jueves, 16 de enero de 2014

“Yo escribo para mi placer personal... Es mi único egoísmo. Yo mismo soy mi público, y la gloria y la popularidad me tienen sin cuidado” - Carlos Pellicer

16 de enero de 1897- Tabasco, Méjico
Profesor alfabetizador, museólogo, político, poeta.

Esta barca sin remos es la mía...


Esta barca sin remos es la mía.
Al viento, al viento, al viento solamente
le ha entregado su rumbo, su indolente
desolación de estéril lejanía.

Todo ha perdido ya su jerarquía.
Estoy lleno de nada y bajo el puente
tan sólo el lodazal, la malviviente
ruina del agua y de su platería.

Todos se van o vienen. Yo me quedo
a lo que dé el perder valor y miedo.
¡Al viento, al viento, a lo que el viento quiera!

Un mar sin honra y sin piratería,
excelsitudes de un azul cualquiera
y esta barca sin remos que es la mía.




Horas de junio


Vuelvo a ti, soledad, agua vacía,
agua de mis imágenes, tan muerta,
nube de mis palabras, tan desierta,
noche de la indecible poesía.

Por ti la misma sangre -tuya y mía-
corre el alma de nadie siempre abierta.
Por ti la angustia es sombra de la puerta
que no se abre de noche ni de día.

Sigo la infancia en tu prisión, y el juego
que alterna muertes y resurrecciones
de una imagen a otra vive ciego.

Claman el viento, el sol y el mar del viaje.
Yo devoro mis propios corazones
y juego con los ojos del paisaje.

Junio me dio la voz, la silenciosa
música de callar un sentimiento.
Junio se lleva ahora como el viento
y el alma inútilmente fue gozosa.

Al año de morir todos los días
los frutos de mi voz dijeron tanto
y tan calladamente, que unos días

vivieron a la sombra de aquel canto.
(Aquí la voz se quiebra y el espanto
de tanta soledad llena los días.)

Hoy hace un año, Junio, que nos viste,
desconocidos, juntos, un instante.
Llévame a ese momento de diamante
que tú en un año has vuelto perla triste.

Álzame hasta la nube que ya existe,
líbrame de las nubes, adelante.
Haz que la nube sea el buen instante
que hoy cumple un año, Junio, que me diste.

Yo pasaré la noche junto al cielo
para escoger la nube, la primera
nube que salga del sueño, del cielo,

del mar, del pensamiento, de la hora,
de la única hora que me espera
¡Nube de mis palabras, protectora!




Mi voluntad de ser no tiene cielo...


Mi voluntad de ser no tiene cielo;
sólo mira hacia abajo y sin mirada.
¿Luz de la tarde o de la madrugada?
Mi voluntad de ser no tiene cielo.

Ni la penumbra de un hermoso duelo
ennoblece mi carne afortunada.
Vida de estatua, muerte inhabitada
sin la jardinería de un anhelo.

Un dormir sin soñar calla y sombrea
el prodigioso imperio de mis ojos
reducido a los grises de una aldea.

Sin la ausencia presente de un pañuelo
se van los días en pobres manojos.
Mi voluntad de ser no tiene cielo.


Un paisaje hecho poema


(Siento que se aglomeran mis deseos
como el pueblo a las puertas de una boda.)
El río allá es un niño y aquí un hombre
que negras hojas junta en un remanso.
Todo el mundo le llama por su nombre
y le pasa la mano como a un perro manso.
¿En qué estación han de querer mis huéspedes
descender. ¿En otoño o primavera.
¿O esperarán que el tono de los céspedes
sea el ángel que anuncie la manzana primera.
De todas las ventanas, que una sola
sea fiel y se abra sin que nadie la abra.
Que se deje cortar como amapola
entre tantas espigas, la palabra.
Y cuando los invitados
ya estén aquí —en mí—, la cortesía
única y sola por los cuatro lados,
será dejarlos solos, y en signo de alegría
enseñar los diez dedos que no fueron tocados
sino
por
la
sola
poesía.



De: AMediaVoz.com


Carlos Pellicer fue nuestro maestro de Literatura, fue un maestro  fuera de lo común, un poco pintoresco, un poco teatral. Su clase no era una clase nada más, era un espectáculo.

A veces era un espectáculo cómico, nos hacía reír, con aquella voz  sonora suya, voz de montaña, voz de agua que viene de lejos, pero también nos hacía soñar y nos abría perspectivas inusitadas.

Espectáculo, juego, fuego de artificios. Juego poético en suma.

Las fronteras entre la realidad y la ficción desaparecían en aquella  hora de clase.

Después de la clase, después de habernos hablado de Lugones y  habernos leído poemas de Rubén Darío, caminábamos por los viejos corredores de la preparatoria y a veces lo visitábamos en su casa.

Desde la ventana de su habitación veíamos el paisaje; en aquella época no era todavía esta acumulación de la ciudad de México.

Y Carlos Pellicer nos enseñó tantas cosas. A mí me abrió los ojos para ver las colinas, los valles, las montańas, los ríos, para ver el paisaje. El espectáculo siempre renovado de la naturaleza.

Carlos Pellicer tiene los ojos en las manos, el mundo que nos entrega es un mundo mejor que el nuestro; ya sin polvo, ni sangre, ni odio, recién salido del baño, acabado de pintar, acabado de nacer.

Carlos Pellicer fue un inspirado, un entusiasmado por la naturaleza  y sus prodigios, un entusiasmado que tuvo el don de contagiar su entusiasmo.

Nos enamora esa poesía de Carlos Pellicer que hace volar al mundo y convierte en nube a la roca , en lluvia al bosque.

Cada vez que leo a Pellicer veo de verdad.

- Octavio Paz -


Del ilustrador brasileño Leandro Lamas

No hay comentarios: