Alabama- 27 de junio de 1880 Hellen padeció sordera y ceguera desde los 19 meses. Su institutriz, Anne Sullivan, ideó ingeniosos procedimientos para que la niña pudiera comunicarse. |
“Donde hay un sonido muy sutil nada puede
prevalecer entre éste y el silencio. Hay más
significado en cada cosa en sí misma, que todas las
cosas que puede abarcar la vista.
Mi mano es para mí lo que el oído y la vista juntos
son para vosotros. ¡Cuántas veces
viajamos por las mismas carreteras, leemos los mismos
libros, hablamos el mismo idioma, y no obstante nuestras experiencias son distintas! Todos los
actos de mi vida dependen de mi mano como de un eje central. A ello le debo mi continuo contacto
con el mundo exterior. También es mi mano la que me permite salir del
aislamiento y de la oscuridad.
Las ideas forman el mundo donde vivimos y son las
impresiones las que transmiten las ideas.
El mundo en el cual vivo se halla construido sobre
una base de sensaciones táctiles,
desprovistas de todo color y sonido físicos; pero a
pesar de ello, es un mundo donde se respira y se vive. Cada objeto está íntimamente ligado en
mi mente a esas cualidades táctiles, las cuales, combinadas de diversos modos, me
proporcionan el sentido del poder, de la belleza o de las discordancias; ya que con la ayuda de mis
manos puedo llegar a sentir tanto lo risible como lo admirable en el aspecto de las cosas. La física me indica cómo puedo vivir cómodamente en
un mundo en el cual se desconocen el color y el sonido, pero que está hecho en términos
de medidas, formas y cualidades inherentes, ya que al menos cada objeto se presenta
a través de mis dedos conservando siempre su posición exacta y no como la imagen
invertible al reflejarse en la retina, la cual, según tengo entendido, sólo vuestro cerebro puede
restituir a su posición normal por medio de un trabajo infinito y constante. Cualquier objeto
tangible pasa en una forma completa a mi cerebro, no pierde su calor de vida en él y ocupa
el mismo lugar que en el espacio ya que, sin egotismo, cabe decir que la mente es tan inmensa
como el Universo mismo. ¡Qué insignificante sería mi mundo sin la
imaginación. En una estatua hermosa encuentro tanto la perfección de la forma
corpórea como las cualidades de integridad y equilibrio. No obstante, mi
espíritu me impulsa a usar palabras que se hallan íntimamente ligadas con la vista
y el oído, aunque sólo puedo adivinar su significado por medio
de sus analogías y mi imaginación. Ninguna de las frases que se han hecho sobre la
luna y las nubes me entristece o aflige; sino que, por el contrario, transportan mi alma más allá
de la realidad que limitó mi desdicha. Para convencerme a mí misma de que existo, suelo
recurrir al método de Descartes: “Pienso, luego existo.” Así me instalo en el mundo
metafísico y vivo cómodamente en él, y a aquellos que han dudado de mi existencia les impondré como
pena que traten de probar que soy un fantasma. La oscuridad y el silencio en lugar de apartarme
del resto del mundo y encerrarme en mí misma, abren sus puertas, muy hospitalariamente, a
las incontables sensaciones que me distraen e informan, amonestan y divierten. Con mis
tres fieles guías, el tacto, el olfato y el gusto, realizo infinidad de incursiones en la
región limítrofe de la experiencia y visible desde la ciudad de la luz.
La Naturaleza se ajusta a las necesidades de cada
individuo. Cada átomo de mi cuerpo
equivale a un registro de vibraciones. Diría que la
música del órgano convierte en éxtasis los
actos del sentimiento. La energía emocionante del
aire, que encierra en sí todo un universo, es cálida y arrobadora. El
conocimiento universal, en términos generales, es una concepción
imaginaria. ¿Qué gran invento no ha existido en la
mente del inventor durante mucho tiempo
antes de llegar a darle una forma tangible?
Las maravillas innúmeras del universo nos son
reveladas en la medida exacta con que somos
capaces de recibirlas. La sutileza de nuestra
visión no depende de cuánto somos capaces de
ver, sino cuánto somos capaces de sentir. Mientras
atravieso el espacio continuo e infinito y
siento el aire de cada lugar y a cada instante, mi
rostro sólo percibe una parte pequeñísima de
la atmósfera. Me han hablado de las grandes
distancias que separan a la Tierra del Sol y de los otros planetas y estrellas. Multiplico por un
millón de veces las medidas extremas de altura y ancho, que obtengo mentalmente con la ayuda del
tacto, y de este modo alcanzo a tener un
sentido profundo de la inmensidad del cielo. El
límite más remoto y al cual mi pensamiento irá
libre de obstáculos es el horizonte de la mente. De
éste, supongo, proviene el que se capta con la vista.
De acuerdo con todo arte, toda naturaleza y todo
pensamiento coherente sabemos que el
orden, la proporción y la forma son elementos
esenciales de la belleza. Ahora bien, la forma, la proporción y el orden son
elementos evidentes al tacto. Pero la belleza y el ritmo son, como el amor y la
fidelidad, más profundos que éstos. Surgen de un proceso espiritual ligeramente
subordinado a las sensaciones. La forma, la proporción y el orden están
imposibilitados de engendrar por sí solos en la mente la idea abstracta de la
belleza, a menos que exista ya una comprensión mutua de alma que dé vida a
estos elementos. Muchas personas a pesar de poseer una vista excelente, son
ciegos en sus percepciones. Otras, aunque dispongan de unos oídos perfectos,
son del todo sordas para el sentimentalismo. Sin embargo, son las únicas que se
atreven a marcar límites a la visión de los que, careciendo de uno o dos
sentidos, poseen voluntad, alma, pasiones e imaginación. La lealtad o la
fidelidad no son más que un remedo, si no nos sirven para construir un mundo
indeciblemente más perfecto y más bello que el material. En conclusión, yo
también puedo construirme un mundo mejor, pues soy otra hija de Dios y, como
tal, heredera de un fragmento de la Mente que creó el Universo. Cuando aprendí el significado del “yo” y el “mi” me
enteré de que yo era “algo” y comencé a pensar. El hombre se busca y estudia a sí mismo, y
a su debido tiempo encuentra su grado de extensión y el verdadero significado para sí del
universo”.
Pitágoras dijo: "El silencio es la primera piedra del templo de la filosofía". La acción de esta MUJER debe conducirnos a la reflexión diaria. |
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