Noam Chomsky 7 de diciembre de 1928 - Filadelfia, Estados Unidos. Filósofo, lingüista, activista político. |
Chomsky, la naturaleza humana, el lenguaje y las limitaciones de la
ciencia y una propuesta complementaria inspirada en C. S. Lewis
Marciano Escutia
Facultad de Filología,
Universidad Complutense de Madrid
Artículo inédito (Fragmentos)
Primeramente, haremos una breve
introducción al personaje en sus dos facetas principales, la de lingüista y la
de activista sociopolítico.
Chomsky, científico lingüista y
activista sociopolítico
Si hubiera que hacer un elenco de
los más notables científicos cuya obra haya abarcado los siglos XX y XXI, no
cabe la menor duda que debería incluir a Noam Chomsky (1928, Filadelfia,
Estados Unidos). El New York Times lo califica como “el intelectual más
importante en la actualidad” y es el más citado en publicaciones académicas. Se
puede decir que Chomsky es el responsable de la llamada “revolución cognitiva”
de los años 50, con la elevación del lenguaje, entendido como innata capacidad
humana, a ciencia cognitiva, susceptible de estudiarse utilizando el método
científico. Sus predecesores, los fundadores del Estructuralismo lingüístico
europeo y americano, concebían la lingüística como una ciencia taxonómica, de
estudio, clasificación y comparación de las distintas lenguas, que eran
consideradas arbitrariamente distintas y descriptibles por medio de reglas
formales a distintos niveles (respecto a los sonidos, unidades léxicas y
oraciones). Sin embargo, nunca se propusieron caracterizar esa capacidad innata
que posibilita que cualquier ser humano desarrolle una (o más) lengua(s) y, en
general, no se plantearon el origen de la adquisición del lenguaje o la
asimilaron al aprendizaje genérico de una serie de hábitos, lingüísticos en
este caso. Chomsky adelantó la brillante e ingeniosa propuesta de que el lenguaje
es un sistema mental específico, no simplemente una constelación de capacidades
cognitivas generales, recursivamente generador de reglas lingüísticas, que
podía explicar por qué los hablantes de una lengua pueden, en teoría, entender
y producir un número infinito de oraciones gramaticales originales.
Chomsky es el pionero de la
distinción entre la gramática mental, de contenido subconsciente, que se
desarrolla en el cerebro al modo de un sistema computacional, como resultado de
la exposición a los datos de la lengua ambiente; y la descriptiva, por medio de
la cuál los lingüistas intentan caracterizar formalmente aquélla. Se impone la
existencia de un componente genético, dice Chomsky, y lo denomina Gramática
Universal, porque solamente así se explica que un niño identifique estímulos
lingüísticos en su hábitat de modo más o menos consciente y desarrolle la
capacidad que todos usamos (tarea ésta nada fácil de replicar, apunta),
mientras que otros animales no son capaces ni de reconocer la especificidad del
estímulo lingüístico aun expuestos a los mismos datos. Opina que es una
realidad que explica por qué los infantes de cualquier raza trasplantados de su
lugar de origen a otro país desarrollan sin problemas la nueva lengua. El
problema y programa de investigación consiste precisamente en formalizar en qué
consiste esa impronta genética, lo que va evolucionando con la ciencia
lingüística, y para llevarlo a cabo sirven todas las lenguas pues todas son una
manifestación de la misma capacidad, independientemente de los conceptos y
categorías culturales que codifiquen por haberse desarrollado en un determinado
espacio físico y social.
El activista socio-político
Chomsky es, además, autor de una
treintena de libros sobre temas de filosofía política desde una perspectiva sui
generis de la izquierda igualitaria. Se le considera uno de los disidentes
políticos más activos y comprometidos de nuestro tiempo, con un manejo
documentado, exhaustivo y riguroso de los temas que trata. Sus tendencias
anarco-sindicalistas le hacen ser muy crítico con el gobierno de su país, del
que piensa en general que ha contribuido al mantenimiento y explotación de
situaciones injustas en muchos lugares. De hecho, la derecha estadounidense lo
suele tachar de “anti-americano” (de “perdedor” no puede). Se caracteriza a sí
mismo como “socialista liberal”, términos antitéticos en Estados Unidos, donde,
remarca Chomsky, el concepto “liberal” ha sufrido una deriva cultural hacia la
entrega del poder a tiranías privadas como, por ejemplo, las grandes empresas y
las aseguradoras sanitarias, de las que los candidatos políticos no serían más
que marionetas. Desde el comienzo de su laboriosa actividad en este sentido, ha
criticado prácticamente a todos sus presidentes, incluido el actual, Barack Obama.
Ha denunciado a menudo que el
enemigo más peligroso de la libertad lo constituye la explotación económica y
la esclavitud socio-política perpetrada más a menudo por las empresas
multinacionales que por los gobiernos estatales pues éstos, al menos, han de
dar cuenta a su electorado, mientras que aquéllas no tienen control externo
alguno y poseen más recursos que muchos estados. Reconoce Chomsky que, a veces,
proporcionan empleo e incluso un nivel de vida razonable a sus trabajadores en
los países en que operan pero su tendencia a la explotación es innegable, como
revela el frecuente traslado de las plantas de producción a lugares donde los
salarios son mínimos. Cita con frecuencia a Adam Smith, cuya obra conoce muy
bien, y su advertencia al estado para evitar el enajenamiento humano de los
trabajadores cuando se convierten en meros eslabones de una cadena de
producción.
En este sentido, Chomsky es
verdaderamente original porque su crítica del orden económico capitalista
proviene de los pensadores liberales de la Ilustración, cuyas auténticas ideas
sobre el mercado libre han sido desatendidas, propiciando la colisión entre el
estado y los intereses privados. Repite a menudo que las grandes
multinacionales son el gran enemigo tanto de la democracia como del Mercado y
denuncia –también con Smith- que los ricos predican a los pobres los beneficios
de la disciplina del mercado mientras que ellos se quedan con el derecho de ser
rescatados por el estado cuando la cosa se pone dura y así el Mercado libre
acaba convirtiéndose en el socialismo de los ricos.
Conoce muy bien el contenido
diario de la llamada prensa libre occidental y de los medios de comunicación en
general, de los que es un ávido seguidor, y que tampoco escapan a sus críticas.
Ataca Chomsky su aureola de independiente, progresiva, abierta y subversiva y
la corresponsabiliza del avance y promoción de las agendas económicas y
socio-políticas de los grupos de poder que dominan al estado y a la sociedad
civil. Manifiesta su preferencia por medios de comunicación más independientes,
que también conoce bien, incluso algunos que podrían llamarse marginales
Al mismo tiempo, desdeñando toda
etiqueta ideológica y aborreciendo de la corrección política reinante, se
considera a sí mismo conservador por su adhesión a valores tradicionales, tales
como la familia, el amor y la vida. Aunque rechaza el aborto como método
anticonceptivo, piensa que es ésta una cuestión sobre la que no se puede
generalizar en abstracto, lo que podría aparecer incoherente respecto a su contundente
posición respecto a la naturaleza humana.
Chomsky y la naturaleza humana
Chomsky siempre ha sido un
acérrimo defensor de una naturaleza derivada por evolución del genoma que hemos
heredado y sin la cual no seríamos humanos. La concibe en términos puramente
biológicos, resultante de las distintas funciones vitales correspondientes a
una serie de capacidades mentales comunes.
Esta concepción se alimenta de
las ideas de la Ilustración y sus doctrinas filosóficas sobre nuestras
intuiciones, esperanzas y experiencias y de un examen de la historia de las
distintas culturas, que nos muestran que el ser humano necesita vivir libremente
en comunidad, sin cortapisas a sus capacidades. Se pueden descubrir aspectos
universales de esa naturaleza, por ejemplo, en el campo de la moral, y pone
como ejemplo el mutuo entendimiento al conversar con diversos miembros de
pueblos remotos al dar por supuesto la misma idea implícita sobre el bien y el
mal de sus situaciones concretas.
Aunque para investigar a fondo
nuestra naturaleza habría que someternos a experimentación, lo que no es
éticamente viable, rechaza Chomsky la comparación con otros animales por
nuestra radical diferencia con ellos. Apunta al lenguaje como fuente
privilegiada de indagación en este sentido puesto que es una propiedad
exclusivamente humana sin parangón en el reino animal, unánimemente reconocida
como tal en el mundo científico, y su observación no plantea problemas éticos.
Chomsky critica tanto a marxistas
como Gramsci como a pragmatistas como Foucault o Rorty, para quienes no existe
tal naturaleza, sino solamente historia, en perpetuo cambio. Particularmente le
sorprende su negación al referirse a las funciones mentales superiores,
específicamente humanas. Admite la variedad en sus realizaciones, pero difiere
radicalmente de los marxistas leninistas, que rechazan la idea por
reaccionaria. Alerta de que esta postura es la panacea de la clase dirigente
pues si no hay naturaleza humana cabe más fácilmente la manipulación social. No
queda así lugar a la libertad y a la capacidad creativa, implanteables si la
naturaleza no puede ser objetiva y racionalmente investigada.
Apunta que Marx creía firmemente
en la naturaleza humana, de la que derivaba la necesidad innata de poder
ejercer un trabajo personal y creativo por el bien de la comunidad y sin estar
sometido al control del estado. En este sentido, la concepción chomskiana es tributaria
de Rousseau y su idea del “buen salvaje”. Las instituciones sociales, y el
capitalismo en particular, anulan esta tendencia natural a crear y cooperar
desinteresadamente con otros y generan una alienación que impide la creación de
comunidades armónicas. De modo paralelo, su idea del lenguaje como sistema
endógeno para externalizar y explicitar el pensamiento, es un paradigma de
creatividad y productividad utilizando medios finitos. Chomsky no concibe el
lenguaje primariamente como un instrumento diseñado para la comunicación, a
modo de ventaja evolutiva que se selecciona para ser transmitida a la especie,
sino como manifestación de un impulso creador innato.
La existencia de la naturaleza
humana es para Chomsky un punto de partida no negociable. Se podrá aducir que
sus propiedades exactas no son evidentes, pero es imposible demostrar que no
existe una naturaleza intrínseca y sustancial que constituye la esencia humana.
Por eso ridiculiza la negación de efecto alguno de dicha naturaleza en nuestra constitución
mental y en nuestros valores y necesidades por parte de buena parte del
posmodernismo. Acepta que un niño de Nueva York se diferencie de otro de la
Amazonia en la concreción de sus categorías mentales. Sin embargo, hay que
preguntarse cómo ambos llegan a desarrollar la autoconciencia en cualquier
ambiente en que se encuentren, y a asimilar una cultura determinada tan rica y
compleja en virtud de los fenómenos tan dispersos como limitados a los que
están expuestos. Es decir, previo a todo tipo de cultura ha de existir un
componente interno, directivo y organizativo de la mente.
Con este panorama, no solamente
el lenguaje aparece como una especialización cerebral sino que detrás de la
gran mayoría de las actividades humanas asoma una base innata, de modo que la
mente humana está ricamente estructurada para regular la percepción de la
realidad social, el razonamiento científico, el análisis de la personalidad y
los juicios estéticos y morales. Respecto a estos últimos, Chomsky subraya su
generalidad, profundidad y sutileza así como el gran denominador común a todos
los sistemas morales. Todo sistema complejo y especializado, uniformemente
adquirido en base a una acción limitada del ambiente, tiene detrás un fuerte
componente innato altamente estructurado; es decir, en este caso, ha de existir
una base biológica que posibilite el desarrollo de un sistema de juicios
morales y de una teoría de lo que es justo. Añade que nuestros esquemas morales
podrán ser más o menos complejos u homogéneos, pero existen estándares
objetivos que se reflejan en el vocabulario, como por ejemplo en la distinción
entre “matar” y “asesinar” o entre “derechos” y “deberes”. La omnipresencia de
tales términos en todas las lenguas del mundo apunta a una propiedad humana
profunda y genéticamente determinada.
Asimismo, piensa Chomsky que toda
postura en cuestiones políticas, sociales o incluso personales se apoya en
último término en alguna concepción de la naturaleza humana, de lo que favorece
las necesidades y capacidades humanas. Por esta razón todo el mundo siente la
necesidad de justificar la propia actuación con motivos altruistas, en
beneficio de la humanidad, incluso en los casos de mayor depravación, y nadie
admite que lo que pretende es maximizar su beneficio personal a costa de otros.
En definitiva, Chomsky defiende
una naturaleza fundamentalmente biológica que nos identifica como humanos al
configurar una serie de capacidades mentales universales que posibilitan la
adquisición del lenguaje, la cultura y la ética. Este aferrarse a la naturaleza
humana, por un lado, y su clara visión política de izquierdas, por otro, hace
de Chomsky una figura polémica e incómoda, porque si bien el mundo académico
estadounidense, especialmente el de las ciencias sociales, tiende claramente hacia
la izquierda política, no admite en general la existencia de una naturaleza
humana estable.
Las limitaciones de la ciencia
A pesar de su visión naturalista,
que él mismo reconoce como hija de la tradición educativa que ha recibido,
Chomsky no es un científico fundamentalista. Frecuentemente ha manifestado que
hay muchas cuestiones que la ciencia está muy lejos de llegar a explicar o que,
incluso, nunca podrá hacerlo, en particular aquellas más interesantes desde una
perspectiva humanista de la vida.
Por ejemplo, apunta Chomsky que
todas las posibilidades visuales de examinar la actividad cerebral no pueden
explicar el contenido y la razón de nuestras decisiones. Ni siquiera entendemos
la neurofisiología de las actividades más corrientes de la naturaleza, como por
ejemplo, la explicación de los mecanismos neuronales de la percepción o el
ejercicio de la voluntad libre, consciente y creativamente, la variedad de las
lenguas o el amor.
Señala Chomsky que la ciencia
apenas resuelve las cuestiones que nos hacen verdaderamente humanos y las
hipótesis y respuestas de la psicología evolutiva son muy limitadas. Ha
declarado a menudo que se aprende más sobre la vida y la personalidad humana de
las grandes novelas que de la psicología científica puesto que ésta se queda en
la periferia de la profunda comprensión del mundo.
Alineándose con Newton o Locke,
Chomsky acepta que hay auténticos “misterios”, cuestiones intelectualmente
insuperables o que incluso no llegamos ni a plantearnos, distintos de los
“problemas”, que se mantienen dentro de los límites de nuestro entendimiento,
aunque sigan sin resolverse. Entre aquéllos señala cuestiones clásicas como la
voluntad libre o nuestro sentido estético y musical, aspectos de la conducta
humana opacos a la racionalización. Opina que carecemos de una auténtica
aprehensión de la realidad porque nuestras capacidades científico-intelectivas
son limitadas, probablemente por falta de especificación genética.
Los mismos conocimientos sobre el
uso del lenguaje para referirnos al mundo son muy limitados. Según Chomsky, el
estudio de lo que él llama intencionalidad, la referencia de los procesos
mentales al mundo exterior, puede constituir un misterio que nos supere
intelectualmente. Es decir, el que una palabra como rata designe a ratas en el
mundo exterior, en vez de perros o ríos, es porque hay un vínculo causal entre
ejemplos de una palabra y ejemplares del animal correspondiente. Sin embargo,
decir que rata selecciona ratas no aclara nada la naturaleza de la
significación, que es algo dependiente de nuestra percepción, de nuestra
naturaleza, y que dan por supuesto los diccionarios, no derivado del mundo
físico exterior, que es en gran parte irrelevante a la descripción lingüística.
Asimismo, lo más interesante del
lenguaje tampoco escapa al misterio: cómo somos capaces de conversar, de
producir libremente expresiones nuevas y adecuadas a la situación concreta o
formular y comprender ideas que nunca antes se han expresado y que entendemos
conforme nos las transmiten. Podemos estudiar los posibles mecanismos
computacionales del lenguaje y su interfaz con los sistemas motores de análisis
y articulación del mismo pero hay multitud de cuestiones lingüísticas e
intelectivas que ni siquiera sabemos plantearnos.
Es decir, Chomsky sostiene, con
Galileo, Descartes, Locke y Hume, por nombrar algunos de los autores ilustrados
que más cita y en cuya tradición se inscribe, que las cuestiones cognitivas mas
importantes y mas interesantes de la vida se dan por supuesto pero están muy
lejos de ser explicadas e incluso desconfía de que sean científicamente
justificables.
Origen del lenguaje
La teoría de Chomsky sobre el
origen del lenguaje se apoya en la homogeneidad del genoma humano, lo que
explica el desarrollo lingüístico de los niños solamente por exposición a la
lengua sin ningún tipo de instrucción. Esta homogeneidad se explica, según los
datos de la paleontología y la genética comparada, por lo reciente del proceso
de hominización ya que la variación genética ha sido mínima en los últimos
doscientos mil años. No ha habido ningún cambio evolutivo significativo en la
capacidad del lenguaje desde que un pequeño grupo de nuestros ancestros dejaron
Africa alrededor de hace cincuenta o sesenta mil años. De hecho esas mismas
migraciones terminaron también en Nueva Guinea y Australia, donde los “pueblos
primitivos” que allí habitan son semejantes a nosotros a todos los niveles, sin
diferencia cognitiva alguna. Anteriormente no hay evidencia indirecta alguna
del lenguaje, así que en este cortísimo tiempo en términos evolutivos (incluso
si el límite superior se anticipara unos cientos de miles de años) parece haber
ocurrido una explosión repentina de actividad creadora, compleja organización
social, actividad simbólica y artística y anotaciones sobre sucesos
astronómicos y meteorológicos, indicadores coetáneos de la aparición del
lenguaje.
Según Chomsky, dicha actividad
pudo responder a un big bang cognitivo resultado de una reorganización de los
circuitos neuro-cerebrales de nuestros antecesores en la que algún principio
natural inespecífico de eficacia computacional interaccionaría con una pequeña
mutación genética dando lugar a la Gramática Universal (capacidad innata para
el lenguaje). Su programa científico investiga si los principios del lenguaje
son en realidad el resultado de aplicar unos principios generales de
computación, comunes incluso a otras especies, a esa mutación capacitadora de
enumeración recursiva, transición de lo finito a lo infinito al tomar dos
objetos mentales y dar lugar a uno nuevo en un proceso recursivo ilimitado, y
en cuyo origen puede estar también el de las matemáticas. A dicha transición no
se puede llegar, según Chomsky, a base de pequeñas y progresivas adaptaciones
dictadas por la selección natural sino que supone un salto brusco.
Según su hipótesis
“saltacionista” de la evolución del lenguaje, esa mutación se dio en una sola
persona con una serie de categorías mentales susceptibles de ser explotadas por
la lengua. La evolución a millones de años vista, aboca a una gran complejidad
(por ejemplo, el desarrollo de los miembros locomotores), mientras que un salto
repentino de este estilo tiende a dar lugar a una sencilla solución de los
problemas de diseño impuestos por el ambiente y las estructuras
morfo-anatómicas para la percepción y producción de la lengua, que no han
cambiado en cientos de miles de años (incluido el aparato fonador). Ese pequeño
cambio en el cerebro permitió que el lenguaje floreciera de repente y, al poco,
los humanos partieron del continente africano, con un pequeño grupo que
desarrolló este sistema con ventaja evolutiva, probable nueva especialización
de otras capacidades cognitivas y cuyas reglas y constituyentes no están
sujetos a introspección sicológica.
Aunque el lenguaje es único (un
observador extraterrestre en distintas partes del mundo diría que todos hacemos
lo mismo al hablar), paradójicamente para Chomsky, existe una diversificación
inesperada en la concreción de esta capacidad mental entre las lenguas, que
tienen su propio sistema de reglas computacionales de externalización,
distintas entre sí. Su programa de investigación todos estos años, que ha
cristalizado en diversos modelos lingüísticos, ha tratado de compaginar la
variedad de las lenguas en su externalización y su unidad en la Gramática
Universal, en un sistema computacional innato.
El lenguaje no es para Chomsky en
absoluto el producto de unas circunstancias culturales y sociopolíticas
mudables, que predecirían una variabilidad inmensa en las lenguas del mundo,
que no se da de fondo, tal como erróneamente creían hace un siglo los
científicos respecto a la morfo-fisiología del reino animal en general. En este
sentido, no hay que confundir la evolución del lenguaje con la de la comunicación
humana, como hacen muchos autores ahora.
Chomsky defiende, pues, una
teoría de la discontinuidad evolutiva del lenguaje, no como capacidad originada
a modo de ventaja evolutiva en la socialización, comunicación y cooperación
social, sino surgida repentinamente y facilitadora de aquéllas. Su tesis se
enfrenta a la de los biólogos darwinistas, para quienes toda evolución comporta
cambios graduales, incluida la del lenguaje, que aparecería gradualmente
después de nuestra separación de los simios y las especies intermedias con
capacidades lingüísticas se habrían extinguido.
******
Resumiendo todo lo visto, Chomsky
aboga por la existencia de una naturaleza humana e inmutada desde que el hombre
actual existe (homo sapiens sapiens), desconfía de la ciencia como la panacea
resolutoria de las cuestiones más importantes, que no llegamos casi ni a
concebirlas, y afirma que lo que nos hace verdaderamente humanos no es
susceptible de investigación científica. A la vez mantiene, como todos sus
predecesores ilustrados, que el mundo es (limitadamente) inteligible y
racional, porque de la irracionalidad no puede salir esa naturaleza susceptible
al análisis científico, y que hay presupuestos indiscutibles tales como la
voluntad libre. Asimismo sostiene que el mundo esta constituido por procesos y
entes que no podemos explicar y que una visión puramente mecanicista o
fisicalista del mundo es inviable.
No sabemos cuántas de estas
creaturas hizo Dios. Ateniéndose al posible surgimiento del lenguaje, coetáneo
a la presencia de un alma espiritual y principal característica diferenciadora
de otros animales, la mutación originaria responsable de la presencia del mismo
en la mente, según Chomsky, ocurriría en algún individuo dentro de un pequeño
grupo, que lo transmitiría a su prole. Al llevar a una cooperación mayor y más
refinada de los que gozaran de dicha ventaja, acabarían sobreviviendo los
individuos que la incorporaran a su genoma.
Esta hipótesis es perfectamente
compatible con los datos bíblicos sobre los primeros humanos comunicando entre
sí, siendo conscientes de sí mismos y admiradores de su entorno. De hecho,
señala Chomsky, que el lenguaje es la piedra de toque de la autoconsciencia explícita
ya que sin él no podemos gestionar ni darnos cuenta de nuestras ideas y
pensamientos, ni de hacer juicios, esa capacidad tan humana, que necesitan de
articulación lingüística para ello. En este sentido, lenguaje y autoconsciencia
pueden ser coetáneos y deben de haber surgido a la vez. Esta autoconsciencia
nos separa radicalmente de los otros animales y nos permite hasta pensar
cosmológicamente, por ejemplo, en el concepto de bien en general, en la propia
extinción de nuestra raza, en la mirada retrospectiva al pasado, o en intentar
dejar un mundo mejor a las futuras generaciones.
Evidentemente, no estamos
proponiendo aquí que la inherencia del alma haya causado la mutación y
reorganización genético-cognitiva de la que habla Chomsky –es más, también sería
compatible con una evolución continuista- sino que puede haber sido
concomitante a ella y a la aparición de las primeras manifestaciones
representacionales y artísticas que ha descubierto la arqueología, coincidentes
con la salida de nuestros antecesores del este de África alrededor de hace unos
cien mil años. Tampoco pensamos que Chomsky respaldaría esta propuesta, sino
que es compatible con la suya.
Por otro lado, una de las
objeciones a la hipótesis saltacionista de Chomsky es explicar cómo a partir de
una sola mutación poseen todos los humanos idéntica capacidad lingüística pues
no parece que haya habido suficiente tiempo para tamaña dispersión. Un "barrido
selectivo" así constituye una excepción en la evolución humana, algo
prácticamente inexplicable sin una intervención especial, pero no ahondaremos
más en esta línea. Habrá que esperar al progreso de la investigación genética.
De: Universidad de Navarra |
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Ilustración de Gabriel San Martín |
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