martes, 8 de abril de 2014

“Creo en mi corazón, siempre pero nunca vaciado”- Gabriela Mistral







La mesa, hijo, está tendida, 
en blancura quieta de nata, 
y en cuatro muros azulea, 
dando relumbres, la cerámica. 

Esta es la sal, éste el aceite 
y al centro el Pan que casi habla. 
Oro más lindo que oro del Pan 
no está ni en fruta ni en retama, 
y da su olor de espiga y horno 
una dicha que nunca sacia. 

Lo partimos, hijito, juntos, 
con dedos duros y palma blanda, 
y tú lo miras asombrado 
de tierra negra que da flor blanca.

Baja la mano de comer, 
que tu madre también la baja. 

Los trigos, hijo, son del aire, 
y son del sol y de la azada; 
pero este pan "cara de Dios"
no llega a mesas de las casas; 

y si otros niños no lo tienen, 
mejor, mi hijo, no lo tocarás, 
y no tomarlo mejor sería 
con mano y mano avergonzadas. 

* En Chile, el pueblo llama 
al pan "cara de Dios."




EL PENSADOR DE RODIN


Con el mentón caído sobre la mano ruda,
el Pensador se acuerda que es carne de la huesa,
carne fatal, delante del destino desnuda,
carne que odia la muerte, y tembló de belleza.

Y tembló de amor, toda su primavera ardiente,
ahora, al otoño, anégase de verdad y tristeza.
El "de morir tenemos" pasa sobre su frente,
en todo agudo bronce, cuando la noche empieza.

Y en la angustia, sus músculos se hienden, sufridores
cada surco en la carne se llena de terrores, 
Se hiende, como la hoja de otoño, al Señor fuerte

que le llama en los bronces... Y no hay árbol torcido
de sol en la llanura, ni león de flanco herido,
crispados como este hombre que medita en la muerte.




EL DIOS TRISTE


Mirando la alameda, de otoño lacerada,
la alameda profunda de vejez amarilla,
como cuando camino por la hierba segada
busco el rostro de Dios y palpo su mejilla.

Y en esta tarde lenta como una hebra de llanto
por la alameda de oro y de rojez yo siento
un Dios de otoño, un Dios sin ardor y sin canto
¡y lo conozco triste, lleno de desaliento!

Y pienso que tal vez Aquel tremendo y fuerte
Señor, al que cantara de locura embriagada,
no existe, y que mi Padre que las mañanas vierte
tiene la mano laxa, la mejilla cansada.

Se oye en su corazón un rumor de alameda
de otoño: el desgajarse de la suma tristeza;
su mirada hacia mí como lágrima rueda
y esa mirada mustia me inclina la cabeza.

Y ensayo otra plegaria para este Dios doliente,
plegaria que del polvo del mundo no ha subido:
"Padre, nada te pido, pues te miro a la frente
y eres inmenso, ¡inmenso!, pero te hallas herido."

De: http://www.los-poetas.com







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