Tu muerte, aunque hecho natural y casi familiar para ti (no en vano dijiste “Gasto la vida en morirme de vos” en clara alusión a tu amado hijo), significa mucho más que un acto más de ese prolijo recorte instalado para el despojamiento postrero al que te referías recientemente: nuestro empobrecido tejido espiritual sufre con tu partida un desgarre que ninguna otra voz tendrá habilidad para zurcir. Ninguna podrá tocar el corazón del dolor como la tuya -cuanto más resquebrajada más vibrante- enarbolando porfiadamente tu esperanza, "esta esperanza que come panes desesperados".
Ojalá esa esperanza esté comiendo ahora el manjar seguramente para ti más exquisito: el conocimiento cabal, inviolable, intransferible, que aquí te negaron, te robaron, te secuestraron, quienes no han sido capaces de reconocerse primariamente como las bestias que todos somos. Hay que ser dueño de una infinita humildad para poder decir: "Me gustaría entender a las bestias para entender mi
bestia".
Por eso, contigo sospecho que ya estamos instalados en las cavernas, aunque tú, gracias a todas las divinidades, te has liberado, por fin, de esta regresiva animalidad.
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