La vida miserable y abusada de los caucheros de la selva colombiana. |
José Eustasio Rivera 19 de febrero de 1888 - Colombia Político, diplomático, escritor. |
“¡Oh, selva,
esposa del silencio, madre de la soledad y la neblina! ¿Qué hado maligno me
dejó prisionero en tu cárcel verde? Los pabellones de tus ramajes, como inmensa
bóveda, siempre están sobre mi cabeza, entre mi aspiración y el cielo claro,
que sólo entreveo cuando tus copas estremecidas mueven tu oleaje, a la hora de
tus crepúsculos angustiosos. (…) ¡Tú me robaste el ensueño del horizonte y sólo
tienes para mis ojos la monotonía de tu cenit, por donde pasa el plácido albor,
que jamás alumbra las hojarascas de tus senos húmedos!
Tú eres la catedral de la pesadumbre, donde dioses desconocidos hablan a media voz, en el idioma de los murmullos, prometiendo longevidad a los árboles imponentes, contemporáneos del paraíso, que ya eran decanos cuando las primeras tribus aparecieron y esperan impasibles el hundimiento de los siglos venturos. (…) Tú tienes la adustez de la fuerza cósmica y encarnas un misterio de la creación. No obstante, mi espíritu se aviene sólo con lo inestable, desde que soporta el peso de tu perpetuidad, y, más que a la encina de fornido gajo, aprendió a amar a la orquídea lánguida, porque es efímera como el hombre y marchitable como su ilusión.
¡Déjame huir, oh, selva, de tus enfermizas penumbras, formadas con el hálito de los seres que agonizaron en el abandono de tu majestad! ¡Tú misma pareces un cementerio enorme donde te pudres y resucitas! ¡Quiero volver a las regiones donde el secreto no aterra a nadie, donde es imposible la esclavitud, donde la vista no tiene obstáculo y se encumbra el espíritu en la luz libre! (…) ¡Déjame tomar a la tierra de donde vine para desandar esa ruta de lágrimas y sangre que recorrí en nefando día, cuando tras la huella de una mujer me arrastré por montes y desiertos, en busca de la Venganza, diosa implacable que sólo sonríe tras las tumbas!”
Tú eres la catedral de la pesadumbre, donde dioses desconocidos hablan a media voz, en el idioma de los murmullos, prometiendo longevidad a los árboles imponentes, contemporáneos del paraíso, que ya eran decanos cuando las primeras tribus aparecieron y esperan impasibles el hundimiento de los siglos venturos. (…) Tú tienes la adustez de la fuerza cósmica y encarnas un misterio de la creación. No obstante, mi espíritu se aviene sólo con lo inestable, desde que soporta el peso de tu perpetuidad, y, más que a la encina de fornido gajo, aprendió a amar a la orquídea lánguida, porque es efímera como el hombre y marchitable como su ilusión.
¡Déjame huir, oh, selva, de tus enfermizas penumbras, formadas con el hálito de los seres que agonizaron en el abandono de tu majestad! ¡Tú misma pareces un cementerio enorme donde te pudres y resucitas! ¡Quiero volver a las regiones donde el secreto no aterra a nadie, donde es imposible la esclavitud, donde la vista no tiene obstáculo y se encumbra el espíritu en la luz libre! (…) ¡Déjame tomar a la tierra de donde vine para desandar esa ruta de lágrimas y sangre que recorrí en nefando día, cuando tras la huella de una mujer me arrastré por montes y desiertos, en busca de la Venganza, diosa implacable que sólo sonríe tras las tumbas!”
De:cabodehornos.foroactivo.com
Un cauchero actual. |
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