Auschwitz
(A todos los judíos del mundo,
mis amigos, mis hermanos)
Esos poetas infernales,
Dante, Blake, Rimbaud...
Que hablen más bajo...
¡Que se callen!
Hoy
cualquier habitante de la tierra
sabe mucho más del infierno
que esos tres poetas juntos.
Ya sé que Dante toca muy bien el
violín...
¡Oh, el gran virtuoso!...
Pero que no pretenda ahora
con sus tercetos maravillosos
y sus endecasílabos perfectos
asustar a ese niño judío
que está ahí, desgajado de sus
padres...
Y solo.
¡Solo!
Aguardando su turno
en los hornos crematorios de
Auschwitz.
Dante... tú bajaste a los
infiernos
con Virgilio de la mano
(Virgilio, "gran
cicerone")
y aquello vuestro de la Divina
Comedia
fue un aventura divertida
de música y turismo.
Esto es otra cosa... otra cosa...
¿Cómo te explicaré?
¡Si no tienes imaginación!
Tú... no tienes imaginación,
acuérdate que en tu
"Infierno"
no hay un niño siquiera...
Y ese que ves ahí...
Está solo
¡Solo! Sin cicerone...
Esperando que se abran las
puertas del infierno
que tú ¡pobre florentino!
No pudiste siquiera imaginar.
Esto es otra cosa... ¿cómo te
diré?
¡Mira! Este lugar donde no se
puede tocar el violín.
Aquí se rompen las cuerdas de
todos
los violines del mundo.
¿Me habéis entendido, poetas
infernales?
Virgilio, Dante, Blake,
Rimbaud...
¡Hablad más bajo!
¡Tocad más bajo!...¡Chist!...
¡¡Callaos!!
Yo también soy un gran
violinista...
Y he tocado en el infierno muchas
veces...
Pero ahora aquí...
Rompo mi violín... y me callo.
León Felipe
Si esto es un hombre
Los que vivís seguros
En vuestras casas caldeadas
Los que os encontráis, al volver
por la tarde,
La comida caliente y los rostros
amigos:
Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un
panecillo
Quien muere por un sí o por un
no.
Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío y el
regazo
Como una rana invernal.
Pensad que esto ha sucedido:
Os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
Al estar en casa, al ir por la
calle,
Al acostaros, al levantaros;
Repetídselas a vuestros hijos.
O que vuestra casa se derrumbe,
La enfermedad os imposibilite,
Vuestros descendientes os vuelvan
el rostro.’
Primo Levi (1919-1987)
Tomado de: Primo Levi, Si esto es un hombre, en Trilogía de Auschwitz,
Barcelona, El Aleph, 2005. p. 29.
Después de Auschwitz no hay teología:
de las chimeneas del Vaticano
sube humo blanco
señal de que los cardenales
eligieron un papa.
De los crematorios de Auschwitz
sube humo negro
señal de que los dioses todavía
no eligen
al pueblo elegido.
Después de Auschwitz no hay
teología:
los números sobre los antebrazos
de los prisioneros de exterminio
son los números de teléfono de
los dioses
números de los que no hay
respuesta
y ahora están desconectados, uno
por uno.
Después de Auschwitz hay una
nueva teología:
los judíos que murieron en el
Holocausto
se volvieron semejantes a su dios
que no tiene la figura del cuerpo
y que no tiene cuerpo.
Ellos tampoco tienen la figura
del cuerpo ni tienen cuerpo.
* * *
Yo no fui uno de los seis
millones
que murieron en el Holocausto y
ni siquiera estuve entre los sobrevivientes
ni entre las sesenta miríadas que
salieron de Egipto
pero llegué a la tierra prometida
desde el mar,
yo no estuve entre todos ellos
pero el fuego y el humo
en mí permanecieron, y las
columnas de fuego y las columnas de humo me indican
el camino de noche y de día, y se
quedó en mí la loca búsqueda
de salidas de emergencia y
lugares tiernos,
de zonas indefensas para fugarme
en la flaqueza
y en la esperanza y se quedó en
mí la avidez de buscar
el agua de la vida susurrando a
la piedra y con golpes de locura.
Después silencio sin preguntas ni
respuestas.
La historia judía y la historia
mundial
me trituran entre sí, a veces
hasta pulverizarme
como entre piedras de molienda, y
el año solar y el año lunar
se anticipan uno a otro o se
retrasan uno tras otro
y saltan dándole un movimiento
constante a mi vida
y yo a veces caigo en el espacio
que hay entre ellos
para esconderme en él o para
hundirme.
Yehuda Amijái (1924-2000)
De: Letras Libres 23, noviembre 2000, México. p. 31 (Traducción del
hebreo de Claudia Kerik).
De: Ululatus sapiens.blogspot.com
... En resumidas cuentas, las
nuevas órdenes llegaron alrededor de las cuatro. De acuerdo con ellas, teníamos
que presentarnos ante la «autoridad suprema» para que revisaran nuestros documentos.
Seguramente le habían informado por teléfono, puesto que desde su despacho habíamos
oído sonidos y voces que delataban cierta prisa y algunos cambios. El aparato
había sonado en repetidas ocasiones, y él también había telefoneado varias
veces. Nos dijo que no le
habían comunicado nada en
concreto, pero que él pensaba que se trataría de alguna formalidad, dado que
nuestra situación era, desde el punto de vista legal, tan clara y evidente.
Nos encaminamos hacia la ciudad
en filas de tres, desde varios puntos a la vez, según comprobé más tarde. Al
cruzar el puente, nos encontramos con otros grupos, más o menos numerosos, de
personas, todas ellas con estrellas amarillas y acompañadas por uno, dos o
incluso tres policías. Entre los acompañantes de uno de los grupos reconocí al
policía de la bicicleta. Los policías hacían siempre el mismo saludo breve y
oficial, como si hubiesen estado esperando los
encuentros. Entonces comprendí el
sentido de las llamadas telefónicas previas que habían mantenido ocupado a
nuestro policía: seguramente habían estado calculando y ajustando los tiempos
oportunos. Al final, descubrí que caminaba en medio de una multitud
considerable, rodeada a cierta distancia por los policías.
Así marchamos por la carretera,
durante bastante tiempo. Era una bonita y clara tarde de verano; las calles
estaban como a esa hora solían estarlo, repletas de colorido y gente, aunque yo
lo veía todo un poco borroso. Como íbamos por caminos y calles que no conocía
bien me desorienté.
Me llamaba la atención la
multitud, las calles, el tráfico y, sobre todo, la dificultad para avanzar en filas
cerradas, con lo que terminé cansándome muy pronto.
De todo aquel largo camino sólo
recuerdo la curiosidad furtiva, poco decidida, casi vergonzosa que nuestro
desfile provocaba en el público apostado en las aceras. Aquello me divirtió al
principio, pero después perdí todo interés en seguir observándolos.
Avanzábamos por una concurrida
avenida, en un barrio periférico en medio del fuerte ruido producido por el
excesivo tráfico; sin saber cómo, de repente nos encontramos ante un tranvía.
Nos vimos obligados a detenernos, para esperar que pasara, y entonces me fijé
en el movimiento rápido de una prenda amarilla, más adelante, entre las nubes
de polvo, el ruido y el gas de escape de los
vehículos; era el Viajero. Un
salto largo fue suficiente para que desapareciera entre el ir y venir de la
gente y de los coches. Me quedé perplejo porque esa actitud no encajaba con su
comportamiento anterior. Sentí también una sorpresa casi alegre por la
sencillez de un acto: un par de hombres decididos lo siguieron sin titubear,
entre la multitud. Miré alrededor, como si se tratara de un juego,
ya que no veía razón alguna para
escapar aunque hubiera tenido la ocasión de hacerlo. De todos modos, el
sentimiento del honor resultó ser más fuerte y, cuando los policías
establecieron el orden en nuestras filas, éstas se cerraron otra vez alrededor.
Fragmento de: Sin destino, de Imre Kertesz
Elie Wiesel
La noche
EL MALECÓN
Prisionero 119.104 de Auschwitz. El hombre que encontró sentido
Vivió 92 años absolutamente plenos. Pero donde encontró sentido a su
existencia, y a la del ser humano, fue en el lugar donde menos imaginó: los
campos de exterminio nazis.
Viktor Frankl, como tantos supervivientes del holcausto nazi, nos dan
una permanente lección de coraje, superación y sentido de la vida. Algo que nos
recuerda que, tal vez, lo nuestro no sea para tanto.
Hace un par de días vi la
película El niño del pijama a rayas (ya había leído el libro un par de años
atrás) y no pude evitar recordar la historia de Viktor Frankl. Fue uno de los
más eminentes psicólogos y neurólogos del planeta; ya a los 16 años se carteaba
con Freud y a los 20 expuso su teoría de la Logopedia en el Congreso de
Psicología de Dusseldorf; fue jefe del Departamento de Neurología del Hospital
Rothschild a los 32 años y del Hospital Policlínico a los 38; doctor en
Filosofía y profesor invitado en las más prestigiosas universidades europeas y
americanas; publicó multitud de libros y artículos, fue alpinista, piloto,
caricaturista y un enamorado de las corbatas. Vivió 92 años absolutamente
plenos. Pero donde encontró sentido a su existencia, y a la del ser humano, fue
en el lugar donde menos imaginó: los campos de exterminio nazis.
Auschwitz. La noche de Navidad de
1944. A 30 grados bajo cero, sin calefacción, descalzos, en la oscura antesala
de la muerte, un puñado de despojos humanos se apiña en un extremo del barracón
para escuchar las palabras del prisionero número 119.104. "Pensadlo:
estamos ante el desafío de sobrevivir. Podemos hacer una de estas dos cosas:
convertir esta experiencia en una victoria o limitarnos a vegetar, dejando de
ser personas. Incluso aquí debemos subsistir al cobijo de la esperanza en el
futuro; no importa que no esperemos nada de la vida, lo que verdaderamente
importa es lo que la vida espera de nosotros. No hay que avergonzarse de
nuestras lágrimas, porque demuestran nuestro valor para encararnos con el
sufrimiento. Si conoces el porqué de tu existencia, entonces serás capaz de
soportar cualquier sufrimiento".
Y aún añadió: "La
desesperanza puede ser explicada en términos de una ecuación matemática: D = S
- P, Sufrimiento sin Propósito. En el momento en que ves un sentido en tu
sufrimiento, puedes moldearlo en un logro; puedes convertir la tragedia en un
triunfo personal, pero debes saber para qué. Si las personas no pueden
encontrar ningún sentido en absoluto a sus vidas, tal ven tengan algo con lo
que vivir, pero no tendrán nada por lo que vivir".
El prisionero número 119.104 se
llamaba y después de padecer el tormento de Auschwitz -donde su madre murió en
la cámara de gas- sufrió el de los campos de Kaufering III y de Turkheim -donde
fue separado de su esposa, que murió en el de Bergen-Belsen. Y antes sobrevivió
a Theresienstadt -donde murió su padre, enfermo de inanición-, campo de
exterminio al que fue deportado en septiembre de 1942, cuando era un eminente
psiquiatra de 37 años y director del Departamento de Neurología del Hospital
Rothschild, único hospital de Viena en el que eran admitidos judíos. El joven
Viktor ya había aprendido a sobrevivir al hambre y la pobreza durante la I
Guerra Mundial, cuando apenas contaba 9 años. Y durante sus estudios de bachillerato
aprendió a interesarse por la realidad del ser humano y a cuestionar la verdad
científico-organicista que proclamaba su profesor: "la vida humana no es
otra cosa que un proceso de combustión y de oxidación". "Si es así
–lo interpeló Viktor, puesto en pie- ¿cuál es el sentido de la vida
humana?"
Años después, ya como uno de los
psiquiatras más prestigiosos de su país, Frankl daría respuesta a este
interrogante a través de su Logoterapia (tercera escuela de Viena, contrapuesta
al Psicoanálisis de Freud y a la Psicología Individual de Adler), según la cual
el ser humano halla el sentido de su existencia a través del amor a otros, a
través de sus actos de creación y a través de virtudes como la compasión, la
valentía o el sentido del humor; o el sufrimiento. Al final, estas tres vías
nos llevan a un sentido último en la vida, que no depende de otros, ni de
nuestros proyectos ni de nuestra dignidad, sino de Dios, el sentido espiritual
de la vida.
Esta teoría fue el resultado de
sus reflexiones y experiencias, propias y ajenas, durante sus años vividos
–sobrevividos- bajo el terror nazi. Tras la liberación del campo de Turkheim,
el 27 de abril de 1945, Frankl comenzó a buscar un sentido a su propia
supervivencia, "el para qué habré quedado vivo"; y por qué unos
sobrevivieron y otros no. A finales de ese año, a lo largo de nueve días, fue
dictando "entre lágrimas" a tres secretarias del Hospital Policlínico
de Viena (donde era jefe del Departamento de Neurología) el testimonio de sus
experiencias en los campos de concentración, tomando como referencia docenas de
papelitos que había ido rellenando en su cautiverio. "Aquellos que tienen
un por qué para vivir, pese a la adversidad, resistirán", nos dice Frankl.
En los campos pudo percibir cómo las personas que tenían esperanzas de reunirse
con seres queridos o que profesaban una gran fe, tenían mejores oportunidades
que los que habían perdido toda esperanza. La elección dependía de cada uno,
pues el ser humano es libre y cada persona elige "si dejarse determinar por
las circunstancias o enfrentarse a ellas". Al final, concluye:
"Después de todo, el hombre es ese ser que ha inventado las cámaras de gas
de Auschwitz, pero también el que ha entrado en esas cámaras con la cabeza
erguida y el Padre Nuestro o el Shema Yisrael en sus labios".
El libro se publicó en 1946 bajo
el título de El hombre en busca de sentido, destinado a todas las personas que
habían sufrido las consecuencias de la guerra, y que a lo largo de 60 años ha
dado también esperanza a millones de personas con millones de sufrimientos
diferentes. En estos tiempos de vacío y desesperanza será un buen momento para
repasar la lección de Viktor Frankl y aplicar su ecuación a la inversa:
Esperanza = Sufrimiento con Propósito. Si él encontró sentido al sufrimiento
extremo, qué no podremos conseguir nosotros con nuestras pequeñas o grandes
tragedias.
Pepe Álvarez de las Asturias
De: ELSEMANALDIGITAL.com
La idea que desarrolló (Anna Arendt) de la "banalidad del mal" condujo a
que fuera atacada y considerada enemiga de los judíos. Sin embargo, este
concepto es considerado hoy en día primordial para juzgar, no solo el nazismo,
sino cualquier sistema totalitario.
¿Qué quiso expresar Arendt con "banalidad del mal"? La
autora llega a la conclusión de que el crimen contra la humanidad por el que se
juzga a Eichmann está más allá de todas las transgresiones imaginables; es
decir, el mal supuestamente radical que está detrás de estos crímenes requiere
una profundidad que ella no percibe en las declaraciones de Eichmann. Es muy
bella una frase presente en el film: "el mal no puede ser radical, solo el
bien".
Así, surge la idea de un mal
banal; cuando Arendt lo descubre, se dedica a investigar en lo que ella
considera la actividad del espíritu: el pensamiento, la voluntad y el juicio.
La filosofía de Arendt, no solo en la obra citada, puede decirse que gira en
torno al pensar sobre lo que se hace; es algo, entonces, que no hizo Eichmann,
fue incapaz de pensar y de juzgar lo que había hecho. Las conclusiones son
controvertidas, ya que desde este punto de vista, se considera que Eichmann no
pudo actuar como una persona libre y responsable; fue, como hemos dicho,
tremendamente criticada especialmente en el mundo judío.
Son dos las grandes tesis que están detrás de las conclusiones de
Arendt y, puede decirse, del conjunto de su filosofía.
En primer lugar, considera que se
había producido ya en su época cierto derrumbe de lo que parecía fijo y
permanente en materia de moral, no hay nuevos asideros para los valores más
allá de las simples costumbres, por lo que la incapacidad para pensar que puede
tener el individuo es más fuerte en este contexto.
La segunda tesis de Arendt está
ya desarrollada en su obra Los orígenes del totalitarismo, donde decía que la
esencia totalitaria reside en que las personas se convierten en meros
funcionarios (en el peor sentido del término); los individuos de un régimen
totalitario serían elementos del engranaje de una maquinaria que se mueve desde
fuera, hasta el punto de que no tienen opción para dejar de cooperar dentro de
ese mecanismo por muy malo que sea (ya que siempre se considera que es peor
para el conjunto dejar de cooperar). Es por eso que esos individuos que forman
parte de un engranaje totalitario nunca pensaron en la sustancia de lo que
hacían. Arendt distingue entre dictadura y régimen totalitario; si los
dictadores cometen crímenes de forma consciente para llevar a cabo sus fines,
en un sistema totalitario los crímenes no son percibidos como tales por quienes
los ejecutan.
Desde este análisis, los crímenes
en un régimen totalitario no son cometidos por sádicos ni monstruos, sino por
personas corrientes, incluso respetables. Según Arendt, en un sistema de estas
características, solo una persona que sea capaz de pensar, que pueda llevar a
cabo un ejercicio de autoreflexión y autocrítica, concluirá que no puede hacer
determinada acción con el fin de no cooperar ni convivir con el crimen. Así, la persona con conciencia moral para
Arendt es la que elige no realizar un acto que atenta contra su propia
conciencia y se niega también a seguir viviendo con los criminales (los que,
precisamente, carecen de conciencia moral). La filosofía moral de esta
autora parte de lo concreto para llegar a establecer unos principios generales,
puede decirse que es una manera de dar la vuelta a Kant; ya no existirían
reglas universales fiables, las cuales en cualquier caso pueden conllevar el
peligro de convertirse en hábitos fijos de pensamiento que impidan apreciar la
riqueza y diversidad de la realidad. Es significativo que, en la película que
nos ocupa, cuando un personaje le reprocha no haber pensado en el "pueblo
judío", ella rechace un concepto abstracto de "pueblo" y reclame
su entorno afectivo (que puede considerarse real y concreto; por muy
controvertida que sea esta postura, ya que consideramos necesario elevar el
interés humano de lo concreto a lo universal). En cualquier caso, el que permanece fiel a unos valores preconcebidos
de pensamiento, ya ha dejado de pensar para Arendt; es la norma, convertida en
algo rígido e inflexible, la que le dice lo que tiene que hacer en cada caso.
Cuando al individuo se le da ya todo pensado, se acaba volviendo superfluo como
persona y es intercambiable con cualquier otra; y eso es lo que considera
Arendt que ocurrió con Eichmann.
Pensamiento y juicio son dos
actividades primordiales del espíritu y muy relacionadas entre sí. La capacidad de pensar es, para Arendt,
buscar el sentido a las cosas; para ello, hay que ser capaz de distanciarse
de la realidad: salirse del orden establecido. Salirse de ese orden, de
cualquiera, supone un pensamiento verdaderamente subversivo; la conclusión del
pensamiento no sería el conocimiento (tarea de la ciencia), sino el juicio, que
será finalmente un juicio de valor. ¿Cómo se llega a ese juicio moral? Si el
primer paso es ese distanciamiento del mundo para contemplarlo, después se produce cierto diálogo de la
persona consigo misma; existe una interrogación sobre las cosas y sobre sí
mismo para luego desarrollar una mentalidad amplia (es decir, el pensar no es
solo una actividad solitaria, después se produce un afán comunicativo). En
definitiva, el pensamiento, solitario y
subjetivo en principio, se acaba exponiendo a las opiniones de los demás; se
convierte en lenguaje y se hace público, se expone al juicio del resto.
Pero, ¿cómo es posible saber si
el individuo que piensa luego lleva a cabo el juicio correcto? Como hemos
dicho, Arendt decide que Eichmann es un burócrata incapaz de pensar, se ha
convertido en alguien que ha renunciado a su condición de ser humano, algo por
lo que es igualmente despreciable. No obstante, si esto es comprensible y
seguramente correcto, no todo la persona que piensa y juzgue puede que acabe
realizando lo correcto a nivel moral; algunos autores han observado que la
filosofía moral de Arendt necesita de la capacidad intuitiva del individuo al
carecer de criterios previos. No obstante, tienen que darse una serie de rasgos
para el juicio moral: la perspectiva imparcial del espectador y la integridad
de la condición humana. En cualquier caso, Arendt no parece tener intenciones
normativas, le interesa más que se piense y se confronten juicios diversos para
asegurar la pluralidad y la crítica; así, no existirían grandes verdades
morales, sino cierto relativismo, lo cual convertirá a Arendt en una autora del
gusto de la posmodernidad. Se esté totalmente de acuerdo con Arendt, o no, es
una visión primordial para estimular a las personas para que piensen por sí
mismas y no se dejen absorber por el pensamiento establecido.
La integridad moral pasa, seguramente en primer lugar, por una lucha
contra la indiferencia.
J. F. Paniagua
Periódico Tierra y Libertad, septiembre 2013
Johanna Arendt es el nombre
verdadero de Hannah Arendt, destacada pensadora del siglo XX, nacida en octubre
de 1906 en Hannover, Alemania. Arendt es una reconocida filósofa política de
origen judío que desarrolló una rama de la teoría política contemporánea con un
gran impacto social.
Poco a poco, se fue inclinando
hacia una reflexión filosóficamnete decisiva, en torno a la condición humana, a
poder pensar la relación entre filosofía y política, e indagar sobre aquellas
vicisitudes que habían marcado poderosamente toda la tradición de occidente:
filosófica, política, estética y social.
Siendo testigo del juicio contra
Adolf Eichmann, Arendt, fue desarrollando una categoría, que ella denominó, la
banalidad del mal, no pensando en el mal absoluto, demoníaco o diabólico, sino
pensando en el mal que surge de lo cotidiano, de lo burocrático, el mal
desplegado por un funcionario, incluso por alguien que puede ser un buen padre
de familia. Quizá la gran tragedia, la enorme perplejidad de nuestra época, es
que hombres y mujeres, comunes y corrientes, pueden quedar aprisionados en esta
dinámica de la banalidad y ser parte de una lógica del prejuicio, de la
criminalidad y la represión. Fue tal la sutileza de su pensar, que lograba
tomar y explorar el alma pervertida y oscura de una parte de la humanidad, esa
que muchas veces esta disponible, para ser parte de experiencias, de proyectos
y de modelos de destrucción de la vida misma."
De: http://www.sociologianow.cl
El holocausto silenciado: homosexuales
El 30 de enero de 1933, Adolfo Hitler fue nombrado canciller de
Alemania tras haber ganado unas elecciones democráticas. En apenas unos meses,
la maquinaría nazi creada por Hitler y sus acólitos cerraría el parlamento,
ilegalizaría los partidos políticos y los sindicatos e iniciaría la persecución
de judíos, homosexuales, disidentes políticos, gitanos y “elementos
antisociales”.
Lialdia.com / La policía política
del nuevo régimen, la Gestapo, crearía todo un tejido de informadores,
colaboradores y simples acusadores voluntarios que convertirían a toda Alemania
y los territorios que más tarde ocuparía en una gran cárcel. Nada ni nadie
debía escapar a su absoluto control sobre la vida y la muerte. Había comenzado
una de las mayores pesadillas de la historia de la humanidad: el régimen nazi.
La homosexualidad, que antes de
la llegada de Hitler al poder era tolerada por las autoridades, sería
considerada por el nazismo como uno de los delitos más graves que un hombre
podía cometer. Sorprendentemente, y en una muestra de la ignorancia que
caracterizaba al nuevo gobierno alemán, el lebianismo sería más o menos
tolerado al considerar que este estado era una “situación pasajera”, aunque eso
no evitó que numerosas lesbianas acabaran sus días en los campos de la muerte.
Las primeras medidas contra los
homosexuales
Un mes después de la llegada de
Hitler al poder, en febrero de 1933, todos los bares gays de Berlín son
cerrados por órdenes de las nuevas autoridades nazis. El mítico club Eldorado,
punto de reunión y encuentro de los gays berlineses, es cerrado a cal y canto y
un retén de la policía lo vigilaría día y noche para evitar visitas y
peregrinajes inoportunos. Lo mismo ocurriría con los bares gays de otras
ciudades alemanas, que como Bremen, Hamburgo y Munich también poseían una rica
vida nocturna.
En mayo de ese mismo año, un
grupo de fanáticos nacionalsoci alistas ataca y destruye en Berlín la conocida
clínica del doctor Hirschfeld, un reputado médico para quien la homosexualidad
no era sinónimo de enfermedad y que había defendido en sus libros y escritos la
causa gay. Los nazis, como era de prever, quemarían todos sus libros en una
gran fogata y, a partir de ese momento, serían considerados “antialemanes” y
prohibidos. El médico, judío y homosexual para más inri, se hallaba, por
suerte, de viaje en el extranjero; nunca más volvería a Alemania.
Un año más tarde de la llegada de
Hitler al poder, en 1934, la Gestapo crea una división especializada en la
persecución a los homosexuales. La primera medida impulsada por esta nueva
sección policial fue elaboración de las denominadas “listas rosas” con la ayuda
de los servicios secretos y la policía. Miles de gays serían fichados y los
primeros detenidos por esta causa eran duramente torturados para que delataran
a otros y así ir ampliando la lista de “degenerados” y “antialemanes”.
En septiembre de 1935, y en plena
campaña represiva de los nazis contra sus oponentes y los elementos
“antisociales” y “degenerados”, se promulgan las primeras leyes
antihomosexuales, que comprenden duras penas y cargas a los que sean detenidos
por esta causa. A partir de este momento, pero sobre todo desde 1936, comienzan
las primeras persecuciones sistemáticas y organizadas contra los homosexuales.
Por ejemplo, en ese año el régimen nazi comienza una campaña contra los
sacerdotes católicos, que son acusados supuestamente de realizar prácticas
homosexuales con el fin de desacreditar a la Iglesia católica, y en 1938
Himmler acusa a un oponente de Hitler, el militar Von Fritsch, de homosexual.
Uno de los peores “delitos”, en opinión de Himmler, que se podía cometer en la
nueva Alemania.
Sin embargo, las mayores
persecuciones y detenciones arbitrarias se producirían entre 1937 y 1939, donde
miles de hombres serían detenidos, encarcelados, torturados, vejados e
internados en prisiones o campos de concentración. El nazismo se ensañó
especialmente con los homosexuales, que eran señalados con un triángulo rosa en
los lugares donde cumplían sus condenas para que así fueran reconocidos por los
otros presos y sufrieran la ira y las continuas agresiones de los otros
reclusos, tal como han relatado muchos de los supervivientes de esta tragedia.
El calvario comenzaba nada más ser detenido, al ser recluido en pequeñas celdas
con presos comunes que ya les agredían e insultaban, tras ser azuzados por los
agentes que les habían detenido. Para el nazismo, los gays eran junto los
judíos la “escoria social” más baja.
Nazismo y homosexualidad
Paradójicamente, en el Partido
Nacional Socialista (NSDAP) había numerosos homosexuales y algunos muy
notorios, como el jefe de las Secciones de Asalto (SA) del movimiento nazi,
Ernst Röhm. Amigo íntimo de Hitler y buen conocedor de todas las intrigas y
miserias del régimen, Röhm se convirtió en un elemento molesto para el nazismo
y en el depositario de demasiada información y, quizá, de algún secreto que el
líder máximo de la causa no quería que nadie conociese. El profesor Lothar
Machtan asegura que Hitler tuvo desde adolescente relaciones íntimas
homosexuales y que incluso llegó a tener, en sus años de estancia en Viena,
algún amante. En el buen documentado libro El secreto de Hitler, Machtan hace
mención a este asunto y considera que Röhm, que era amigo de Hitler desde los
años treinta, pudo llegar a conocer estos hechos e incluso haber tenido
relaciones con alguno de los amantes del nuevo conductor de la Alemania de
entonces.
Hilter inicialmente protegió a
Röhm de otros elementos del partido que consideraban su homosexualidad como una
violación de la fuerte política del partido contra los homosexuales. “Las SS no
son una institución moral” y “la vida privada no importa mientras no traicione
la base del nacionalsocialismo”, había dicho Hitler en defensa de su antaño
aliado y amigo. Sin embargo, un tiempo después Hitler creyó ver en Röhm una
amenaza a su poder o, quizá, un hombre molesto porque conocía un pasado que
pretendía ocultar a toda costa. Y así, de la noche a la mañana, la suerte de Röhm
estaría echada.
El 28 de junio de 1934, en un
episodio que es conocido como “la noche de los cuchillos largos”, Hitler ordena
el asesinato de Röhm y de todos sus partidarios. A una semana del hecho, Hitler
invoca la homosexualidad de hasta entonces amigo para justificar su asesinato y
el de todos sus seguidores. También anuncia que el partido nazi será “limpiado”
para siempre de homosexuales, a los que acusa de antialemanes, y disuelve las
Secciones de Asalto.
“Si admito que hay de uno a dos
millones de homosexuales eso significa que un 7 u 8% de los hombres son
homosexuales. Y si la situación no cambia, significa que nuestro pueblo será
infectado por esta enfermedad contagiosa. A largo plazo, ningún pueblo podría
resistir a tal pertubación de su vida y su equilibrio sexual…Un pueblo de raza
noble que tiene muy pocos niños posee un billete para el más allá: no tendrá
ninguna importancia dentro de cincuenta o cien años, y dentro de doscientos o
quinientos años estará muerto. La homosexualidad hace encallar todo
rendimiento, destruye todo sistema basado en el rendimiento. Y a esto se añade
que un homosexual es un hombre radicalmente enfermo en el plano psíquico. Es
débil y se muestra flojo en todos los casos decisivos”, aseguraba Hitler en un
discurso sobre la homosexualidad en febrero de 1937. El Fuhrer, al parecer, les
“conocía” bien.
Estas ideas, junto con otras de
corte supuestamente “científico”, son las que impulsaban la política oficial
del régimen nazi con respecto a la cuestión homosexual. En el desarrollo de
estas tesis tuvieron mucho que ver algunos científicos racistas que como
K.Binding y A.Hoche desarrollaron las ideas que iban a conducir a justificar la
destrucción de “vidas sin valor”, “existencias superfluas”, “espíritus muertos”
y “envoltorios humanos vacíos”. Esta concepción, llamada “eugenismo”, se
inspiró en la idea darwiniana de la lucha por la vida y condujo al exterminio
de miles de seres humanos considerados “inferiores” por los nazis, entre los
que destacaban en un lugar privilegiado los homosexuales.
Estas tesis racistas e inhumanas
repetidas hasta la saciedad por los aparatos de propaganda e información del
nazismo calaron en la sociedad alemana de la época, que más pronto que tarde se
acostumbró al supuesto bienestar y prosperidad del nazismo sin hacer demasiados
miramientos a las cuestiones humanitarias. Numerosos gays detenidos en Alemania
y más tarde en Austria han relatado como después de ser detenidos y
encarcelados por los nazis eran mal vistos por sus vecinos, familiares y
amigos, que les aislaban y marginaban en todos los ámbitos. Un homosexual
austriaco encarcelado en Auschwitz cuenta en sus memorias como su padre se
suicidaría por no poder soportar la vergüenza por el cautiverio de su hijo y la
insoportable presión social.
Además, a diferencia de los
judíos, los homosexuales alemanes y también los de los territorios ocupados no
gozarían de la simpatía y el apoyo del que gozaron otros colectivos durante el
conflicto, y tras la guerra tampoco serían reconocidos sus sufrimientos y
torturas. La misma Iglesia católica, muy condescendiente hacia el fenómeno
nazi, tampoco condenó estas prácticas y la forma con el nuevo régimen nazi
trataba a sus homosexuales. Al día de hoy, que se sepa, la Iglesia católica no
ha pedido disculpas oficialmente a los homosexuales por su cómplice silencio.
Los campos de la muerte
Se calcula que entre 10.000 y
15.000 homosexuales serían enviados a los campos de la muerte, donde los
hombres que eran obligados a llevar el triángulo rosa eran especialmente
maltratados por los guardias. También fueron objeto de crueles experimentos
médicos. Un doctor llamado Carl Vaernet realizó, en el campo de concentración
de Buchenwald, numerosas operaciones cuyo propósito era el de volver
heterosexuales a sus pacientes. Su experimento incluía la inserción de una
cápsula que segregaba hormonas masculinas. Estos experimentos eran tolerados y
ordenados por el mismo Himmler y su estado mayor, quienes consideraban una
cuestión de honor convertir a estos “elementos antisociales” en alemanes de
primera.
El trato a los prisioneros
homosexuales en los campos era especialmente duro, tal como relata Heinz Heger
en su libro Los hombres del triángulo rosa, al que cito literalmente: “No estaba
permitido a los homosexuales que ocuparan ningún puesto de responsabilidad, al
menos no en Sachsenhausen. Tampoco podíamos siquiera hablar con prisioneros de
otros bloques que llevaran un triángulo de color rojo; según se nos dijeron,
estos a se debía a que podríamos intentar ser seducidos. No obstante, las
prácticas sexuales estaban más extendidas en los demás bloques, en los que no
había hombres con el triángulo rosa, que en el nuestro”.
Y es que dentro del campo de
concentración, como señalaba el gran conocedor del tema Eugen Kogon, fue
suficiente la mera sospecha para etiquetar a un prisionero como homosexual para
exponerlo a la denigración, sospecha en general y peligros especiales. Las
generalizadas relaciones homosexuales que al parecer había en los campos
estaban, paradójicamente, vetadas a los portadores del triángulo rosa.
Uno de los supervivientes gays de
los campos de concentración alemanes, Pierre Seel, relató como él fue arrestado
luego de haber denunciado un robo en un club homosexual y cómo fue brutalmente
sometido a malos tratos en los campos de Schimeck y de Struthof. En el primero,
y sin apenas medios, fue obligado a trabajar en la construcción de un horno
crematorio. En el segundo, víctima de todo tipo de abusos y privaciones, fue
violado y su cuerpo fue utilizado como blanco humano mientras los nazis le
arrojaban jeringuillas en lugar de dardos. “Tengo vergüenza por la humanidad”,
dice Seel en un libro que escribió recientemente. No es de extrañar.
El mismo Seel contaba la
brutalidad de la policía cuando llegó a la comisaría de su primer arresto. Los
homosexuales eran golpeados, humillados, torturados e incluso a los que se
resistían los hombres de las SS les arrancaban las uñas. Otros fueron violados
sádicamente con renglones rotos que les perforaron los intestinos, lo que les
provocó numerosas hemorragias y a algunos incluso la muerte. Este superviviente
de este tormento relata como los nazis utilizaban perros que azuzaban para
torturar a los gays previamente desnudados; así, al parecer, fueron asesinados
cruelmente decenas de ellos.
Experiencias como las relatadas
por este superviviente pueden explicar el alto índice de mortandad que se dio
entre los gays en comparación con otros grupos de “antisociales”. Un estudio de
Ruediger Lautmann afirma que el 60% de los homosexuales en campos de
concentración murió, comparado con el 41% de los prisioneros políticos y el 35%
de los Testigos de Jehová. El estudio también muestra que las tasas de
supervivencia eran ligeramente más altas para internos de clase media-alta y
para bisexuales casados y con hijos.
Pero el régimen nazi no sólo
pretendía acabar con todos los gays de Alemania y de los territorios que iba
ocupando, sino que pretendía dentro de esta “sagrada misión” que su final fuera
brutal, sádico, interminable y sanguinario. “Las órdenes del régimen nazi de
llevar en los territorios del Tercer Reich una drástica purga de homosexuales,
esos `elementos degenerados´ del pueblo alemán que debían ser exterminados, las
cumplían los esbirros de las SS con sádica eficiencia y celo. Pero no se
trataba de exterminarnos de forma inmediata, sino de torturarnos hasta la
muerte con crueldad y brutalidad, con raciones de hambre y extremos trabajos
forzados”, aseguraba el ya citado Heger.
Esta difícil situación para los
miles de gays de Alemania y los territorios ocupados llevaría a miles de dramas
humanos. Aparte de la cárcel y los campos, miles de personas huirían de su país
para siempre, muchos se suicidaron y otros miles fueron obligados a llevar una
doble vida, incluso casándose, en el “paraíso” nazi. La sociedad alemana de
entonces, cargada de complacencia, prefería mirar para otro lado antes de
condenar la barbarie de un sistema brutal y terrible. Resulta increíble que
hasta una fecha tan tardía como 1944 los militares alemanes no preparasen una
conjura para eliminar de la escena a Hilter. Justo un año antes de la miserable
y nada heroica caída del régimen nazi.
Mientras que los alemanes
preferían mirar para otro lado, en los campos de concentración centenares de
miles de personas de todas las etnias y condiciones se hacinaban en una pésimas
condiciones a la espera de su triste final. Muchos, como los gays, morirían
construyendo las autopistas por las que circulaban (y circulan) los automóviles
alemanes, tal como se asegura en el libro de Heger: “Es muy probable que los
conductores que hoy circulan por las autopistas alemanas no sepan que cada
bloque de granita que las bordea está manchado con la sangre de hombres
inocentes, de hombres que no hicieron mal a nadie y que sin embargo fueron
condenados a pudrirse y reventar en los campos de concentración por el único
motivo de tener una religión, una nacionalidad, una opinión política o una
preferencia sexual distintas. Cada uno de los pilares de granito que sostienen
los viaductos de las autopistas alemanas costó la vida a innumerables víctimas,
un mar de sangre y una montaña de cadáveres humanos. Hoy, mucha gente está
encantada de que estos hechos se cubran con un velo de silencio y olvido”.
No olvidemos que tras la guerra
los presos gays que habían estado en los campos fueron considerados por las
nuevas autoridades como “criminales”, pues la homosexualidad seguía prohibida
en las dos Alemanias, y, por tanto, quedaban exentos de recibir ninguna
indemnización por los años pasados en el infierno nazi. Tampoco sus familias
pudieron reclamar ninguna pensión, pues eran un grupo considerado al margen de
los demás. Tan sólo en la década de los sesenta y los sesenta algunos hombres
del triángulo rosa se atrevieron a contar sus padecimientos y dar testimonio de
su silencio sufrimiento durante décadas. En cualquier caso, demasiado tarde
para todos.
Las consecuencias de la
persecución
Unos 100.000 homosexuales
alemanes fueron detenidos, según diversas fuentes, entre 1933 y 1945, año en
que los aliados liberan los campos y ponen fin a la pesadilla nazi. Unos 50.000
de estos detenidos serían enviados por los nazis a centros de reeducación,
cárceles comunes y un pequeño grupo que oscilaría entre los 10.000 y los 15.000
pasaría por los campos de la muerte. Algo más de 10.000 morirían en estos
recintos del horror y la muerte.
Aparte de estas frías
estimaciones estadísticas, la vida gay de los “felices” veinte y principios de
los treinta fue apagada para siempre. Numerosos de locales, bares y centros
culturales fueron cerrados; decenas de artistas, escritores pintores y músicos
emigraron para siempre de Alemania y jamás volverían, y una cultura de la
intolerancia hacia los homosexuales se instaló durante décadas en la sociedad
alemana. Viejos prejuicios cargados de nuevos envoltorios y fórmulas jurídicas
para articular la persecución.
Como hemos dicho antes, encima
los que regresaron con vida de los campos de la muerte fueron tratados como
delincuentes estigmatizados, “maricas” indignos que no habían luchado por su
patria y casi traidores a la causa de Alemania. Esta actitud hacia los escasos
supervivientes la explicaba muy acertadamente Heger: “Al principio durante los
primeros días posteriores a mi regreso, en el vecindario cuchicheaban y
rumoreaban sobre mí, un `marica´ del campo de concentración. Pero como yo
llevaba una vida retirada y nunca me vi involucrado en ningún escándalo de
homosexuales, me dejaron en paz con mis ocupaciones, si buen nunca nadie se
dignó a acercarse a mí en un gesto de compasión. Al principio no me afectaba,
pues en esa primera época tras mi regreso no sentía necesidad de hablar con
nadie. Luego, sin embargo, ese rechazo hacia mi persona me deprimía y me
desconsolaba”.
En efecto, estas miles de
víctimas recién liberadas no tenían a donde dirigirse, ni a quien exigir
compensaciones, que les eran negadas, ni tampoco a quien demandar por lo
acaecido. Estas miles de víctimas, a diferencia de los judíos, los presos
políticos y los gitanos, no fueron reconocidos hasta apenas hace unos años,
cuando desgraciadamente la mayoría de los supervivientes ya habían muerto.
Estigmatizados, torturados, asesinados y, además, olvidados, esa es la
verdadera historia de los gays que estuvieron en los campos de concentración.
Escaso interés en reconocer el
Holocausto gay
En una fecha tan tardía como
1986, después de que el escritor Richard Plant publicase The Pink Triangel (El
triángulo rosa), empieza a hablarse en determinados ámbitos del Holocausto
padecido por los gays. Pese a todo, los homosexuales no empiezan a ser
considerados víctimas de la persecución nazi hasta noviembre del año 2000, en
el Gobierno alemán les reconoce oficialmente como perseguidos y les pide
disculpas por las deportaciones y las torturas sufridas durante el periodo
hitleriano. Un año más tarde, en el 2001, el Gobierno francés, presidido
entonces por Lionel Jospin, reconoce por primera vez las persecuciones que sufrieron
los homosexuales durante la Segunda Guerra Mundial.
Ese mismo año del reconocimiento
francés, los directores de cine Rob Epstein y Jeffrey Friedman rodaron un
documental, Paragraph 175, en referencia con el artículo del código penal
alemán que permitía encausar a los nazis, en donde entrevistaban a las últimas
víctimas vivas del Holocausto gay perpetrado por los nazis. En el documental
intervenía Klaus Muller, el encargado de temas homosexuales del Holocaust
Memorial Museum de los Estados Unidos, quien aseguraba en el filme: “Crecí en
Alemania y nunca oí hablar de la persecución de los homosexuales. Me costó un
tiempo darme cuenta de que algunos de ellos podían estar vivos. Muchos de
ustedes acaso piensen que es un poco tarde para darles la palabra. Yo creo que
su historia es valiosa. Y que es bueno escucharla porque durante toda su vida
les dijeron que no la contaran”.
Algunos de los testigos
entrevistados en la película aseguran que sus peticiones de indemnización al
Gobierno alemán fueron rechazadas sistemáticamente y ni siquiera cursada por
los funcionarios encargados de atenderlas. Eran, para las autoridades de
Berlín, simples “criminales”. No fue hasta el año 2002 cuando el Gobierno
alemán anuló las sentencias anteriores a 1945 y pidió oficialmente, por segunda
vez, disculpas a la comunidad gay por la tardanza en reconocerlas como víctimas
del Holocausto nazi.
Los supervivientes que participan
en esta película, única en su género, cuentan las torturas y los malos tratos
padecidos en los campos de la muerte y en los centros de detención. También
revelan la complacencia, el colaboracionismo y el silencio de la sociedad
alemana, que prefirió mirar para otro lado antes de enfrentarse valientemente a
la barbarie.”.
“El alcalde de la ciudad (al lado
del campo de concentración) transmitió a las SS y a la representación local del
partido las protestas que recibía de los habitantes del pueblo por la
contaminación de su aljibe y exigió que se suspendiera inmediatamente el
vertido de sangre al mismo. Los habitantes del pueblo estaban acostumbrados a
las brutalidades que los SS practicaban con los presos, pues los habían visto
cometerlos con las brigadas que trabajaban en lugares fuera del campo, y sin
lugar a dudas también conocían de sobra las torturas que se cometían dentro,
pero ver su aljibe teñido de sangre era algo que ya no podían aceptar”, agrega
Henter en su libro ya reseñado anteriormente.
En cuanto a las reparaciones a
los homosexuales, hay que reseñar que la Organización Internacional para las Migraciones,
dependiente de las Naciones Unidas, reconoció, en septiembre de 2001, la
persecución de que fueron objeto los homosexuales durante el nazismo y el clima
de represión que prevaleció tras el Holocausto en relación con esta población.
Esta organización decidió comenzar a efectuar pagos a los sobrevivientes de los
campos de trabajos forzados o de trabajos en régimen de esclavitud, abriendo
para ello una oficina en Ginebra con el fin de repartir algunos fondos en
bancos suizos procedentes del régimen nazi o de sus jerarcas huidos tras la
guerra.
El comportamiento del Gobierno
suizo de entonces, que se negó a dar asilo a numerosos huidos del nazismo y que
después abrió la mano con los enriquecidos líderes nazis que huían, fue
absolutamente deplorable, por no hablar del de sus bancos, que no dudaron en
que miles de millones de marcos robados de forma ilegal a los miles de
perseguidos fueran ingresados en sus cuentas. También ocurrió con numerosos
bienes y obras de arte robadas por los nazis, vendidas más tarde a
instituciones y museos o simplemente depositadas en cajas fuertes de las
instituciones financieras suizas.
El Parlamento Europeo, en el
marco de las celebraciones por el aniversario del Holocausto en el año 2005,
guardó un minuto de silencio recientemente y aprobó esta resolución: “El campo
de exterminio de Auschwitz-Bikernau, donde cientos de miles de judíos, gitanos,
homosexuales, polacos y otros prisioneros de varias nacionalidades fueron
asesinados, no sólo es una buena ocasión para condenar y recordar a los
ciudadanos europeos el inmenso horror y la tragedia del Holocausto, pero
también para mencionar el inquietante incremento del antisemitismo y
especialmente de los incidentes antisemitas en Europa, y para aprender de nuevo
la lección sobre los peligros de perseguir a las personas en base a su raza,
origen étnico, religión, opinión política u orientación sexual”.
Sesenta años después de que las
tropas soviéticas y aliadas liberaran los campos de concentración y
descubrieran, tras aquellas rejas, el horror y la maquinaría del crimen creada
por los nazis, los homosexuales, los grandes olvidados de toda esta historia,
eran relativamente reconocidos por poderes públicos y las instituciones
europeas. Desgraciadamente, la mayor parte de ellos nunca tuvo conocimiento de
este tardío homenaje a sus sufrimientos, pues bien o pereció en los campos de
la muerte o murió antes de estos ejercicios de reconocimiento a las víctimas.
Tan sólo unas decenas de estos homosexuales que sufrieron tantas penalidades y
torturas han podido ver como llegaba el día en que eran públicamente
reconocidos por la sociedad alemana y otras instituciones.
Quiero terminar esta breve
historia de los homosexuales en los campos de la muerte con una cita del
escritor Primo Levi, superviviente y testigo en primera persona del horror
nazi, al que cito literalmente: “Los monstruos existen pero son muy pocos como
para constituir realmente un peligro; los que son realmente un peligro son los
hombres comunes y corrientes”.
Ricardo Angoso, Historia 16
Bibliografía recomendada por el
autor:
Heger, Heinz: Los hombres del
triángulo rosa. Amaranto, Madrid, 2002.
Hilberg, Raul: La destrucción de
los judíos europeos. Akal, Madrid, 2005.
Dwork, Debórah y Jan van Pelt,
Robert: Holocausto. Una historia, Algaba Ediciones, Madrid, 2004.
Joffo, Joseph: Las canicas.
Debolsillo, Barcelona, 2004.
Kaplan, Robert D.: Fantasmas balcánicos.
Acento Editorial, Madrid, 1993.
Kertész, Imre: Sin destino.
Narrativa del Alcantarillado, Barcelona, 2001.
Levi Primo:Liquidación.
Santillana, Madrid, 2005
Levi, Primo: La tregua. Muchnik
Ediciones, Barcelona, 1988.
Machtan, Lothar: El secreto de Hitler.
Planeta, Barcelona, 2002.
Rees, Laurence: Auschwitz. Los
nazis y la solución final. Crítica, Madrid, 2005.
Santa Puche, Salvador: Libro de
testimonios: los Sefardíes y el Holocausto. Sephardi Federation of Palm Beach,
Barcelona, 2004.
Tisma, Aleksandar: El Kapo.
Narrativa del Alcantarillado, Barcelona, 2002.
Web recomendada: Página del
Memorial de los Estados Unidos sobre el Holocausto: http://www.ushmm.org/
De: Long Island al Día
La persecución de los
«gitanos»
Los romaníes y sinti son dos ramas del pueblo al que suele
denominarse «gitanos». Ellos mismos consideran ofensivo el término «gitano»,
razón por la cual no lo utilizan. Los romaníes y sinti pertenecen al primer
grupo de víctimas de los nazis. Alemania cuenta con leyes especiales para los
«gitanos» ya antes de 1933. Así, por ejemplo, les está prohibido llevar una
vida itinerante o juntarse a vivir en campos.
Una vez que los nazis llegan al poder, adoptan nuevas
medidas dirigidas contra los romaníes y sinti. A partir de julio de 1933,
esterilizan a los niños, para que no puedan tener hijos. Según los nazis, los
romaníes y sinti son «delincuentes natos». En los registros nazis están
clasificados de antisociales, junto con las prostitutas, los mendigos, los
alcohólicos y los vagabundos.
En 1936 se celebran en Berlín los Juegos Olímpicos. Justo
antes de comenzar, detienen a todos los romaníes y sinti de Berlín y
alrededores y los encierran en un campo de concentración. Los nazis consideran
que los «gitanos» no deben formar parte de la sociedad alemana. En los años
siguientes, también en otras ciudades alemanas encarcelan a romaníes y sinti.
En noviembre de 1941 asesinan en la cámara de gas del campo
de exterminio de la localidad polaca de Chelmno a 1.000 romaníes y sinti
alemanes y austríacos. Este hecho se produce más de ocho meses antes de que los
nazis empiecen a matar de forma masiva en las cámaras de gas a los judíos.
Científicos nazis utilizan también a menudo a romaníes y sinti para realizar
experimentos médicos en los campos de exterminio. Se calcula que los nazis
asesinan en total a entre 500.000 y 1.000.000 de romaníes y sinti.
De: http://www.annefrankguide.com/es
reverenciado aún por muchos Poderes y replicado por Otros que parecería están olvidando... La ambición compra cualquier alma desde el principio de los tiempos. |
y resistamos. |
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