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26 de julio de 1885 |
La verdadera vida, fíjese bien, está junto a usted, en las flores de su césped, en el pequeño lagarto que se calienta al sol en su balcón, en los niños que miran a su madre con ternura, en los amantes que se estrechan el uno contra el otro, en todas esas casitas en que las familias tratan de alimentarse, de amar, de jugar. Nada es tan importante como esos humildes destinos, cuya suma constituye la humanidad. Sólo los hombres son tan fáciles de engañar. Por algunas palabras no definidas se matan entre sí, se creen perseguidos, se odian. En la medida en que le sea posible, llámelos a la verdadera vida, a los placeres y a los afectos sencillos.
Y elija para usted
mismo vivir, en vez de representar, en una tragicomedia un papel en el que no
cree. La vida es demasiado corta para ser pequeña.
Cuando le pregunté: ¿Qué piensa hacer de su
vida?, me respondió usted: Escribir, tal vez. Es necesario borrar el tal vez, o
renunciar. Escribir es una vocación imperiosa o no es vocación en absoluto.
Víctor Hugo, de niño, quería ser Chateaubriand o nada. Un escritor nato escribe
porque tiene algo que decir y sólo puede decirlo escribiendo. Si la blancura de
la página le atrae; si está dispuesto a sacrificarlo todo para arrojar al mundo
los pensamientos que bullen en su interior, en busca de expresión; si sabe
usted que continuará escribiendo a pesar de los fracasos, a pesar de las
críticas hostiles; si, como Proust, ha experimentado un sentimiento de
liberación y de triunfo cuando, mediante una frase perfecta, describió con
exactitud un personaje, un objeto o un sentimiento, entonces ¡adelante! Pero
sepa usted que con ello abraza una religión y que tendrá que trabajar de por
vida, más que en ningún otro oficio. Cuando vemos un libro acabado, pulido,
ajustado, nos sentimos tentados de considerarlo como un fenómeno natural. Allí
están Madame Bovary, Adolfo y El padre Goriot, como una encina o como un
manzano. En verdad su nacimiento exigió cuidados y trabajos increíbles. Hágase
mostrar los sucesivos manuscritos de una gran obra. ¡Cuántos arrepentimientos!
¡Cuántos agregados! ¡Cuántas correcciones que surgen como cohetes en los
márgenes! ¡Cuántos recortes pegados alrededor de las pruebas y que forman un
extraño encaje! Indudablemente, hay momentos de éxtasis en los que en una noche
se escribe treinta páginas al hilo. Pero este primer chorro, por ardiente que
sea, requerirá que se lo remodele, que se lo corrija. Y, junto a horas de
dichosa creación, ¡cuántos días difíciles en los que el escritor vacila entre
una obra y otra, acerca de la elección de un tema, cuántos comienzos arrojados
al vacío, cuántas circunstancias en las cuales el que creía haber engendrado
una obra de arte se da cuenta de que lo que abrigaba con ternura en su corazón
no valía un comino!
Vosotros que entráis aquí, abandonad, no
toda esperanza, sino toda pereza y toda vanidad.
Fragmentos extraídos de: La
conducción de la vida del escritor francés André Maurois.
De: El Contemporáneo.com
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Como Capitán del Ejército francés durante la Segunda Guerra Mundial, se declaró en rebeldía ante el gobierno pro-nazi de Vichy, por lo cual debió refugiarse en EE.UU. |
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