ganar dinero. Parecía casi como si fuese un hombre.
SEÑORA LINDE. ¿Y cuánto has podido devolver así?
NORA. No sabría decírtelo al detalle. Es muy difícil llevar cuentas en esta clase de negocios. Sólo sé que he pagado cuanto me ha sido posible reunir. Muchas veces no se me ocurría ya qué hacer. (Sonríe.) Entonces me quedaba aquí sentada, ideando que un señor viejo y rico se había enamorado de mí...
SEÑORA LINDE. ¡Cómo!... ¿Quién?
NORA. ...que se había muerto, y que, al abrir su testamento, se leía en letras muy grandes: "Todo mi dinero será pagado al contado inmediatamente a la encantadora señora Nora Helmer."
SEÑORA LINDE. Pero, Nora, ¿qué dices?... ¿De quién estás hablando?
NORA. ¿No te das cuenta?... No existe tal señor; es una cosa que me imaginaba siempre cuando no sabía qué hacer para encontrar dinero. Pero ¡qué más da! Por mí, ese dichoso señor viejo puede estar donde le plazca.: no me importan nada él ni su testamento; ya se acabaron las preocupaciones. (Irguiéndose de repente.) ¡Dios mío! ¡Qué gusto poder pensarlo, Cristina! ¡Sin preocupaciones! ¡Poder sentirse tranquila, absolutamente tranquila; jugar y alborotar con los niños; tener la casa preciosa, todo como le gusta a Torvaldo! ¡Y calcular que ya se acerca la primavera con su cielo azul! Para entonces quizá podamos viajar un poco, volver a ver el mar. ¡De veras es magnífico vivir y ser feliz!
(Se oye la campanilla en la antesala.)
SEÑORA LINDE. (Levantándose.) Llaman; será mejor que me vaya.
NORA. No, quédate. No aguardo a nadie; de fijo, es para Torvaldo...
ELENA. (Desde la puerta.) Perdón, señora; hay un caballero que desea hablar con el señor abogado...
NORA. Con el señor director, querrás decir...
ELENA. Sí, señora, con el señor director. Pero como el señor doctor está ahí dentro... no sabía si...
NORA. ¿Quién es ese caballero?
KROGSTAD. (En la antesala.) Soy yo, señora.
(La SEÑORA LINDE, turbada, se vuelve, estremeciéndose, hacia la ventana.)
NORA. (Avanza un paso hacia él, intrigada y dice a media voz:) ¿Usted? ¿Qué hay? ¿Qué quiere hablar con mi marido?
KROGSTAD. Nada; asuntos bancarios... Tengo un modesto empleo en el Banco, y he oído decir que su esposo ha sido nombrado director...
NORA. Pero ¿es que...?
KROGSTAD. Negocios a secas, señora, y nada más.
NORA. Pues haga el favor de entrar por la puerta del despacho. (Saluda con indiferencia y cierra la puerta de la antesala; luego se acerca a ver el fuego de la estufa.)
SEÑORA LINDE. Nora... ¿quién es ese hombre?
NORA. Es un tal Krogstad..., procurador.
SEÑORA LINDE. ¡Ah!, ¿es él?
NORA. ¿Le conoces?
SEÑORA LINDE. Le conocí... hace años. Fue pasante de procurador de nuestro distrito.
NORA. ¡Ah, sí! Ya recuerdo.
SEÑORA LINDE. ¡Qué cambiado está!
NORA. Creo que ha sido desdichado en su matrimonio.
SEÑORA LINDE. Y ahora es viudo, ¿no?
NORA. Sí, con una caterva de hijos. ¡Ya se anima el fuego! (Cierra la portezuela de la estufa y retira un poco la mecedora.)
SEÑORA LINDE. Dicen que se dedica a toda clase de negocios.
NORA. ¡Ah! ¿Sí?... Puede ser; no sé... Pero no pensemos en negocios; es una cosa tan aburrida...



20 de marzo de 1828- Noruega
Dramaturgo y poeta.
Padre del drama realista moderno.
«Existen dos códigos de moral, dos conciencias diferentes, una del hombre y otra de la mujer. Y a la mujer se la juzga según el código de los hombres. [...] Una mujer no puede ser auténticamente ella en la sociedad actual, una sociedad exclusivamente masculina, con leyes exclusivamente masculinas, con jueces y fiscales que la juzgan desde el punto de vista masculino».

No hay comentarios: