“E l’amore guardò il tempo e rise, perché sapeva di
non averne bisogno. Finse di
morire per un giorno, e di rifiorire alla sera, senza leggi da rispettare. Si
addormentò in un angolo di cuore per un tempo che non esisteva. Fuggì
senza allontanarsi, ritornò senza essere partito, il tempo moriva e lui
restava.”
LA PRIMERA ACTRIZ. ¡No, no, por favor! ¡Aquí estoy!
¡Aquí estoy! Está toda vestida de
blanco, con un sombrero excéntrico y un gracioso perrito entre los brazos;
correrá a través del corredor de la sala y subirá apresuradamente por una de
las escalerillas.
EL DIRECTOR. Usted insiste en hacerse esperar.
LA PRIMERA ACTRIZ. Discúlpeme. ¡Busqué
desesperadamente un automóvil para llegar a tiempo! Pero veo que todavía no han
empezado. Y yo no aparezco al comienzo de la obra. (Luego, llamando por su nombre
alDIRECTOR DE ESCENA, le encarga
el perrito.) Por favor, déjelo en
el camerino.
EL DIRECTOR. (Renegando.) ¡También el perrito! Como si fuéramos
pocos los que parecemos mascotas aquí.(Dará palmadas otra vez y se dirigirá al APUNTADOR) Vamos, vamos, el segundo
acto de El juego de los papeles.
(Sentándose en la butaca.) Atención,
señores. ¿A quién le toca la escena?
De: Seis personajes
en busca de autor
(...) Pues bien, esta criadita, Fantasía, tuvo hace
ya muchos años la perversa inspiración o el desafortunado capricho de llevar a
mi casa a toda una familia, no sé de dónde ni cómo recogida, pero de quienes
ella pensaba que yo habría podido sacar el tema para una magnífica novela.
Me
encontré a un hombre que rondaba los cincuenta años, vestido con chaqueta negra
y pantalón claro, de un aire tenso y de ojos malhumorados por alguna mortificación;
a una pobre mujer con vestido de luto, que agarraba con la mano a una chiquilla
de cuatro años y con la otra a un niño de poco más de diez; a una muchacha
osada y procaz, también vestida de negro pero con una ostentación equívoca y
agresiva, toda ella una crispación arrogante e incisiva dirigida contra aquel
viejo mortificado y contra un veinteañero que permanecía aparte y ensimismado,
como si despreciara a todos.
En
resumen, aquellos seis personajes que suben al escenario al principio de la
comedia. O bien uno u otro, pero con frecuencia uno desautorizando al otro,
empezaban a contarme sus tristes asuntos, cada uno gritando sus razones,
aventándome en la cara sus descontroladas pasiones, casi del mismo modo como
ahora lo hacen en la comedia con el desdichado Director.
¿Qué
autor podrá contar alguna vez cómo y por qué un personaje nació en su fantasía?
El misterio de la creación artística es el mismo misterio del nacimiento. Puede
ser que una mujer, amando, desee convertirse en Madre, pero el deseo por sí
sólo, por más intenso que sea, no basta. Un afortunado día ella será Madre, sin
advertir de manera precisa la concepción. De igual modo un artista, viviendo,
recibe muchos motivos de la vida, y no puede jamás decir cómo y por qué, en
determinado momento, uno de estos motivos vitales entra en su fantasía y se
convierte en una criatura viva, en un plano de vida superior a la voluble
existencia diaria.
Sólo
puedo decir que sin saber que los había buscado me encontré delante de aquellos
seis personajes, tan vivos como para tocarlos, como para oírlos respirar, que
ahora se pueden ver en escena. Y aguardaban, allí presentes, cada uno con su
secreta tortura y unidos por el nacimiento y desarrollo de sus mutuos
percances, que yo los introdujera en el mundo del arte, haciendo de ellos, de
sus pasiones y de sus casos una novela, un drama o, por lo menos, un relato.
Habían
nacido vivos y querían vivir.
Ahora
sería conveniente saber que a mí no me ha bastado representar la figura de un
hombre o de una mujer, por más especiales y característicos que sean, ni narrar
una aventura peculiar, amena o triste, por el sólo gusto de narrarla, o
describir un paisaje por el sólo gusto de describirlo.
Hay
algunos escritores (y no son pocos) que tienen este gusto y, conformes, no
exploran otro. Son escritores de naturaleza específicamente histórica.
Pero
hay otros que más allá de ese gusto experimentan una necesidad espiritual más
profunda, por la cual no admiten figuras, acontecimientos, paisajes que no se
embeban, por decirlo así, de un particular sentido de la vida, y no adquieran
con ello un valor universal. Son escritores de naturaleza específicamente
filosófica.
Yo
tengo la desgracia de pertenecer a estos últimos.
Odio
el arte simbólico, para el que la representación pierde cada movimiento
espontáneo y se convierte en una máquina, en una alegoría. Es un esfuerzo vano
y equívoco, porque el sólo hecho de dar sentido alegórico a una representación
revela claramente que ya se sobreentiende en ella un valor de fábula que no
tiene por sí misma ninguna verdad, ni fantástica ni real, y que ha sido hecha
para demostrar cualquier tipo de verdad moral. Esa necesidad espiritual de la
que hablo no se puede satisfacer con ese simbolismo alegórico, sino es
ocasionalmente y debido a una ironía sublime (por ejemplo, en Ariosto) Este
simbolismo parte de un concepto, e incluso de un concepto que se hace o intenta
convertirse en imagen. Aquella necesidad, en cambio, busca en la imagen, que
debe permanecer viva y libre en toda su expresión, un sentido que le dé valor.
Ahora,
por más que lo buscara, yo no lograba descubrir este sentido en esos seis
personajes. Consideraba por lo tanto que no valía la pena hacerlos vivir. (...)
De: Prefacio a Seis personajes en busca de autor.
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