La obra es un testimonio del valor terapéutico de la escritura.
Si bien la autora atravesó un complejo y activo proceso para superar las abusivas experiencias de las que fue objeto desde su niñez, es indudable que, otorgarles un cuerpo verbal, le permitió reorganizar su mundo interior. Liberarse de esa sustancia viscosa, inasible e incomprensible a través de la palabra permite objetivizar lo ocurrido, desprenderlo, tratarlo como "distinto a mí", descargarme, comandar mi vida.
Muchos/as son los/as escritores/as que han refrendado con sus declaraciones ese valor catártico.
Por ejemplo, ha dicho Isabel Allende con respecto a cómo vivió el período posterior al fallecimiento de su hija: "Entonces me acordé de que soy periodista y si me dan un tema y tiempo para investigar, puedo escribir sobre casi cualquier cosa. (Bueno, no sobre deporte o política.) Elegí un tema tan alejado del dolor como fue posible y terminé escribiendo Afrodita, una divagación sobre la lujuria y la gula, los únicos pecados mortales que valen la pena. La investigación para este libro, realizada principalmente en las tiendas de pornografía de Castro, el barrio gay de San Francisco, me sacó de la depresión y me hizo regresar al cuerpo. El primer síntoma fue un sueño erótico. Soñé que ponía a Antonio Banderas desnudo en una tortilla mexicana, lo untaba con guacamole y salsa, lo enrollaba, y me lo comía. La terapia de escribir sobre la comida y el amor funcionó y poco después de publicar Afrodita, empecé una novela sobre la fiebre del oro de California, llamada Hija de la Fortuna. Es la historia de Eliza Sommers, una joven huérfana criada por una familia británica en el puerto chileno de Valparaíso a mediados del siglo diecinueve. A los dieciséis años, Eliza sigue a su amante a California, a donde él ha ido a buscar fortuna en la fiebre del oro. Pensé que estaba escribiendo una historia de amor, pero en realidad esta novela es sobre la libertad, un tema recurrente en mi vida. Al igual que Eliza Sommers, yo decidí a una edad temprana que iba a encontrar mi propio camino. Eso me hizo feminista en un momento y en un lugar, donde el feminismo era equivalente a estar poseído por el demonio".
Por su parte, la española Soledad Puértolas declaró: "Las alegrías de la vida te desbordan. El dolor y la pérdida te superan y hunden. El tedio y la monotonía pueden resultar aniquiladores. Cuando escribo, estoy fuera de esa realidad. He entrado en otra donde sí es posible buscar un sentido, incluso vislumbrarlo. La soledad, que tantas veces se ha hecho insoportable, se hace ligera y deseable. El estado perfecto. Hay metas, humanidad, sentidos. Hasta cabe la risa, el gran regalo. En la vida, el dolor ahoga y la risa es efímera. En el texto, se produce una transformación que la inteligencia no puede explicar. Nos sumergimos en el dolor sin llegar a morir, conquistamos la distancia. Observamos, podemos emocionarnos, escoger, aventurarnos. La incertidumbre de la narración resulta más segura que las certezas de la vida. La palabra se hace enteramente nuestra".
Como siempre es interesante escuchar una voz autorizada, entendimos que el siguiente artículo se torna instrumento más que apto para situarnos con mayor precisión en el tema y por ello, con gusto, los invitamos a acompañarnos en su lectura:
© relaciones
Revista al tema del hombre
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Serie: Alternativas (XVIII)
El pensamiento autobiográfico - Escribir,
escribir-se
Pablo Silva
¿Escribir ayuda? ¿Se puede sanar
o prevenir enfermedades con sólo escribir la vida de uno? Según Michel
Foucault, la introspección autobiográfica representa una de las terapias más
antiguas de la cultura occidental y marca el nacimiento del individualismo en
nuestra civilización. Contrariamente a lo que puede parecer, el cultivo
literario del sí mismo dista mucho de una actitud egoísta: se trata de una
manera de explicarnos –y de expresar– para qué estamos en el mundo, o lo que es
lo mismo, cuál es nuestra relación con los otros.
Esta terapia insólita y secreta
conoció su apogeo en el s.XIX y principios del XX, con el auge de la escritura
privada a través de los diarios íntimos y del género epistolar, pero en la
actualidad experimenta un poderoso renacer en los países anglosajones, donde se
crean clubes de biógrafos y autobiógrafos que ya figuran en internet, y se
convocan a concursos sobre testimonios de vida y relatos de no ficción, de
anécdotas, viajes, costumbres y de cartas sobre los temas más variados, ya se
extiende al resto de Occidente. A todo esto se agrega el uso masivo del correo
electrónico, que ha hecho que la gente se comunique a través de la escritura
como nunca antes había ocurrido.
En una sociedad cada vez más
desintegrada, las personas buscan escribir su vida como manera de escribirse,
de integrarse de algún modo a un presente desconcertante y caótico. Y para ello
el movimiento natural es comenzar yendo hacia atrás, a la narración del relato
de la infancia o la adolescencia.
No escapa a esto nuestro país,
donde la proliferación de talleres literarios, junto con la multiplicación de
ediciones de autor y el aumento sistemático de participantes en los concursos,
habla de una sed de narrar –y de narrarse– que tiene muchos puntos de contacto
con el resurgir europeo de la escritura autobiográfica. Si a esto se le suma
que muchos de estos nuevos escritores superan la "edad mediana" y que
publican por única vez, sin interesarse en hacer una carrera literaria y muchas
veces luego de jubilarse, resulta claro que estamos frente al mismo impulso
vital.
Tampoco es casual que Duccio
Demetrio, el autor de Escribirse. La autobiografía como curación de uno mismo,
sea italiano, pedagogo y especialista en la tercera edad: la necesidad de
escribirse se expande por países sajones y no sajones. Demetrio es Profesor de
Educación de Adultos en el Departamento de Pedagogía de la Universidad de
Milán, especialista en formación permanente, los cambios de la edad madura y
los procesos de aprendizaje y autor de media docena de libros de pedagogía.
Pero ¿qué es lo que la gente
busca y encuentra en este manejo, explosivo en términos de cantidad, de la
pluma?
No uno, sino muchos
Todo el mundo ha experimentado en
algún momento de su vida el impulso autobiográfico. Con mayor o menor fuerza
aparece en esos recuerdos, en ocasiones nimios, que asaltan de improviso y sin
causa aparente –recuerdos de cosas que a veces creíamos olvidadas para siempre.
Pero por sobre todo se manifiesta en la necesidad que se siente de contarlos,
de narrárselos a la primera persona que se tiene cerca. Tras meditarlos un
poco, pueden llegar a dar una nueva perspectiva de parte de nuestro pasado.
Pero incluso cuando no aportan nada nuevo, el simple acto de evocarlos y
contarlos proporciona una gran satisfacción.
Este hecho universal es el punto
de partida utilizado por Duccio Demetrio para desarrollar la idea de que
escribir textos autobiográficos puede ser una terapia eficaz y barata.
El primer efecto de un ejercicio
autobiográfico hecho en serio es el descubrimiento, sorpresivo al principio,
aliviante después, de que son muchas las voces que habitan nuestro interior.
"Cada uno de nosotros" anunciaba Rodó en Motivos de Proteo "es
sucesivamente, no uno, sino muchos". Y este dato, cuántos yos hemos sido a
lo largo del tiempo, ha sido descrito hasta el hartazgo por muchísimos
artistas, sobre todo escritores.
"Como cuerpo, cada hombre es
uno; como alma, jamás" afirmaba Herman Hesse mientras que el español Ramón
Gómez de la Serna redoblaba la apuesta y escribía aquello de que "hay que
cambiar de alma tantas veces como el cuerpo cambia de cuerpo". Es prudente
detenerse en este tópico y recordar que, según se enseñaba en el liceo, cada
siete años cambiamos totalmente de células. Pero los ejemplos serían
innumerables: casi no hay escritor que no hable de las variaciones que
experimenta su ego a lo largo del tiempo.
Esta diversidad y multiformidad
del yo fue tempranamente definida por uno de los mayores y más lúcidos
autobiógrafos de Occidente: Michel de Montaigne. En sus Ensayos afirma que
"todas las contradicciones se dan en mí alguna vez y de alguna forma.
(soy) vergonzoso, insolente; casto, lujurioso; charlatán, taciturno; duro,
delicado; (...) Nada puedo decir de mí de forma total, entera y sólida...
(porque) existe tanta diferencia entre uno y uno mismo como entre uno y los
demás".
Desde experiencias disímiles en
tiempo y lugar, todos estos artistas cuestionaron el mito de la unidad del yo,
ese imperativo de coherencia que la organización social y el estado de la
civilización imponen al individuo.
Para Duccio Demetrio, la depresión grave (coronarias, asma, alergias, cáncer y un amplio etcétera)
tienen su origen en los llamados "males de la civilización": el
aumento de las responsabilidades familiares y profesionales, la vida en las
grandes urbes, el desarrollo de las comunicaciones –que vuelve a la gente
ubicua– hace imposible para cada vez mayor número de personas la coherencia, la
continuidad de los vínculos y la fidelidad a un único proyecto.
Esta y no otra sería la
explicación de este "boom autobiográfico": cuanto mayor es la
necesidad de distribuirnos (de pertenecer y trabajar para y con muchos), mayor
es la de reencontrarnos.
Al repensar lo vivido y plasmarlo
en la escritura, la persona experimenta algo que cualquier escritor conoce:
crea otro yo. Lo ve actuar, equivocarse, amar. Y descubre, como autor de sí
mismo, que no está del todo seguro de haber vivido todo lo sucedido; la
información que posee no es firme, completa o confiable. Entonces siente la
necesidad de llenar los huecos y surge, de forma natural y en el lugar menos
pensado, la ficción.
Existe, afirma Demetrio, una
parcial explicación científica para esta sorpresa: la pérdida progresiva de
neuronas impone la tendencia al olvido y obliga a una actividad compensatoria
de ese vacío gradual.
Pero ello no explica de manera
satisfactoria la ancestral necesidad humana de ficcionar.
El pasado absuelve
Como se ha dicho, el pasado cura
(ver recuadro); sobre todo cuando la persona tiene la satisfacción de ver sus
múltiples yos integrados en un relato coherente. En el sentido sintáctico,
claro, y no en el de la coherencia de la vida cotidiana.
Según el autor, la tarea de
ordenar y tejer este archipiélago de yos requiere de un espacio y un tiempo de
introspección, y lo que es mejor, de la creación de un yo "tejedor",
textual; un narrador que una las diferentes identidades sin asumir el rol de
juez punitivo que suele vestir nuestro yo cotidiano.
Para ello, es imprescindible una
"tregua autobiográfica", un momento de absoluta sinceridad en el que
no se busque la absolución ni se reprochen transgresiones o denegamientos de
ideales adultos.
El escritor de sus vivencias
revela su propia incompletud y también aprende a amar sus éxitos, sean
relativos o escasos, porque la madurez se manifiesta como una conversación
última entre la conciencia de los propios límites y la fantasía de su
superación.
En su Libro del desasosiego,
Fernando Pessoa asegura que "mi alma es una orquesta oculta", y
agrega: "yo, verdaderamente yo, soy el centro que no existe en esto sino
mediante una geometría del abismo; soy la nada en torno a la cual gira este movimiento,
sin que ese centro exista sino por lo que todo el círculo contiene". La
autobiografía es, por eso, un viaje formativo y no un ajuste de cuentas.
La vejez empieza cuando ese
sentimiento de ser muchos comienza a desaparecer. "Debo ser viejo"
decía el personaje de Ramón y Cajal en una serie sobre su vida de Televisión
Española, "ya no tengo contradicciones".
Mantenerlas todo el tiempo que
sea posible es una de las metas de la autobiografía.
Escritores anónimos
Demetrio afirma que son
necesarios tres momentos antes de la escritura: la introspección (básicamente
la retrospección, el tiempo de mirar hacia el pasado); la interpretación de ese
texto lejano y que todavía no tiene traducción al lenguaje actual; y la
creación de sucesos y personajes que hagan verosímil y coherente el relato.
Estos tres momentos
(introspección, interpretación y creación) son propios de toda producción
literaria y son los mismos que experimenta el escritor "de carrera".
La diferencia radica en que el autobiógrafo –o escritor amateur– no necesita ni
le preocupa vender su propia obra: su interés se centra en sí mismo. Y aquí una
aclaración importante: así como la persona que saca fotos a su familia no se
considera, ni es considerado, "fotógrafo profesional" ni
"artista de la fotografía" –y sin embargo utiliza toda la técnica y
el instrumental para esos fines– , así, del mismo modo, el escritor amateur no
pretende sino una expresión personal para satisfacción propia, sin aspirar a la
trascendencia pública y comercial propia del escritor "de carrera" o
profesional.
Esta distinción hecha por
Demetrio no es tan clara en países como el nuestro, con un mercado editorial en
retracción, donde a excepción de un par de casos, los escritores profesionales
se ganan la vida en empleos que nada tienen que ver con la literatura. Este
hecho los iguala a la condición de amateur y se convierte en fuente de
frecuentes y poco claras discusiones frente a la presunta aparición de
escritores nuevos sin ambición literaria, que no pasan de la crónica de
costumbres, evocaciones humorísticas o la recreación de una época, un barrio o
un pueblo del Interior, y que pueblan, cada vez con mayor presencia, talleres,
concursos literarios y hasta editoriales.
No deja de ser irónico que esta
pretendida "avalancha" se dé en un país donde la publicación de
memorias o autobiografía de alto vuelo sea casi inexistente. Pero también hay
que decir que probablemente este fenómeno no sea nuevo, aunque sí lo sean sus
dimensiones: ya en 1939, en Marcha, en su columna "La piedra en el charco",
Onetti alertaba contra los escritores de fin de semana, burgueses de profesión
liberal que, en sus ratos de ocio, destilaban una literatura provinciana y sin
sangre.
El escritor amateur descrito por
Demetrio produce e integra su texto al universo familiar como se integran las
fotos a los álbumes familiares. Aunque no renuncia a dedicarse a una
"carrera literaria" –ése es un paso que no todos tienen porqué dar–
tiene claro que en esta etapa el fin es recrear su vida personal.
A través de un sinnúmero de elementos
(fotos, papeles, sitios, colores, libros, olores, etc) inicia el viaje de
evocar, repensar y rememorar las acciones y decisiones pasadas para acceder a
un presente distinto, renovado ("tengo la necesidad de fundarme en una
historia que pueda sentir mía" confiesa Pessoa).
Sin dudas lo que se persigue al
cabo de esta búsqueda es el resultado más feliz del trabajo: la realización de
un texto, porque, en palabras del Demetrio, "el texto se opone al tiempo:
es el antitiempo". Constituye la distancia desde donde se puede, si no
ver, al menos intuir el bosque. O sea, captar los borrosos confines de la
personalidad y aceptarlos: llegar a ese momento que alude Pessoa en el que
"la vacuidad de sentirse vivo alcanza la consistencia de una cosa positiva".
El descubrimiento de la
multiplicidad se complementa así con la búsqueda de una unidad superior, la
persona que somos y que no acabamos de conocer del todo.
Los fundadores
Para Duccio Demetrios son tres
las cumbres del género autobiográfico: Michel de Montaigne (1533-1592), San
Agustín (354-430) y Jean Jacques Rousseau (1712-1778). Al contar sus vidas, los
tres establecieron a posteriori nexos que explican el sentido (o el sinsentido)
de sus existencias.
En sus Confesiones, San Agustín
descubre detrás de sus acciones y decisiones un programa, un Autor; Rousseau
halla una cadena de relaciones sociales y económicas mientras que Montaigne, en
cambio, exhibe, tanto en su estilo literario como en sus reflexiones, la falta
de un sentido final para su vida (lo que, por otra parte, lo exime de la
necesidad, tan pronunciada en San Agustín y Rousseau, de justificarse).
Esa diferencia marca también la
intención de las tres escrituras y de los destinatarios que ellas prefiguran:
mientras el obispo de Cartago escribe para arrepentirse y orienta su relato a
una entidad superior, Rousseau se justifica y excusa ante la sociedad civil.
Por el contrario Montaigne escribe por el sólo gusto de relatarse y se dirige a
sí mismo.
Todo estos relatos, tan
diferentes entre ellos, se construyen sobre dos deseos contradictorios: el
deseo de establecer una trama y la necesidad de conversar.
Así, tanto la autobiografía que
sigue una trama ajustada como aquella que se escribe sin historia (o donde la
trama es un fondo o eco sobre el que vagabundea el pensamiento) buscan por vías
opuestas dibujar el archipiélago de yos conservados y perdidos y que se
desprenden de la aceptación de todo lo que le ha sucedido al biografiado.
Se puede definir la autobiografía
del escritor amateur como un método para hablar de uno mismo, aunque sea sólo
con uno mismo. Al contar su vida, da cuenta no sólo del pasado sino que explica
el presente, cómo y porqué ha llegado hasta aquí. Y a partir de este hallazgo
puede entusiasmarse con el futuro.
Por ello, Demetrio afirma que
"la vía autobiográfica no es una versión agustiniana, oriental o new age
de una mística del ser, sino que es la propuesta de la cultura occidental más
auténtica y próxima a nosotros".
Al menos no deja de ser un
particular enfoque de cómo el arte cambia la vida.
Escribirse. La autobiografía como
curación de uno mismo.
Duccio Demetrio, Editorial
Paidós, España 1999.
¿Escribir es terapéutico? Si
alcanzó a leerlo en Italia, el presente cable internacional habrá complacido a
Duccio Demetrio.
"La Revista de la Asociación
Médica Americana informó que los pacientes con asma o artritis reumatoidea
mostraron una mejoría significativa en su estado físico cuando se les pidió que
redactaran algún acontecimiento estresante de sus vidas. Los investigadores de
la Universidad Estatal de Dakota del Norte y de la Universidad del Estado de
Nueva York en StonyBrookre unieron a 48 pacientes con asma y artritis y durante
tres días consecutivos les hicieron escribir durante veinte minutos sobre
experiencias extremas que los hubieran afectado. A modo comparativo, otro grupo
de pacientes con asma y artritis escribió sobre los planes que tenía para el
día. Los resultados de este ejercicio, aparentemente inocuo, fueron
sorprendentes. Después de cuatro meses, 47% de los pacientes que habían
descrito algún hecho difícil de su vida mostraron una mejoría en su estado,
comparado con 24% del grupo de control. La función pulmonar de los pacientes
asmáticos mejoró 19% mientras que los pacientes con artritis redujeron 28% la
severidad de sus síntomas. Sobre los resultados, Joshua Smith, del Depto. de
Psicología de la Universidad Estatal de Dakota del Norte, afirmó que a pesr de
que parece difícil creer que una breve tarea de redacción pueda tener impacto
significativo sobre la salud, el estudio reitera en una muestra de enfermos
crónicos lo que una abundante literatura cuenta respecto a las personas sanas.
No obstante, a pesar de las mejoras clínicas, a los investigadores les fue
imposible especificar con exactitud la razón por la cual el ejercicio de
escritura resultó ser una experiencia tan intensa. Los expertos opinan que el
hecho de tener que escribir sobre vivencias personales difíciles fue lo que
obligó a los pacientes a considerarlas desde una perspectiva y a manejarlas con
mucha más eficacia."
(Coply News Service, para
semanario Búsqueda, 2/11/00)
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