Chloe Anthony Wofford - Toni Morrison 18 de febrero de 1931 - Estados Unidos Docente, activista social, editora, escritora. |
CONSTRUIMOS LENGUAJE
Érase una vez una anciana. Ciega,
pero sabia. ¿O era un anciano? O quizás un gúru. O una leyenda para calmar
niños inquietos. He oído esta historia, o una exactamente igual, en el saber
popular de varias culturas.
Érase una vez una anciana. Ciega.
Sabia.
En la versión que conozco, la
mujer es hija de esclavos, de raza negra, norteamericana, y vive sola en una
casita a las afueras del pueblo. Su fama de sabia no tiene par y es
incuestionable. Entre su gente, ella representa tanto la ley como su
transgresión. El honor que se le rinde y la admiración temerosa que se le
tributa, trasciende su vecindario y llega hasta lugares lejanos, hasta la
ciudad donde la inteligencia de los profetas rurales da origen a mucha
diversión.
Un día, la mujer recibe la visita
de unos jóvenes empeñados en refutar su clarividencia y en desenmascararla por
el fraude que ellos creen que ella es. Su plan es sencillo: entran en su casa y
hacen la pregunta cuya respuesta depende exclusivamente de lo que la diferencia
de ellos: su ceguera. Se paran frente a ella y uno de ellos dice: Anciana,
tengo un pájaro en mi mano. Dime si está vivo o muerto.
Ella no contesta. Le repiten la
pregunta: El pájaro que sostengo, ¿está vivo o muerto?
Todavía no responde. Es ciega y
no puede ver a sus visitantes, y menos aún lo que esta en sus manos. No sabe
cuál es su color de piel, género o tierra natal. Sólo sabe cuál es su motivo.
El silencio de la anciana se
prolonga, a los jóvenes les cuesta contener sus risotadas.
Finalmente, la anciana habla y su
voz es suave pero severa: No sé, dice. No sé si el pájaro que sostienen está
muerto o vivo, pero sé que está en sus manos. Está en sus manos.
Su respuesta podría interpretarse
de esta manera: si está muerto, fue porque así lo encontraron o porque ustedes
lo mataron. Si está vivo, todavía pueden matarlo. Que siga vivo, es su
decisión. De cualquier manera, es su responsabilidad.
Por hacer ostentación de su poder
y poner en evidencia la debilidad de la anciana, los jóvenes visitantes reciben
un regaño, se les dice que son responsables no sólo por el acto de burla, sino
también por el pequeño manojo de vida sacrificado para lograr sus propósitos.
La anciana ciega desplaza la atención de las afirmaciones de poder al instrumento
a través del cual este poder se ejerce.
La especulación sobre lo que este
pájaro-en-mano (aparte de su cuerpo frágil) puede significar, siempre me ha
atraído, pero en especial, así lo pienso ahora, por la forma en que he sido con
respecto al trabajo que realizo y que me ha traído hoy ante ustedes. Decido
entonces interpretar al pájaro como lenguaje y a la anciana como un escritor
experimentado. La anciana está preocupada por la forma en que el lenguaje en
que ella sueña, que le fue dado al nacer, se maneja, se pone al servicio,
incluso se le enajena para ciertos nefarios propósitos.
Al ser una escritora, ella
considera el lenguaje en parte como un sistema, en parte como algo viviente
sobre lo cual uno tiene control, pero sobre todo como un medio – como un acto
con consecuencias.
Entonces, la pregunta que le
hacen los muchachos, ¿Está vivo o muerto?, no es irreal, porque ella piensa en
el lenguaje como algo susceptible de morir, de ser borrado; ciertamente puesto
en riesgo y redimible únicamente por un esfuerzo de la voluntad. Ella cree que
si el pájaro que está en las manos de los visitantes está muerto, sus custodios
son responsables por el cadáver. Para ella, un lenguaje muerto no es sólo ese
que ya no se habla o escribe, es ese lenguaje rígido, satisfecho de admirar su
propia parálisis. Como el lenguaje del estadista, censurado y censurante.
Despiadado en sus deberes policiales, no tiene otro deseo o meta que mantener
el libre deambular de su propio narcisismo narcótico, su propia exclusividad y
dominio. Aunque moribundo, no deja de tener sus efectos para bloquear el
intelecto, ahogar la conciencia, suprimir el potencial humano de manera activa.
Refractario a la interrogación, no produce ni tolera ideas nuevas, moldea los
pensamientos ajenos, cuenta otra historia, llena silencios confusos. El
lenguaje oficial hecho añicos para sancionar la ignorancia y mantener el
privilegio, es una armadura lustrada para impactar con su relumbre, un cascajo
del cual salió el caballero hace mucho tiempo.
Más aún, es tonto, predatorio,
sensiblero. Suscitando reverencia en los escolares, dando refugio a los
déspotas, evocando falsas memorias de estabilidad y armonía entre la opinión
pública.
La anciana está convencida de que
cuando el lenguaje muere, cae en el descuido o el desuso, en la indiferencia y
falta de estima, o es asesinado por decreto; así no sólo ella sino todos lo que
lo usan o producen son responsables por su defunción. En su país los niños han
refrenado su lengua y usan balas en lugar de iterar la voz del lenguaje mudo,
del lenguaje inhabilitado e inhabilitador, del lenguaje que todos los adultos
han abandonado como dispositivo para resolver un problema usando el sentido,
dar orientación o expresar amor. Pero ella sabe que el suicidio-lingual no es
la elección sólo de los niños. Es común entre los pueriles jefes de estado y
mercachifles del poder, cuyo vaciado lenguaje los deja sin acceso a aquello que
resta de sus instintos humanos para que hablen sólo a aquellos que obedecen o
con el fin de forzar a la obediencia.
Este saqueo sistemático del
lenguaje puede reconocerse en la tendencia de sus hablantes a renunciar a sus
propiedades de matiz, complejidad y alumbramiento, a cambio de la amenaza y la
subyugación. El lenguaje opresivo hace más que representar la violencia: es
violencia; hace más que describir los límites del conocimiento: limita el
conocimiento. Ya sea el oscuro lenguaje estatal o bien el pseudolenguaje de los
insensatos medios de comunicación; ya sea el orgulloso pero calcificado
lenguaje de la academia o bien el lenguaje de la ciencia impulsado por los
productos; ya sea el pernicioso lenguaje del derecho-sin-ética o el lenguaje
diseñado para el extrañamiento de minorías – que esconde su expoliación racista
en su tupé literario-, debe ser rechazado, transformado y puesto en evidencia.
Es el lenguaje que chupa sangre, encubre vulnerabilidades, oculta sus botas
fascistas bajo crinolinas de respetabilidad y patriotismo, mientras se mueve
implacablemente para vigilar los rangos inferiores y la mente de los peores.
Lenguaje sexista, lenguaje racista, lenguaje teísta – todos son típicos de los
policíacos lenguajes del poder, que no pueden permitir el nuevo conocimiento o
animar el mutuo intercambio de ideas.
La anciana es muy consciente de
que a ningún mercenario intelectual, ni insaciable dictador, ni político o
demagogo profesional ni a ningún falso periodista, lo convencerían sus ideas.
Hay y habrá un lenguaje conmovedor para mantener a los ciudadanos armados y
dispuestos a hacer que otros se armen; muertos en masa o masacrando en las
galerías, en los tribunales, en las oficinas de correos, en las canchas
deportivas, en los dormitorios y bulevares; promoviendo o memorizando lenguaje
para enmascarar la piedad y el desperdicio de tanta muerte innecesaria. Habrá
más lenguaje diplomático para aprobar el ultraje, la tortura, el asesinato. Hay
y habrá más lenguaje seductor mutante, diseñado para estrangular mujeres, para
empacar sus gargantas como paté de ganso con sus propias indecibles y
transgresoras palabras; habrá más lenguaje de vigilancia disfrazado como
investigación, de política e historia calculado para hacer enmudecer el
sufrimiento de millones; lenguaje estilizado para emocionar a los insatisfechos
y afligidos por el asalto de sus vecindarios; lenguaje arrogante pseudoempírico
pensado para encerrar a la gente creativa en jaulas de inferioridad y
desesperanza.
Debajo de la elocuencia, de la
elegancia, de las asociaciones académicas, por más conmovedor o seductor, el
corazón de tal lenguaje es lánguido, o tal vez sin pulso en absoluto – si el
pájaro está ya muerto.
La anciana ha pensado cuál habría
sido la historia intelectual de cualquier disciplina si no hubiera existido
quién insistiera, o no se hubiera visto obligado a avanzar. El desperdicio de
tiempo y vida que las racionalizaciones y representaciones de y para el
dominio, exigían – discursos letales de exclusión bloqueando el acceso al
conocimiento tanto para el que excluye como para el excluido.
La sabiduría convencional de la
historia de la Torre de Babel es que el colapso fue una desgracia. Que fue la
distracción o el peso de muchos lenguajes los que precipitaron la arquitectura
fallida de la torre. Que un lenguaje monolítico hubiera facilitado la
construcción y se habría alcanzado el cielo. ¿El cielo de quién?, se pregunta
la anciana. ¿Y qué clase? Tal vez el logro del Paraíso fue prematuro, un poco
mal intencionado si nadie tuvo tiempo para entender otros lenguajes, otros
puntos de vista, otro período de narrativas. Pudieran ellos haber encontrado a
sus pies el cielo que imaginaban. Complicada, exigente, sí, pero una visión de
cielo como vida, no un cielo como más allá de la vida.
La anciana no quería dejar a sus
jóvenes visitantes con la impresión de que el lenguaje debería forzarse a mantenerse
vivo de cualquier manera. La vitalidad del lenguaje radica en su capacidad para
retratar vidas reales, imaginadas y posibles de sus hablantes, lectores,
escritores. Aunque su equilibrio está a veces en desplazar la experiencia, esta
experiencia no lo sustituye. El lenguaje apunta al lugar donde puede hallarse
el sentido. Cuando un Presidente de los Estados Unidos reflexionó sobre cómo su
país se había convertido en un cementerio, y dijo: El mundo casi no notará y
menos aún recordará lo que decimos aquí. Pero nunca olvidará lo que hicimos
aquí, sus solas palabras son vigorizantes en sus propiedades de afirmación
vital porque se niegan a encapsular la realidad de 600.000 muertos en una
cataclísmica guerra racial. Al negarse a monumentalizar, al desdeñar la última
palabra, la recapitulación exacta, al reconocer su poco poder para agregar o
quitar, sus palabras indican deferencia hacia la incapturabilidad de la vida
que lamentan. Es esta deferencia lo que las mueve, este reconocimiento de que
el lenguaje nunca puede mantenerse fiel a la vida de una vez por todas. Ni
debería. El lenguaje nunca puede inmovilizar la esclavitud, el genocidio, la
guerra. Ni debería anhelar arrogancia de ser capaz de hacerlo. Su fuerza, su
felicidad esta en alcanzar lo inefable.
Ya sea preeminente o precario,
oculto, detonante, o se niegue a santificar; ya se ría a carcajadas o bien sea
un aullido sin alfabeto, la palabra escogida, el silencio escogido, el lenguaje
tranquilo bulle hacia el conocimiento, no hacia su destrucción. Pero, ¿quién no
conoce de literatura proscrita porque es interrogativa, desacreditada porque es
crítica, borrada porque es alternativa? ¿Y cuántos no se sienten ultrajados por
la idea de una lengua autodestruida?
El trabajo-de-la-palabra es
sublime, piensa la anciana, porque es generativo, produce el significado, que
garantiza nuestra diferencia, nuestra humana diferencia – la manera en la cual
somos como ninguna otra vida.
Morimos. Ese debe ser el
significado de la vida. Pero construimos Lenguaje. Esa debe ser la medida de
nuestras vidas.
Érase una vez,...unos visitantes
hicieron a una anciana una pregunta. ¿Quiénes son, estos muchachos? ¿Qué
hicieron con este encuentro?.. ¿Qué oyeron en estas palabras finales: El pájaro
está en sus manos? Una frase que señala hacia una posibilidad o un signo que
capta enseguida la idea. A lo mejor lo que los muchachos oyeron fue: No es mi
problema. Soy mujer, soy vieja, soy negra, soy ciega. La sabiduría que poseo
ahora está en saber que no puedo ayudarlos. El futuro del lenguaje les
pertenece.
Ellos estaban ahí, de pie.
Supongan que no había nada en sus manos. Supongan que la visita era sólo un
ardid, una jugarreta para lograr que les hablaran, los tomaran en serio como no
lo habían sido antes. Una oportunidad para interrumpir, para violar el mundo
adulto, su miasma de discurso sobre ellos, por ellos, pero nunca para ellos.
Preguntas urgentes están en juego, incluyendo esa que ellos hicieron: ¿Está el
pájaro que sostenemos vivo o muerto? Quizá la pregunta quería decir: ¿Podría
alguien decirnos qué es la vida? Nada de artilugios; ninguna estupidez. Una
pregunta directa digna de la atención de una sabia. De una anciana. Y si la
anciana visionaria que ha vivido la vida y afrontado la muerte no puede
describir a ninguna de las dos, ¿quién puede?
Pero no lo hace, guarda su
secreto, su buena opinión de sí misma, sus gnómicos manifiestos, su arte sin
compromiso. Mantiene su distancia, la refuerza y se retrae en la singularidad
del aislamiento, en un espacio sofisticado, privilegiado.
Nada, ninguna palabra sigue a su
declaración de transferencia. Este silencio es profundo, más profundo que el
significado contenido en las palabras que pronunció. Este silencio se estremece
y los muchachos, fastidiados, lo llenan con lenguaje inventando sobre el
terreno.
¿No hay discurso, le preguntan,
no hay palabras que usted pueda darnos para ayudarnos a abrirnos paso en su
expediente de fallas? ¿A través de la educación que ustedes nos dieron, que no
es en absoluto educación porque estamos presentando mucha atención a lo que han
hecho, así como a lo que han dicho? ¿Hasta la barrera que ustedes han erigido
entre generosidad y sabiduría?
No tenemos ningún pájaro en
nuestras manos, vivo o muerto. No la tenemos sino a usted y nuestra importante
pregunta. ¿Es la nada que está en nuestras manos algo que usted podría cargar
para contemplar, para adivinar siquiera? ¿Ya no se acuerda siendo joven cuando
el lenguaje era mágico sin significado? ¿Cuando lo que usted podía decir, podía
no significar? ¿Cuando lo invisible era lo que la imaginación se esforzaba en
ver? ¿Cuando preguntas y peticiones de respuesta ardían tan brillantemente que
usted temblaba de furia al no saber?
¿Tenemos acaso que comenzar a ser
conscientes con una batalla de heroínas y héroes, así como usted luchó y perdió
dejándonos con nada en las manos salvo lo que usted imaginó que está en ellas?
Su respuesta es artificiosa, pero su artificiosidad nos avergüenza y debe
avergonzarla a usted. Su respuesta es indecente en su autocomplacencia. Un
guión-para-televisión que no tiene sentido si no hay nada en nuestras manos.
¿Por qué no se comunicó, y nos
tocó con sus dedos suaves, demorando la mordedura de sonido, la lección, hasta
saber quiénes éramos? ¿Tanto despreció nuestra jugarreta, nuestro modus
operandi, que no pudo ver que estábamos confundidos sobre cómo lograr su
atención? Somos jóvenes. Inmaduros. Hemos oído durante todas nuestras cortas
vidas que tenemos que ser responsables. ¿Qué podría eso significar en la
catástrofe en que este mundo se ha convertido, donde – como dijo un poeta- nada
necesita ser expuesto cuando es ya descarado? Nuestra herencia es una afrenta.
Usted quiere que tengamos sus
viejos y vacíos ojos, y veamos solamente la crueldad y la mediocridad. ¿Piensa
que somos lo suficientemente estúpidos para perjurarnos una y otra vez con la
ficción de independencia nacional? ¿Cómo se atreve a hablarnos de deber cuando
estamos hundidos hasta la cintura en el veneno de su pasado?
Usted nos banaliza y además
trivializa el pájaro que no está en nuestras manos. ¿No hay contexto para
nuestras vidas? Ninguna canción, ninguna literatura, ningún poema lleno de
vitaminas, ninguna historia unida a la experiencia que pueda pasarnos para que
no ayude a marchar bien? Usted es un adulto. La anciana, la sabia. Deje de
pensar en salvar su pellejo. Piense en nuestras vidas y cuéntenos cómo es su
mundo individual. Invéntese un cuento. La narrativa es radical, nos crea en el
mismo momento en que está siendo creada. No la culparemos si su alcance
sobrepasa su control, si el amor inflama tanto sus palabras que estas caen en
llamas y nada queda sino su quemadura. O si, con la reticencia de las manos de
un cirujano, sus palabras suturan sólo los lugares donde puede manar la sangre.
Sabemos que usted nunca podrá hacer esto apropiadamente – de una vez por todas.
La pasión no es nunca suficiente; tampoco la destreza. Pero inténtelo. Por
nuestro bien y el de usted, olvide su nombre en la calle; díganos lo que el
mundo ha sido para usted en los sitios oscuros y en la luz. No nos diga lo que
hay que creer, lo que hay que temer. Muéstrenos la ancha saya de la creencia y
la puntada que desenmaraña el amnios del temor. Usted, anciana, bendecida con
la ceguera, puede hablar el lenguaje que nos dice lo que sólo el lenguaje puede
decir: cómo mirar sin imágenes. Solamente el lenguaje nos protege de las
cicatrices de las cosas sin nombre. Solamente el lenguaje es meditación.
Díganos lo que es ser una mujer
de modo que podamos saber lo que es ser un hombre. ¿Qué se mueve en el margen?
¿Qué es no tener un hogar en este lugar? Soltarse de aquel que uno conoció.
¿Qué es vivir a las afueras de ciudades que no pueden soportar la compañía de uno?
Háblenos sobre barcos que
regresaron de los bordes de la playa en la Pascua Florida, placenta en un
campiña. Háblenos de una carretada de esclavos, ¿Cómo cantaban tan suavemente
que su respiración no se distinguía de la caída de la nieve? ¿Cómo por el encorvamiento
del hombro más cercano supieron que la próxima parada podía ser la última para
ellos? ¿ Cómo, con las manos puestas en oración sobre sus sexos, pensaron en el
calor, luego en el sol, alzando sus rostros como si estuviera allí para entrar?
Volteándose como para entrar. Se detuvieron en una hospedería. El conductor y
su compañero entraron con la lámpara, dejándolos zumbando en la oscuridad. El
hueco del caballo humea en la nieve bajo sus cascos, y su siseo y licuefacción
son la envidia de los congelados esclavos.
La puerta de entrada se abre: una
muchacha y un muchacho salen de su luz. Trepan en la cama del vagón. El
muchacho tendrá un revolver en tres años, pero ahora lleva una lámpara y un
cántaro de sidra tibia. Se lo pasan de boca en boca. La muchacha ofrece pan,
pedazos de carne y algo más: una mirada a los ojos de aquel a quien sirve. Una
ración para cada hombre, dos para cada mujer. Y una mirada. Ellos se la
devuelven. La próxima parada será la última para ellos. Pero no ésta. Porque
ésta ha sido entibiada.
Hay silencio otra vez cuando los
muchachos terminan de hablar, hasta que la mujer lo rompe.
Finalmente, dice, les creo ahora.
Les creo con el pájaro que no está en sus manos porque verdaderamente lo
capturaron. Miren. Cuán hermoso es esto que hemos hecho – juntos.
TONI MORRISON Lorain, Ohio, USA
(1931). Premio Nóbel de Literatura 1993.
(Tomado de Discursos Premio
Nobel, Editorial Común Presencia, tomo 2. Bogotá, 2003/ Traducción de Colombia Truque Vélez
De: RevistaClave.com
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