viernes, 21 de junio de 2013

“Aquí, en las trincheras, lo hemos perdido todo”- Erich María Remarque


22 de junio de 1898
                                                                                                    
La novela plasma la experiencia que el escritor
transitó como soldado de la Primera Guerra.

                                                                                         
CAPÍTULO SEGUNDO


Me resulta extraño pensar que en mi casa, en un cajón de la mesa-escritorio, yacen un montón de poemas y el comienzo de un drama: «Saúl». He dedicado muchas veladas a estas cosas y casi todos — ¿no es cierto?— hemos hecho algo parecido; pero ahora todo esto me parece tan irreal que ya ni me es posible imaginarlo.
Desde que estamos aquí, nuestra vida anterior ha quedado rota sin que nosotros hayamos tomado parte en ello. A veces intentamos recuperarla lanzando una ojeada a nuestras espaldas, al pasado; intentamos encontrar una explicación a este hecho, pero no 
lo conseguimos. Precisamente para nosotros, muchachos de veinte años, todo resulta particularmente turbio. Para Kropp, Müller, Leer, para mí, para todos nosotros, a quienes Kantorek señala como «la juventud de hierro». Los que son mayores están ligados con más
fuerza al pasado; tienen una base, mujer, hijos, profesión, intereses, ataduras tan fuertes ya, que la guerra no puede destruir. Pero nosotros, los de veinte años, sólo tenemos a nuestros padres, y, algunos, a la novia. No es gran cosa, pues a nuestra edad es cuando la autoridad de los padres es más débil y las muchachas no nos dominan todavía. Exceptuando esto, no existía mucho más para nosotros; un poco de fantasía, algunas aficiones y la escuela; nuestra
vida no llegaba más allá. De todo esto no ha quedado nada.
Kantorek diría que nos encontramos justamente en el «umbral de la existencia». Debe ser así, poco más o menos. No habíamos echado raíces y la guerra nos ha arrancado; se nos ha llevado, como un río, en medio de su corriente. Para los que son mayores, la guerra es una interrupción, pueden seguir pensando más allá de este hecho.
Pero a nosotros nos ha cogido de lleno y no sabemos cómo terminará. Lo único que conocemos ahora es que nos ha embrutecido de una manera extraña y melancólica, a pesar de que, a menudo, no podamos ni siquiera sentirnos tristes.

(...)

CAPÍTULO SEXTO

... La tierra parda, esta tierra parda, rasgada y reventada, que luce grasienta bajo los rayos del sol, sirve de fondo a un terrible juego de autómatas; nuestro jadeo se asemeja al ruido de un muelle mal engrasado; nuestros labios están secos y nuestra cabeza más pesada que después de una noche de borrachera... Es así como avanzamos, vacilantes, y en nuestras almas resecas y acribilladas penetra con un dolor lacerante la imagen de esta tierra parda
iluminada por este sol grasiento, con estos soldados, todavía palpitantes unos, muertos ya los otros, tendidos todos sobre el suelo, como si éste fuera su fatal destino, que nos agarran las piernas y gritan cuando nosotros les pasamos por encima.
Hemos perdido todo sentimiento de solidaridad, apenas nos reconocemos cuando la imagen de un compañero cae bajo la mirada de nuestros ojos alucinados. Somos cadáveres insensibles que por un truco, por una peligrosa brujería, podemos todavía correr y matar. Un joven francés se queda atrás; le alcanzamos y levanta las manos. En una de ellas lleva todavía el revólver, no se sabe si quiere disparar o rendirse. Un golpe de pala le rompe la cara. Otro que lo ve intenta huir corriendo, pero una bayoneta se clava, con un silbido, en su espalda. Da un salto y con los brazos extendidos y la boca muy abierta, gritando, vacila con la bayoneta oscilando entre los hombros. Otro tira el fusil, se agacha y se cubre los ojos con las manos. Lo dejamos atrás, con los otros prisioneros, para transportar heridos.

(...)

CAPÍTULO DOCE

Otoño. Ya no quedan muchos veteranos. Soy el último de los siete de nuestra clase. Todos hablan de paz y armisticio. Si vuelven a desengañarlos se producirá una catástrofe. La ilusión es excesivamente fuerte; no la abandonarán sin estallar. Si no llega la paz llegará la revolución.
Tengo catorce días de reposo porque he respirado un poco de gas. Paso todo el tiempo sentado en un jardín, tomando el sol. El armisticio llegará pronto, estoy convencido de ello. Entonces podremos regresar a casa.
Aquí se encallan mis pensamientos, no puedo ir más allá. Lo que con más fuerza me mueve son los sentimientos. El ansia de vivir, la nostalgia, la sangre, la embriaguez de considerarme salvado. Pero esto no son fines.
Si hubiéramos regresado a casa en 1916, el dolor y la fuerza que habíamos vivido hubieran desatado una tormenta. Si volvemos ahora, estamos débiles, deshechos, calcinados, sin raíces y sin esperanza. Ya no podremos orientarnos ni encontrarnos a nosotros mismos.
Tampoco nos comprenderá nadie; tenemos delante una generación que, ciertamente, ha vivido estos años con nosotros, pero ya tenía hogar y profesión y regresará ahora a sus antiguas posiciones, en las que olvidará la guerra; detrás de nosotros sube otra, parecida a la que formábamos, que nos resultará extraña y nos arrinconará. Estamos de más incluso para nosotros mismos.
Envejeceremos; algunos se adaptarán, otros se resignarán y la mayoría quedaremos absolutamente desamparados. Se escurrirán los años y, por fin, sucumbiremos.
Sin embargo, es posible que esto me lo haga pensar tan sólo la melancolía y el trastorno, y que ambos desaparezcan cuando me encuentre de nuevo bajo los álamos, escuchando el dulce cantar del follaje. No puedo creer que se haya evaporado completamente aquella ternura que llenaba de inquietud nuestra sangre, aquella incertidumbre, aquel encantamiento, aquella ansia de futuro, los mil rostros del porvenir, la melodía de los sueños y de los libros, el deseo
y el presentimiento de la mujer... No es posible que todo se haya hundido definitivamente en los bombardeos, en la desesperación, en los burdeles para soldados.
Los árboles tienen aquí un dorado estallido multicolor; los frutos de las serbas rojean entre el follaje. Carreteras blancas se pierden en el horizonte y las cantinas zumban con rumores de paz, como panales de abejas.
Me levanto.
Estoy muy sosegado. Ya pueden llegar los meses y los años. No podrán quitarme nada más. No me quitarán nada más. Estoy tan solo y tan desesperado que puedo recibirlos sin temor. La vida que me ha conducido a través de estos años, late todavía en mis manos, en mis
ojos. Ignoro si la he superado. Pero mientras ella siga ahí dentro intentará abrirse camino, lo quiera o no lo quiera mi «Yo».
Cayó en octubre de 1918, un día tan tranquilo, tan quieto en todos los sectores, que el comunicado oficial se limitó a la frase: «Sin novedad en el frente».
Había caído boca abajo y quedó, como dormido, sobre la tierra. Al darle la vuelta pudieron darse cuenta de que no había sufrido mucho. Su rostro tenía una expresión tan serena que parecía estar contento de haber terminado así.


Erich, en el medio.

Una de las obras destruidas
por el fuego irracional
desprendido del poder nazi.

El Bibliocausto nazi
Fernando Báez
Universidad de Los Andes (Venezuela)

Cada libro quemado ilumina el mundo
R.W.Emerson

I

Todos han oído hablar del Holocausto Judío, nombre dado a la aniquilación sistemática de millones de judíos a manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Pero es oportuno señalar que este genocidio tuvo su equivalente. También hubo un Bibliocausto, donde millares de libros fueron destruidos por el mismo régimen. Entender cómo se gestó puede permitirnos comprender que Heinrich Heine tenía razón cuando escribió proféticamente: [...] donde los libros son quemados, al final también son quemados los hombres [...] La destrucción de libros de 1933 fue, a mi juicio, apenas un prólogo a la matanza que vendría después. Las hogueras de libros fueron las que inspiraron los hornos crematorios. Y esto merece una reflexión detenida, porque se trata de un acontecimiento que ha marcado para siempre la vida de millones de hombres y que va seguir siendo uno de los hitos más siniestros de la historia.

El comienzo de esta barbarie tiene fecha: el 30 de enero de 1933, cuando el presidente de la llamada República de Weimar, en Alemania, Paul Ludwig Hans Anton Von Beneckendorff Und Von Hindenburg (1847-1934), designó a Adolfo Hitler como canciller. Trataba de reconocer la inestable mayoría de este iracundo político; viejo y cortés, Hindenburg ignoró lo que sobrevino casi de inmediato: un período político y militar que sería conocido posteriormente como El Tercer Reich (´reich´ es ´imperio´). Hitler, que había sido cabo en el ejército, que había querido ser un pintor de fama mundial y fracasó, que había intentado dar un golpe de Estado en 1923, utilizó una estrategia de intimidación contra los judíos, los sindicatos y el resto de los partidos políticos. No era, como puede pensarse ligeramente, un loco, sino la voz más visible de una idiosincracia germana totalitaria.

El 4 de febrero, la Ley para la Protección del Pueblo Alemán restringió la libertad de prensa y definió los nuevos esquemas de confiscación de cualquier material que fuera considerado peligroso. Al día siguiente, las sedes de los partidos comunistas fueron atacadas salvajemente y sus bibliotecas destruidas. El 27, el Parlamento Alemán, el famoso Reichstag, fue incendiado, junto con todos sus archivos. El 28, la reforma de la Ley para la Protección del Pueblo Alemán y el Estado, legitimó medidas excepcionales en todo el país. La libertad de reunión, la libertad de prensa y la de opinión, quedaron restringidas. En unas elecciones controladas, el Partido de Hitler, conocido como Partido Nazi, obtuvo la mayoría del nuevo Parlamento y se decretó oficialmente el nacimiento del Tercer Reich.

Alemania, obviamente, estaba transformando sus instituciones después de la terrible derrota sufrida durante la I Guerra Mundial. Hitler, que no era alemán, fue considerado como el un estadista idóneo para rescatar la autoestima colectiva, y sus purgas contra la oposición lo convirtieron en un líder temido. Su eficacia, no obstante, estaba sustentada en varios hombres. Uno de ellos era Hermann Göring; el otro era Joseph Goebbels. Ambos eran fanáticos, pero el segundo fue quien convenció a Hitler de la necesidad de extremar las medidas que ya venían ejecutando, y logró ser designado al frente de un nuevo órgano del Estado que vendría a ser conocido como Reichsministerium für Volksaufklärung und Propaganda (Ministerio del Reich para la Ilustración de Pueblo y para la Propaganda).

Goebbels sabía lo que hacía, y Hitler le dio carta blanca. Tenía una fe absoluta en su amigo, y tenía muy buenas razones para creer ciegamente en sus aciertos. Goebbels, quien no había ingresado al Ejército por ser patituerto, se había doctorado como Filólogo, en 1922, en la Universidad de Heidelberg, donde fue profesor Friedrich Hegel en el siglo XIX. Era un lector apasionado de los clásicos griegos y, en cuanto a pensamiento político, prefería el estudio de los textos marxistas y de todo lo escrito que existiera contra la burguesía. Admiraba a Friedrich Nietzsche, recitaba poemas de memoria, y, por lo que se sabe, escribía textos dramáticos y ensayos. Cuando se unió a Hitler, reconoció su verdadera vocación, como lo dijo muchas veces, y ya con el cargo de Ministro, en 1933, reunió un equipo de trabajo para redactar la Ley Relativa al Gobierno del Estado, que fue sancionada el 7 de abril de ese año. Indudablemente, ahora tenía un control absoluto sobre la educación y fomentó un cambio total en las escuelas y universidades. El 8 de abril, fue enviado un memorandun a las Organizaciones Estudiantiles Nazis, donde se proponía la destrucción de todos aquellos libros peligrosos que estuvieran en las bibliotecas de Alemania. De cualquier forma, ya el mes anterior, exactamente el día 26 de marzo, fueron quemados libros en Schillerplatz, en un lugar desconocido y tranquilo llamado Kaiserslautern. El primero de abril, Wuppertal sufrió saqueos y quemas de libros en Brausenwerth y en Rathausvorplatz.

Algo terrible se gestó entonces. Una especie de fervor inusitado que estaba limitado por la presión internacional europea, despertó entre los estudiantes e intelectuales alemanes. Un odio manejado por osadas ráfagas de propaganda se extendió en las aulas, y el resultado no se hizo esperar. El 11 de abril, en Düsseldorf, fueron destruidos libros de contenido comunista y judío. Algunos de los más importantes filósofos alemanes, sin ser obligados a ello, como Martin Heidegger1, adhirieron las ideas de Goebbels. En abril, Heidegger fue designado Rector de la Universidad de Friburgo y el 1 de mayo, se hizo miembro del NSDAP.2

II

El 2 de mayo, en Leipzig en Gewerkschaftshaus, se destruyeron textos, pero fue realmente el 5 de mayo de 1933 cuando empezó todo. Los estudiantes de la Universidad de Colonia fueron a la biblioteca, y en medio de lágrimas y risas, recogieron todos los libros de autores judíos o de procedencia judía. Horas más tarde, los quemaron. Estaba bastante claro que esa era la vía elegida para mandar un mensaje al mundo entero. Y los actos que siguieron así lo probaron.

Los estudiantes estaban frenéticos. El día 6, del mismo mes, la juventud del Partido Nazi y miembros de otras organizaciones, sacaron media tonelada de libros y folletos del Instituto de Investigación Sexual de Berlín. Goebbels, indetenible, preparaba reuniones todas las noches porque se había decidido iniciar un gran acto de desagravio a la cultura alemana. Como fecha tentativa, se propuso el 10 de mayo. El 8 de mayo hubo algunos desórdenes en Friburgo, y destrucciones de libros.

El 10 de mayo fue un día agitado desde muy temprano. La Asociación de Estudiantes Alemanes se agolpó en la biblioteca de la Universidad Wilhelm Von Humboldt y comenzaron a recoger todos los libros prohibidos por el régimen. Había una euforia inesperada. Finalmente, los libros, junto con los que se habían obtenido en otros centros, como el Instituto de Investigaciones Sexuales o en las bibliotecas de judíos capturados, fueron transportados a Opernplatz. En total, el número de libros sobrepasaba los 25.000. Muy pronto se concentró una multitud alrededor de los estudiantes. Éstos comenzaron a cantar un himno que causó gran impresión entre los espectadores. La primera consigna fue fulminante:

Contra la clase materialista y utilitaria. Por una comunidad de Pueblo y una forma ideal de vida. Marx, Kautsky.3

La hoguera ya estaba encendida. Tal vez nadie podía creer lo que pasaba, pero no dejó de sorprender a cualquier observador que una de las capitales más cultas del mundo, donde se encontraban algunas de las más importantes universidades europeas, era el centro de una de las quemas de libros más impresionante de la época. Joseph Goebbels, quien dirigía todas las acciones, levantó la voz y después de saludar a todos con un estruendoso Heil, explicó los motivos de la quema:

La época extremista del intelectualismo judío ha llegado a su fin y la revolución de Alemania ha abierto las puertas nuevamente para un modo de vida que permita llegar a la verdadera esencia del ser alemán. Esta revolución no comienza desde arriba, sino desde abajo, y va en ascenso. Y es, por esa razón, en el mejor sentido de la palabra, la expresión genuina de la voluntad del Pueblo [...]

Durante los pasados catorce años Uds., estudiantes, sufrieron en silencio vergonzoso la humillación de la República de Noviembre, y sus bibliotecas fueron inundadas con la basura y la corrupción del asfalto literario de los judíos. Mientras las ciencias de la cultura estaban aisladas de la vida real, la juventud alemana ha reestablecido ahora nuevas condiciones en nuestro sistema legal y ha devuelto la normalidad a nuestra vida [...]

Las revoluciones que son genuinas no se paran en nada. Ninguna área debe permanecer intocable [...]

Por tanto, Uds. están haciendo lo correcto cuando Uds., a esta hora de medianoche, entregan a las llamas el espíritu diabólico del pasado[...]

El anterior pasado perece en las llamas; los nuevos tiempos renacen de esas llamas que se queman en nuestros corazones [...]4

Los cantos prosiguieron y al final de cada estrofa se arrojaban algunos libros cuyos autores se mencionaban:

Contra la decadencia misma y la decadencia moral. Por la disciplina, por la decencia en la familia y en la propiedad.

Heinrich Mann, Ernst Glaeser, E. Kaestner

Contra el pensamiento sin principios y la política desleal. Por la dedicación al Pueblo y al Estado.

F.W. Foerster.

Contra el desmenuzamiento del alma y el exceso de énfasis en los instintos sexuales. Por la nobleza del alma humana.

Escuela de Freud.

Contra la distorsión de nuestra historia y la disminución de las grandes figuras históricas. Por el respeto a nuestro pasado.

Emil Ludwig, Werner Hegemann.

Contra los periodistas judíos demócratas, enemigos del Pueblo. Por una cooperación responsable para reconstruir la nación.

Theodor Wolff, Georg Bernhard.

Contra la deslealtad literaria perpetrada contra los soldados de la Guerra Mundial. Por la educación de la nación en el espíritu del poder militar.

E.M. Remarque

Contra la arrogancia que arruina el idioma alemán. Por la conservación de la más preciosa pertenencia del Pueblo.

Alfred Kerr

Contra la impudicia y la presunción. Por el respeto y la reverencia debida a la eterna mentalidad alemana.

Tucholsky, Ossietzky5

La operación, cuyas características se habían mantenido hasta ese instante en secreto, se reveló pronto en su verdadera dimensión porque el mismo 10 de mayo, hubo una quema de libros en numerosas ciudades alemanas. La lista de quemas incluyó varias ciudades y fue casi simultánea para causar pánico: Bonn, Braunschweig, Bremen, Breslau, Dortmund, Dresden, Frankfurt/Main, Göttingen, Greifswald, Hannover, Hannoversch-Münden, Kiel, Königsberg, Marburg, München, Münster, Nürenberg, Rostock y Worms. Finalmente hay que mencionar Würzburg, en cuya Residenzplatz se incineraron cientos de escritos.

Y, como si se tratara de una avalancha, Goebbels insistió en continuar con estas quemas de libros prohibidos. No hubo un rincón en el que los estudiantes y los miembros de las juventudes hitlerianas no destruyeran obras. El 12 de mayo, fueron eliminados libros en Erlangen Schloßplatz, en la Universitätsplatz de Halle-Wittenberg. Al parecer, el 15 de mayo, algunos miembros apilaron textos en Kaiser-Friedrich-Ufer, en Hamburgo, y a las once de la noche, después de un discurso ante una escasa multitud, los quemaron. La apatía preocupó a los integrantes de los incipientes servicios de inteligencia del partido y se decidió repetir el acto. El 17, la Universitätsplatz, de Heidelberg se conmovió cuando hasta los niños participaron en las quemas de libros. El 17 de junio, la Jubiläumsplatz, en Heidelberg, volvió a ser utilizada para las quemas. Hubo otras destrucciones adicionales el 17 de mayo: en la Universidad de Colonia, en la ciudad de Karlsruhe.

El 19 de mayo, Hitler estaba totalmente emocionado. Y Goebbels, seguro de los efectos de este éxito, pidió a los jóvenes que no se detuvieran. El mismo 19, el horror se mantuvo en el Museo Fridericanum, en Kassel, y en la Meßplatz, de Mannheim. El 21 de junio, tres regiones quemaron libros. Por una parte, estaba Darmstadt, en cuya Mercksplatz se llevaron a cabo los hechos; por otra, estaba Essen y la mítica ciudad de Weimar. Varios años más tarde, específicamente el 30 de abril de 1938, la Residenzplatz, de la famosa Salzburgo, fue utilizada por estudiantes y militares para una destrucción masiva de ejemplares condenados.

El impacto que produjeron las quemas de mayo 1933 fue enorme. Sigmund Freud, cuyos libros fueron seleccionados para ser destruidos, dijo irónicamente a un periodista que, a pesar de lo que pudiera comentarse, semejante hoguera era un avance en la historia humana:

En la Edad Media ellos me habrían quemado. Ahora se contentan con quemar mis libros[...]

Lo que olvidó Freud en su broma es que hubiera sido quemado si hubiera permanecido en Alemania.

Varios grupos intelectuales marcharon en Nueva York contra estas medidas6. La revista Newsweek no vaciló en hablar de un “holocausto de libros”7 y la revista Time utilizó por primera vez el término de “bibliocausto”8. Los japoneses, impresionados, condenaron los ataques contra los libros. El repudio, en suma, fue total.

No obstante, según W. Jütte9, el rechazo no evitó que los libros de más de 5.500 autores fueran aniquilados. Los principales textos de los más destacados representantes de inicios del siglo XX alemán recibieron vetos continuos y ardieron sin piedad.

Entre otros muchos, los autores que fueron censurados, vetados o eliminados, conforman una larga lista que puede muy bien reducirse como sigue. No es completa, pero intenta una aproximación bastante exhaustiva:

   Nathan Asch Schalom Asch (1880 - 1957)
  Henri Barbusse (1873 - 1935) 
  Richard Beer-Hofmann (1866 - 1945)
  Georg Bernhard      
  Günther Birkenfeld
  Bertolt Brecht (1898 - 1956)       
  Hermann Broch (1886-1951)
  Max Brod (1884 - 1968)     
  Martin Buber (1878-1965)
  Robert Carr            
  Hermann Cohen (1842-1918)
  Otto Dix (1891-1969)        
  Alfred Döblin (1878 - 1957)
  Kasimir Edschmid (1890 - 1966)   
  Ilja Ehrenburg (1891 - 1967)
  Albert Ehrenstein (1886 - 1950)   
  Albert Einstein (1879-1955)
  Lion Feuchtwanger (1884 - 1958)          
  Georg Fink
  Friedrich W. Foerster (1869-1966) 
  Bruno Frank (1887-1945)
  Sigmund Freud (1856 - 1939)       
  Rudolf Geist
  Fjodor Gladkow     
  Ernst Glaeser (1902 - 1963)
  Iwan Goll (1891 - 1950)     
  Oskar Maria Graf (1894-1967)
  George Grosz (1893-1959)          
  Karl Grünberg
  Jaroslav Hasek (1883 - 1923)  
  Walter Hasenclever (1890 - 1940)
  Werner Hegemann           
  Heinrich Heine (1797-1856)
  Ernst Hemingway (1899-1961)     
  Georg Hermann (1871-1943)
  Arthur Holitscher (1869 - 1941)  
  Albert Hotopp        
  Heinrich Eduard Jacob
  Franz Kafka (1883-1924)    
  Georg Kaiser (1878-1945)
  Josef Kallinikow     Gina Kaus (1894-?)
  Rudolf Kayser (1889-1964)          
  Alfred Kerr (1867 - 1948)
  Egon Erwin Kisch (1885 - 1948)   
  Kurt Kläber
  Alexandra Kollantay              
  Karl Kraus (1874-1936)
  Michael A. Kusmin (1875 - 1936) 
  Peter Lampel (1894 - 1965)
  Else Lasker-Schuler (1869-1945)   
  Vladimir Ilich Lenin (1870-1924)
  Wladimir Lidin       
  Sinclair Lewis (1885-1951)
  Mechtilde Lichnowsky (1879-1958)        
  Heinz Liepmann
  Jack London (1876 - 1916)          
  Emil Ludwig
  Heinrich Mann (1871 - 1950)        
  Klaus Mann (1906 - 1949)
  Thomas Mann (1875-1955)           
  Karl Marx (1818 - 1883)
  Erich Mendelsohn (1887-1953)     
  Robert Musil (1880-1942)
  Robert Neumann (1897 - 1975)    
  Alfred Neumann (1895-1952)
  Iwan Olbracht (1882 - 1952)    
  Carl von Ossietzky (1889 - 1938)
  Ernst Ottwald         
  Leo Perutz (1882-1957)
  Kurt Pinthus (1886 - 1975)           
  Alfred Polgar (1873-1955)
  Plivier (1892 - 1955)         
  Marcel Proust (1871-1922)
  Hans Reimann (1889-1969)     
  Erich Maria Remarque (1898 - 1970)
  Ludwig Renn (1889 - 1979)        
  Joachim Ringelnatz (1883-1934)
  Iwan A. Rodionow   
  Joseph Roth (1894-1939)
  Ludwig Rubiner (1881 - 1920)      
  Rahel Sanzara
  Alfred Schirokauer  Schlump
  Arthur Schnitzler (1862 - 1931)    
  Karl Schroeder
  Anna Seghers (1900 - 1983)         
  Upton Sinclair (1878 - 1968)
  Hans Sochaczewer           
  Michael Sostschenko
  Fjodor Ssologub      
  Adrienne Thomas
  Ernst Toller (1893 - 1939)         
  Bernard Traven (1890-?)
  Kurt Tucholsky (1890 - 1935)       
  Werner Türk
  Fritz von Unruh (1885-1970)        
  Karel Vanek
  Jakob Wassermann (1873 - 1934)     
  Arnim T. Wegner (1886 - 1978)
  H. G. Wells (1866-1946)    
  Franz Werfel (1890 - 1945)
  Ernst Emil Wiechert (1887-1950)    
  Theodor Wolff (1868 - 1943)
  Karl Wolfskehl (1869-1948)         
  Émile Zola (1840-1902)
  Stefan Zweig (1881 - 1942)         
  Arnold Zweig (1887 - 1968)

Fuentes: Encyclopaedia Britannica; Enciclopedia Espasa-Calpe; Dr. Birgitt Ebbert.

Hitler no olvidó nunca a Goebbels y le perdonó todo, hasta sus reiterados deslices con prostitutas. El día de su suicidio, en 1945, lo nombró Canciller del Reich. Y Goebbels, aceptó este honor, pero por unas horas. Casi como si se tratara de una simetría perversa, el 1 de mayo, el mes de la gran quema de libros, acabó con todos sus hijos, mató a su esposa, y luego, no sin esbozar una sonrisa de triunfo y alzar la mano celebrando al Führer, se dio muerte.10



Notas:

[1] Muchos años después, Heidegger admitió sus errores, pero advirtió que no participó en las quemas de libros. Es importante revisar, para conocer su puntos de vista, el libro Entrevista del Spiegel a Martin Heidegger (Tecnos, Madrid, 1996):

SPIEGEL: Vd. sabe que, en este contexto, se han elevado contra Vd. algunos reproches que afectan a su colaboración con el NSDAP y sus asociaciones y que en la opinión pública aparecen aún como no desmentidos. Así, se le ha reprochado que Vd. habría participado en la quema de libros organizada por los estudiantes o por las Juventudes Hitlerianas.

HEIDEGGER: Yo prohibí la planeada quema de libros que debía haber tenido lugar ante el edificio de la Universidad.

SPIEGEL: Además se le ha reprochado que Vd. permitiera que se retiraran de la Biblioteca de la Universidad y del Seminario de Filosofía los libros de autores judíos.

HEIDEGGER: Como director del Seminario sólo podía disponer de su biblioteca. No accedí a las reiteradas exigencias de retirar los libros de autores judíos. Antiguos participantes en mis Seminarios podrían hoy atestiguar que no sólo no fue retirado ningún libro de autores judíos, sino que estos autores, sobre todo Husserl, fueron citados y comentados como antes de 1933.

[2] Rüdiger Safranski. Martin Heidegger. Un maestro de Alemania, Tusquets, 2000, p. 285.

[3] Gegen Klassenkampf und Materialismus Für Volksgemeinschaft und idealistische Lebenshaltung. Marx, Kautsky.

[4] El texto aparece en Völkischer Beobachter, May 12, 1933
«Das Zeitalter eines überspitzten jüdischen Intellektualismus ist zu Ende gegangen, und die deutsche Revolution hat dem deutschen Wesen wieder die Gasse freigemacht. Diese Revolution kam nicht von oben, sie ist von unten hervorgebrochen. Sie ist deshalb im besten Sinne des Wortes der Vollzug des Volkswillens[…]

«In den letzten vierzehn Jahren, in denen ihr, Kommilitonen, in schweigender Schmach die Demütigungen der Novemberrepublik über euch ergehen lassen mußtet, füllten sich die Bibliotheken mit Schund und Schmutz jüdischer Asphaltliteraten.

«Während die Wissenschaft sich allmählich vom Leben isolierte, hat das junge Deutschland längst schon einen neuen fertigen Rechts- und Normalzustand wieder hergestellt[…]

«Revolutionen, die echt sind, machen nirgends Halt. Es darf kein Gebiet unberührt bleiben [...]

«Deshalb tut ihr gut daran, in dieser mitternächtlichen Stunde den Ungeist der Vergangenheit den Flammen anzuvertrauen [...]

«Das Alte liegt in den Flammen, das Neue wird aus der Flamme unseres eigenen Herzens wieder emporsteigen [...]

[5] Dietrich Aigner. Die Indizierung "Schädlichen und Unerwünschten Schrifttums" im Dritten Reich. Frankfurt am Main: Buchhändler-Vereinigung, 1971, p. 1018:

Gegen Dekadenz und moralischen Verfall Für Zucht und Sitte in Familie und Staat, H. Mann, Ernst Glaeser, E. Kästner

Gegen Gesinnungslumperei und politischen Verrat Für Hingabe an Volk und Staat, F.W. Foerster

Gegen seelenzerfasernde Überschätzung des Trieblebens Für den Adel der menschlichen Seele, Freud'sche Schule, Zeitschrift Imago

Gegen Verfälschung unserer Geschichte und Herabwürdigung ihrer großen Gestalten Für Ehrfurcht vor unserer Vergangenheit, Emil Ludwig, Werner Hegemann

Gegen volksfremden Journalismus demokratisch-jüdischer Prägung Für verantwortungsbewußte Mitarbeit am Werk des nationalen Aufbaus, Theodor Wolff, Georg Bernhard

Gegen literarischen Verrat am Soldatentum des Weltkrieges Für Erziehung des Volkes im Geist der Wehrhaftigkeit, E.M. Remarque

Gegen dünkelhafte Verhunzung der deutschen Sprache Für Pflege des kostbarsten Gutes unseres Volkes, Alfred Kerr

Gegen Frechheit und Anmaßung Für Achtung und Ehrfurcht vor dem unsterblichen deutschen Volksgeist, Tucholsky, Ossietzky

[6] Guy Stern, Nazi book burning and the american response, 1990.

[7] Newsweek, 20, may, 1933, pg. 16, col. 1.

[8] Time, 22, may, 1933, pg. 21.

[9] Volksbibliotheke im Naztionalsozialismus, Buch und Bibliothek 39, pgs. 345-348, 1987.

[10] Vale la pena leer Viktor Reimann, Dr. Joseph Goebbels (1971).


Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
http://www.ucm.es/info/especulo/numero22/biblioca.html


























No hubo que esperar mucho para que esta imagen se multiplicara en el mundo y los latinoamericanos lo sabemos
desde la viva carne.











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