3 de julio de 1883- Praga Escritor, abogado. |
Primeros párrafos de la novela (inconclusa) El Desaparecido, a la que Max Brod se atrevió a titular América:
I - EL
FOGONERO
Cuando el
joven de diecisiete años Karl Rossmann, que había sido enviado por sus padres
a América porque le había seducido una sirvienta y había tenido un hijo con él,
entró en el puerto de Nueva York a bordo de un barco que había reducido
considerablemente su marcha, contempló la estatua de la diosa de la Libertad,
visible ya desde hacía tiempo, como iluminada por un resplandor repentino de
luz solar. Su brazo, portando la espada, se elevaba con ímpetu renovado y en
torno a su figura soplaban los libres vientos.
«¡Qué alta!»,
se dijo, y como no pensaba en apartarse, fue empujado por las olas de mozos de
equipaje que le adelantaban, hasta llegar a la borda del barco.
Un joven, al
que había conocido de un modo fugaz durante la travesía, le dijo al pasar a su
lado.
-¿No tiene
ganas de desembarcar?
-Yo ya estoy
listo -dijo Karl sonriéndole, y a continuación levantó su maleta sobre el
hombro por altivez y porque era un joven fuerte.
Pero al ver
que su conocido se alejaba en compañía de los demás, balanceando
ligeramente el
bastón, se dio cuenta consternado de que había olvidado su paraguas abajo, en
el interior del barco. Rápidamente pidió a su conocido, que no pareció muy
feliz por ello, que fuese tan amable de esperar un instante al lado de su
maleta; se hizo una idea del lugar en que estaba para poder regresar sin
problemas al mismo sitio y se dio prisa. Abajo encontró, para su desconsuelo,
que el pasillo por el que podría haber acortado considerablemente su camino
estaba cerrado por primera vez, lo que sin duda se debía al desembarco de los
pasajeros.
Por esta
razón, se vio obligado a buscar con dificultad el otro camino a través de
innumerables pequeñas estancias, por escaleras cortas que se sucedían
interminables, por corredores sinuosos, a través de un camarote vacío con un
escritorio abandonado, hasta que, como sólo había hecho este camino una o dos
veces en compañía de otros muchos, se perdió irremediablemente. En su confusión,
ya que no encontraba a ninguna persona y no dejaba de oír el roce de los miles
de pies, así como, desde la lejanía, los últimos estertores de las máquinas ya
paradas, comenzó a golpear sin pensar en una pequeña puerta, ante la que se
había detenido su extraviado caminar.
-Está abierta
-gritaron desde el interior, y Karl abrió la puerta con un suspiro de
satisfacción.
-¿Por qué
golpea la puerta como un loco? -preguntó un hombre gigantesco, apenas vio a
Karl. A través de alguna claraboya, como si llegase ya gastada de la cubierta
del barco, una luz turbia penetraba en el triste camarote, en el cual había una
cama, un armario, una silla, y el hombre, permaneciendo todos juntos, como si
hubiesen sido almacenados.
-Me he perdido
-dijo Karl-; durante la travesía no me había dado cuenta, pero es un barco
enorme.
-Sí, tiene
razón -dijo el hombre con algo de orgullo, sin dejar de presionar con ambas
manos el pestillo de un maletín, tratando de escuchar el ruido al cerrarse.
-¡Pero entre,
no se quede ahí! -dijo el hombre a continuación-. No querrá permanecer ahí
fuera, de pie, todo el día.
-¿No molesto? -preguntó Karl. -¡Bah! ¿Cómo va a molestar?
-¿Es usted
alemán? -intentó asegurarse Karl, ya que había oído de los peligros que
amenazaban a los recién llegados al toparse especialmente con irlandeses.
-Lo soy, lo
soy-dijo el hombre.
Karl aún
dudaba. Entonces el hombre asió sin más el picaporte y empujó la puerta, que
cerró con rapidez, dejando a Karl en el interior del camarote.
-No puedo
soportar cuando me miran desde el pasillo -dijo el hombre, que volvió a
ocuparse del maletín-. Eso de que todo el que pase pueda ver lo que hago no lo
aguanto.
-Pero el
pasillo está completamente vacío -dijo Karl, incómodo por estar aprisionado
contra las patas de la cama.
-Sí,
ahora-dijo el hombre.
«Precisamente
de “ahora” se trata -pensó Karl-. Resulta difícil hablar con este hombre».
-Siéntese en
la cama, ahí tendrá más espació -dijo el hombre. Kart trepó como pudo y rió
cuando fracasó en su primer intento. Apenas lo consiguió, exclamó:
-¡Dios mío, he
olvidado mi maleta! -¿Dónde está?
-Arriba, en la
cubierta. Un conocido cuida de ella. -¿Cómo se llama?
Karl sacó una
tarjeta de visita de un bolsillo secreto que su madre le había cosido en el
forro de la chaqueta.
-Butterbaum,
Franz Butterbaum. -¿Necesita usted la maleta? -
Naturalmente.
-¿Y entonces por qué se la ha confiado a un extraño?
-He olvidado
abajo mi paraguas y corría a recuperarlo, pero no quería llevar arrastrando la
maleta. Luego me perdí.
-¿Está usted
solo, sin acompañantes? -Sí, solo.
«Quizá debería
fiarme de este hombre -se le pasó a Karl por la cabeza-, pues dónde podría encontrar
un amigo mejor».
-Y ahora, por
añadidura, ha perdido la maleta. Del paraguas, para qué hablar.
Y el hombre se
sentó en la silla, como si el asunto de Karl hubiese cobrado interés para él.
-Creo que la
maleta todavía no está perdida.
-Bienaventurados
los que creen -dijo el hombre, y se rascó con fuerza su pelo corto, oscuro y
espeso-. En el barco cambian las costumbres con los puertos. En Hamburgo, su
Butterbaum tal vez habría vigilado su maleta, aquí lo más probable es que no
quede rastro de ninguno de los dos.
-En ese caso, tendré que ir de inmediato a comprobarlo -dijo Karl, y
miró a su alrededor para ver por dónde podía salir.
-Quédese -dijo el hombre, y le empujó hacia la cama dándole un golpe
brusco con la mano en el pecho.
-¿Por qué? -preguntó Karl enfadado.
-Porque no tiene ningún sentido-dijo el hombre-, además, dentro de un
momento me iré yo también, así que podemos salir juntos. O han robado la
maleta, por lo que ya no hay ayuda posible, o el hombre la ha abandonado allí,
por lo que podremos encontrarla más fácilmente cuando el barco esté vacío del
todo. Lo mismo ocurrirá con su paraguas.
-¿Sabe orientarse en el barco? -preguntó Karl receloso, ya que le
parecía que el argumento, por lo demás convincente, de que las cosas se encontrarían
mejor en el barco abandonado, escondía algún truco.
-Yo soy fogonero del barco -dijo el hombre.
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