Ajeno
Largo se le hace el día a quien no ama
y él lo sabe. Y él oye ese tañido
corto y curo del cuerpo, su cascada
canción, siempre sonando a lejanía.
Cierra su puerta y queda bien cerrada;
sale y, por un momento, sus rodillas
se le van hacia el suelo. Pero el alba,
con peligrosa generosidad,
le refresca y le yergue. Está muy clara
su calle, y la pasea con pie oscuro,
y cojea en seguida porque anda
sólo con su fatiga. Y dice aire:
palabras muertas con su boca viva.
Prisionero por no querer, abraza
su propia soledad. Y está seguro,
más seguro que nadie porque nada
poseerá; y él bien sabe que nunca
vivirá aquí, en la tierra. A quien no ama,
¿cómo podemos conocer o cómo
perdonar? Día largo y aún más larga
la noche. Mentirá al sacar la llave.
Entrará. Y nunca habitará su casa.
Gestos
Una mirada, un gesto,
cambiarán nuestra raza. Cuando actúa mi mano,
tan sin entendimiento y sin gobierno,
pero con errabunda resonancia,
y sondea, buscando
calor y compañía en este espacio
en donde tantas otras
han vibrado, ¿qué quiere
decir? Cuántos y cuántos gestos como
un sueño mañanero,
pasaron. Como esa
casera mueca de las figurillas
de la baraja: aunque
dejando herida o beso, sólo azar entrañable.
Más luminoso aún que la palabra,
nuestro ademán, como ella
roído por el tiempo, viejo como la orilla
del río, ¿qué
significa?
¿Por qué desplaza el mismo aire el gesto
de la entrega o del robo,
el que cierra una puerta o el que la abre,
el que da luz o apaga?
¿Por qué es el mismo el giro del brazo cuando siembra
que cuando siega,
el de amor que el de asesinato?
Nosotros, tan gesteros pero tan poco alegres,
raza que sólo supo
tejer banderas, raza de desfiles,
de fantasías y de dinastías,
hagamos otras señas.
No he de leer en cada palma, en cada
movimiento, como antes. No puedo ahora frenar
la rotación inmensa del abrazo
para medir su órbita
y recorrer su emocionada curva.
No, no son tiempos
de mirar con nostalgia
esa estela infinita del paso de los hombres.
Hay mucho que olvidar
y más aún que esperar. Tan silencioso
como el vuelo del búho, un gesto claro,
de sencillo bautizo,
dirá, en un aire nuevo,
su nueva significación, su nuevo
uso. Yo solo, si es posible,
pido, cuando me llegue la hora mala,
la hora de echar de menos tantos gestos queridos,
tener fuerza, encontrarlos
como quien halla un fósil
(acaso una quijada aún con el beso trémulo)
de una raza extinguida.
Claudio Rodríguez
De: amediavoz.com
Hay unas palabras de Luis Rosales
sobre Claudio Rodríguez que vienen muy al caso. El propio Claudio Rodríguez
dice desconocerlas, así que se las leo. Se trata de una entrevista de 1965 en
la que pedían a Rosales su opinión sobre los jóvenes poetas españoles,
mencionando como orientación los nombres de José Agustín Goytisolo, Ángel
González y Claudio Rodríguez (1). Rosales respondió: "De los que usted me
ha nombrado, Claudio Rodríguez". El entrevistador quiso saber por qué.
Rosales explicó: "Por lo mismo de siempre. Para mí, una poesía se
diferencia de otra por la radicalidad de su toma de contacto con la vida. [...]
Creo que la poesía consiste, en definitiva, en una nueva revelación de la vida,
de nuestra propia vida. Lo más importante para cualificar una poesía es la
hondura de su arranque en relación con esta finalidad: saber de dónde arranca
la voz poética, de qué zona del ser arranca y hacia qué zonas se dirige.
-
Claudio Rodríguez interrumpe en este punto la lectura: "Sí señor, sí,
estoy de acuerdo"-. Que no sean nunca ni el arranque ni la finalidad
adjetivos, y que contribuyan de alguna manera a alumbrar un nuevo conocimiento
de esta relación, siempre nueva, que tiene el hombre con su vida. En este
aspecto, creo que la poesía de Claudio Rodríguez tiene un arranque hondo y
profundo".
El poeta ha quedado visiblemente
impresionado.
R-Pues no lo sabía. No conocía
esa entrevista, me has dejado... sorprendido, la verdad. Me alegra que me la
hayas leído.
De: https://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero12/claudior.html
por haber aceptado mi invitación. |
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