miércoles, 7 de agosto de 2013

“Más allá de toda división política, cultural e histórica, el cuento proporciona a la humanidad en su conjunto una "lengua materna" común” - Jostein Gaarder


8 de agosto de 1952 - Oslo
Profesor de Filosofía.
Escritor del best-seller
"El mundo de Sofía"















Los filósofos de la naturaleza

... nada puede surgir de la nada...


Cuando su madre volvió del trabajo aquella tarde, Sofía estaba sentada en el balancín del jardín, meditando sobre la posible relación entre el curso de filosofía y esa Hilde Møller Knag que no recibiría ninguna felicitación de su padre en el día de su cumpleaños.
–¡Sofía! –la llamó su madre desde lejos–. ¡Ha llegado una carta para ti!
El corazón le dio un vuelco. Ella misma había recogido el correo, de modo que esa carta tenía que ser del filósofo. ¿Qué le podía decir a su madre?
Se levantó lentamente del balancín y se acercó a ella.
–No lleva sello. A lo mejor es una carta de amor.
Sofía cogió la carta.
–¿No la vas a abrir?
¿Que podía decir?
–¿Has visto alguna vez a alguien abrir sus cartas de amor delante de su madre?
Mejor que pensara que ésa era la explicación. Le daba muchísima vergüenza, porque era muy joven para recibir cartas de amor, pero le daría aún más vergüenza que se supiera que estaba recibiendo un curso completo de filosofía por correspondencia, de un filósofo totalmente desconocido y que incluso jugaba con ella al escondite.
Era uno de esos pequeños sobres blancos. En su habitación, Sofía leyó tres nuevas preguntas escritas en la nota dentro del sobre:
¿Existe una materia primaria de la que todo lo demás está hecho?

¿El agua puede convertirse en vino?
¿Cómo pueden la tierra y el agua convertirse en una rana?
A Sofía estas preguntas le parecieron bastante chifladas, pero las estuvo dando vueltas durante toda la tarde. También al día siguiente, en el instituto, volvió a meditar sobre ellas, una por una.
¿Existiría una materia primaria,, de la que estaba hecho todo lo demás? Pero si existiera una materia de la que estaba hecho todo el mundo, ¿cómo podía esta materia única convertirse de pronto en una flor o, por que no, en un elefante? La misma objeción era válida para la pregunta de si el agua podía convertirse en vino. Sofía había oído el relato de Jesús, que
convirtió el agua en vino, pero nunca lo había entendido literalmente. Y si Jesús verdaderamente hubiese hecho vino del agua se trataría más bien de un milagro y no de algo que fuera realmente posible. Sofía era consciente de que tanto el vino como casi todo el resto de la naturaleza contiene mucha agua. Pero aunque un pepino contuviera un 95% de agua, tendría que contener también alguna otra cosa para ser precisamente un pepino y no sólo
agua.

Luego estaba lo de la rana. Le llamaba la atención que su profesor de filosofía se interesara tanto por las ranas. Sofía podía estar de acuerdo en que una rana estuviese compuesta de tierra y agua, pero la tierra no podía estar compuesta entonces por una sola sustancia.
Si la tierra estuviera compuesta por muchas materias distintas, podría evidentemente pensarse que tierra y agua conjugadas pudieran convertirse en rana; siempre y cuando la tierra y el agua pasaran por el proceso del huevo de rana y del renacuajo, porque una rana no puede crecer así como así en una huerta, por mucho esmero que ponga el horticultor al regarla.
Al volver del instituto aquel día, Sofía se encontró con otro sobre para ella en el buzón. Se refugió en el Callejón, como lo había hecho los días anteriores.


El destino

... el adivino intenta interpretar algo que en realidad no está nada claro...

Sofía había estado vigilando la puerta de la verja del jardín, mientras leía sobre Demócrito. Para asegurarse, decidió, no obstante, darse una vuelta por la puerta.
Al abrir la puerta exterior descubrió un sobrecito blanco fuera en la escalera. Y en el sobre ponía “Sofía Amundsen”.
¡De modo que la había engañado! Justo ese día, cuando con tanto celo había vigilado el buzón, el filósofo misterioso se había acercado a la casa a escondidas desde otro lado y simplemente había puesto la carta sobre la escalera, antes de darse a la fuga otra
vez. ¡Demonios!
¿Cómo podía saber que Sofía iba a estar vigilando el buzón justamente ese día? ¿La habrían visto él, o ella, en la ventana? Al menos se alegraba de haber salvado el sobre antes de que su madre llegara a casa.
Sofía volvió a su cuarto y abrió allí la carta. El sobre blanco estaba un poco mojado por los bordes; además, tenía un par de profundos cortes. ¿Por qué? No había llovido en varios días.
En la notita ponía:
¿Crees en el destino?
¿Son las enfermedades un castigo divino?
¿Cuáles son las fuerzas que dirigen la marcha de la historia?
¿Que si creía en el destino? No estaba muy segura. Pero conocía a mucha gente que sí creía. Varias amigas de clase, por ejemplo, leían sus horóscopos en las revistas. Si creían en la astrología, también creerían en el destin0, ya que los astrólogos pensaban que la situación de las estrellas en el firmamento podía decir algo sobre la vida de las personas en la Tierra.
Si se creía que un gato negro que cruzaba el camino significaba mala suerte, entonces también se creería en el destino, pensaba Sofía. Cuanto mas pensaba en ello, más ejemplos le salían de la fe en el destino. ¿Por qué se decía «toca madera, por ejemplo y por qué martes trece era una día de mala suerte; Sofía había oído decir que muchos hoteles se saltaban el número trece para las habitaciones. Se debería a que, a fin de cuentas, había muchas personas supersticiosas.
–Superstición, por cierto, ¿no era una palabra extraña? Si creías en el cristianismo o en el islán se llamaba fe», pero si creías en astrología o en martes y trece, entonces se convertía en seguida en superstición.
¿Quién tenía derecho a llamar superstición, a la fe de otras personas?
Por lo menos, Sofía estaba segura de una cosa: Demócrito no había creído en el destino. Era materialista. Sólo había creído en los átomos y en el espacio vacío. Sofía intentó pensar en las otras preguntas de la notita.
¿Son las enfermedades un castigo divino?» Nadie creería eso hoy en día. Pero de repente se acordó de que mucha gente pensaba que rezar a Dios ayudaba a curarse, así que creerían que Dios tenía algo que ver en la cuestión de quién estaba sano y quién estaba enfermo.
La última pregunta le resultaba mas difícil. :Sofía jamás había pensado en qué era lo que dirigía el curso de la historia. ¿Serian las personas, no? Si fuera Dios o el destino, las personas, no podrían tener libre albedrío.
El tema del libre albedrío le hizo pensar en otra cosa. ¿Porqué iba a tolerar que ese misterioso filósofo jugara con ella al escondite? ¿Por que no podía ella escribirle una carta al filósofo? Seguro que él, o ella, dejaría un nuevo sobre grande en el buzón en el transcurso de la noche, o en algún momento de la mañana siguiente. Entonces, ella dejaría una carta para el profesor de filosofía.
Sofía se puso en marcha. Le resultaba muy difícil escribir a alguien a quien jamás había visto. Ni siquiera sabía si era un hombre o una mujer. Tampoco si era joven o viejo. Por lo que sabía, incluso podría tratarse de una persona a la que ella conocía.
En poco tiempo había redactado una pequeña carta:

Muy respetado filósofo: 
En esta casa se aprecia con sumo agrado su generoso curso de filosofía por correspondencia. Pero molesta no saber quién es usted. Le rogamos por tanto presentarse con nombre completo. A cambio será invitado a entrar a tomar una taza de café con nosotros, pero si puede ser, cuando mi madre no esté en casa. Ellas trabaja todos los días de 7, 30 a 17, 00 de lunes a viernes. Yo soy estudiante, y tendré el mismo horario, pero, excepto los jueves, siempre estoy e casa a partir de los dos y cuarto. Además, el café me sale muy bueno. Le doy las gracias por anticipado. Saludos de su atenta alumna. Sofía Amundsen, 14 años.
En la parte inferior de la hoja escribió:«Se ruega contestación».

A Sofía le pareció que la carta era demasiado formal. Pero no era fácil elegir las palabras cuando se escribía a una persona sin rostro. Metió la hoja en un sobre de color rosa y lo cerró. Por fuera escribió: «Al filósofo»
El problema era cómo sacarlo fuera sin que su madre lo viera. Al mismo tiempo, tendría que mirar el buzón temprano a la mañana siguiente, antes de que llegara el periódico. Si no llegaba ningún envío durante la noche, tendría que volver a recoger el sobre de color rosa.
¿Porqué tenía que ser todo tan complicado? 

Aquella noche, Sofía subió pronto a su habitación a pesar de que era viernes. Su madre intentó tentarla con una pizza y una película policíaca, pero dijo que estaba cansada y que quería leer en la cama. Mientras su madre estaba sentada mirando fijamente a la pantalla del televisor; Sofía bajó a hurtadillas a llevar la carta al buzón.
Al parecer, su madre estaba un poco preocupada. Desde que surgió aquello del conejo grande y el sombrero de copa, hablaba con Sofía de una manera completamente distinta a la de antes. Sofía no quería preocuparla, pero ahora tenía que subir a la habitación para vigilar el buzón.
Cuando su madre subió, sobre las once, estaba sentada delante de la ventana mirando a la calle.
–¿No estarás sentada mirando al buzón? –pregunto.
–Miro lo que me da la gana.
–Creo que estás enamorada de verdad, Sofía. Pero si llega con una nueva carta, no lo hará en medio de la noche.
–¡Qué asco! Sofía no aguantaba esa tontería del enamoramiento.
Pero habría que dejar que su madre creyera que su estado de ánimo se debía a algo así.
Su madre prosiguió: –¿Él fue el que dijo aquello del conejo y el sombrero de copa?
Sofía asintió con la cabeza.
–No es... no consume droga, verdad?
Ahora Sofía sentía verdadera lástima por su madre. No podía permitir que se preocupara tanto por una cosa así. Por otra parte, era bastante tonto pensar que las ideas divertidas tuvieran que ver con las drogas. Los mayores son un poco tontos a veces.
Se volvió y dijo:
–Mamá, te prometo, aquí y ahora que jamás probaré algo así... y él tampoco consume drogas. Pero le interesa bastante la filosofía.
–¿Es mayor que tú?
Sofía dijo que no con la cabeza.
–¿De la misma edad?
Dijo que sí.
–¿Y le interesa la filosofía?
Volvió a decir que si. –Seguro que es majísimo, cariño. Y ahora, creo que debes dormir.

Pero Sofía se quedó durante horas mirando al camino. Sobre la una, tenía tanto sueño que los ojos se le iban cerrando. Estuvo a punto de acostarse, pero de repente vislumbró sobre una sombra que salía del bosque.
La oscuridad era casi total, pero había luz suficiente para poder distinguir la silueta de una persona. Era un hombre, y a Sofía le parecía bastante mayor. ¡Por lo menos, no era de su misma edad!
En la cabeza llevaba una boina o algo parecido. Miró una vez hacia la casa, pero Sofía no tenía ninguna luz encendida. El hombre se fue derecho al buzón y dejó caer dentro un sobre grande. En el momento de soltar el sobre, descubrió la carta de Sofía. Metió la mano en el buzón y sacó la carta. Al cabo de un instante, estaba ya otra vez en el bosque. Se fue corriendo hacia el sendero y desapareció.
Sofía notaba cómo le latía el corazón. Lo que más hubiera deseado era salir corriendo tras él. Aunque pensándolo bien, no podía hacer eso, no se atrevía a ir corriendo tras una persona desconocida en plena noche. Pero tenía que salir a recoger el sobre, eso sí que no lo dudaba.
Al cabo de un rato, bajó la escalera a hurtadillas, abrió cuidadosamente la puerta de la calle con la llave y se fue hasta el buzón. Pronto estaba de vuelta en su habitación, con el gran sobre
en la mano. Se sentó sobre la cama conteniendo el aliento. Pasaron un par de minutos y no se oía ningún ruido en toda la casa. Entonces abrió la carta y comenzó a leer. Era evidente que no recibiría ninguna contestación a su carta hasta el día siguiente.


De:  www.LeerLibrosOnline









Precioso material para deleite del lector.
Recomendable también para trabajar
en otras asignaturas
porque... la Filosofía
está presente en todas.

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