Néstor Gorriarán
Viajero
profesional (Ciudadano del Mundo)
Nace en Melo
De meses, se afinca en José P.
Varela. Allí cursa 1º de escuela.
A los 6 años, la familia se muda
a Montevideo. Concurre a la Escuela Sanguinetti hasta 7º año CEEPN.
En el Liceo Rodó cursa sus
estudios secundarios, y en el IAVA, Preparatorios de Ingeniería.
Concurre a Facultad de
Ingeniería hasta 3º.
Ingresa a la Oficina de Cálculo
del Instituto Geográfico Militar (1953-1957).
En la Escuela Naval realiza un Curso
Acelerado de Piloto y obtiene el título de Piloto de Marina Mercante(1959) Embarcado
como Oficial durante 10 años (1959-1968)
En 1968 obtiene su título de
Capitán de Marina Mercante en la Escuela Naval y se embarca como Capitán
durante 9 años.(1968-1978)
En 1977 gana el Concurso de
Práctico de Río Uruguay, Río de la Plata y Litoral Marítimo Oceánico y ejerce
como Práctico durante 21 años (1978-1999).
Realiza Curso de Cine en
Cinemateca entre1978-1979, y Curso de Historia del Teatro en 1989.
Rotario de R.C. Punta Gorda
desde 1988.
Ciudadano
español desde 1993.
Casado, dos
hijas y dos nietos varones.
Néstor
José Gorriarán Díaz
Sensacional
- ¡Hola, chiquilines!!!
- Les traigo un cuento
SEN-SA-CIO-NAL.
- ¿Qué sucedió,
Abu?
- No, nada, el cuento se
llama así. ¿Cuál es el significado de esa palabra?
- Algo muy lindo, algo
que causa una gran sensación.
- ¡Bien, Diego! O sea, algo que llama
poderosamente la atención, captado por medio de los sentidos. Les voy a contar,
entonces, de mis sensaciones de cuando era niño. ¡Si habrán sido fuertes e
importantes que perduran después de tantos años!
Saboreando recuerdos
En el barrio, cerca de la casa de tu
abuela vivía “el fainacero”. Italiano, flaco, alto y rubio. Le llamábamos “¡
Nííííí…!!!”
- Eso no es un nombre, abuelo.
- Está bien, Fede, era un apodo, todo
el mundo lo conocía por Nííí. Era como anunciaba su mercadería y su presencia.
Posiblemente comenzó gritando fainá, luego nááá, y después pasó a un ní…!!!
Fuerte y largo, casi un pitazo, que se hacía oír en toda la cuadra y salíamos a comprarle. El fainá lo llevaba en una gran
asadera de aluminio redonda, de casi un metro donde recién lo había cocinado su
esposa, también tana, y lo ofrecía calentito, humeante y con su olor tentador.
Se paraba en una esquina, abría un soporte de madera tipo tijera que portaba
colgado de su hombro y allí colocaba el tacho. Abría una mitad para no enfriar
la otra y atendía a los “clientes” que enseguida lo rodeaban. Despachaba buenas
porciones, las entregaba con un papelito protector. Una delicia, buen grosor,
su aroma y gusto podían cambiarse utilizando un pimentero de aluminio. El
orillo, más crocante, era un manjar.
Todo por unas pocas monedas. En un par de cuadras más, liquidaba el resto de su
tacho y volvía a su casa por otro. Seguía, dejando un reguero de olores,
sabores, y chiquilines masticando felices.
A dos cuadras, entre la casa de tu
abuela y la mía, vivía el hermano. Vendía Pizza. No había competencia entre
ellos. Él, también italiano, era tan flaco y alto como el otro, pero de cabello
oscuro. También su señora, italiana, era quien las elaboraba. Su mercadería, excelente.
Salía a punto, crocante en los bordes y esponjosa en el centro, de buen grosor.
Deliciosa. Al hincarle el diente quedábamos con la cara pintada de rojo. Buena
salsa casera y ¿saben la característica principal cuál era?
-¿El queso?
-
No
-¿Algo
que le ponían?
- Bueno, esta vez, Fede estuvo más
cerca. No llevaba queso. Encima de la masa estaba la salsa de un rojo intenso,
sabor no muy ácido y desde el centro hacia los bordes como rayos de una
bicicleta llevaba filetes de anchoa. Si no tenía anchoas, no era Pizza. Ese
sabor fuerte, salado, que se nos entrelazaba con sus espinitas entre los
dientes, provenía de su lejana y añorada Italia o quizás de España. A ellos los
hacía recordar su pueblo y su travesía marítima. Por ser tan apetitosa se
vendía rápido. Inolvidable Pizza.
Recuerdos
enganchados
Cuando íbamos al estadio con nuestro
padre, si hacía frío, nos compraba maní. El manisero, allí en la puerta, con su
hornito humeante y su aroma especial... Con su jarrito de lata iba llenando
unos cucuruchos de papel de diario del tamaño según se pagara, un “medio” o un
“real”. Si no hacía frío, nos compraba
tangerinas.
-¿Dejaban entrar con tangerinas?
-Sí, no había problema, mientras no las
tiraras. Era otra época, tampoco había separación de hinchadas ni peleas.
Alguna discusión, algún empujón o pequeño insulto y nada más. ¡No se le
gritaban los goles en la cara al rival! Volviendo a las tangerinas, no sé si es
por los años o porque me recuerdan
momentos muy felices, aquellas tangerinas eran mucho más ricas, más dulces. Al
pelarlas te iban saltando finísimas gotitas en los dedos, sentías su fuerte y
lindo aroma, ya adivinabas qué gustoso las comerías. No solo eso sino que
también recuerdo muy nítidamente el fuerte olor y gusto
de las uvas brasileras que tenía el parral de lo de tu bisabuela. El gusto no
me agradaba demasiado. ¡Ah! y nada les digo de los exquisitos higos blancos que
allí comí por primera vez en mi vida. Quedé todo embadurnado con su leche
pegajosa. Una delicia de fruta.
- ¿De tu casa no recordás nada, Abu?
- Sí, Diego. Vivíamos en un
apartamento. No teníamos fondo ni árboles. Comíamos un dulce de membrillo
bastante rico, pero cuando se podía, se compraba uno que venía en pequeñas
latas redondas; era claro, cristalino, más suave, casi cremoso. Nunca comí otro
igual. Mi madre hacía una crema de chocolate- verdadero- y la servía con un
copo de merengue encima que al recordarla se me hace agua la boca. También
cocinaba una “feijoada melense” con porotos cariocas, mas rosados y menos
fuertes que los “pretos” que hemos comido en Brasil y le agregaba rodajas de
chorizo en lugar de charque. Para chuparse los dedos. ¡Ah! También tengo sonidos inolvidables. Algunos, aún hoy, pueden oírlos en
ciertos barrios: el del afilador, haciendo sonar su flauta de
varios tubos y simpáticos tonos musicales o el del barquillero, haciendo
tintinear agudamente su triángulo. Hubo algunos que ya se fueron, pero me traen
muy lindos recuerdos como la campana y el ruido del tranvía recorriendo la
ciudad. Y por sobre todo, el sonido del piano de mi hermano Walter que desde
que se instaló en casa invadió nuestras vidas, haciéndolas más placenteras...
En este momento me acordé de algo más...
- ¿Qué Abu?
-
Del intenso y fresco olor de la tierra mojada, de los innumerables “campitos”
que había por los barrios donde jugábamos a la pelota y donde también se jugaba
a la bolita...Quizás tenga escondidos muchos más recuerdos llenos de olores,
sabores, colores… Recuerdos fríos, tibios, o llenos de calor…Hoy no me vienen
otros a la memoria…quizás mañana…
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Rafael OLBINSKY |
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