César Vallejo 16 de marzo de 1892 - Perú |
TRASPIÉ ENTRE DOS ESTRELLAS
¡Hay
gentes tan desgraciadas, que ni siquiera
tienen cuerpo; cuantitativo el pelo,
baja, en pulgadas, la genial pesadumbre;
el modo, arriba;
no me busques, la muela del olvido,
parecen salir del aire, sumar suspiros mentalmente, oír
claros azotes en sus paladares!
Vanse de su piel, rascándose el sarcófago en que nacen
y suben por su muerte de hora en hora
y caen, a lo largo de su alfabeto gélido, hasta el suelo.
¡Ay de tánto! ¡ay de tan poco! ¡ay de ellas!
¡Ay en mi cuarto, oyéndolas con lentes!
¡Ay en mi tórax, cuando compran trajes!
¡Ay de mi mugre blanca, en su hez mancomunada!
¡Amadas sean las orejas sánchez,
amadas las personas que se sientan,
amado el desconocido y su señora,
el prójimo con mangas, cuello y ojos!
¡Amado sea aquel que tiene chinches,
el que lleva zapato roto bajo la lluvia,
el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas,
el que se coge un dedo en una puerta,
el que no tiene cumpleaños,
el que perdió su sombra en un incendio,
el animal, el que parece un loro,
el que parece un hombre, el pobre rico,
el puro miserable, el pobre pobre!
¡Amado sea
el que tiene hambre o sed, pero no tiene
hambre con qué saciar toda su sed,
ni sed con qué saciar todas sus hambres!
¡Amado sea el que trabaja al día, al mes, a la hora,
el que suda de pena o de vergüenza,
aquel que va, por orden de sus manos, al cinema,
el que paga con lo que le falta,
el que duerme de espaldas,
el que ya no recuerda su niñez; amado sea
el calvo sin sombrero,
el justo sin espinas,
el ladrón sin rosas,
el que lleva reloj y ha visto a Dios,
el que tiene un honor y no fallece!
¡Amado sea el niño, que cae v aún llora
y el hombre que ha caído y ya no llora'.
¡Ay de tánto! ¡Ay de tan poco! ¡Ay de ellos!
tienen cuerpo; cuantitativo el pelo,
baja, en pulgadas, la genial pesadumbre;
el modo, arriba;
no me busques, la muela del olvido,
parecen salir del aire, sumar suspiros mentalmente, oír
claros azotes en sus paladares!
Vanse de su piel, rascándose el sarcófago en que nacen
y suben por su muerte de hora en hora
y caen, a lo largo de su alfabeto gélido, hasta el suelo.
¡Ay de tánto! ¡ay de tan poco! ¡ay de ellas!
¡Ay en mi cuarto, oyéndolas con lentes!
¡Ay en mi tórax, cuando compran trajes!
¡Ay de mi mugre blanca, en su hez mancomunada!
¡Amadas sean las orejas sánchez,
amadas las personas que se sientan,
amado el desconocido y su señora,
el prójimo con mangas, cuello y ojos!
¡Amado sea aquel que tiene chinches,
el que lleva zapato roto bajo la lluvia,
el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas,
el que se coge un dedo en una puerta,
el que no tiene cumpleaños,
el que perdió su sombra en un incendio,
el animal, el que parece un loro,
el que parece un hombre, el pobre rico,
el puro miserable, el pobre pobre!
¡Amado sea
el que tiene hambre o sed, pero no tiene
hambre con qué saciar toda su sed,
ni sed con qué saciar todas sus hambres!
¡Amado sea el que trabaja al día, al mes, a la hora,
el que suda de pena o de vergüenza,
aquel que va, por orden de sus manos, al cinema,
el que paga con lo que le falta,
el que duerme de espaldas,
el que ya no recuerda su niñez; amado sea
el calvo sin sombrero,
el justo sin espinas,
el ladrón sin rosas,
el que lleva reloj y ha visto a Dios,
el que tiene un honor y no fallece!
¡Amado sea el niño, que cae v aún llora
y el hombre que ha caído y ya no llora'.
¡Ay de tánto! ¡Ay de tan poco! ¡Ay de ellos!
Un hombre pasa con un pan al hombro...
Un
hombre pasa con un pan al hombro
¿Voy
a escribir, después, sobre mi doble?
Otro
se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila, mátalo
¿Con
qué valor hablar del psicoanálisis?
Otro
ha entrado en mi pecho con un palo en la mano
¿Hablar
luego de Sócrates al médico?
Un
cojo pasa dando el brazo a un niño
¿Voy,
después, a leer a André Bretón?
Otro
tiembla de frío, tose, escupe sangre
¿Cabrá
aludir jamás al Yo profundo?
Otro
busca en el fango huesos, cáscaras
¿Cómo
escribir, después del infinito?
Un
albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza
¿Innovar,
luego, el tropo, la metáfora?
Un
comerciante roba un gramo en el peso a un cliente
¿Hablar,
después, de cuarta dimensión?
Un
banquero falsea su balance
¿Con
qué cara llorar en el teatro?
Un
paria duerme con el pie a la espalda
¿Hablar,
después, a nadie de Picasso?
Alguien
va en un entierro sollozando
¿Cómo
luego ingresar a la Academia?
Alguien
limpia un fusil en su cocina
¿Con
qué valor hablar del más allá?
Alguien
pasa contando con sus dedos
¿Cómo
hablar del no-yó sin dar un grito?
De: http://www.literatura.us
Voy a hablar de la esperanza
Yo no sufro este
dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni
como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como
mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo,
también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo sufriría. Si
no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Si no fuese
católico, ateo ni mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo.
Hoy sufro solamente.
Me duelo ahora sin
explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa.
¿Qué sería su causa? ¿Dónde está aquello tan importante, que dejase de ser su
causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. ¿A qué ha nacido
este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del norte y del viento del
sur, como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento. Si
hubiera muerto mi novia, mi dolor sería igual. Si la vida fuese, en fin, de
otro modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro
solamente.
Miro el dolor del
hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de
quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba al
menos. Lo mismo el enamorado. ¡Qué sangre la suya más engendrada, para la mía
sin fuente ni consumo!
Yo creía hasta
ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres o hijos.
Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para
anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en la
estancia oscura, no daría luz y si lo pusiesen en una estancia luminosa, no echaría
sombra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente.
Hallazgo de la vida
¡Señores! Hoy es la
primera vez que me doy cuenta de la presencia de la vida. ¡Señores! Ruego a
ustedes dejarme libre un momento, para saborear esta emoción formidable, espontánea
y reciente de la vida, que hoy, por la primera vez, me extasía y me hace
dichoso hasta las lágrimas.
Mi gozo viene de lo
inédito de mi emoción. Mi exultación viene de que antes no sentí la presencia
de la vida. No la he sentido nunca. Miente quien diga que la he sentido. Miente
y su mentira me hiere a tal punto que me haría desgraciado. Mi gozo viene de mi
fe en este hallazgo personal de la vida, y nadie puede ir contra esta fe. Al
que fuera, se le caería la lengua, se le caerían los huesos y correría el
peligro de recoger otros, ajenos, para mantenerse de pie ante mis ojos.
Nunca, sino ahora,
ha habido vida. Nunca, sino ahora, han pasado gentes. Nunca, sino ahora, ha
habido casas y avenidas, aire y horizonte. Si viniese ahora mi amigo Peyriet,
les diría que yo no le conozco y que debemos empezar de nuevo. ¿Cuándo, en
efecto, le he conocido a mi amigo Peyriet? Hoy sería la primera vez que nos
conocemos. Le diría que se vaya y regrese y entre a verme, como si no me
conociera, es decir, por la primera vez.
Ahora yo no conozco
a nadie ni nada. Me advierto en un país extraño, en el que todo cobra relieve
de nacimiento, luz de epifanía inmarcesible. No, señor. No hable usted a ese
caballero. Usted no lo conoce y le sorprendería tan inopinada parla. No ponga
usted el pie sobre esa piedrecilla: quién sabe no es piedra y vaya usted a dar
en el vacío. Sea usted precavido, puesto que estamos en un mundo absolutamente
inconocido.
¡Cuán poco tiempo
he vivido! Mi nacimiento es tan reciente, que no hay unidad de medida para
contar mi edad. ¡Si acabo de nacer! ¡Si aún no he vivido todavía! Señores: soy
tan pequeñito, que el día apenas cabe en mí!
Nunca, sino ahora,
oí el estruendo de los carros, que cargan piedras para una gran construcción
del boulevard Haussmann. Nunca, sino ahora avancé paralelamente a la primavera,
diciéndola: «Si la muerte hubiera sido otra...». Nunca, sino ahora, vi la luz
áurea del sol sobre las cúpulas de Sacre-Coeur. Nunca, sino ahora, se me acercó
un niño y me miró hondamente con su boca. Nunca, sino ahora, supe que existía
una puerta, otra puerta y el canto cordial de las distancias.
¡Dejadme! La vida
me ha dado ahora en toda mi muerte.
Nómina de huesos
Se pedía a grandes
voces:
—Que muestre las
dos manos a la vez.
Y esto no fue
posible.
—Que, mientras
llora, le tomen la medida de sus pasos.
Y esto no fue
posible.
—Que piense un
pensamiento idéntico, en el tiempo en que un cero permanece inútil.
Y esto no fue
posible.
—Que haga una
locura.
Y esto no fue
posible.
—Que entre él y
otro hombre semejante a él, se interponga una muchedumbre de hombres como él.
Y esto no fue
posible.
—Que le comparen
consigo mismo.
Y esto no fue
posible.
—Que le llamen, en
fin, por su nombre.
Y esto no fue
posible.
De: http://www.analitica.com
"El momento más grave de mi vida fue mi
prisión en una cárcel del Perú"... César Vallejo
A finales de 1920,
de regreso de Santiago de Chuco, fue encarcelado, junto con un hermano suyo,
absurdamente procesados, dirá luego él mismo, «por incendio, asalto, homicidio
frustrado, robo y asonada...» Aquella experiencia, aunque sólo de unos meses,
lo marcó para toda la vida. Salido de la cárcel en 1921, publicó en 1922 su
segunda obra, Trilce, en los talleres de la propia cárcel, en la cual había
escrito muchos de los poemas del libro.
Roberto Fernández
Retamar
De: http://www.elortiba.org
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