11 de noviembre de 1928- Panamá |
El hombre caza y lucha. La mujer
intriga y sueña; es la madre de la fantasía, de los dioses. Posee la segunda
visión, las alas que le permiten volar hacia el infinite del deseo y de la
imaginación... Los dioses son como los hombres: nacen y mueren sobre el pecho
de una mujer...
JULES MICHELET
LEES ESE ANUNCIO: UNA OFERTA DE
ESA NATURALEZA no se hace todos los días. Lees y relees el aviso. Parece
dirigido a ti, a nadie más. Distraído, dejas que la ceniza del cigarro caiga
dentro de la taza de te que has estado bebiendo en este cafetín sucio y barato.
Tú releerás. Se solicita historiador joven. Ordenado. Escrupuloso. Conocedor de
la lengua francesa. Conocimiento perfecto, coloquial. Capaz de desempeñar
labores de secretario. Juventud, conocimiento del francés, preferible si ha
vivido en Francia algún tiempo. Tres mil pesos mensuales, comida y recamara
cómoda, asoleada, apropiada estudio. Solo falta tu nombre. Solo falta que las letras
más negras y llamativas del aviso informen: Felipe Montero. Se solicita Felipe
Montero, antiguo becario en la Sorbona, historiador cargado de datos inútiles,
acostumbrado a exhumar papeles amarillentos, profesor auxiliar en escuelas
particulares, novecientos pesos mensuales. Pero si leyeras eso, sospecharías,
lo tomarías a broma. Donceles 815. Acuda en persona. No hay teléfono.
Recoges tu portafolio y dejas la
propina. Piensas que otro historiador joven, en condiciones semejantes a las
tuyas, ya ha leído ese mismo aviso, tornado la delantera, ocupado el puesto.
Tratas de olvidar mientras caminas a la esquina.
Esperas el autobús, enciendes un
cigarrillo, repites en silencio las fechas que debes memorizar para que esos
niños amodorrados te respeten. Tienes que prepararte. El autobús se acerca
y tú estas observando las puntas de tus zapatos negros. Tienes que prepararte.
Metes la mano en el bolsillo, juegas con las monedas de cobre, por fin escoges
treinta centavos, los aprietas con el puño y alargas el brazo para tomar
firmemente el barrote de fierro del camión que nunca se detiene, saltar, abrirte paso, pagar los
treinta centavos, acomodarte difícilmente entre los pasajeros apretujados que viajan de
pie, apoyar tu mano derecha en el pasamanos,
apretar el portafolio contra el costado y colocar distraídamente la mano
izquierda sobre la bolsa trasera del pantalón, donde guardas los billetes.
Vivirás ese día, idéntico a los
demás, y no volverás a recordarlo sino al día siguiente, cuando te sientes de
nuevo en la mesa del cafetín, pidas el des-ayuno y abras el periódico. Al
llegar a la página de anuncios, allí estarán, otra vez, esas letras destacadas:
historiador joven. Nadie acudió ayer. Leerás el anuncio. Te detendrás en el último
renglón: cuatro mil pesos.
Te sorprenderá imaginar que
alguien vive en la calle de Donceles. Siempre has creído que en el viejo centro de
la ciudad no vive nadie. Caminas con lentitud, tratando de distinguir el numero
815 en este conglomerado de viejos palacios coloniales convertidos en
talleres de reparación, relojerías, tiendas de zapatos y expendios de aguas frescas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario