25 de enero de 1882 - Londres Escritora, editora, feminista. |
“Está muerto”, dijo Neville. “Se cayó. Su caballo se
tropezó. Salió lanzado. Las aspas del mundo torcieron su rumbo y me dieron en
la cabeza. Todo terminó. Las luces del mundo se apagaron. Ahí está el árbol que
me impide pasar.
“Oh,
¡abollar este telegrama con mis dedos – dejar que la luz del mundo regrese a su
origen – decir que esto no pasó! ¿Y para qué girar la cabeza de un lado para el
otro? Ésta es la verdad. Éstos son los hechos. Su caballo dio un traspié; él
fue lanzado. Los árboles que pasaban y los rieles blancos se perdieron como una
lluvia. Hubo una oleada; un tamborileo en sus orejas. Después, el golpe; el
mundo estalló; respiró con pesadez. Murió donde cayó.
“Los
graneros y los días de verano en el campo, los cuartos donde nos sentamos –
ahora quedaron en el mundo irreal que ya no existe. Cortaron mi pasado. Vinieron
corriendo. Lo llevaron a un pabellón, hombres con botas para andar a caballo,
hombres con viseras; entre hombres desconocidos murió. La soledad y el silencio
muchas veces lo rodearon. Muchas veces me dejó. Y después, viéndolo volver, yo
decía: ‘¡Miren cómo viene!’
Las
mujeres pasan arrastrando los pies como si no hubiera un abismo en la calle o
un árbol con hojas resecas que no podemos pasar. Entonces merecemos tropezarnos
con los montículos de tierra. Somos infinitamente abyectos, arrastrando los
pies con nuestros ojos cerrados. ¿Pero por qué debería rendirme? ¿Por qué
tratar de levantar mi pie y subir las escaleras? Acá es donde estoy; acá, con
el telegrama. El pasado, los días de verano y los cuartos donde nos sentamos se
pierden en la corriente como papel quemado. ¿Para qué reunirse y volver a
empezar? ¿Para qué hablar y comer e inventar otras combinaciones con otra
gente? Desde este momento estoy solo. Nadie me va a reconocer ahora. Tengo tres
cartas, “Estoy por jugar quoits con un coronel, así que paro”, así él termina
nuestra amistad, abriéndose paso entre la gente con un saludo. Esta farsa no
merece más celebraciones formales. Sin embargo si alguien hubiera dicho aunque
sea: “Esperá”; o hubiera puesto la correa tres agujeros más acá – hubiera hecho
justicia por cincuenta años, se hubiera sentado en la Corte y cabalgado solo al
frente de las tropas y denunciado tiranías monstruosas y vuelto con nosotros.
Ahora yo
digo que hay una mueca, un subterfugio. Hay algo burlándose detrás de nuestras
espaldas. Ese chico perdió pie al subirse al micro. Percival cayó; murió; está
enterrado; y yo veo gente pasar, que se agarra fuerte de los pasamanos de los
colectivos, determinados a salvar sus vidas.
No voy a
levantar mi pie para subir la escalera. Voy a pararme debajo del árbol por un
momento; solo con el hombre cuya garganta está cortada, mientras abajo el
cocinero da las malas noticias. No voy a subir las escaleras. Estamos
condenados, cada uno de nosotros. Las mujeres pasan con bolsas de supermercado.
La gente sigue pasando. Sin embargo no vas a destruirme. Por este momento, este
solo momento, estamos juntos. Te aprieto junto a mí. Vení, dolor, alimentate de
mí. Enterrá tus colmillos en mi carne. Cortame en pedazos. Sollozo, sollozo.”
“Tal es la
incomprensible combinación”, dijo Bernard, “tal es la complejidad de las cosas,
que mientras estoy bajando las escaleras no sé cuál es la pena y cuál la
alegría. Nació mi hijo; Percival está muerto. Me sostienen pilares, emociones
crudas a cada lado, ¿pero cuál es la pena, cuál, la alegría? Pregunto y no sé,
sólo que necesito silencio y estar solo y salir y guardar nuestras horas para
considerar qué pasó con mi mundo, qué hizo la muerte con mi mundo.
Éste es el
mundo que Percival ya no ve más. Déjenme ver. El carnicero hace una entrega a
un vecino; dos ancianos dan tropiezos en la calle; los gorriones se posan.
Entonces la máquina funciona; noto el ritmo, la vibración, pero como de una
cosa de la que no formo parte, ya que él no la ve más. (Está acostado, pálido y
vendado en algún cuarto). Ahora entonces es mi oportunidad para encontrar qué
es de mayor importancia y debo tener cuidado, y no mentir. Yo sentía que él
estaba sentado en el centro de mis sentimientos. Ahora no voy más a ese sitio.
El lugar está vacío.
Oh, sí,
les puedo asegurar, hombres con sombreros y mujeres que llevan bolsas, que han
perdido algo que hubiera sido muy valioso para ustedes. Han perdido un líder a
quien hubieran seguido; y uno de ustedes ha perdido felicidad e hijos. Está
muerto quien les hubiera dado eso. Está tirado en una cama de campaña, vendado,
en cierto ardiente hospital de la India mientras alguien en cuclillas lo
abanica.
Nota del T.: Las notas del traductor suelen ser precisiones.
Yo prefiero las digresiones.
Fragmento de Las Olas
De: hastadondellegalavoz.blogspot.com
Visión y técnica novelísticas de Virginia Wolf
Por Emilio Sosa López
Virginia Woolf consiente en todas sus novelas y relatos en
darnos una visión maravillada de la realidad. Seres y cosas aparecen en sus
páginas realzados por un sentimiento de admiración, por un fervor artístico que
los enaltece y los resguarda de todo fácil contacto. Además le imprime a la
narración literaria un tono especial de regocijo como si estableciera con el
lector un acuerdo de simpatía a base del reconocimiento de los valores
sensibles y comunicativos de la belleza. Porque para Virginia Woolf la belleza
es fundamentalmente la gran reveladora de la realidad. A causa de esta
presencia mediadora todo lo que acontece en sus novelas parece estar supeditado
al logro de una expresión sublimada. Este predominio de lo estético, esta
adecuación de los hechos dentro de un orden mental que aspira al rendimiento de
la belleza, muestra cómo su imaginación creadora está condicionada por una
conciencia espiritual de la vida que obra, no en función de los acontecimientos
y del tiempo, sino a partir de una ideación de los mismos, como si el sentido
de los actos humanos se cristalizara por encima de toda realidad material. Hay
en ella una visión integral que no depende del puro acontecer; algo así como
una vivencia preverbal, de naturaleza poética, que ya todo lo contiene
potencialmente y que sólo se objetiviza por mediación de un estilo literario
adecuado, de gran refinamiento receptivo en la elaboración metafórica. Cuanto
les sucede a sus personajes no importa tanto como la manera de percibir, a
través de ellos, la fluencia incesante del vivir. Virginia Woolf no nos hace
sentir ansiedad o angustia por el destino personal o fatal de sus héroes, sino
que nos coloca privilegiadamente en el nivel de la creación artística, en el
momento de la captación misma, en el umbral de esas "puertas de la
percepción" que al esclarecerse por efectos del acto creador, dejan ver,
tal como señalaba William Blake, lo que en su realidad esencial es toda cosa:
infinita. (...)
En verdad, el intento novelístico de Virginia Woolf no ha
consistido en otra cosa que en rendir ese sesgo infinito de la realidad. Su
método de creación se ha aplicado a trascender y fijar, sin alterar el giro de
lo fluyente, esa presencia de lo real que se induce a través de sucesivas
percepciones y que ella distingue no sólo en su sensibilidad sino en la de sus
personajes, hasta el punto de hacer de ellas todo un sistema armónico de
experiencias correlativas. Para Virginia Woolf la realidad habitual esconde una
realidad esencial que va más allá de las cosas inmediatas. A veces esta
"realidad" sólo puede ser aprehendida u objetivada en momentos
especiales de expansión interior, cuando el sujeto entra, por una especie de
afinidad electiva, en comunicación con algo exterior, un objeto o un paisaje
determinado. En tal ocasión todo lo que rodea al contemplador se espiritualiza
y se transforma.
El sutil mecanismo de la creación novelística de Virginia
Woolf radica en la transposición instantánea de las acciones dramáticas al
plano de la conciencia perceptiva. Al producirse la narración, el pensamiento
generador va imitando, en un orden abstracto, el fluir del tiempo. Las
situaciones concretas son así asidas por una intuición de la totalidad. La
acción se vuelve, por ello, envolvente y reiterativa. Existe en sus novelas una
recreación del tiempo en cuanto profundidad psíquica y no como mera sucesión.
Este procedimiento hace del tiempo una realidad estable, sin suceso propiamente
dicho, tal como pasa con el Hamlet de Shakespeare, al que por lo mismo se lo ha
llamado la "tragedia del retardo". Con igual conciencia dramática,
Virginia Woolf ha podido convertir toda idea del tiempo en pura expectación,
que no entraña en el caso de ella la necesidad de un desenlace, sino de la pura
percepción del instante.
La propia Virginia Woolf decía que la función de escribir no
es un acto basado en una simple convención, sino un modo de reordenar la
realidad, regulando sus propias experiencias. (...)
De: lamaquinadeltiempo.com
Miércoles 28 de noviembre de 1928
En cuanto a mi próximo libro, no
quiero escribir sino hasta sentirlo inminente en mí: bien crecido en mi mente
como una pera madura; colgando, pesada, pidiendo ser cortada antes de que
caiga. Las polillas todavía me persigue, viniendo, como suele suceder, sin
invitación, entre el té y la cena, mientras L. pone el gramófono. Yo borroneo
una o dos páginas; y me obligo a parar. Efectivamente estoy teniendo algunos
problemas. Para empezar, la fama. Con Orlando me fue muy bien. Ahora podría
seguir escribiendo así. La gente dijo que era espontánea, tan natural. Y yo
querría mantener esas cualidades si pudiera no perder las otras. Pero esas
cualidades fueron en gran medida el resultado de ignorar las otras. Vinieron de
escribir exteriormente; y si excavo, ¿no debería perderlas? ¿Y cuál es mi
propia posición en cuanto a lo de adentro y lo de afuera? Pienso que una
especie de tranquilidad y prisa están bien; -sí: pienso que incluso la
exterioridad está bien; alguna combinación con ellas debería ser posible. Tengo
la idea de que lo que quiero ahora es saturar cada átomo. Es decir, eliminar
todo desperdicio, todo lo muerto y superfluo: darle todo el espacio al momento:
incluya lo que incluya. Digamos que el momento es una combinación de
pensamiento; sensación; la voz del mar. Desperdicio, muerte, vienen de la
inclusión de cosas que no pertenecen al momento; el horrorífico negocio
narrativo del realista: seguir desde el almuerzo hasta la cena: esto es falso,
irreal, meramente convencional. ¿Por qué introducir algo en la literatura que
no sea poesía – a lo que me refiero cuando hablo de lo saturar? ¿No es ése mi rencor contra los novelistas,
que no seleccionan nada? Los poetas tienen éxito porque simplifican: casi todo
es dejado afuera. Yo quiero poner prácticamente todo adentro: y saturar. Eso es
lo que quiero hacer con Las polillas. Debo incluir el sinsentido, los hechos,
la sordidez: pero vueltos transparentes. Creo que debo leer a Ibsen y a
Shakespeare y a Racine. Y voy a escribir algo acerca de ellos; ese es el mejor
incentivo, siendo mi mente lo que es; así leo con furia y exactitud; de otro
modo salteo y salteo; soy una lectora vaga. Aunque no: me sorprende y un poco
me inquieta la implacable severidad de mi mente: que nunca pare de leer y de
escribir; me hace escribir acerca de Geraldine Jewbury, acerca de Hardy, acerca
de las mujeres – es demasiado profesional, ya poco y nada le queda de soñadora
amateur.
Viernes 4 de enero de 1929
¿Es la vida muy sólida o muy
cambiante ahora? Estoy perseguida por las dos contradicciones. Esto ha sido así
desde siempre; va a durar para siempre; va hacia el fondo del mundo – este
momento en que estoy parada. También es transitorio, evanescente, diáfano. Voy
a cambiar como una nube sobre olas. Quizá ocurra que aunque cambiemos, uno
después de otro, tan rápido, tan rápido, seamos sin embargo sucesivos y
continuos de algún modo, nosotros los humanos, y mostremos la luz a través
nuestro. Pero, ¿qué es la luz? Estoy impresionada por la transitoriedad de la
vida humana hasta tal punto que suelo encontrarme despidiéndome – después de
cenar con Roger por ejemplo; o considerando cuántas veces más veré a Nessa.
Lunes 17 de marzo de 1930
La prueba de un libro (para un
escritor) es que pueda hacer un espacio en el cual, de modo más o menos
natural, puedas decir lo que querés decir. Como esta mañana pude decir lo que
Rhoda dijo. Esto prueba que el libro en sí mismo está vivo: porque no ha
chocado contra eso que yo quería decir sino que me dejó deslizarlo sin ninguna
compresión o alteración.
Sábado 17 de marzo de 1931
En los pocos minutos que quedan,
debo dejar anotado acá, alabado sea el cielo, que llegué al final de Las olas.
Escribí las palabras O Muerte hace quince minutos, habiéndome tambaleado
durante las últimas diez páginas, con algunos momentos de tanta intensidad y
embriaguez que parecía tropezarme de sólo seguir mi propia voz o, al menos,
alguna suerte de hablante (como cuando estaba loca), lo que me asustaba un
poco, recordando las voces que solían volar delante mío. De todas maneras, ya
está hecho; y estuve sentada acá estos quince minutos en un estado de gloria, y
calma, y con algunas lágrimas, pensando en Thoby y en si puedo escribir Julian
Thoby Stephen 1881-1906[5] en la primera página. Supongo que no. ¡Cuán física
es la sensación de triunfo y alivio! Buena o mala, está escrita; y, como
efectivamente sentí al final, no está meramente terminada sino pulida en las
puntas, completada, la cosa planteada – sé cuán rápida, cuán fragmentariamente;
pero me refiero a que pesqué esa aleta del agua cenagosa que vi aparecer sobre
los pantanos afuera de mi ventana en Rodmell cuando estaba llegando al final de
Al faro[6].
Lo que me interesa de la última
etapa es la libertad y la audacia con la que mi imaginación tomó, usó y dio
vuelta todas las imágenes y símbolos que yo había preparado. Estoy segura de
que ésta es la mejor manera de usarlos – no partes conformadas, como intenté al
principio, sino sólo como imágenes, nunca queriendo hacerlas funcionar; sólo
sugerir. Así espero haber mantenido el ruido del mar y de los pájaros, el
amanecer y el jardín subconscientemente presentes, haciendo su trabajo
subterráneo.
Versión de Tom Maver
de A writer’s diary, edited by Leonar Woolf, Triad
Panther, 1979.
De: hastadondellegalavoz.blogspot.com
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