26 de abril de 1898- Sevilla, España Poeta de la Generación del 27. |
Con García Lorca y Cernuda. |
Entre dos oscuridades un relámpago
Sabemos adónde
vamos y de dónde venimos... Entre
dos oscuridades un
relámpago.
Y allí, en la
súbita iluminación, un gesto, un único
gesto,
una mueca más bien,
iluminada por una luz de
estertor.
Pero no nos
engañemos, no nos crezcamos. Con
humildad, con
tristeza, con aceptación, con
ternura,
acojamos esto que
llega. La conciencia súbita de una
compañía, alli en
el desierto.
Bajo una gran luna
colgada que dura lo que la vida,
el instante del
darse cuenta entre dos infinitas
oscuridades,
miremos ese rostro
triste que alza hacia nosotros
sus grandes ojos
humanos,
y que tiene miedo,
y que nos ama.
Y pongamos los
labios sobre la tibia frente y
rodeemos
con nuestros brazos
el cuerpo débil, y temblemos,
temblemos sobre la
vasta llanura sin término donde
sólo brilla la luna
del estertor.
Como en una tienda
de campaña,
que el viento
furioso muerde, viento que viene de las
hondas
profundidades de un caos,
aquí la pareja
humana, tú y yo, amada, sentimos las
arenas largas que
nos esperan.
No acaban nunca,
¿verdad? En una larga noche, sin
saberlo, las hemos
recorrido;
quizá juntos, oh
no, quizá solos, seguramente solos,
con un invisible
rostro cansado desde el origen,
las hemos
recorrido.
Y después, cuando
esta súbita luna colgada bajo la
que nos hemos
reconocido
se apague,
echaremos de nuevo
a andar. No sé si solos, no sé
si acompañados.
No sé si por estas
mismas arenas que en una noche
hacia atrás de
nuevo recorreremos.
Pero ahora la luna
colgada, la luna como
estrangulada, un momento
brilla.
Y te miro. Y déjame
que te reconozca.
A ti, mi compañía,
mi sola seguridad, mi reposo
instantáneo, mi
reconocimiento expreso donde
yo me siento y me
soy.
Y déjame poner mis
labios sobre tu frente tibia
- oh, cómo lo
siento -.
Y un momento dormir
sobre tu pecho, como tú sobre
el mío,
mientras la
instantánea luna larga nos mira y con
piadosa luz nos
cierra los ojos.
El sueño
Hay momentos de soledad
en que el corazón
reconoce, atónito, que no ama.
Acabamos de
incorporarnos, cansados: el día oscuro.
Alguien duerme,
inocente, todavía sobre ese lecho.
Pero quizá nosotros
dormimos...Ah no: nos movemos.
Y estamos tristes,
callados. La lluvia, allí insiste.
Mañana de bruma
lenta, impiadosa ¡Cuán solos!
Miramos por los
cristales. Las ropas caídas:
el aire, pesado; el
agua, sonando. Y el cuarto
helado en este duro
invierno que, fuera, es distinto.
Así te quedas
callando, tu rostro en tu palma.
Tu codo sobre la
mesa. La silla, en silencio,
y sólo suena el
pausado respiro de alguien,
de aquella que allí,
serena, bellísima, duerme
y sueña que no la
quieres, y tú eres su sueño...
LAS PALABRAS DEL POETA
Después de las palabras muertas,
de las aún
pronunciadas o dichas,
¿qué esperas? Unas
hojas volantes,
más papeles dispersos.
¿Quién sabe? Unas palabras
deshechas, como el
eco o la luz que muere allá en gran noche.
Todo es noche profunda.
Morir es olvidar
unas palabras dichas
en momentos de
delicia o de ira, de éxtasis o abandono
cuando, despierta
el alma, por los ojos se asoma
más como luz que
cual sonido experto.
Experto, pues que
dispuesto fuese
en virtud de su son
sobre página abierta,
apoyado en
palabras, o ellas con el sonido calan
el aire y se
reposan. No con virtud suprema,
pero sí con un
orden, infalible, si quieren.
Pues obedientes,
ellas, las palabras, se atienen
a su virtud y
dóciles
se posan soberanas,
bajo la luz se asoman
por una lengua
humana que a expresarlas se aplica.
Y la mano reduce
su movimiento a
hallarlas,
no: a descubrirlas,
útil, mientras brillan, revelan,
cuando no, en
desengaño, se evaporan.
Así, quedadas a las veces, duermen,
residuo al fin de
un fuego intacto
que si murió no
olvida,
pero débil su
memoria dejó, y allí se hallase.
Todo es noche profunda.
Morir es olvidar
palabras, resortes, vidrio, nubes,
para atenerse a un
orden
invisible de día,
pero cierto en la noche, en gran abismo.
Allí la tierra,
estricta,
no permite otro
amor que el centro entero.
Ni otro beso que
serle.
Ni otro amor que el
amor que, ahogado, irradia.
En las noches profundas
correspondencia
hallasen
las palabras
dejadas o dormidas.
En papeles
volantes, ¿quién las sabe u olvida?
Alguna vez, acaso,
resonarán, ¿quién sabe?
en unos pocos
corazones fraternos.
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