viernes, 15 de noviembre de 2013

Capitalizando saberes para la vida práctica

¿Conocen a esta señora?
Se llama Michèle Petit y su planteo
atañe a toda la sociedad uruguaya.


¿CONSTRUIR LECTORES?

Les confieso que, a la vez que me complace encontrarme aquí, me siento un tanto incómoda en cuanto al tema: "Estrategias para la construcción de lectores". Ustedes se refieren, si no me equivoco, a los procesos por los cuales alguien se convierte en lector, así  como al margen de maniobra que pueden tener los editores o los "iniciadores" del libro para que un número mayor de personas se conviertan en lectores.

El objeto de mis investigaciones no es tanto cómo podemos "construir" lectores, para retomar esa expresión, sino más bien cómo la lectura ayuda a las personas a construirse, a descubrirse, a hacerse un poco más autoras de su vida, sujetos de su destino, aun cuando se encuentren en contextos sociales desfavorecidos. Me interesa particularmente describir de qué manera, apropiándose de textos que ustedes editan, o de fragmentos de textos, hay niños, adolescentes, mujeres, hombres, que elaboran un espacio de libertad a partir del cual pueden darle sentido a sus vidas, y encontrar, o volver a encontrar la energía para escapar a los callejones sin salida en los que estaban bloqueados.

En efecto, mientras se derraman lágrimas para lamentar el déficit de lectura o la muerte del libro, yo puedo anunciarles por lo menos una buena noticia: cuando uno tiene la suerte de acceder a ella, la lectura siempre produce sentido, incluso tratándose de jóvenes, incluso en medios que a priori están alejados de la cultura escrita. La lectura siempre produce sentido, aun para lectores poco asiduos, que si bien no dedican mucho tiempo a esa actividad, saben que algunas frases halladas en un libro pueden a veces influir en el rumbo de una vida. Y esa práctica tiene para ellos virtudes singulares que la distinguen de otros entretenimientos; para ellos el libro es más importante que lo audiovisual en un terreno: cuando permite abrirse a la fantasía, a lo imaginario, al mundo interior.

Al igual que ellos, estoy convencida de que la lectura sigue siendo una experiencia irreemplazable, donde lo íntimo y lo compartido están ligados de modo indisoluble, y también estoy convencida de que el deseo de saber, la exigencia poética, la necesidad de  relatos y la necesidad de simbolizar nuestra experiencia constituyen nuestra especificidad humana. Por todo esto, estoy empeñada en que cada hombre y cada mujer puedan tener acceso a los libros, con los cuales él o ella van a situarse en una lógica de creatividad y de apropiación.

Sin embargo, no estamos en ese punto. Yo les decía que la lectura siempre produce sentido, si tenemos la suerte de tener acceso a ella. Pero para mucha gente, existe allí un mundo que no está a su alcance. Una escolarización insuficiente puede ser una de las causas de esa situación, pro tampoco podemos imaginar que leer sería algo espontáneo para los que fueron a la escuela. La ausencia física de libros y la distancia que separa de ellos representan obstáculos. Pero además, y eso lo he comprobado escuchando a los lectores, el hecho de leer puede resultar imposible, o arriesgado, cuando significa entrar en conflicto con los valores o las pautas de vida del lugar, del medio en que cada uno vive.


En algunas sociedades poco letradas, leer un libro era internarse en un mundo peligroso, enfrentar al diablo. Semejante miedo puede hacernos sonreír hoy en día, cuando todos celebran los placeres de la lectura o deploran los estragos del analfabetismo. Y sin embargo... en Francia, en ese año 2000, aún podemos encontrar todos los días muchachos que aman la poesía y leen clandestinamente para evitar que los otros los golpeen duramente, tratándolos de "lameculos" o "maricas"; hay mujeres en el campo que leen tomando todo tipo de precauciones, y que ocultan su libro si un vecino viene a verlas, para no parecer haraganas; chicas en barrios urbanos desfavorecidos que leen bajo las sábanas, con ayuda de una linterna; padres que se irritan cuando encuentran a sus hijos con un libro en las manos, pese a que antes les dijeron "hay que leer"; documentalistas que confían en las nuevas tecnologías para, "por fin, quitarse los libros de encima"; docentes de letras que ocultan la novela que están leyendo cuando van a entrar a la sala de profesores, para no pasar por sabihondos y no arriesgarse a ser relegados; y también universitarios que nunca leen otra cosa que tesis o monografías, y desconfían de los que manifiestan gusto por los libros. Parece increíble pero es así. Como ejemplo tomo unas frases escritas por un universitario para un número muy reciente d ela revista Le Débat (El Debate):
Podemos decir que leer un libro dentro de la facultad es un signo de esnobismo y de afectación: es una prueba de que uno se mantiene al margen de la vida del establecimiento y de que sólo participa a ratos en ese torbellino incesante de organización y reorganización, en función de reformas sucesivas, que absorbe la totalidad de las energías disponibles, con resultados que bien podríamos calificar de irrisorios.

Todo esto no es específico de mi país, del que podría sospecharse de arcaísmo: investigadores y amigos que viven en contextos muy diferentes me cuentan regularmente historias como éstas. Y en realidad, desde que me dedico a investigar sobre la lectura y la relación con los libros, hace ya ocho años, no he dejado de sorprenderme por el gran número de anécdotas que hablan del miedo a los libros y de su permanente vigencia. Un miedo multiforme, ya que las prohibiciones sociales se conjugan con los tabúes inconscientes. Un miedo muy palpable en medios sociales desfavorecidos, pero que también podemos encontrar entre la gente con recursos, entre los profesionales del libro, entre los docentes. Curiosamente, sin embargo, de ese miedo no se habla. Para "construir lectores", como ustedes dicen, creo que tal vez deberíamos desconstruir un poco esos miedos; conocerlos bien nos permitirá ayudar a personas que desean acercarse a los libros para que puedan trasgredir las prohibiciones.

¿Cómo hace alguien para convertirse en lector o en lectora, a pesar de tantos obstáculos? En buena medida, y eso lo sabemos, es una cuestión de medio social. Cuando alguien proviene de un ambiente pobre, aun cuando haya tenido una formación escolar, los obstáculos pueden ser numerosos: pocos libros en casa, o ninguno, la idea de que eso no le corresponde, la preferencia por actividades colectivas antes que esos "placeres egoístas", las dudas con respecto a la "utilidad" de la lectura, un acceso dificultoso a la lengua narrativa: todo eso puede sumarse para disuadir a alguien de leer. Y si se trata de un muchacho, hay que agregar a los amigos que ridiculizan a quien se dedica a esa actividad "afeminada" y "burguesa" que ellos asocian a las tareas escolares.

Pero los determinismos sociales no son absolutos y la lectura también es una historia de familias. Existen, en ambientes populares, familias en las que el gusto por la lectura se transmite de una generación a otra. E inversamente, en niveles socioeconómicos altos, existen familias en las que la lectura no tiene buena fama. Para que un niño se convierta más adelante en lector, sabemos cuán importante es la familiaridad física precoz con los  libros, la posibilidad de manipularlos para que esos objetos no lleguen a investirse de poder y provoquen temor. Sabemos también cuán importantes son los intercambios en torno a esos libros, y en particular las lecturas en voz alta, en donde los gestos de ternura y los colores de la voz se mezclan con palabras de la lengua de la narración: en Francia, aquellos a quienes su madre les ha contado una historia cada noche tienen el doble de posibilidades de convertirse en grandes lectores que quienes apenas pasaron por esa experiencia. La importancia de ver a los adultos leyendo con pasión también se manifiesta en los relatos de los lectores. Alguien puede dedicarse a la lectura porque ha visto a un pariente, a un adulto que le inspira afecto, sumergido en los libros, lejano o inaccesible, y la lectura apareció como un medio de acercarse a él y de apropiarse de las virtudes que le adjudica.




Les doy aquí un breve ejemplo tomado de un escritor contemporáneo, Jean-Louis Baudry:


Imaginaba la lectura como una actividad destinada específicamente a las mujeres, como el baile, por ejemplo. Los hombres sólo tomaban parte en ella para acercarse más directamente a las mujeres. Leer un libro permitía convertirse en galán, en caballero acompañante de placeres que eran ante todo placeres de expresión. Por otra parte la lectura era tan femenina que feminizaba a los que se dedicaban a ella, como mi padre. Los feminizaba hasta el punto de que gracias a ella podían reflejar la luz de esas virtudes que hacían resplandecer a las mujeres, virtudes asociadas al  ejercicio y al dominio del lenguaje: inteligencia, sutileza, fineza, imaginación, y un don que ellas parecían poseer, el de ver más allá de las apariencias. Pero sobre todo, y quizás paradójicamente, la lectura constituía uno de los atributos de la autonomía que yo les adjudicaba.

En efecto, esta autonomía envidiada es lo que frecuentemente busca el lector joven. Y justamente por eso la lectura es un punto de apoyo decisivo para los niños y para los adolescentes que, desde muy temprano, han querido diferenciarse de sus pares. Porque también la lectura es una historia de rebeldes. Pero cuando alguien que no recibió nada al nacer pudo apoderarse de los libros, aparecen casi siempre en su historia ciertos encuentros, a veces fugaces, que han influido en el destino: un amigo, un docente, un bibliotecario, un trabajador social han transmitido su pasión, han legitimado o develado un gusto por la lectura, y han provisto los medios materiales que permiten apropiarse de esos bienes hasta entonces inaccesibles.

Yo digo "un", pero tengamos en cuenta que esos iniciadores de libros son en muchos casos mujeres, a tal punto que algunos se han preguntado si el futuro de los libros no depende del futuro de las mujeres. En muchos lugares del mundo, las mujeres han desempeñado un papel preponderante como a gentes del desarrollo cultural, junto con algunos hombres que quizás han integrado, que han aceptado su parte femenina, sin temor a perder por ello su identidad. Por lo tanto, yo alentaría fervientemente a los editores a luchar contra la misoginia, ya que en esto se juegan  sus intereses: porque allí donde las mujeres son mantenidas al margen de la escolarización, al margen de la vida social, lo escrito no circula con fluidez. Dicho de una manera más amplia, la lectura no es fácilmente conciliable con el gregarismo viril ni con las formas de vínculo social en las que el grupo tiene siempre primacía sobre el individuo.


De hecho, el espacio de participación de la lectura es quizás más interindividual que social. Y repetiré lo que ya dije en las jornadas previas al congreso. Lo que pueden hacer los iniciadores de libros es introducir a los niños -y a los adultos- a una mayor familiaridad y una mayor soltura en la aproximación a los textos escritos. Es transmitir sus pasiones, sus curiosidades, interrogando su lugar, su oficio y su propia relación con los libros. Es ayudar a los niños y a los adolescentes a comprender que, entre todas esas obras, habrá seguramente algunas que sabrán decirles algo en particular. Es multiplicar las ocasiones de encuentros, de hallazgos. Es también crear espacios de libertad donde los lectores podrán trazar caminos recónditos y donde habrá disponibilidad para discutir con ellos acerca de esas lecturas, si así lo desean, sin que se produzcan intromisiones si esos lectores quieren conservar sus descubrimientos para sí.

Sin embargo debemos tener en claro que sólo se trata de factores propicios para el desarrollo de la lectura, y que ninguna receta  podrá garantizarnos la conversión de las personas a la lectura. Por otra parte, es muy probable que no todos puedan transformarse en lectores. La relación con la lectura también tiene que ver con la estructura psíquica y con cierta manera de actuar  respecto a la falta y a la pérdida. Sin duda la lectura, y en particular la lectura literaria, tienen que ver con la experiencia de la falta y de la pérdida. Cuando uno pretende negar la pérdida, evita la literatura. O trata de dominarla.


A manera de conclusión, quisiera volver al título de esta mesa redonda: "Estrategias para la construcción de lectores". Parece absolutamente legítimo que los editores se preocupen por expandir el universo de los lectores. Pero hay en ese título un aspecto que me recuerda a Frankestein, y pido perdón por decir eso, "Construir lectores es una expresión bastante curiosa, algo así como si fuésemos todopoderosos, como si se tratara de encontrar una fórmula de alquimista para modelar vaya uno a saber qué criatura ideal. Por supuesto, ese sueño de omnipotencia es el reverso de un sentimiento de impotencia, y detrás de ese título se oye también un lamento, una letanía: ellos ya no leen, cómo hacer para que lean, traten de darnos recetas para que por fin podamos dominar a esos lectores inasibles.

Quisiera entonces atraer la atención de ustedes sobre la ambivalencia de ese título y sobre la que contienen los discursos catastróficos acerca de la lectura. El libro no es un producto como cualquier otro; con él nos situamos en un registro frágil que está vinculado en particular al deseo. Una vez más repetiré aquí lo que ya dije en la mesa redonda sobre la promoción de la lectura: esos discursos alarmistas pueden ser percibidos como otras tantas exhortaciones, como testimonio de una voluntad de control y de dominio. En consecuencia no debe sorprendernos que hoy en día muchos adolescentes le asignen a la lectura carácter de obligación, según el cual hay que leer para satisfacer a los adultos. Si generan resistencia a los libros, quizás se también debido a los esfuerzos para hacerlos "tragar" esos libros.
La cultura es algo que se hurta, que se roba, algo de lo que uno se apropia, algo que uno acomoda a su manera. Y la lectura es un gesto con frecuencia discreto, que pasa de un sujeto a otro, que no se ajusta bien a una programación. Y si tratamos de capturar a los lectores con redes, mucho me temo que levanten el vuelo hacia otros placeres.


MICHÈLE PETIT. Lecturas: del espacio íntimo al espacio público. México, Fondo de Cultura Económica, 2001.



Esta conferencia fue leída en la mesa redonda "Estrategias para la construcción de lectores", durante el Congreso Internacional de Editores de Buenos Aires, el 1 de mayo de 2000.


No hay comentarios: