La mesa, hijo, está tendida,
en blancura quieta de nata,
y en cuatro muros azulea,
dando relumbres, la cerámica.
Esta es la sal, éste el aceite
y al centro el Pan que casi habla.
Oro más lindo que oro del Pan
no está ni en fruta ni en retama,
y da su olor de espiga y horno
una dicha que nunca sacia.
Lo partimos, hijito, juntos,
con dedos duros y palma blanda,
y tú lo miras asombrado
de tierra negra que da flor blanca.
Baja la mano de comer,
que tu madre también la baja.
Los trigos, hijo, son del aire,
y son del sol y de la azada;
pero este pan "cara de Dios"
no llega a mesas de las casas;
y si otros niños no lo tienen,
mejor, mi hijo, no lo tocarás,
y no tomarlo mejor sería
con mano y mano avergonzadas.
* En Chile, el pueblo llama
al pan "cara de Dios."
EL PENSADOR DE
RODIN
Con el mentón caído
sobre la mano ruda,
el Pensador se
acuerda que es carne de la huesa,
carne fatal,
delante del destino desnuda,
carne que odia la muerte,
y tembló de belleza.
Y tembló de amor,
toda su primavera ardiente,
ahora, al otoño,
anégase de verdad y tristeza.
El "de morir
tenemos" pasa sobre su frente,
en todo agudo
bronce, cuando la noche empieza.
Y en la angustia,
sus músculos se hienden, sufridores
cada surco en la
carne se llena de terrores,
Se hiende, como la
hoja de otoño, al Señor fuerte
que le llama en los
bronces... Y no hay árbol torcido
de sol en la
llanura, ni león de flanco herido,
crispados como este
hombre que medita en la muerte.
EL DIOS TRISTE
Mirando la alameda,
de otoño lacerada,
la alameda profunda
de vejez amarilla,
como cuando camino
por la hierba segada
busco el rostro de
Dios y palpo su mejilla.
Y en esta tarde
lenta como una hebra de llanto
por la alameda de
oro y de rojez yo siento
un Dios de otoño,
un Dios sin ardor y sin canto
¡y lo conozco
triste, lleno de desaliento!
Y pienso que tal
vez Aquel tremendo y fuerte
Señor, al que
cantara de locura embriagada,
no existe, y que mi
Padre que las mañanas vierte
tiene la mano laxa,
la mejilla cansada.
Se oye en su
corazón un rumor de alameda
de otoño: el
desgajarse de la suma tristeza;
su mirada hacia mí
como lágrima rueda
y esa mirada mustia
me inclina la cabeza.
Y ensayo otra
plegaria para este Dios doliente,
plegaria que del
polvo del mundo no ha subido:
"Padre, nada
te pido, pues te miro a la frente
y eres inmenso,
¡inmenso!, pero te hallas herido."
De: http://www.los-poetas.com
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