“La música de la poesía, por
tanto, debe ser una música latente en el lenguaje ordinario de su tiempo. Y
esto significa también que debe estar latente en el lenguaje ordinario del
lugar del poeta. Y no es que trate en las líneas que corren de declamar en
contra de la ubicuidad del inglés “estandarizado” u oficial, o el de las
radiodifusoras nacionales. Si todos fuéramos a hablar igual, no habría más
discusión sobre por qué no escribimos igual: pero mientras no llegue ese tiempo
–y espero que sea pospuesto por muchos años– es obligación del poeta usar el
lenguaje que oye a su alrededor, aquel con el que está más familiarizado.
(...)
Lo que importa, pues, es el poema
en su integridad: y si el poema entero no necesita ser, y con frecuencia no lo
debiera ser, del todo melodioso, se llega a la conclusión de que un poema no
sólo está hecho de “palabras bellas”. Tengo dudas de si, desde el punto de
vista del sonido solo, una palabra cualquiera es más o menos bella que otra
–dentro de su propio lenguaje, pues el problema de que algunos lenguajes no son
tan bellos como otros es asunto muy diverso. Las palabras feas son aquellas
impropias para la compañía en que se encuentran colocadas; hay palabras que son
feas por su crudeza o por deterioro; hay palabras que son feas por su origen
extraño o por mal nacidas (v.g. televisión): pero no creo que palabra alguna
bien sentada en su propio lenguaje sea bella o fea. La música de una palabra
está, por decirlo así, en un punto de intersección: nace de su estrecha
relación con las palabras que inmediatamente le preceden o le siguen, e
indefinidamente con el total del contexto; y de otra relación, aquella de su
inmediato significado, dentro de ese contexto, con todos los significados que
haya tenido en otros contextos, es decir, con su mayor o menor riqueza de
asociación”. (...)
De: La música de la poesía
En: http://www.scielo.cl
26 de setiembre de 1888- Inglaterra |
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