La producción literaria rotulada
como “infantil” o “juvenil” (términos aún en discusión) goza de muy buena salud
en este Uruguay, vivero de talentos artísticos y enamorados o practicantes de
todas las Artes.
Sin desmerecer ninguna creación
ni estilo, hace tiempo que no leíamos una obra tan original como Líber
Andacalles.
La presentación del objeto-libro
es realmente una joyita, muy disfrutable, desde el tacto hasta la
interpretación gráfica. Cualquier niño sentirá completo pero renovado placer.
La energía que el ilustrador -Alejandro Rodríguez Juele- aplica a las imágenes genera una atmósfera ideal
para ese encantamiento que todos y todas hemos sentido alguna vez ante una
obra, y que nos ha conducido a insistir en que nos sea leída por centésima vez,
y a acariciarla y hasta a olerla, como si fuera una criatura viva.
¿Acaso no lo es? En este caso tan
singular, las vidas escapan de los vallados del tiempo, porque la escritora,
manejando con exquisita solvencia la estrategia de la intertextualidad, logra
que uno de nuestros más entrañables pero progresivamente olvidado creador –como
lo es Líber Falco- vuelva a respirar a través de ese aire fresco, asombrado y
aventurero de Andacalles. Realmente, Laura Chalar moldea una historia
exquisita, plena de valores literarios y culturales y ciudadanos, una de esas
historias que anidarán en la memoria emocional de y por varias generaciones.
Sería muy acertado introducir
esta preciosa obra en la vida familiar. Estas fiestas pueden ser el momento
propicio para que Líber y Andacalles nos muestren otras sendas, atajos muy
distantes de los terrenales shoppings.
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