16 de enero de 1932 - Estados Unidos |
¿Qué se hace con el saber que las
fotografías aportan del sufrimiento lejano? Las personas son a menudo incapaces
de asimilar los sufrimientos de quienes tienen cerca. (Hospital, la película de
Frederick Wiseman, es un documento arrollador sobre este asunto.) Aunque se les
incite a ser voyeurs —y posiblemente resulte satisfactorio saber que Esto no me
está ocurriendo a mí, No estoy enfermo, No me estoy muriendo, No estoy atrapado
en una guerra— es al parecer normal que las personas eviten pensar en las
tribulaciones de los otros, incluso de los otros con quienes sería fácil
identificarse. Una ciudadana de Sarajevo, de impecable adhesión al ideal
yugoslavo y a la cual conocí poco después de llegar a la ciudad por vez primera
en abril de 1993, me dijo: «En octubre de 1991 yo estaba aquí en mi bonito
apartamento de la apacible Sarajevo cuando los serbios invadieron Croacia;
recuerdo que el noticiario nocturno transmitió unas escenas de la destrucción
de Vukovar a unos trescientos kilómetros de aquí y me dije: "¡Qué
terrible!", y cambié de canal. Así que cómo puedo indignarme si alguien en
Francia, Italia o Alemania ve las matanzas que suceden aquí día tras día en sus
noticiarios nocturnos y dice: "¡Qué terrible!", y busca otro
programa. Es normal. Es humano». Dondequiera que la gente se sienta segura —de
este modo se inculpaba con amargura—, sentirá indiferencia. Pero sin duda una
habitante de Sarajevo tendría algún otro motivo para evitar las imágenes de los
terribles acontecimientos ocurridos en lo que era en ese entonces, con todo,
otra región de su propio país, que los de los extranjeros dándole la espalda a
Sarajevo. La negligencia extranjera, para la que era tan comprensiva, también
fue consecuencia de un ánimo según el cual nada podía hacerse. Su renuencia a
vincularse con estas imágenes premonitorias de una guerra próxima era la
expresión del desamparo y el temor. La gente puede retraerse no sólo porque una
dieta regular de imágenes violentas la ha vuelto indiferente, sino porque tiene
miedo. Como todos han advertido, hay un creciente grado de violencia y sadismo
admitidos en la cultura de masas: en las películas, la televisión, las
historietas, los juegos de ordenador. Las imágenes que habrían tenido a los
espectadores encogidos y apartándose de repugnancia hace cuarenta años, las ven
sin pestañear siquiera todos los adolescentes en los multicines. En efecto, la
mutilación es más entretenida que sobrecogedora para muchas personas en la
mayoría de las culturas modernas. Pero no toda la violencia se mira con el
mismo desapego. A efectos irónicos, algunos desastres son mejores temas que
otros.
La compasión es una emoción
inestable. Necesita traducirse en acciones o se marchita. La pregunta es qué
hacer con las emociones que han despertado, con el saber que se ha comunicado.
Si sentimos que no hay nada que «nosotros» podamos hacer— pero ¿quién es ese
«nosotros»? — y nada que «ellos» puedan hacer tampoco —y ¿quiénes son «ellos»?
— entonces comenzamos a sentirnos aburridos, cínicos y apáticos. Y ser
conmovido no es necesariamente mejor. El sentimentalismo es del todo
compatible, claramente, con la afición por la brutalidad y por cosas aún
peores. La pasividad es lo que embota los sentimientos. Los estados que se
califican como apatía, anestesia moral o emocional, están plenos de sentimientos:
los de la rabia y la frustración. Pero si consideramos qué emociones serían
deseables resulta demasiado simple optar por la simpatía. La imaginaria
proximidad del sufrimiento infligido a los demás que suministran las imágenes
insinúa que hay un vínculo a todas luces falso, entre quienes sufren
remotamente —vistos de cerca en la pantalla del televisor— y el espectador
privilegiado, lo cual es una más de las mentiras de nuestras verdaderas
relaciones con el poder. Siempre que sentimos simpatía, sentimos que no somos
cómplices de las causas del sufrimiento. Nuestra simpatía proclama nuestra inocencia,
así como nuestra ineficacia.
De: Ante el dolor de los demás
No hay comentarios:
Publicar un comentario