Cada vez más cercana se oye la
bocina de la locomotora. La estación está llena de gente, triste y contenta, con sus “holas” y
“adioses”.
Yulia Vasilievna está de pie, con un pequeño bolso en su mano izquierda
y una valija no muy grande en la
derecha. Su naricita larga ya no es tan bonita y tiene más bien aire de señora
seria que de pobre muchacha. Koria y Valia ya han crecido y no necesitan cuidados sino un buen partido.
El tren llega, se detiene, y el silbato del inspector anuncia que hay
que subirse, es hora de partir.
Yulia Vasilievna se sienta junto a la ventana viendo cómo lentamente el
paisaje tan conocido se va quedando atrás y que ninguno de los pañuelos que se
agitan la ha despedido.
Con ella se sienta una señora bastante mayor y muy refinada, que movió
la mano para saludar a alguien, con tanto entusiasmo que su delicado sombrero voló hacia la falda de Yulia.
-Sírvase, Señora- le dice mientras se lo alcanza con prontitud.
-Gracias, joven- responde la señora y agrega:-¿A dónde se dirige?
-A mi pueblo natal, K.
-¡Qué casualidad, yo voy para allá también! Así que tendremos un trecho
largo para conversar.
A Yulia no le entusiasma mucho la idea, pero ya que está ahí, le
contesta:
-Encantada de charlar con una señora tan elegante.
La dama se acomoda en el asiento y con aire de superioridad le pregunta:
-¿Sería capaz de dejarme del lado de la ventana? Es que me falta el aire
cuando viajo con tanta gente.
Yulia se pone de pie, le da paso y cuando ésta se acomoda, ocupa su lugar.
-¿Cómo se llama?
-Yulia Vasilievna.
-¿Y a qué se dedica?
-Soy institutriz, es decir, era la institutriz de las niñas del alcalde
de W, pero se han vuelto jóvenes casaderas y ya no me necesitan.
-Entonces, ahora mismo no está ubicada con ninguna familia.
-No, pero tengo unos ahorros…
-No se hable más, desde que la vi me pareció la persona adecuada.
-Ya no soy una joven y un descanso…
-Va a ver, mis nietos le van a encantar: son tres varones de cuatro,
cinco y ocho años. Ahora mismo estoy yendo para la casa de mi hija porque está
a punto de dar a luz, y la preceptora que tenía -una muchacha irrespetuosa,
irresponsable y exigente- le pedía más dinero, porque cuando empezó a trabajar
se trataba de dos chicos y ahora van a ser cuatro. ¡Dónde se ha visto!
-Es que... es mucho trabajo…
-¡Es que las institutrices de ahora no son como las de antes!
Yulia se mueve en el asiento, acomoda su falda y se abanica con cierta
nerviosidad.
Cuando han pasado unas cuantas horas, llega el tren a K y empieza a
detenerse. Yulia se pone de pie, le permite pasar primero a su acompañante y
luego, con sus pocas pertenencias, camina detrás de ella rumbo a la puerta.
Afuera hay sol, y pocas personas están esperando a la distinguida
señora: el yerno y dos de los nietos…
Pilar Ríos
Integra el Taller de Pasiones Literarias del CFH Perras Negras y
actualmente participa por Internet.
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