domingo, 27 de enero de 2013

Hermosa Luna

Bilú Guidaí

Me gusta sentir que existe un espacio en que puedo llamarme Bilú Guidaí, Hermosa Luna en lengua charrúa, un par de los poquísimos vocablos que se conocen de ellos, nuestros auténticos ascendientes.
Elijo este nombre porque es parte de nuestra identidad.
Y por bonito.
Y porque la luna suele encantarme y hacerme soñar.
Y  cuando ella me hechiza, suelo escribir.
Y cuando escribo, me siento libre, auténtica, única.
Y hermosa…
Me siento Mujer.


PILAR RÍOS




Vacaciones


         El ómnibus avanza lentamente porque la entrada al pueblo está antecedida por varios lomos de burro…hacía demasiado tiempo que no venía por acá y  noto que todo está algo cambiado, la avenida principal y la central están vituminizadas, han abierto varias calles nuevas, talaron muchos árboles y construyeron muchas casas.
         Llego a mi destino y bajo del ómnibus; con placer descubro que muchos pinos y eucaliptos aún se yerguen orgullosos regalando su sombra y esparciendo su aroma, que aún serpentean algunos caminitos entre las acacias frondosas, que el océano es igual de azul, la arena igual de blanca y después de varias cuadras siento que el sol quema igual que antes.
         Cuando al fin creo que encuentro la casa, saco de mi mochila la hoja rota a la mitad donde anoté: calle 22 y  calle 17, nombre: “Aquí no es”, corroboro los datos y saco la llave que me dieron, prendida de un llavero de madera viejo y sucio, donde apenas se distinguía grabado el nombre tan particular de la casa.
         Introduje la llave y un escalofrío recorrió mi cuerpo, quizá fue mucho sol sin gorro, pensé y entré.
         En el interior de la casa había un intenso olor a humedad, los muebles estaban con moho y a pesar de estar casi todo cuidadosamente ordenado, había unas prendas de ropa en el piso, una lámpara caída, un pequeño estuche de cuero semi abierto, con una máquina de afeitar eléctrica dentro y una billetera debajo de la mesa sólo con una cédula vencida hacia ya bastante tiempo.
         Juan Pablo Ordoqui Graña –leí en voz alta y sonreí- “Parece que te fuiste apurado” y sacando una bolsa de entre mis cosas,  junté todo y lo puse al lado de la lámpara otrora caída que ahora yo había enderezado. Abrí todas las ventanas y las puertas para que entrara aire, limpié todas las cosas, lavé el baño y los pisos y cuando estuve conforme con los cambios, me dispuse a desempacar. Después de ordenar la ropa y las pocas cosas que había llevado, comí unos panchos y un poco de fruta, cerré las puertas porque había anochecido y me acosté a disfrutar del libro “Hombres muy hombres” de Wilbur Smith.
         Mi primer día de vacaciones había sido tan ajetreado que me dormí sin poder avanzar la primera carilla.
         Al poco rato, me despierta un fuerte golpe, me quedo quieta, escucho y otra vez golpes, es en la puerta del frente, me levanto, miro por el ojo de la puerta y nada, reviso que esté cerrado, doy la vuelta para volver al cuarto y otra vez, más golpes.
Voy corriendo a la otra puerta y verifico que esté cerrada, doy un paso atrás y veo cómo el pestillo sube y baja en forma desenfrenada…y más golpes. Empiezo a correr por las piezas cerrando todas las ventanas y cortinas y cada vez que cierro una, siento los golpes del lado de afuera. De pronto, un golpe seco, me quedo inmóvil y me siento helada, permanezco en este estupor catatónico varios minutos, hasta que logro recuperar el sentido y vuelvo a la cama.
         Pasé el resto de la noche con los ojos y oídos abiertos, mirando la oscuridad y escuchando pequeños sonidos de sapos, grillos y piñas que caían, pero ni un golpe más.
         Cuando amaneció, por fin pude dormir y cuando desperté no supe bien si había sido o no una pesadilla, pero el día era hermoso así que abrí la casa, preparé lo necesario y bajé a la playa, no sin antes pasar a comprar agua bien fría en el pequeño almacén que queda de camino.
         -¡Buen día!- dijo el almacenero muy amablemente.
         -Buen día – contesté.
         -¿El primer día de vacaciones?
         -Sí
         -¿Dónde alquila?
         -En “Aquí no es”
         La sonrisa que en principio iluminaba su rostro desapareció y sus ojos se tornaron entre sombríos y asustados.
         -¿Qué pasa?
         -¿No le dijeron?
         -¿Decirme qué?
         -Que hace muchos años la gente no se anima a veranear ahí.
         -¿Por qué?- le dije, y me narró la siguiente historia:
         Allá por el año 1992, hubo un terrible suceso en ese solar. Resulta, que un grupo de muchachos y muchachas vinieron un fin de semana para celebrar que habían terminado el liceo…estuvieron de guitarreada hasta altas horas de la noche y cuando juntaron platos, vasos y botellas de cerveza, los varones, que eran los que más habían bebido, cayeron dormidos.
         Las chicas, todavía tenían energías y esa era la única noche que estarían aquí, además era una noche muy clara porque había una luna redonda y grandota que brillaba tanto que parecía de día.
         Entonces resolvieron ir hasta la playa a ver el mar y contarse secretos que los chicos no debían oír. Para no dejarlos encerrados, cerraron y tiraron la llave para adentro por una de las ventanas. Luego, salieron muy felices hacia el agua, acompañadas por sus risas y por aquella luna que las seguía y les alumbraba el camino.
         Sentían la brisa fresca de una noche veraniega, el ruido de los sapos, de los grillos y de las piñas que caían, en ese momento eran todo algarabía.
         Cuando ya casi llegaban, unas grandes nubes muy oscuras empezaron a correr hacia la luna, como queriendo cubrir la cara de la gran dama para que no viera el horror. La noche se volvió negra, oscura, impenetrable, los sapos y los grillos se callaron y ni las piñas se atrevieron a caer.
Las chiquilinas se quedaron quietas, asustadas, calladas y oyeron unos pasos que se acercaban con firmeza. Empezaron a recular lentamente y vieron frente a ellas, muy cerca, el brillo de algo que no era la luz…ni la luna. Así que se dieron vuelta y corrieron desesperadamente hacia la casa.
         Llegaron agitadas, llorando, gritando y golpeando las puertas y ventanas para que sus amigos les abrieran. Uno de ellos, el menos borracho, cuando las oyó apenas abrió los ojos y pensando que jugaban les contestó: ¡aquí no es! Y se entregó nuevamente a los brazos de Morfeo.
         Pasado el mediodía del día siguiente, despertaron y se dieron cuenta de que sus amigas no estaban. Se alistaron para ir a la playa, porque seguro ellas ya estaban tomando sol…cuando salieron se encontraron con el panorama más espantoso que jamás hubieran soñado.
         Alrededor de la casa estaban esparcidas las ropas de las chicas, cortadas, desgarradas, ensangrentadas y apoyada en la puerta trasera, un hacha, que a pesar de estar cubierta de pelos y sangre aún brillaba victoriosa.
         Los chicos salieron de allí lo más rápido que pudieron, los cuerpos de las chicas jamás fueron hallados, por lo que no se les pudo dar sepultura y la leyenda dice que sus almas siguen penando y pidiendo ayuda a quienes se quedan en esa casa.



Palmares de Castillos



Oscurece…
Mientras el enorme y anaranjado sol pasa de ser un gigante aro a un minúsculo semicírculo, las largas y elegantes palmeras se ennegrecen, en tanto avanzan sus sombras alejándose del crepúsculo.
Sus penachos despeinados parecen seres emplumados, oscuros, esmirriados, solitarios y silenciosos.
El agua cenicienta está susurrando secretos y los quiere gritar, pero se ahoga… ¡Tanto tiempo y tanto olvido!...El cielo advierte su intención y rápidamente empieza a desplegar su negro manto, para que si el océano intente hablar, reine el aciago mutismo y la enorme oscuridad.
El brillante sol no quiere líos y velozmente se va a acostar, mientras el valiente lucero avanza, alumbrando el camino a la luna acicalada con millones de refulgentes estrellas.
Tal osadía parece propia de quienes por aquí han pasado, nómades, avanzando, caminando quién sabe hacia dónde. Quizá hacia la ignominiosa Salsipuedes, de coloradas divisas, donde definitivamente fueron arrancadas nuestras raíces, silenciadas nuestras voces y robadas nuestras creencias.
El insondable silencio instalado hace pensar en el ayer, pero en ese que no está relatado en los célebres libros de historia.
De los gallardos árboles empiezan a desprenderse figuras etéreas, incorpóreas, intocables, y danzan, frenéticamente bailan y desparraman coquitos, disfrutando su efímera libertad.
La orden es dada por el caudillo Vaimaca, vestido con su modesto quillapí; el sabio Senaqué sosteniendo un mate con benévolas yerbas que ahuyentan el gualicho, obedece raudo. Enseguida, Tacuabé el vigoroso, armado de boleadoras y rompe cabezas, invita dulcemente a Guyunusa, con su niña perdida entre sus brazos y sus veintisiete soles.
Inmediatamente van llegando Guaraníes, Guyanás, Chanás, Minuanes, Yaros, Bohanes, Guenoas y se unen a sus inchalás en este sarao.
Unas grises nubes avanzan, queriendo enlutar tanta algarabía y van velando los astros.
 El aire se llena de aromas nuevas para mí, es olor a tierra mojada, que faltaba desde hace tiempo. Ellos me están mirando y riendo, mientras yo, absorta, disfruto de este espectáculo incomparable.
Llueve…
Lentamente, los que vinieron de otros lares se van yendo o se acuestan en los cerritos de indios, mientras los últimos cinco charrúas vuelven a los palmares, para seguir soñando con su dignificación final en algún montículo de piedras, tal vez, en la Meseta de Artigas.




 Solos



Unas lágrimas cayendo por sus sonrosadas mejillas, su corazoncito latiendo rápidamente y su muñeca de trapo como aferrándose a su mano.
Mira desaparecer a lo lejos un camión grande y negro, que se lleva sus juguetes, sus ropas y sus sueños.
Miedo, mucho miedo, una nueva vida empezando, mientras otra que termina la está hundiendo en soledad.
Sus padres, después de haber amado tanto, sólo gritando ahora y nada de escuchar.
Su madre tironeando, sorprendiendo a la niña. Madre fría, enojada, tiesa, obnubilada por una enorme pena. Ciega, amarga, seria y sola también.
Padre triste, desilusionado, solo, apesadumbrado, culpable y desesperado.
El camión avanzando hacia un pueblo lejano, oscuro, nuevo.
Niña y madre acometiendo a la incertidumbre y la inseguridad.
Casa nueva, blanca, rosa, bonita, pero demasiado grande.
Intentando sonreír, una pequeña niña, amando, triste, sola, asustada, vacía, temblorosa y casi abandonada.
Y la vida mirando absorta, muda, dura e inútil, la ruptura familiar.




 Estrellas




         La noche había avanzado y Carolina caminaba sola por la orilla de la calle de piedra. Todas las noches recorría el mismo camino hasta la casa de su amiga Mariana para conversar, una desde la ventana de su cuarto, la otra, del otro lado de la reja perimetral. Siempre podía escapar porque su madre se iba a trabajar temprano a ese lugar “para adultos”; a sus tres hermanitos ya los había hecho dormir, y su padrastro, más borracho que nunca ya se había dormido, una vez más, encima de ella.
         Mientras caminaba, respiraba hondo, este era el único momento del día que sentía como propio, se sentía libre, liviana, aliviada. La inquietaba darse cuenta de que cada noche se apagaba una estrella. -¿Cómo podría pasar eso, se acabarán un día todas? ¡Sería horrible! Nos quedaríamos en una noche demasiado negra, como si no fuera a amanecer, como sin futuro- pensaba.
         Al llegar a lo de Mariana tomó una piedrita diminuta del suelo y la arrojó a la ventana; unos segundos después apareció Mariana.
         -¡Hola, Mari! ¿Cómo estás?
         -Bien ¿y vos?
         -Bastante bien –suspira- por lo menos ese borracho de porquería hoy no nos pegó.
         -¡Qué bueno! Hoy yo también tuve suerte, porque mi padre está de viaje de negocios y como mi madre está en cama, jugamos a las escondidas con Josefa, la empleada. ¿Sabés? A veces pienso que ella me quiere más que mamá.
         -No, Mari, nuestras mamás nos quieren, lo que pasa es que… no sé qué pasa.
         -Caro, le pedí a mi mamá para invitarte a mi cumpleaños y no me dejó.
         -No importa.
         -¡Vieja loca! Dice que tenés piojos, que tu madre es una prosti no se qué y que no sos buena compañía para mí. ¡Cómo si yo tuviera alguna compañía!
         -Mira, decile que igual no podía venir, porque también es mi cumpleaños y…capaz que mi abuela se acuerda y viene a saludarme.
         -Te voy a guardar torta y un globo para cuando vengas de noche.
         -¡Dale!
         -Che, Caro y con el secreto ¿cómo vas?
         -Igual, por desgracia.
         -Lo peor es que si decimos algo no nos creen.
         -Yo ya lo intenté. Antes de que a tu padre se le antojara traer sus negocios para acá.
         -¿Ah, sí, y qué pasó?
         -Se lo dije a mi maestra, ella se lo dijo al juez y llamó a mi madre. Cuando mi padrastro se enteró fue a la puerta de la escuela y le pegó a la maestra, se armó flor de relajo, lo llevaron a la comisaría, pero lo soltaron al otro día. A la semana siguiente la maestra se fue a otra escuela y cuando el juez me preguntó le dije que eran mentiras.
         -¿Por qué le mentiste al juez?
         -Porque mi padrastro me dijo que si alguna vez volvía a decir algo, iba a matar a mi madre y a mis hermanos y yo no quiero que se mueran por mi culpa.
         -Claro, es lo que pasa. Mi papá me dice que es nuestro secreto especial, porque yo soy una hija especial y que no le tengo que contar a mamá para que no se enferme más de lo que está.
         -¿De qué está enferma tu mamá?
         -¡Yo qué sé! A ella siempre le duele la cabeza, o la panza, o por lo menos es lo que me dice a mí cuando la encuentro llorando.
         -¿Y por qué llora?
         -Ella dice que por los dolores, pero lo raro es que a veces tiene chichones en los brazos y las piernas, capaz que es de eso que está enferma, de chichones.
         -Pobre, eso debe ser feo.
         -Sí y los nervios, se toma cuatro pastillas antes de dormir y no se despierta hasta el otro día ni que la pise un tren.
         -¿Y vos alguna vez le dijiste a alguien además de a mí, Mari?
         -Mirá, la otra vez quise decirle al policía que acompaña a papá al banco, pero no me dejó explicarle nada. Me rascó la cabeza y dijo que estaba entrando en la edad de la curiosidad, pero que tenía que tener cuidado con mi imaginación porque podía perjudicar mucho a mi familia, que mejor tuviera una charla con mi madre.
         -¿Y no le dijo nada a tu padre?
         -No sé, pero creo que no, porque cuando vino del trabajo, después de unos whiskies, subió a mi cuarto y pasó lo de siempre.
         -Bueno, por lo menos a vos te hace regalos, yo solo me lo tengo que fumar.
         -¿Sabés qué? Yo lo que hago es cerrar los ojos e imaginarme que estoy en otro lugar, en un palacio, con un príncipe encantado.
         -Yo también, pero me imagino en un campo muy grande andando a caballo.
         -Che, Caro ¿vos lo notaste?
         -¿Lo qué?.
         -Lo de las estrellas, que cada noche se apaga una, que cada vez hay menos.
         -Sí, yo venía pensando en eso. ¿Alguien más se dará cuenta?
         -Mirá, niños podrá ser, pero grandes no.
         -¡Ah, qué viva! Los grandes nunca se dan cuenta de nada.
         -Pero aunque no quieran, es verdad, se están apagando y un día se acabarán.
         -¿Será que nos haremos ricas inventando unos lentes para que los adultos puedan ver como se apagan las estrellas?
         -¡Ah,  sí, y famosas!
         -¡Ja ja!
         -¡Ja ja!
         -Mirá, Caro, parece mentira, pero vas a ver que cuando seamos grandes, vamos a ser  hermosas y nos vamos a ir bien lejos, las dos juntas y vamos a ser muy felices y vamos a encontrar gente que nos quiera y vamos a ser amigas por siempre jamás.
         -Ojalá.
         -Sí, vas a ver.
         -Si vos decís. Bueno, Mari, me voy antes que éste se avive que no estoy y me reviente. ¡Chau!
         -Chau, hasta mañana, Caro, no vayas a dejar de venir mañana.

         Los enormes postigos se cerraron delante de Mariana, mientras Carolina volvía sobre sus pasos. Le encantaba estar con su amiga, pero se sentía muy cansada, es que su cuerpito comía poco y desgastaba mucho. Ella no entendía cómo se llevaban tan bien, si no tenían nada en común: Mariana era linda, inteligente, rica, ya estaba en quinto y ella estaba repitiendo tercero por segunda vez. Capaz que es porque nacimos el mismo día –pensó- y se encogió de hombros.
         Cuando llegó a su casa, de chapa y cartón, entró en puntas de pies para que no la escucharan y se metió despacito en la cama de una plaza que compartía con su hermana. Varias veces antes de dormirse tuvo que correrle los pies porque le pegaban en la cabeza y quería dormirse rápido, pronto amanecería y temía no despertarse a tiempo para ir al comedor de la escuela. Además mañana tocaba polenta y aunque a ella no le gustaba a sus hermanos les fascinaba, así que no podía fallarles.
En tanto las estrellas se iban a iluminar otras noches, Carolina se dormía pensando en sus hermanos y sin atreverse a soñar.

         Los días fueron pasando lentamente para estas dos niñas, mientras las noches parecían volar y ser cada vez más cortas.
         Alguna vez la mamá de Mariana le permitió invitar a Carolina a jugar, pero con ciertos cuidados, “no sea que robe o mande a robar “y a condición de que en cuanto se fuera la visita, la pobre Mariana  debía someter su largo cabello a dos o tres horas de sufrimiento de peine fino. “Por las dudas, una niña bien que invita a otra por caridad, no puede tener piojos”.
         Fueron pasando los meses. Cuando el invierno arreció, no pudieron verse tanto y se sintieron muy solas, pero al llegar la primavera reanudaron sus charlas diarias, que siempre en algún momento referían al fenómeno que ellas habían descubierto.
         Una noche de verano, Carolina sale de su casa rumbo a la de Mariana y en cuanto pisa la calle, un escalofrío le recorre el cuerpito. Enseguida mira al cielo y, una vez más ve cómo se apaga una estrella.
         En su corazón siente que algo pasa y se apura, aprieta el paso, corre y llega bastante agitada, apoya sus manos en las rodillas hasta que recupera el aliento y en cuanto lo hace, arroja como siempre una pequeña piedrita a la ventana de Mariana.
         Espera y nada. Lo vuelve a intentar y nada. Se esconde, pues ve al papá de Mariana detrás de la ventana. Luego de un rato, realiza la misma operación cinco veces más sin obtener éxito; se sienta en el suelo y llora, no sabe bien por qué, pero llora amargamente.
         Cuando empezaba a aclarar y de sus ojos ya no salían más lágrimas, en silencio y en atroz soledad vuelve a su casa, pero a pesar del cansancio, no logra conciliar el sueño.
         Al otro día, a eso de las once de la noche salió de su casa, otra vez a lo de Mariana, debía verla, quería saber qué había pasado. Unas cuadras antes de llegar vio muchos patrulleros, éstos impedían el paso y a lo lejos sólo pudo divisar que el problema era en lo de Mariana. Dio la vuelta, pero en lugar de volver fue corriendo hasta el bar de la plaza y desde afuera vio por la ventana el resumen de noticias del final del noticiero. Además de choques, robos y otras desgracias, dijeron: “Mariana Sufriente, única hija del empresario más importante de nuestra ciudad, fue atacada anoche en su propia casa, aprovechando la ausencia de su padre y mientras su madre dormía bajo el efecto de potentes somníferos. Los malvivientes ingresaron al dormitorio de la niña, se estima que a eso de la una de la mañana y la violaron y golpearon brutalmente hasta matarla”.
         A Carolina se le aflojaron las piernas, empezó a transpirar y a pensar: ¡Pero si a la una de la mañana ella estaba ahí, esperando, y Mariana no pudo abrir porque estaba el papá! Con la cabeza gacha, sin saber qué hacer y mientras millones de lágrimas recorrían su rostro y hasta mojaban su ropa, Caro empezó a volver a su casa. De repente dijo “¡Don Carlos! Sí, Don Carlos cierra como a las doce en verano”, y en lugar de seguir hacia su casa se desvió y llegó a un almacén bastante desprolijo.
         -Buenas noches- dijo Carolina.
         -Buenas, ¿qué vas a llevar?
         -Dice mi mamá si le puede anotar un veneno para ratas que mañana se lo paga.
         -Bueno, pero decile que se lo mando por los gurises chicos, pero que tiene que venir a pagar mañana sin falta, que ya es mucho el fiado que debe.
         -Está bien, gracias.
         Ahora sí va para su casa, su madre hoy se fue antes y su padrastro ya estaba tomando vino en algún lado, así que estaban solos sus hermanitos. Repartió entre ellos la leche y el pan que quedaban, partió en tres la única manzana que había y les insistió para que comieran. Después cambió al de dieciocho meses y lo hizo dormir; les contó cuentos a los otros dos hasta que se durmieron. Los miró y los acarició suavemente. Fue al otro extremo de la pieza y se sentó junto a la mesa, enfrente del vaso de leche que había dejado para ella, sacó de entre sus ropas el paquetito del veneno y sin más lo vació en el vaso de leche, revolvió un poco y lo bebió de un sorbo. Enseguida se acostó en el suelo, arrolladita, abrazada a su única muñeca, vieja y sucia, que la había acompañado desde que tenía memoria.
         En ese mismo momento, en el firmamento se apagaba una de las estrellas más brillantes que casi nadie había visto en aquel pueblo.









PILAR ha estado con nosotros intermitentemente desde el año 08.
¿Motivo?  Debía terminar su carrera como Psicóloga.
Por cierto, ya lo es, y nada mejor entonces que...
¡ESCRIBIR UNA NOVELA!  ¡JA JA!
El método más rápido para experimentar
la quintaesencia del CAOS.
¡Aguante, Luna Hermosa! 




Aquí, una sorpresita, hasta para Bilú Guidaí. Haciendo gala de aquella frase célebre "Nada se pierde; todo se transforma", invitamos a la lectura de una carta que Pilar dedicó a sus "compañeros de ruta" antes de su primer inxilio; vale el ratito que pueda insumirles:



















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