Ceremonia del Sol
Hola Sol…! Otra vez sin anunciarte llegas a visitarnos. Otra vez en tu
larga caminata desde el comienzo de la vida.
Hola Sol…! Con tu panza cargada de oro hirviendo para repartirlo
generoso por villas y caseríos, capillas campesinas, valles, bosques, ríos o
pueblitos olvidados.
Hola Sol…! Nadie ignora que perteneces a todos, pero que prefieres dar
tu calor a los más necesitados, los que precisan de tu luz para iluminar sus
casitas de chapa, los que reciben de tí la energía para afrontar el trabajo,
los que piden a Dios que nunca les faltes, para enriquecer sus plantíos, y
lograr sus cosechas. Es que vos, Sol, sos el pan dorado de la mesa de los
pobres. Desde mis terrazas te veo llegar cada tarde como un aro de fuego rodando
a través de los años, puntual, infaltable, animando mi filosofía desde el día
que soñé con levantar Casapueblo y puse entre las rocas mi primer ladrillo.
Recuerdo que era un día inflamado de tormenta, el mar había sustituido
el azul por un color grisáceo empavonado, en el horizonte un velero escorado
afinaba el rumbo para saltear la tempestad, el cielo se llenaba de graznidos de
cuervos en huida, la sierra se peinaba con la ventolera alborotando a la
comadreja y al conejo.
Pero de golpe como un anuncio sobrenatural el cielo se perforó y
apareciste vos. Eras un sol nítido y redondo, perfecto y delineado, puesto
sobre el escenario de mi iniciación con la fuerza sagrada de un vitreaux de
iglesia. Desde ese instante sentí que Dios habitaba en ti, que en tu fragua
derretía la fe y que por medio de tus rayos la transmitía por todos los sitios
donde transitabas. Los mismos brazos de oro que al desperezarte iluminan el
cielo, al estirarse a los costados entibian las sierras, o apuntando hacia
abajo laminan el mar.
Hola Sol…! Cómo me gustaría haber compartido tu largo trayecto
regalando luz, porque a tu paso acariciaste la vida de mil pueblos, compartiste
sus alegrías y tristezas, conociste la guerra y la paz, impulsaste la oración y
el trabajo, acompañaste la libertad e hiciste menos dura la oscuridad de los
presidios.
A tu paso sol, se adormecen los lagartos, despiertan los girasoles y
los gallos cacarean. Se relamen los gatos vagabundos, los perros guitarrean, y
el topo se encandila al salir de la cueva. A tu paso sol, hay sudor en la
frente del obrero y en los cuerpos de las mujeres cobrizas que alcanzan el
cántaro de la favela. Con tus latidos conmueves el mar, das música a la
siembra, la usina y el mercado.
A tu paso corrieron en estampida búfalos y antílopes, desperezó el
león, se asombró la jirafa, se deslizó la serpiente y voló la mariposa. A tu
paso cantó la calandria, despegó el aguilucho, despertó el murciélago y emigró
el albatros.
Hola Sol…! Gracias por volver a animar mi vida de artista. Porque
hiciste menos sola mi soledad. Es que me he acostumbrado a tu compañía y si no
te tengo, te busco por donde quiera que estés. Por eso te reencontré en la
Polinesia, cuando te coronaron rey de los archipiélagos de nácar y los
arrecifes dentellados de coral, o también en Africa, cuando dabas impulso a sus
revoluciones libertarias y te reflejabas en el espejo de sus escudos tribales
para inyectarles coraje. Te estoy mirando y veo que no has cambiado, que sos el
mismo sol que reverenciaron los aztecas, el mismo de mi peregrinaje pintando
por América, el que envolvió la Amazonia misteriosa y secreta, el que me
alumbró los caminos al Machupichu sagrado del Perú, el de los valles
patagónicos o los territorios del Sioux o del comanche. El mismo sol que me
llevó a Borneo, Sumatra, Bali, las islas musicales o los quemantes arenales del
Sahara.
A diferencia del relámpago que apenas proyecta en la noche latigazos de
luz, desde tu reinado planetario, tus destellos continúan activos, permanentes.
Alguna vez la travesura de las nubes oculta tu esplendor, pero cuando
ello ocurre, sabemos que estás ahí, jugando a las escondidas.
Otras veces, en cambio, te vemos sonreír cuando las golondrinas o las
gaviotas te usan de papel para escribir las frases de su vuelo.
Gracias Sol, por invadir la intimidad de mi atardecer y zambullirte en
mis aguas.
Ahora serás la luz de los peces y su secreto universo submarino.
También de los fantasmas que habitan en el vientre de los barcos hundidos en
trágicos naufragios.
Gracias Sol…! Por regalarnos esta ceremonia amarilla. Gracias por dejar
mis paredes blancas impregnadas de tu fosforescencia.
Entre ventoleras y borrascas, cruzando ciclones y tempestades, lluvias
o tornados, pudiste llegar hasta aquí para irte silenciosamente frente a
nuestros ojos.
Porque tu misión es partir a iluminar otros sitios. Labradores,
estibadores, pescadores te esperan en otras regiones donde la noche
desaparecerá con tu llegada.
Y como respondiendo a un timbre mágico despertarás las ciudades, irás
junto a los niños a la escuela, pondrás en vuelo la felicidad de los pájaros,
llamarás a misa.
A tu llegada, se animará el andamio con sus obreros, cantarán los
pregoneros en las ferias, la orilla del río se llenará de lavanderas y entrará
la alegría por la banderola de los hospitales.
Chau Sol…! Cuando en un instante te vayas del todo, morirá la tarde. La
nostalgia se apoderará de mí y la oscuridad entrará en Casapueblo. La
oscuridad, con su apetito insaciable penetrando por debajo de mis puertas, a
través de las ventanas o por cuanta rendija encuentre para filtrarse en mi
atelier, abriéndole cancha a las mariposas nocturnas.
Chau Sol…! Te quiero mucho…
Cuando era niño quería alcanzarte con mi barrilete. Ahora que soy
viejo, sólo me resigno a saludarte mientras la tarde bosteza por tu boca de
mimbre.
Chau Sol…! Gracias por provocarnos una lágrima, al pensar que
iluminaste también la vida de nuestros abuelos, de nuestros padres y la de
todos los seres queridos que ya no están junto a nosotros, pero que te siguen
disfrutando desde otra altura.
Adiós Sol…! Mañana te espero otra vez. Casapueblo es tu casa, por eso
todos la llaman la casa del sol. El sol de mi vida de artista. El sol de mi
soledad. Es que me siento millonario en soles, que guardo en la alcancía del
horizonte.
Carlos Páez Vilaró
Carlitos:
Nacida bajo ese mismo Sol que reverenciaste desde tus instintos y tu inteligencia, me atrevo a esta instancia de confiado acercamiento a tu espíritu porque estoy segura de que, más allá de los merecidos y protocolares homenajes públicos,
debes llevarte también el sentimiento que tu sereno ausentamiento ha provocado en los seres anónimos que nunca pudimos gozar a vivo encuentro de la magia que tu persona desprendía.
Magia que, sin embargo, era -y será siempre- posible palpar en tus obras artísticas, y no menos, en tus hechos humanos.
En realidad, fueron tus actos los que me cautivaron, y conmigo, a muchas/os compatriotas.
Era muy jovencita cuando supe que te ibas a revolver el mundo en busca de un hijo que todos pensaban desaparecido, succionado sin piedad por toneladas de hielo. A medida que los diarios y las radios comunicaban tus pasos, y como en un tiempo mítico, te convertiste en una figura gigantesca en mi mundo interior.
Eras grande ya allí: mis siempre queridos profesores te habían presentado como ese ser particular que se había adentrado en el Medio Mundo a compartir las simples alegrías de los más pobres y estigmatizados, seguro de que justamente ellos te conducirían a encontrarte contigo mismo y con esa fuerza de tu creación que no se detuvo más.
La otra noche, en tu último Desfile de Llamadas, me dejaste la penúltima reflexión: el único secreto radica en entregarnos, en cuerpo y alma, a la permanente construcción de proyectos, y a habitarlos después bajo aquel lema que una vez te escuché: " A veces gana la Vida".
Sin duda, seguiremos conectados: el Sol siempre está, aunque no lo veamos.
Un abrazo, y Gracias, Maestro en la Vida y en el Arte.
Profª. Ana Milán
Homenaje del Centro de Formación Humanística PERRAS NEGRAS |
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