22 de junio de 1898 |
La novela plasma la experiencia que el escritor transitó como soldado de la Primera Guerra. |
CAPÍTULO SEGUNDO
Me
resulta extraño pensar que en mi casa, en un cajón de la mesa-escritorio,
yacen un montón de poemas y el comienzo de un drama:
«Saúl». He dedicado muchas veladas a estas cosas y casi todos
— ¿no es cierto?— hemos hecho algo parecido; pero ahora todo esto
me parece tan irreal que ya ni me es posible imaginarlo.
Desde
que estamos aquí, nuestra vida anterior ha quedado rota sin
que nosotros hayamos tomado parte en ello. A veces intentamos recuperarla
lanzando una ojeada a nuestras espaldas, al pasado; intentamos
encontrar una explicación a este hecho, pero no
lo conseguimos.
Precisamente para nosotros, muchachos de veinte años,
todo resulta particularmente turbio. Para Kropp, Müller, Leer, para
mí, para todos nosotros, a quienes Kantorek señala como «la juventud
de hierro». Los que son mayores están ligados con más
fuerza
al pasado; tienen una base, mujer, hijos, profesión, intereses, ataduras
tan fuertes ya, que la guerra no puede destruir. Pero nosotros,
los de veinte años, sólo tenemos a nuestros padres, y, algunos,
a la novia. No es gran cosa, pues a nuestra edad es cuando la
autoridad de los padres es más débil y las muchachas no nos dominan
todavía. Exceptuando esto, no existía mucho más para nosotros;
un poco de fantasía, algunas aficiones y la escuela; nuestra
vida
no llegaba más allá. De todo esto no ha quedado nada.
Kantorek
diría que nos encontramos justamente en el «umbral de
la existencia». Debe ser así, poco más o menos. No habíamos echado
raíces y la guerra nos ha arrancado; se nos ha llevado, como un
río, en medio de su corriente. Para los que son mayores, la guerra es
una interrupción, pueden seguir pensando más allá de este hecho.
Pero
a nosotros nos ha cogido de lleno y no sabemos cómo terminará.
Lo único que conocemos ahora es que nos ha embrutecido de
una manera extraña y melancólica, a pesar de que, a menudo, no podamos
ni siquiera sentirnos tristes.
(...)
CAPÍTULO
SEXTO
... La tierra parda, esta tierra parda, rasgada y reventada, que luce
grasienta bajo los rayos del sol, sirve de fondo a un terrible juego
de autómatas; nuestro jadeo se asemeja al ruido de un muelle mal
engrasado; nuestros labios están secos y nuestra cabeza más pesada
que después de una noche de borrachera... Es así como avanzamos,
vacilantes, y en nuestras almas resecas y acribilladas penetra
con un dolor lacerante la imagen de esta tierra parda
iluminada
por este sol grasiento, con estos soldados, todavía palpitantes
unos, muertos ya los otros, tendidos todos sobre el suelo, como
si éste fuera su fatal destino, que nos agarran las piernas y gritan
cuando nosotros les pasamos por encima.
Hemos
perdido todo sentimiento de solidaridad, apenas nos reconocemos
cuando la imagen de un compañero cae bajo la mirada de
nuestros ojos alucinados. Somos cadáveres insensibles que por un truco,
por una peligrosa brujería, podemos todavía correr y matar. Un
joven francés se queda atrás; le alcanzamos y levanta las manos.
En una de ellas lleva todavía el revólver, no se sabe si quiere disparar
o rendirse. Un golpe de pala le rompe la cara. Otro que lo ve intenta
huir corriendo, pero una bayoneta se clava, con un silbido, en su
espalda. Da un salto y con los brazos extendidos y la boca muy abierta,
gritando, vacila con la bayoneta oscilando entre los hombros. Otro
tira el fusil, se agacha y se cubre los ojos con las manos. Lo dejamos
atrás, con los otros prisioneros, para transportar heridos.
(...)
CAPÍTULO DOCE
Otoño.
Ya no quedan muchos veteranos. Soy el último de los siete
de nuestra clase. Todos hablan de paz y armisticio. Si vuelven a desengañarlos
se producirá una catástrofe. La ilusión es excesivamente
fuerte; no la abandonarán sin estallar. Si no llega la paz
llegará la revolución.
Tengo
catorce días de reposo porque he respirado un poco de gas.
Paso todo el tiempo sentado en un jardín, tomando el sol. El armisticio
llegará pronto, estoy convencido de ello. Entonces podremos
regresar a casa.
Aquí
se encallan mis pensamientos, no puedo ir más allá. Lo que
con más fuerza me mueve son los sentimientos. El ansia de vivir, la
nostalgia, la sangre, la embriaguez de considerarme salvado. Pero esto
no son fines.
Si
hubiéramos regresado a casa en 1916, el dolor y la fuerza que
habíamos vivido hubieran desatado una tormenta. Si volvemos ahora,
estamos débiles, deshechos, calcinados, sin raíces y sin esperanza.
Ya no podremos orientarnos ni encontrarnos a nosotros mismos.
Tampoco
nos comprenderá nadie; tenemos delante una generación que, ciertamente, ha
vivido estos años con nosotros, pero ya tenía hogar y profesión
y regresará ahora a sus antiguas posiciones, en las que olvidará la
guerra; detrás de nosotros sube otra, parecida a la que formábamos, que
nos resultará extraña y nos arrinconará. Estamos de más incluso para nosotros
mismos.
Envejeceremos;
algunos se adaptarán, otros se resignarán y la mayoría
quedaremos absolutamente desamparados. Se escurrirán los años
y, por fin, sucumbiremos.
Sin
embargo, es posible que esto me lo haga pensar tan sólo la melancolía
y el trastorno, y que ambos desaparezcan cuando me encuentre
de nuevo bajo los álamos, escuchando el dulce cantar del follaje.
No puedo creer que se haya evaporado completamente aquella
ternura que llenaba de inquietud nuestra sangre, aquella incertidumbre,
aquel encantamiento, aquella ansia de futuro, los mil rostros
del porvenir, la melodía de los sueños y de los libros, el deseo
y
el presentimiento de la mujer... No es posible que todo se haya hundido
definitivamente en los bombardeos, en la desesperación, en los
burdeles para soldados.
Los
árboles tienen aquí un dorado estallido multicolor; los frutos de
las serbas rojean entre el follaje. Carreteras blancas se pierden en el
horizonte y las cantinas zumban con rumores de paz, como panales de
abejas.
Me
levanto.
Estoy
muy sosegado. Ya pueden llegar los meses y los años. No podrán
quitarme nada más. No me quitarán nada más. Estoy tan solo y
tan desesperado que puedo recibirlos sin temor. La vida que me ha conducido
a través de estos años, late todavía en mis manos, en mis
ojos.
Ignoro si la he superado. Pero mientras ella siga ahí dentro intentará
abrirse camino, lo quiera o no lo quiera mi «Yo».
Cayó
en octubre de 1918, un día tan tranquilo, tan quieto en todos
los sectores, que el comunicado oficial se limitó a la frase: «Sin novedad
en el frente».
Había
caído boca abajo y quedó, como dormido, sobre la tierra. Al
darle la vuelta pudieron darse cuenta de que no había sufrido mucho.
Su rostro tenía una expresión tan serena que parecía estar contento
de haber terminado así.
Erich, en el medio. |
Una de las obras destruidas por el fuego irracional desprendido del poder nazi. |
El Bibliocausto
nazi
Fernando Báez
Universidad de Los Andes (Venezuela)
Cada libro quemado ilumina el mundo
R.W.Emerson
I
Todos han oído
hablar del Holocausto Judío, nombre dado a la aniquilación sistemática de
millones de judíos a manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Pero
es oportuno señalar que este genocidio tuvo su equivalente. También hubo un
Bibliocausto, donde millares de libros fueron destruidos por el mismo régimen.
Entender cómo se gestó puede permitirnos comprender que Heinrich Heine tenía
razón cuando escribió proféticamente: [...] donde los libros son quemados, al
final también son quemados los hombres [...] La destrucción de libros de 1933
fue, a mi juicio, apenas un prólogo a la matanza que vendría después. Las
hogueras de libros fueron las que inspiraron los hornos crematorios. Y esto
merece una reflexión detenida, porque se trata de un acontecimiento que ha
marcado para siempre la vida de millones de hombres y que va seguir siendo uno
de los hitos más siniestros de la historia.
El comienzo de esta
barbarie tiene fecha: el 30 de enero de 1933, cuando el presidente de la
llamada República de Weimar, en Alemania, Paul Ludwig Hans Anton Von
Beneckendorff Und Von Hindenburg (1847-1934), designó a Adolfo Hitler como
canciller. Trataba de reconocer la inestable mayoría de este iracundo político;
viejo y cortés, Hindenburg ignoró lo que sobrevino casi de inmediato: un
período político y militar que sería conocido posteriormente como El Tercer
Reich (´reich´ es ´imperio´). Hitler, que había sido cabo en el ejército, que
había querido ser un pintor de fama mundial y fracasó, que había intentado dar
un golpe de Estado en 1923, utilizó una estrategia de intimidación contra los
judíos, los sindicatos y el resto de los partidos políticos. No era, como puede
pensarse ligeramente, un loco, sino la voz más visible de una idiosincracia
germana totalitaria.
El 4 de febrero, la
Ley para la Protección del Pueblo Alemán restringió la libertad de prensa y
definió los nuevos esquemas de confiscación de cualquier material que fuera
considerado peligroso. Al día siguiente, las sedes de los partidos comunistas
fueron atacadas salvajemente y sus bibliotecas destruidas. El 27, el Parlamento
Alemán, el famoso Reichstag, fue incendiado, junto con todos sus archivos. El
28, la reforma de la Ley para la Protección del Pueblo Alemán y el Estado,
legitimó medidas excepcionales en todo el país. La libertad de reunión, la
libertad de prensa y la de opinión, quedaron restringidas. En unas elecciones
controladas, el Partido de Hitler, conocido como Partido Nazi, obtuvo la
mayoría del nuevo Parlamento y se decretó oficialmente el nacimiento del Tercer
Reich.
Alemania,
obviamente, estaba transformando sus instituciones después de la terrible
derrota sufrida durante la I Guerra Mundial. Hitler, que no era alemán, fue
considerado como el un estadista idóneo para rescatar la autoestima colectiva,
y sus purgas contra la oposición lo convirtieron en un líder temido. Su eficacia,
no obstante, estaba sustentada en varios hombres. Uno de ellos era Hermann
Göring; el otro era Joseph Goebbels. Ambos eran fanáticos, pero el segundo fue
quien convenció a Hitler de la necesidad de extremar las medidas que ya venían
ejecutando, y logró ser designado al frente de un nuevo órgano del Estado que
vendría a ser conocido como Reichsministerium für Volksaufklärung und
Propaganda (Ministerio del Reich para la Ilustración de Pueblo y para la
Propaganda).
Goebbels sabía lo
que hacía, y Hitler le dio carta blanca. Tenía una fe absoluta en su amigo, y
tenía muy buenas razones para creer ciegamente en sus aciertos. Goebbels, quien
no había ingresado al Ejército por ser patituerto, se había doctorado como
Filólogo, en 1922, en la Universidad de Heidelberg, donde fue profesor
Friedrich Hegel en el siglo XIX. Era un lector apasionado de los clásicos
griegos y, en cuanto a pensamiento político, prefería el estudio de los textos
marxistas y de todo lo escrito que existiera contra la burguesía. Admiraba a Friedrich
Nietzsche, recitaba poemas de memoria, y, por lo que se sabe, escribía textos
dramáticos y ensayos. Cuando se unió a Hitler, reconoció su verdadera vocación,
como lo dijo muchas veces, y ya con el cargo de Ministro, en 1933, reunió un
equipo de trabajo para redactar la Ley Relativa al Gobierno del Estado, que fue
sancionada el 7 de abril de ese año. Indudablemente, ahora tenía un control
absoluto sobre la educación y fomentó un cambio total en las escuelas y
universidades. El 8 de abril, fue enviado un memorandun a las Organizaciones
Estudiantiles Nazis, donde se proponía la destrucción de todos aquellos libros
peligrosos que estuvieran en las bibliotecas de Alemania. De cualquier forma,
ya el mes anterior, exactamente el día 26 de marzo, fueron quemados libros en
Schillerplatz, en un lugar desconocido y tranquilo llamado Kaiserslautern. El
primero de abril, Wuppertal sufrió saqueos y quemas de libros en Brausenwerth y
en Rathausvorplatz.
Algo terrible se
gestó entonces. Una especie de fervor inusitado que estaba limitado por la
presión internacional europea, despertó entre los estudiantes e intelectuales
alemanes. Un odio manejado por osadas ráfagas de propaganda se extendió en las
aulas, y el resultado no se hizo esperar. El 11 de abril, en Düsseldorf, fueron
destruidos libros de contenido comunista y judío. Algunos de los más
importantes filósofos alemanes, sin ser obligados a ello, como Martin
Heidegger1, adhirieron las ideas de Goebbels. En abril, Heidegger fue designado
Rector de la Universidad de Friburgo y el 1 de mayo, se hizo miembro del
NSDAP.2
II
El 2 de mayo, en
Leipzig en Gewerkschaftshaus, se destruyeron textos, pero fue realmente el 5 de
mayo de 1933 cuando empezó todo. Los estudiantes de la Universidad de Colonia
fueron a la biblioteca, y en medio de lágrimas y risas, recogieron todos los
libros de autores judíos o de procedencia judía. Horas más tarde, los quemaron.
Estaba bastante claro que esa era la vía elegida para mandar un mensaje al
mundo entero. Y los actos que siguieron así lo probaron.
Los estudiantes
estaban frenéticos. El día 6, del mismo mes, la juventud del Partido Nazi y
miembros de otras organizaciones, sacaron media tonelada de libros y folletos
del Instituto de Investigación Sexual de Berlín. Goebbels, indetenible, preparaba
reuniones todas las noches porque se había decidido iniciar un gran acto de
desagravio a la cultura alemana. Como fecha tentativa, se propuso el 10 de
mayo. El 8 de mayo hubo algunos desórdenes en Friburgo, y destrucciones de
libros.
El 10 de mayo fue
un día agitado desde muy temprano. La Asociación de Estudiantes Alemanes se
agolpó en la biblioteca de la Universidad Wilhelm Von Humboldt y comenzaron a
recoger todos los libros prohibidos por el régimen. Había una euforia
inesperada. Finalmente, los libros, junto con los que se habían obtenido en
otros centros, como el Instituto de Investigaciones Sexuales o en las
bibliotecas de judíos capturados, fueron transportados a Opernplatz. En total,
el número de libros sobrepasaba los 25.000. Muy pronto se concentró una
multitud alrededor de los estudiantes. Éstos comenzaron a cantar un himno que
causó gran impresión entre los espectadores. La primera consigna fue
fulminante:
Contra la clase
materialista y utilitaria. Por una comunidad de Pueblo y una forma ideal de
vida. Marx, Kautsky.3
La hoguera ya
estaba encendida. Tal vez nadie podía creer lo que pasaba, pero no dejó de
sorprender a cualquier observador que una de las capitales más cultas del
mundo, donde se encontraban algunas de las más importantes universidades
europeas, era el centro de una de las quemas de libros más impresionante de la
época. Joseph Goebbels, quien dirigía todas las acciones, levantó la voz y
después de saludar a todos con un estruendoso Heil, explicó los motivos de la
quema:
La época extremista
del intelectualismo judío ha llegado a su fin y la revolución de Alemania ha
abierto las puertas nuevamente para un modo de vida que permita llegar a la
verdadera esencia del ser alemán. Esta revolución no comienza desde arriba,
sino desde abajo, y va en ascenso. Y es, por esa razón, en el mejor sentido de
la palabra, la expresión genuina de la voluntad del Pueblo [...]
Durante los pasados
catorce años Uds., estudiantes, sufrieron en silencio vergonzoso la humillación
de la República de Noviembre, y sus bibliotecas fueron inundadas con la basura
y la corrupción del asfalto literario de los judíos. Mientras las ciencias de
la cultura estaban aisladas de la vida real, la juventud alemana ha
reestablecido ahora nuevas condiciones en nuestro sistema legal y ha devuelto
la normalidad a nuestra vida [...]
Las revoluciones
que son genuinas no se paran en nada. Ninguna área debe permanecer intocable
[...]
Por tanto, Uds.
están haciendo lo correcto cuando Uds., a esta hora de medianoche, entregan a
las llamas el espíritu diabólico del pasado[...]
El anterior pasado
perece en las llamas; los nuevos tiempos renacen de esas llamas que se queman
en nuestros corazones [...]4
Los cantos
prosiguieron y al final de cada estrofa se arrojaban algunos libros cuyos
autores se mencionaban:
Contra la
decadencia misma y la decadencia moral. Por la disciplina, por la decencia en
la familia y en la propiedad.
Heinrich Mann, Ernst Glaeser, E. Kaestner
Contra el
pensamiento sin principios y la política desleal. Por la dedicación al Pueblo y
al Estado.
F.W. Foerster.
Contra el
desmenuzamiento del alma y el exceso de énfasis en los instintos sexuales. Por
la nobleza del alma humana.
Escuela de Freud.
Contra la
distorsión de nuestra historia y la disminución de las grandes figuras
históricas. Por el respeto a nuestro pasado.
Emil Ludwig, Werner
Hegemann.
Contra los
periodistas judíos demócratas, enemigos del Pueblo. Por una cooperación
responsable para reconstruir la nación.
Theodor Wolff,
Georg Bernhard.
Contra la
deslealtad literaria perpetrada contra los soldados de la Guerra Mundial. Por
la educación de la nación en el espíritu del poder militar.
E.M. Remarque
Contra la
arrogancia que arruina el idioma alemán. Por la conservación de la más preciosa
pertenencia del Pueblo.
Alfred Kerr
Contra la impudicia
y la presunción. Por el respeto y la reverencia debida a la eterna mentalidad
alemana.
Tucholsky,
Ossietzky5
La operación, cuyas
características se habían mantenido hasta ese instante en secreto, se reveló
pronto en su verdadera dimensión porque el mismo 10 de mayo, hubo una quema de
libros en numerosas ciudades alemanas. La lista de quemas incluyó varias
ciudades y fue casi simultánea para causar pánico: Bonn, Braunschweig, Bremen,
Breslau, Dortmund, Dresden, Frankfurt/Main, Göttingen, Greifswald, Hannover,
Hannoversch-Münden, Kiel, Königsberg, Marburg, München, Münster, Nürenberg,
Rostock y Worms. Finalmente hay que mencionar Würzburg, en cuya Residenzplatz
se incineraron cientos de escritos.
Y, como si se
tratara de una avalancha, Goebbels insistió en continuar con estas quemas de
libros prohibidos. No hubo un rincón en el que los estudiantes y los miembros
de las juventudes hitlerianas no destruyeran obras. El 12 de mayo, fueron
eliminados libros en Erlangen Schloßplatz, en la Universitätsplatz de
Halle-Wittenberg. Al parecer, el 15 de mayo, algunos miembros apilaron textos
en Kaiser-Friedrich-Ufer, en Hamburgo, y a las once de la noche, después de un
discurso ante una escasa multitud, los quemaron. La apatía preocupó a los
integrantes de los incipientes servicios de inteligencia del partido y se
decidió repetir el acto. El 17, la Universitätsplatz, de Heidelberg se conmovió
cuando hasta los niños participaron en las quemas de libros. El 17 de junio, la
Jubiläumsplatz, en Heidelberg, volvió a ser utilizada para las quemas. Hubo
otras destrucciones adicionales el 17 de mayo: en la Universidad de Colonia, en
la ciudad de Karlsruhe.
El 19 de mayo,
Hitler estaba totalmente emocionado. Y Goebbels, seguro de los efectos de este
éxito, pidió a los jóvenes que no se detuvieran. El mismo 19, el horror se
mantuvo en el Museo Fridericanum, en Kassel, y en la Meßplatz, de Mannheim. El
21 de junio, tres regiones quemaron libros. Por una parte, estaba Darmstadt, en
cuya Mercksplatz se llevaron a cabo los hechos; por otra, estaba Essen y la
mítica ciudad de Weimar. Varios años más tarde, específicamente el 30 de abril
de 1938, la Residenzplatz, de la famosa Salzburgo, fue utilizada por
estudiantes y militares para una destrucción masiva de ejemplares condenados.
El impacto que
produjeron las quemas de mayo 1933 fue enorme. Sigmund Freud, cuyos libros
fueron seleccionados para ser destruidos, dijo irónicamente a un periodista
que, a pesar de lo que pudiera comentarse, semejante hoguera era un avance en
la historia humana:
En la Edad Media
ellos me habrían quemado. Ahora se contentan con quemar mis libros[...]
Lo que olvidó Freud
en su broma es que hubiera sido quemado si hubiera permanecido en Alemania.
Varios grupos intelectuales
marcharon en Nueva York contra estas medidas6. La revista Newsweek no vaciló en
hablar de un “holocausto de libros”7 y la revista Time utilizó por primera vez
el término de “bibliocausto”8. Los japoneses, impresionados, condenaron los
ataques contra los libros. El repudio, en suma, fue total.
No obstante, según
W. Jütte9, el rechazo no evitó que los libros de más de 5.500 autores fueran
aniquilados. Los principales textos de los más destacados representantes de
inicios del siglo XX alemán recibieron vetos continuos y ardieron sin piedad.
Entre otros muchos,
los autores que fueron censurados, vetados o eliminados, conforman una larga
lista que puede muy bien reducirse como sigue. No es completa, pero intenta una
aproximación bastante exhaustiva:
Nathan Asch Schalom Asch (1880 - 1957)
Henri Barbusse (1873 - 1935)
Richard Beer-Hofmann
(1866 - 1945)
Georg Bernhard
Günther Birkenfeld
Bertolt Brecht (1898 - 1956)
Hermann Broch (1886-1951)
Max Brod (1884 -
1968)
Martin Buber (1878-1965)
Robert Carr
Hermann Cohen (1842-1918)
Otto Dix
(1891-1969)
Alfred Döblin (1878 - 1957)
Kasimir
Edschmid (1890 - 1966)
Ilja Ehrenburg (1891 - 1967)
Albert
Ehrenstein (1886 - 1950)
Albert Einstein (1879-1955)
Lion Feuchtwanger (1884 - 1958)
Georg Fink
Friedrich W. Foerster (1869-1966)
Bruno Frank (1887-1945)
Sigmund Freud (1856 - 1939)
Rudolf Geist
Fjodor Gladkow
Ernst
Glaeser (1902 - 1963)
Iwan Goll (1891 - 1950)
Oskar
Maria Graf (1894-1967)
George Grosz (1893-1959)
Karl Grünberg
Jaroslav Hasek (1883 - 1923)
Walter Hasenclever (1890 - 1940)
Werner Hegemann
Heinrich Heine (1797-1856)
Ernst Hemingway (1899-1961)
Georg
Hermann (1871-1943)
Arthur Holitscher (1869 - 1941)
Albert Hotopp
Heinrich Eduard Jacob
Franz Kafka (1883-1924)
Georg
Kaiser (1878-1945)
Josef Kallinikow Gina
Kaus (1894-?)
Rudolf Kayser (1889-1964)
Alfred Kerr (1867 - 1948)
Egon Erwin Kisch (1885 - 1948)
Kurt
Kläber
Alexandra Kollantay
Karl Kraus (1874-1936)
Michael A. Kusmin (1875 - 1936)
Peter Lampel (1894 - 1965)
Else Lasker-Schuler (1869-1945)
Vladimir Ilich Lenin (1870-1924)
Wladimir Lidin
Sinclair Lewis (1885-1951)
Mechtilde Lichnowsky (1879-1958)
Heinz Liepmann
Jack London (1876 - 1916)
Emil Ludwig
Heinrich Mann (1871 - 1950)
Klaus Mann (1906 - 1949)
Thomas Mann (1875-1955)
Karl Marx (1818 - 1883)
Erich Mendelsohn (1887-1953)
Robert Musil (1880-1942)
Robert Neumann (1897 - 1975)
Alfred
Neumann (1895-1952)
Iwan Olbracht (1882 - 1952)
Carl von Ossietzky (1889 - 1938)
Ernst Ottwald
Leo Perutz (1882-1957)
Kurt Pinthus (1886 - 1975)
Alfred Polgar (1873-1955)
Plivier (1892 - 1955)
Marcel Proust (1871-1922)
Hans Reimann (1889-1969)
Erich Maria Remarque (1898 - 1970)
Ludwig Renn (1889 - 1979)
Joachim Ringelnatz (1883-1934)
Iwan A. Rodionow
Joseph
Roth (1894-1939)
Ludwig Rubiner
(1881 - 1920)
Rahel Sanzara
Alfred Schirokauer Schlump
Arthur Schnitzler (1862 - 1931)
Karl
Schroeder
Anna Seghers (1900 - 1983)
Upton Sinclair (1878 - 1968)
Hans Sochaczewer
Michael Sostschenko
Fjodor Ssologub
Adrienne Thomas
Ernst Toller (1893 - 1939)
Bernard Traven (1890-?)
Kurt Tucholsky (1890 - 1935)
Werner Türk
Fritz von Unruh (1885-1970)
Karel
Vanek
Jakob Wassermann (1873 - 1934)
Arnim T. Wegner (1886 - 1978)
H. G. Wells (1866-1946)
Franz
Werfel (1890 - 1945)
Ernst Emil Wiechert (1887-1950)
Theodor Wolff (1868 - 1943)
Karl Wolfskehl (1869-1948)
Émile Zola (1840-1902)
Stefan Zweig (1881 - 1942)
Arnold Zweig (1887 - 1968)
Fuentes:
Encyclopaedia Britannica; Enciclopedia Espasa-Calpe; Dr. Birgitt Ebbert.
Hitler no olvidó
nunca a Goebbels y le perdonó todo, hasta sus reiterados deslices con
prostitutas. El día de su suicidio, en 1945, lo nombró Canciller del Reich. Y
Goebbels, aceptó este honor, pero por unas horas. Casi como si se tratara de
una simetría perversa, el 1 de mayo, el mes de la gran quema de libros, acabó
con todos sus hijos, mató a su esposa, y luego, no sin esbozar una sonrisa de
triunfo y alzar la mano celebrando al Führer, se dio muerte.10
Notas:
[1] Muchos años
después, Heidegger admitió sus errores, pero advirtió que no participó en las
quemas de libros. Es importante revisar, para conocer su puntos de vista, el
libro Entrevista del Spiegel a Martin Heidegger (Tecnos, Madrid, 1996):
SPIEGEL: Vd. sabe
que, en este contexto, se han elevado contra Vd. algunos reproches que afectan
a su colaboración con el NSDAP y sus asociaciones y que en la opinión pública
aparecen aún como no desmentidos. Así, se le ha reprochado que Vd. habría
participado en la quema de libros organizada por los estudiantes o por las
Juventudes Hitlerianas.
HEIDEGGER: Yo
prohibí la planeada quema de libros que debía haber tenido lugar ante el
edificio de la Universidad.
SPIEGEL: Además se
le ha reprochado que Vd. permitiera que se retiraran de la Biblioteca de la
Universidad y del Seminario de Filosofía los libros de autores judíos.
HEIDEGGER: Como
director del Seminario sólo podía disponer de su biblioteca. No accedí a las
reiteradas exigencias de retirar los libros de autores judíos. Antiguos
participantes en mis Seminarios podrían hoy atestiguar que no sólo no fue
retirado ningún libro de autores judíos, sino que estos autores, sobre todo
Husserl, fueron citados y comentados como antes de 1933.
[2] Rüdiger
Safranski. Martin Heidegger. Un maestro de Alemania, Tusquets, 2000, p. 285.
[3] Gegen Klassenkampf und Materialismus Für Volksgemeinschaft und
idealistische Lebenshaltung. Marx, Kautsky.
[4] El texto aparece en Völkischer Beobachter, May 12, 1933
«Das Zeitalter eines überspitzten jüdischen Intellektualismus ist zu Ende
gegangen, und die deutsche Revolution hat dem deutschen Wesen wieder die Gasse
freigemacht. Diese Revolution kam nicht von oben, sie ist von unten
hervorgebrochen. Sie ist deshalb im besten Sinne des Wortes der Vollzug des
Volkswillens[…]
«In den letzten vierzehn Jahren, in denen ihr, Kommilitonen, in
schweigender Schmach die Demütigungen der Novemberrepublik über euch ergehen
lassen mußtet, füllten sich die Bibliotheken mit Schund und Schmutz jüdischer
Asphaltliteraten.
«Während die Wissenschaft sich allmählich vom Leben isolierte, hat das
junge Deutschland längst schon einen neuen fertigen Rechts- und Normalzustand
wieder hergestellt[…]
«Revolutionen, die echt sind, machen nirgends Halt. Es darf kein Gebiet
unberührt bleiben [...]
«Deshalb tut ihr gut daran, in dieser mitternächtlichen Stunde den Ungeist
der Vergangenheit den Flammen anzuvertrauen [...]
«Das Alte liegt in den Flammen, das Neue wird aus der Flamme unseres
eigenen Herzens wieder emporsteigen [...]
[5] Dietrich Aigner. Die Indizierung "Schädlichen und Unerwünschten
Schrifttums" im Dritten Reich. Frankfurt am Main: Buchhändler-Vereinigung,
1971, p. 1018:
Gegen Dekadenz und moralischen Verfall Für Zucht und Sitte in Familie und
Staat, H. Mann, Ernst Glaeser, E. Kästner
Gegen Gesinnungslumperei und politischen Verrat Für Hingabe an Volk und
Staat, F.W. Foerster
Gegen seelenzerfasernde Überschätzung des Trieblebens Für den Adel der
menschlichen Seele, Freud'sche Schule, Zeitschrift Imago
Gegen Verfälschung unserer Geschichte und Herabwürdigung ihrer großen
Gestalten Für Ehrfurcht vor unserer Vergangenheit, Emil Ludwig, Werner Hegemann
Gegen volksfremden Journalismus demokratisch-jüdischer Prägung Für
verantwortungsbewußte Mitarbeit am Werk des nationalen Aufbaus, Theodor Wolff,
Georg Bernhard
Gegen literarischen Verrat am Soldatentum des Weltkrieges Für Erziehung des
Volkes im Geist der Wehrhaftigkeit, E.M. Remarque
Gegen dünkelhafte Verhunzung der deutschen Sprache Für Pflege des
kostbarsten Gutes unseres Volkes, Alfred Kerr
Gegen Frechheit und Anmaßung Für Achtung und Ehrfurcht vor dem
unsterblichen deutschen Volksgeist, Tucholsky, Ossietzky
[6] Guy Stern, Nazi book burning and the american
response, 1990.
[7] Newsweek, 20, may, 1933, pg. 16, col. 1.
[8] Time, 22, may, 1933, pg. 21.
[9] Volksbibliotheke im Naztionalsozialismus, Buch und Bibliothek 39, pgs.
345-348, 1987.
[10] Vale la pena leer
Viktor Reimann, Dr. Joseph Goebbels (1971).
Espéculo. Revista de estudios literarios.
Universidad Complutense de Madrid
http://www.ucm.es/info/especulo/numero22/biblioca.html
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