14 de enero de 1896- Estados Unidos |
I. EMBARCADERO
Tres gaviotas giran sobre las
cajas rotas, las cáscaras de naranja, los repollos podridos que flotan entre
los tablones astillados de la valla. Las olas verdes espumajean bajo la redonda
proa del ferry que, arrastrado por la marea, corta el agua, resbala, atraca
lentamente en el embarcadero. Manubrios que dan vueltas con un tintineo de
cadenas, compuertas que se levantan, pies que saltan a tierra. Hombres y
mujeres entran a empellones en el maloliente túnel de madera, apretujándose y
estrujándose como las manzanas al caer del saetín a la prensa.
La enfermera, llevando la cesta
en el brazo estirado, como si fuera una silleta, abrió la puerta de una gran
sala excesivamente caldeada. En el aire impregnado de olor a alcohol y a
yodoformo, ásperos berridos subían en espiral de otras cestas colocadas a lo
largo de las paredes verdosas. Al dejar la cesta en el suelo le echó una mirada
con los labios fruncidos. El recién nacido se retorció débilmente entre
algodones como un hervidero de gusanos.
En el ferry iba un viejo tocando
el violín. Tenía una cara de mona, toda torcida de un lado, y seguía el compás
con la punta de un zapato de charol resquebrajado. Bud Korpenning, sentado en
la barandilla de espaldas al río, le miraba. La brisa le alborotaba el pelo
alrededor del borde ajustado de su gorra, y secaba el sudor de su frente. Tenía
los pies llenos de ampollas, estaba hecho polvo, pero cuando el ferry se alejó
del embarcadero, sintió por todas sus venas un cálido hormigueo.
Primer fragmento de la Novela
Manhattan Tranfer de John Dos Passos
No hay comentarios:
Publicar un comentario